Introducción
Arnaldo (o Arnau, en romance provenzal) fue sin duda el más brillante médico en la Cristiandad Latina de los siglos XIII y XIV. Se conservan de él muchas obras que resumían e interpretaban de forma correcta la patología conocida en su época, y los títulos de muchísimas otras. Sintió también interés, como tantos físicos de su tiempo, por la alquimia, aunque bien parece que la abultada colección de trabajos alquimistas que se le adjudican puede ser totalmente, o casi completamente atribuida, y no propia. Pero además, fue hombre docto en teología, y movido por una piedad sincera, trabajó con ahínco por la reforma de una Iglesia, la de su tiempo, contaminada de mundanalización (como ha ocurrido en tantos momentos de la historia, incluyendo el nuestro). En busca de esa reforma, cayó presa de desviaciones doctrinales milenaristas, hasta el punto de escribir y sostener proposiciones erradas sobre el fin del Mundo. Aunque no se le puede tildar, propiamente, de heresiarca, sí es cierto que cae dentro de la definición de heterodoxia. Es por eso que, por su ardiente piedad, y sus errores teológicos, el insigne galeno, como caso excepcional, entra simultáneamente dentro de dos secciones de esta bitácora, aparentemente contradictorias: la de médico católico y la de heterodoxo español.
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