Defender el matrimonio en un mundo que no se casa con nadie
Recordatorio del matrimonio cristiano
El matrimonio natural es una institución creada para procrear y educar a los hijos, en la mejor estructura posible (los argumentos en defensa de esta tesis en este artículo).
Fue además creada inicialmente indisoluble, aunque es cierto que muchas culturas autorizaron al marido a repudiar a su esposa si era estéril o cometía adulterio, incluyendo la hebrea con la ley dada a Moisés.
Cristo elevó el matrimonio a sacramento (sagrado), recuperó la indisolubilidad pese a la resistencia de sus propios discípulos (Mc 10, 2-12) y estipuló la unicidad perpetua entre varón y mujer (Mt 19, 5). Los primeros cristianos tuvieron claros estos principios, y así los aplicaban, como testifica san Pablo (1 Cor 7, 10-11).
Esta ha sido la enseñanza de la Iglesia. Y cuando los protestantes han aceptado el divorcio, se han apartado del mandato de Cristo por halagar a poderosos. Y cuando los ortodoxos han permitido segundos y terceros matrimonios “penitenciales”, se han apartado de la enseñanza de Cristo por obediencia a emperadores humanos.
La unicidad e indisolubilidad matrimoniales son mandato directo de Cristo. No son cuestiones disciplinares, rituales o jurídicas (aunque tengan efectos disciplinares, rituales o jurídicos). Son Palabra de Dios, y apartarse de ellas es desobedecer la voluntad divina.
Igual que perdonar a quien nos ofende, repartir nuestros bienes a los pobres, orar, proclamar la Buena Nueva… morir sin renegar de Él, y tantas otras cosas que nos mandó Nuestro Salvador y que nunca son sencillas ni agradables a nuestra naturaleza herida.
Para eso está la Gracia. Y Dios la regala, y no la niega a quien se la pide.
La cosa es si queremos seguir a Cristo integralmente, o sólo en aquello que nos acomode.
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Enseñanza cristiana y salvación
El esquema de la fe y la doctrina cristianas es simple:
1. Hay un Dios que ha creado el Universo y cuanto contiene.
2. El hombre es una criatura especial, hecha a imagen y semejanza de Dios.
3. Somos tanto materia como espíritu, y el alma (y también el cuerpo, tras el Juicio Final) está llamada o a la vida eterna, gozando perpetuamente de la Luz de Dios, o a la muerte eterna, privados de su presencia para siempre.
4. Nuestra fe en Cristo y nuestras obras buenas en vida determinan la salvación o perdición de nuestra alma. Para eso nacemos y para eso venimos al mundo.
5. La misericordia de Dios ayuda a nuestra naturaleza humana por medio de la Gracia, los sacramentos y otros auxilios espirituales que nos salvan. Si queremos y nos dejamos salvar. Quien nos creó sin nuestro concurso, no nos salvará sin él.
6. Por tanto, vivir una vida recta y guiada por el amor a Dios y al prójimo es el modo de conducirse de los cristianos. Y reconciliarse con Dios por medio del sacramento de la penitencia cuando nos apartamos de sus mandatos, el modo de mantenernos en su amistad.
Y esa la fe de la Iglesia. Desde Cristo. Desde Pedro, Juan y Santiago. Desde Pablo. Desde Ignacio, Clemente y Lino. Quien no la crea, no la comparta, la encuentre anticuada, pesada, difícil… debe replantearse su cristianismo. Debe meditar muy seriamente si quiere seguir a Cristo, tomando su cruz, o prefiere buscar otras palabras que seguir… aunque no sean de vida eterna.
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El matrimonio cristiano frente al mundo
Entre otras rupturas de la teología protestante contra la enseñanza de la Iglesia, destaca la de la autosuficiencia de la conciencia. La esgrimieron Lutero y Calvino contra las normas de la Iglesia, y las emplearon los filósofos racionalistas contra la Revelación divina. Desde entonces, el pensamiento modernista ha sido fundamentalmente subjetivista: conciencia y opinión subjetiva se hicieron equivalentes. El voluntarismo triunfó, y la búsqueda de la Verdad feneció.
Desde entonces, el voluntarismo ha sido actitud preponderante, incluso entre muchos teólogos, filósofos cristianos y prelados. Ello ha hecho, con el tiempo, que las diversas novedades sociales acerca del matrimonio, alentadas por los poderes del mundo y sus agentes, hayan convertido a este en opuesto al matrimonio instruido por Cristo. Los parlamentos y gobiernos han elaborado leyes positivas que no se alejan, sino que rompen completamente con la ley natural y la ley divina.
Veámoslo punto por punto, comparando el matrimonio católico y el emparejamiento social moderno.
Unicidad: La tendencia moderna es a la separación patrimonial e incluso vital efectiva. El egoísmo vital triunfa en todos los niveles, también en la relación conyugal. La perspectiva de un posible (o probable) divorcio, hace que cada vez los cónyuges se impliquen menos en el proyecto común. Disminuye el Nosotros y van creciendo cada vez más los Yoes. Las leyes sobre divorcio y el registro de parejas de hecho estimulan ese proceso.
Procreatividad: La tecnología ha acudido en auxilio de la pérdida de sentido de procreatividad en el matrimonio. La profusión de métodos anticonceptivos (también en el seno del matrimonio), unida a la fecundación artificial, ha desvinculado matrimonio e hijos. No sólo es innecesario plantear un compromiso matrimonial para la paternidad, sino que incluso se alienta a que no se haga, con la fertilización exógena de mujeres solteras y homosexualistas (incluyendo vientres de alquiler o adopciones contra-natura). El empleo del feticidio intrauterino como un método de control de la natalidad (que persuade a las mujeres a asesinar a sus propios hijos) ha servido para remarcar esa ruptura.
Educación de los hijos: Desde hace tiempo los padres han sido apartados de la educación de sus hijos lo máximo posible. La injerencia gubernamental en las escuelas, por una parte, y la constante devaluación de la autoridad paterna en los medios de la cultura y comunicación por otra, han facilitado la desconexión cada vez mayor entre generaciones: no es raro que padres e hijos apenas se comprendan entre ellos.
Indisolubilidad: Cronológicamente, esta fue la primera en caer, con la recuperación del divorcio, que en los últimos tiempos ha pasado de mal menor a derecho legal. En España la legislación de 2005 ha legalizado el repudio (disolución matrimonial unilateral), que convierte al matrimonio civil en un contrato sin ningún valor, pues una de las partes puede romperla sin motivo, proceso judicial ni compensación de daños. Paralelamente, los mecanismos encaminados a reconciliar a los matrimonios mal avenidos, no sólo no son potenciados culturalmente, sino incluso desprestigiados.
Complementariedad: La ideología de género ha sido la principal arma para eliminar esta cualidad. La promoción de la lucha de sexos y el igualitarismo (confundir la igualdad esencial con la desigualdad accidental, tratando de eliminar esta última), y la exaltación de la sexualidad contranatura, han eliminado de la relación conyugal la natural complementariedad física, psicológica y espiritual, que le confería la fortaleza de unir lo mejor de ambos sexos.
Cooperación y amor mutuos: Aunque socialmente todavía se esperan entre esposos, el castigo social a su ausencia se ha ido debilitando con el tiempo. Se ha impuesto una opcion de vida que antepone la “realización personal” entendida como desarrollo de las propias capacidades y anhelos, por encima del bien del matrimonio entendido como comunidad. El sacrificio de esas propias expectativas en aras al matrimonio, el cónyuge o los hijos está socialmente devaluado. Es una unión incomprometida, y comúnmente tiende a un tipo de amor adolescente, donde el impulso, las emociones, y la creencia en la ingobernabilidad de los afectos prima sobre la voluntad de amor, perdón, paciencia, esfuerzo y reconciliación propias del amor maduro e inteligente.
Sacralidad: La característica propia del matrimonio cristiano es su condición de sacramento estipulada por el mismo Cristo. Ello implica que el ideal de perfección matrimonial que exige el matrimonio canónico va asociada a las gracias que el mismo sacramento dispensa a los contrayentes y que les permite alcanzar ese ideal, si ellos están dispuestos a acogerlas y ponerlas en práctica (en lenguaje pastoral, poner a Dios en medio y por encima del matrimonio). Ni que decir tiene que la unión conyugal contemporánea es declarada y explícitamente agnóstica.
Este resumen nos permite entender que el matrimonio modernista no sólo es diverso al cristiano, sino que es opuesto.
Otra realidad que debemos entender es que la mayoría de los bautizados, incluyendo no pocos que tratan sinceramente de seguir un modo de vida cristiano, asumen como propios todos o casi todos los postulados del matrimonio del mundo, por encima de los del matrimonio cristiano.
Por último, creo importante recalcar que la actual sociedad occidental es directamente tierra de misión. Cualquier raiz cristiana de tipo cultural o folclórico que aún perviva (y que precisamente en los llamados “sacramentos sociales”- bautizos, comuniones y bodas- tiene una de sus manifestaciones más notorias) se ha de considerar puramente estética, y en general llamada a extinción en un plazo breve. La sociedad occidental es agnóstica en la práctica, y la unión conyugal que propone, también.
Este hecho hemos de tenerlo claro los católicos a la hora de relacionarnos con ella y con los principios en que se inspira, en los que educa a sus miembros y que propone en su cultura y medios de comunicación.
Andemos precavidos para evitar que el aggiornamiento no se confunda con simple capitulación ante el mundo, sus pompas y sus obras.
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La excusa hodierna para eliminar la indisolubilidad matrimonial instaurada por Cristo
Un argumento aducido desde los ambientes teológicos liberales es el de que el matrimonio católico sería un ideal hermoso al que no todos estarían llamados. En ese sentido, quienes defendemos los mandatos de Cristo seríamos intransigentes, y nos faltaría misericordia hacia esos hermanos no-tan-perfectos a los que hay que acoger con sus recasamientos sacrílegos, dándoles algún tipo de cobertura.
Eran los herejes cátaros los que pensaban que había cristianos de primera (que se autodenominaban, con toda desfachatez, “perfectos”) y cristianos de segunda, con los que se podía transigir en un modelo de vida menos ideal y más mundano.
La Iglesia en el mundo no es la de los santos canonizados, sino la de los que desean ser santos. La Iglesia en el mundo es una Iglesia de pecadores, pero de pecadores que permanentemente quieren recuperar la amistad con Cristo. La Iglesia en el mundo, no sólo no es la Iglesia del mundo, sino que es la Iglesia contra el mundo.
Pero estar contra el mundo no es estar contra el hombre, sino a su favor. Y el mejor favor que puede hacerle la Iglesia al hombre es mostrarle a Cristo y ayudarle a volverse a Él. Y no hay mejor camino para ello que los sacramentos. Sacramentos como la Eucaristía, la Reconciliación… y el Matrimonio.
El pecado aleja de Dios. La ruptura puntual proviene de nuestra debilidad y de nuestra resistencia a la Gracia, pero cuando esa debilidad se convierte en repetida, en hábito de vida consciente y justificado, estamos convirtiendo el pecado en vicio. Ahora el alejamiento de Dios ya no es un momento de oscurecimiento, sino la instalación en las tinieblas. Convertir el adulterio en estable u oficial no lo atenúa; lo convierte en más grave.
Por denunciar un adulterio oficializado perdieron la cabeza Juan el Bautista y Tomás Moro. ¿Tal vez se les canonizó erróneamente? No
El voluntarismo o la “autonomía de la conciencia” que trate de justificar esto no es cristiana, sino obra de satanás, que seduce para que elijamos el camino llano y la puerta ancha. Da igual que tal camino lo proponga un teólogo o un obispo.
El Pueblo de Dios existe para conducir a los hombres al camino de santidad, no para justificar el pecado. Para el testimonio, no para la complacencia con el error.
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Los casos especiales
El matrimonio natural es contrato. El matrimonio sacramental es compromiso de amor y juramento sagrado ante Dios.
En occidente sabemos bien que la mayoría de los matrimonios canónicos que se contraen (afortunadamente cada vez menos) lo son como mera ceremonia externa, que apenas afecta a la intención interna de los contrayentes, mayoritariamente basada en que el matrimonio durará un tiempo determinado, sobre el que la razón no puede establecer regla alguna, pues depende enteramente del sentimentalismo (mientras dure el enamoramiento o la mera voluntad humana natural por mantener el vínculo).
Dios no pinta nada en esos matrimonios, aunque se realicen ante su altar y en su nombre. Problema grave que las diócesis en nuestra tierra jamás han querido afrontar de frente. Clérigos y fieles somos culpables de ello.
Por ello el número de divorcios sigue siendo un porcentaje superior al 60% del de matrimonios en España.
Si en la mayoría de los casos de ruptura de matrimonios canónicos y posteriores recasamientos adúlteros por vía civil existe una manifiesta irresponsabilidad e incluso desprecio hacia el juramento hecho ante Dios durante la boda (ignorancia cuyo grado de inculpabilidad me niego a juzgar, dejándolo en manos del Señor), ciertamente sería erróneo generalizar.
Es cierto que existen, en mayor o menor número, caso “especiales”, en los que el recasamiento adúltero de divorciados en lugar de la ideal reconciliación merece un estudio pormenorizado, un apunte particular.
Particularmente actual por la polémica que ha suscitado el enésimo intento de resucitar la comunión a divorciados por parte de algunos cardenales en el último sínodo sobre la familia, y que ha sido punto central.
1) Aquel bautizado que casó canónicamente por motivo social o estético con otra persona que albergaba similar indiferencia religiosa. Tras el divorcio, se convierte a la fe verdadera, deseando ahora sí contraer un matrimonio canónico entendido en su plenitud con otra persona también creyente sincera. Añádase que la conversión puede acaecer cuando ambos ya han formado una familia, complicando el problema por la responsabilidad que la Iglesia les reconoce hacia sus hijos en común.
Naturalmente, la primera medida a adoptar sería preventiva: como he comentado antes, hay que acabar a la mayor brevedad posible con las ceremonias católicas de matrimonios que son en su esencia civiles (con todos los defectos que ello conlleva y que he expuesto en un epígrafe anterior). Creo sinceramente que ayudaría mucho a este propósito que se legalizara el matrimonio canónico en todos sus extremos, como desarrollaba en este artículo.
No obstante, es probable que fuera interesante explorar si pueden concurrir causas de nulidad en el primer matrimonio por la Iglesia, pese a que ambos contrayentes fuesen bautizados. No soy canonista, y pregunto a mis lectores que conozcan dicha materia cuál puede ser su opinión al respecto.
2) Aquel que está convencido en su fuero interno de que su matrimonio canónico fue inválido pero por diversas circunstancias no lo ha podido demostrar ante un tribunal eclesiástico (se supone que lo ha intentado, claro).
Obviamente, resulta ideal que el tribunal pueda establecer una equiparación entre el fuero interno y el fuero externo de dicho matrimonio, pero, dejando de lado los medios que se deben aplicar para agilizar al máximo la justicia (vale tanto para la canónica como para la civil) y que en ningún caso debe significar devaluación del procedmiento- pues la materia sobre la que se trata es grave-, ciertamente mientras persista el vínculo es impensable legitimar la comunión o una nueva unión, que será adúltera.
3) El cónyuge evidentemente abandonado por el otro, que ha roto el compromiso matrimonial unilateralmente, y uniéndose maritalmente a otra persona. En este caso, pues, existe una obvia y evidente única víctima, que ha sido abandonada, y que carece de culpa alguna, perdiendo sus derechos injustamente y sin poder alcanzar compensación alguna. Tal vez sean pocos numéricamente, pero es obvio que existen.
El propio san Pablo descarta (contra la opinión de ortodoxos y protestantes) que el adulterio sea razón para disolver o considerar nulo el matrimonio, salvo que este fuese antecedente y presente en el momento del sacramento, y hubiese sido ocultado al otro cónyuge: “Cuanto a los casados, precepto es no mío, sino del Señor, que la mujer no se separe del marido, y de separarse, que no se vuelva a casar o se reconcilie con el marido, y que el marido no repudie a su mujer”. Eso es ley que la Iglesia no puede cambiar, por muy dramático que sea el caso, por mucho dolor que cause en los abandonados. Sin duda, una buena selección de la persona con la que contraer matrimonio reduciría estos casos, pero es seguro que no garantizaría su erradicación, pues la naturaleza humana sólo se redime con la conversión a Cristo. No hay ley o norma humana que pueda llegar a tanto.
No obstante, siempre me ha llamado la atención que la actuación pastoral frente al pecador voluntario, declarado y público sea débil o directamente inexistente. ¿Acaso nos hemos olvidado que “quien se casa con otra, comete adulterio, y la que se casa con otro, adultera”? ¿Es que no es evidente que un pecado grave y público es mortal, y por tanto, conduce directamente a la perdición del alma? Me pregunto, ¿a nuestros pastores y presbíteros no les preocupa la condenación del que se ha dejado seducir y ha abandonado irremisiblemente a su cónyuge para vivir en adulterio? Porque la impresión es que no se les amonesta de ningún modo, y de hecho todos conocemos casos en los que participan en la vida parroquial (incluyendo tomar la comunión) como si nada. ¿Es que las palabras de Cristo ya no tienen vigencia? ¿Es que nadie ve que estas personas se van a condenar si no enmiendan su pecado?
Muchas veces me he preguntado por qué la Iglesia no realiza purificación alguna sobre los adúlteros obviamente culpables, para su salvación. Eso incluye, sí, la excomunión, que es medida medicinal y correctora, y no “vengativa”. No sólo implícita en negarles la comunión, sino pública, pues su pecado ha sido público. Más de una excomunión, no me cabe duda, ha salvado un alma al hacerla recapacitar y regresar al amor de Dios.
Nada de eso ocurre, sino que son admitidos oficial y oficiosamente como un fiel más, y se considera aquello tan extraño de que “eso son cosas entre marido y mujer”, como si los pastores no fuesen de almas; como si los sacerdotes no fuesen también maestros de la conciencia de sus feligreses para su salvación. Como lo fue Cristo.
Dejo esa pregunta en el aire también a los canonistas que puedan leerme.
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Epílogo
Vivimos en una sociedad que no se casa con nadie. En España la legislación sobre matrimonio civil es la más débil que se pueda imaginar. Precisamente por ese motivo, el amancebamiento es la opción de convivencia más frecuente, y cada vez más, mientras los matrimonios legales siguen disminuyendo año a año. En las ceremonias que se hacen posteriormente al contrato civil se van añadiendo cada vez más fórmulas y símbolos llenos de buenos deseos, pero sin compromiso (no digamos ya juramento) alguno. Se hace preciso llenar dichas ceremonias con cada vez más coloridos y sentimentales accesorios, para darles algún significado, pues en el fuero interno de los noveles esposos no representan nada, ya que habitualmente siguen a un periodo de cohabitación prolongado (cada vez más frecuentemente incluyendo hijos).
Esto es radicalmente opuesto a lo que significa un matrimonio sacramental. Y, no obstante, esa es la dirección en que se mueve occidente. Esa es la realidad. La comunidad cristiana debe tener claro de una vez que con ese mundo, su matrimonio oficial devaluado, y su amancebamiento oficioso predominante, no puede haber acuerdo posible, ni punto intermedio. Es, repito, tierra de misión.
Ese debate lo hemos de clarificar todos, seglares, religiosos y clérigos (incluyendo prelados de cualquier grado). Esa es la discusión que hemos de tener: si queremos ser santos o queremos servir a dos señores.
Y en esa discusión, los impíos y los apóstatas nada tienen que decir, pues no es asunto suyo. Y sus medios de comunicación (manipulación) tampoco.
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Habéis pues de orar así: Padre Nuestro, que estás los cielos, santificado sea tu nombre, venga a nosotros tu reino, hágase tu voluntad, así en la tierra como en el cielo.
Evangelio según san Mateo, capítulo 6, versículos 9 y 10.
10 comentarios
Que cuando más en crisis está la institución del matrimonio, la Iglesia Católica se ponga a discutir sobre si se puede permitir la "rehabilitación" de los adúlteros que viven constantemente en adulterio, sin intención de abandonar ese pecado, es la necedad más grande que se ha cometido en siglos.
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LA
1) Legalmente hablando, el "matrimonio religioso" no es más que una forma de celebrar el civil.
2) Bajará hasta que represente una cifra cercana al número real de matrimonios canónicos contraídos con plena conciencia de lo que significan. Es decir, por católicos no sólo de nombre, sino de espíritu.
Dicho lo cual, me parece estupendo que baje, dada la diferencia proporcional que existe entre católicos "practicantes" y matrimonios por la Iglesia. Aún le queda por bajar más.
Saludos.
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LA
Una de las tentaciones presentes de la Iglesia ha sido la mundanalización, el contagio de modos, maneras y pensamientos del mundo. Ahora nos parece algo grave (lo es) y nuevo (no lo es en absoluto). La Iglesia tuvo anteriormente accesos de gnosticismo, de cesaropapismo, de platonismo, de feudalismo, de milenarismo, de molicie renacentista, de absolutismo y apego al poder, de ultramontanismo, de modernismo o de marxismo, entre muchas otras. Hoy nos toca lo actual, y contra ello hemos de vacunarnos.
Recordemos también que con cada vacuna contra las herejías, la propia doctrina católica se ha ido enriqueciendo y completando. No olvidemos las antiguas vacunas, y hagamos una nueva contra el postmodernismo.
Esto en ningún momento le da validez a las uniones entre personas del mismo sexo, sin embargo demuestra lo inválidas que son muchísimas uniones heterosexuales, por no decir la mayoría. Cobran un nuevo sentido las palabras de San Pablo sobre el matrimonio, con aquéllo de que "el soltero es mejor que no se case y el casado que viva como si no lo fuera".
Si fuéramos a ser fieles al Evangelio, muy pocas personas deberían estar casadas. Aunque eso no reduciría la fornicación, sin duda reduciría el adulterio (no sé cuál de los dos es peor, el caso es que ambos son antievangélicos).
La mejor defensa del matrimonio quizás sea dejar de promoverlo (quizás eso quería San Pablo). Al menos, hasta que no se entienda qué es en realidad.
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LA
El amor conyugal es de naturaleza diversa a la amistad (aunque esta incluya accesos carnales, sean o no contra-natura). Como bien dicen los padres sinodales, no hay motivo para equipararlos de ningún modo.
Sospecho que las palabras de san Pablo iban más dirigidas a que sus lectores siguiesen su vocación de renunciar a las cosas del mundo para dedicarse a Dios y la evangelización (punto a favor del celibato presbiterial católico, dicho sea de paso). En varias cartas habla con profusión del matrimonio, y no recuerdo que fuese obstinadamente adverso a él.
Ser fiel al Evangelio no es un estado de perfección más o menos angélica (en cuyo caso no estaría indicado ni un sólo matrimonio), sino un camino, en el que nos salvamos por la Gracia de Dios, y no por nuestros méritos. Pero, claro, hay que querer andar ese camino. Hay que arriesgarse en ese camino. Hay que poner el corazón y la mente en ese camino. Y hay que dejar que el Espíritu Santo nos ayude en ese camino.
Resulta contradictorio decir que la mejor defensa del matrimonio es dejar de promoverlo. Todo aquello que no se promueve, decae.
Lo que hay que hacer es llenar de contenido cristiano la vida de los bautizados. Cuanto antes empecemos, mejor.
Toto corde.
¿Y a ti por qué te parece estupendo si bajan si suben o si se estanca el matrimonio canónico? Dicho de otro modo, ¿a ti qué más te da?
Obviamente quería crear un contraste con las palabras, pero en un sentido literal, me refiero a dejar de promover el matrimonio entre aquéllos que no saben lo que es ni les interesa saberlo. Esas parejas adolescentes (aunque ya pasen de los 30) que sólo porque ya llevan demasiado tiempo cohabitando se les recomienda casarse y a los seis meses de la ceremonia ya se están divorciando. ¿De qué sirven esos matrimonios? A esos es a los que convendría decirles "es mejor que no se casen" y si ya se casaron "que hagan como que no lo estuvieran".
Entre las personas que conozco, cuento con los dedos de una mano aquéllos que se casaron con un sentido de permanencia y apoyo mutuo de por vida, por hablar sólo de dos valores del sacramento. Sobran los que se casaron por aburrimiento, porque "ya era hora", por presión familiar, porque es lo que se esperaba de ellos y que tan pronto se les derrumba el castillo de naipes ya están separándose. Todos esos, que ahora son mayoría, les diría "es mejor que no se casen".
También creo que bastantes predicadores han aflojado la predicación sobre eso por creer que así no se les va la parroquia.
Y otros que deberían predicar bien el evangelio, pero ellos mismos andan flojos en el tema. No digo flojos en el conocimiento del evangelio sino en la doctrina sobre este asunto, la dejan deslavazada porque también fallan, por eso no se sienten con fuerza para exigir a los demás lo que no se exigen a sí mismos.
Además que están los que en realidad se creen que hay que ser más enrollados y quedan muy simpáticos, pero que no ayudan nada, lo ponen peor, confunden a la gente creyendo que lo hacen tan bien.
Bueno, ya oramos para que el Señor nos lo arregle.
Nos consuela que muchos otros como tú sois fieles cristianos católicos, lo explicáis bien, con la verdad sencilla y que se entiende tal cual ¡Cómo debe ser! Gracias a Dios.
Que Dios os bendiga, os cuide y os acreciente
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LA
Normalizar en el fuero externo un pecado tan grave como es el adulterio continuado no parece, por pura lógica, una forma de despertar la conciencia.
En efecto, lo normal es que el cónyuge públicamente desleal con sus votos matrimoniales sacramentales que no se ve amonestado ni implícita ni explícitamente en su comunidad de fe, entienda que no está obrando incorrectamente.
Gracias por sus bendiciones. Dios le bendiga también abundantemente, a usted y los suyos.
Por otro lado, la cultura de Occidente se ha basado en la duda como fuente de progreso. Todo se cuestiona y ésta es cada vez más radical, afectando a la misma naturaleza del Ser Humano. No está de más decir que la Iglesia ha sido permeable a esta metodología de dudas.
Saludos y bendiciones
Ahora hay una gran inquietud por el tema del sínodo, como si, de repente, algunos obispos se hubieran vuelto locos proponiendo incompatibilidades con la doctrina de la Iglesia.
Sin tener que irnos a Alemania, aquí en España, se han permitido matrimonios, miles de ellos, que no cumplen con lo que la Iglesia establece para que se puedan celebrar.
A lo sumo, se ha tenido cuidado con los aspectos formales. Papeleo, partidas de bautismo, cursillos prematrimoniales, etc, para que el sacramento tuviera un aspecto digno, pero se ha ignorado por completo discernir sobre las disposiciones de los contrayentes.
Las discusiones de los últimos 15 años en este sentido han ido circulando sobre la utilidad del momento de la boda para hacer apostolado. Es decir, aprovechamos el hecho de que una pareja se quiere casar para hablarles - con buenismo, por supuesto - de Dios, a ver si así se convierten.
¿Y si no se convierten?
Es lo mismo, se les casa igual, a ver si así se convierten.
Y no lo hacen.
Pero eso no es lo que dice la Iglesia. San Pío X en su catecismo - ojo, texto Magisterial, no enseñanza privada - dice:
"Para contraer lícitamente el matrimonio cristiano es necesario estar libre de los impedimentos impedientes del matrimonio, saber las cosas principales de la religión y hallarse en estado de gracia, de otra manera se cometería un sacrilegio."
La Iglesia ha casado a miles de parejas que no tenían ni idea de las cosas principales de la religión, y a miles de bautizados que no estaban en estado de gracia SIN HACER LA MÁS MÍNIMA MENCIÓN DE SU ILICITUD.
Es más, se ha defendido la innecesariedad de ello, y se HA NEGADO QUE SE COMETA UN SACRILEGIO HACIENDO TAL COSA.
Cierto es que ha habido excepciones a lo anterior, pero muy contadas.
Cuando se sabe que un bautizado estaba en pecado público - entre otras cosas es el propio contrayente quien lo manifiesta sin problemas, no hay que juzgar nada - simplemente se suprime la Eucaristía de la ceremonia, y tan a gusto.
Una vez que esto se ha institucionalizado, una vez que uno se puede casar por la Iglesia cumpliendo exclusivamente con papeleo,porque de otra forma empezaría a haber tensiones pastorales, pues unos obispos que tienen tensiones pastorales con el tema de la comunión a los divorciados, proponen la misma solución para su problema.
A saber: que la recepción de la Eucarístia condicionada a situaciones morales no sirve para evangelizar. Así que, Eucarístia para todos.
Es un tanto desconcertante ver ahora a aquellos que defienden que los que viven en fornicación hasta el día de antes de la boda, sin arrepentimiento alguno, pueden casarse saludablemente, desasosegarse porque otros piden que los adúlteros puedan comulgar.
Esto no va por Vd, puesto que no sé si ha dicho algo sobre este asunto.
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LA
Es una interesante reflexión.
Ese es el debate que debería estar sobre la mesa de nuestra Iglesia ahora, y no el de dar la comunión a recasados sin arrepentimiento sincero.
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