La Iglesia siríaca (IV)
El conciliábulo de Éfeso
Gracias a la influencia en la corte del eunuco Crisafio (discípulo y ahijado de bautismo de Eutiques), el emperador Teodosio II simpatizó con las doctrinas del archimandrita caído y puso a Dióscoro de Alejandría al frente del concilio ecuménico que se celebró en Éfeso en abril de 449 d.C, con objeto inmediato de tratar la deposición y excomunión de Eutiques en el sínodo de Constantinopla del año anterior, pero realmente para debatir la doctrina de la única naturaleza de Cristo (monofisismo), propugnada por aquel.
Asistieron 198 obispos, pero sólo 2 occidentales: un tal Julio, de sede desconocida, y el diácono Hilario, representante del papa León el Magno. Ni al patriarca Flaviano ni al acusador Eusebio de Dorilea se les permitió comparecer. El delegado papal solicitó que se escuchara la carta escrita por León el magno a Flaviano acerca de la cuestión de las dos naturalezas de Cristo (el célebre Tomus Leonis, que resumía la doctrina ortodoxa), pero Eutiques, con la complicidad del presidente Dióscoro, no lo permitió, acusando a León de haber recibido sobornos de Flaviano. En los siguientes días se presentaron y juzgaron las actas del sínodo constantinopolitano, y Eutiques (que había comenzado el concilio recitando la profesión de fe de los concilios ecuménicos de Nicea y Constantinopla) pronto dominó las sesiones, auxiliado por Juvenal de Jerusalén: reveló defectos de forma en el procedimiento que le condenó, y afirmó que Flaviano ya tenía su deposición y excomunión firmada antes de que concluyera el sínodo.
Pronto el concilio devino en tumultuario: alentados por los monjes egipcios dirigidos por Barsumas (corifeo de Eutiques), y cuya presencia fue alentada por el propio Dióscoro, algunos de los presentes gritaron que debía absolverse al archimandrita de inmediato, otros afirmaban la naturaleza única de Cristo, clamando que la doble naturaleza “era nestorianismo”, uno incluso pidió “quemar a Eusebio”. Ciento catorce testimonios de presentes recogidos en las actas absolvían a Eutiques. A Flaviano y Eusebio no se les permitió defenderse, y fueron condenados. Domno II fue depuesto de su sede, pese a que intentó hacerse perdonar votando con la mayoría. Ibas de Edesa, el campeón difisista, fue asimismo condenado y depuesto (también bastante tumultuariamente) tras leerse su carta a un obispo mesopotámico en la que defendía la ortodoxia de Nestorio. Por el mismo motivo fueron depuestos Ireneo de Tiro, Aquilino de Biblos y Sofronio de Tella. Por último, fue depuesto también el insigne Teodoreto de Ciro (ya exiliado el año anterior por Teodosio II, muy inclinado al monofisismo por influencia de Crisafio) por escribir el Eranisto contra los errores de Eutiques. Es significativo que todas las acusaciones contra los obispos sirios difisistas fueron documentadas y presentadas por un grupo de monjes sirios.
Flaviano, Eusebio y Teodoreto apelaron al papa León contra las decisiones del segundo concilio de Éfeso. El legado papal, al que no se había permitido presentar el Tomus, se negó a firmar las actas, logrando escapar con dificultades de la furia de los monjes egipcios de Dióscoro. A la conclusión, y al regresar a sus sedes, muchos de los presentes denunciaron haber sido coaccionados por los organizadores del concilio (escandalosamente respaldados por la propia guardia imperial). La controversia difisista había exacerbado los ánimos hasta trastornar completamente a toda la Cristiandad Oriental: dos de los tres patriarcas de Oriente habían sido depuestos por el de Alejandría. Juvenal de Jerusalén obtuvo la elevación de su sede a patriarcado, y usurpó varias diócesis a Antioquía.
El emperador firmó las actas, dándoles carta de edicto. Dióscoro nombró al sacerdote constantinopolitano Máximo como patriarca de Antioquía (y a su secretario Anatolio como patriarca de Constantinopla), y en su marcha hacia la capital emitió un decreto excomulgando al papa León el Magno por oponerse a las decisiones del concilio y defender nestorianos. Durante un año, el Imperio Oriental fue oficialmente monofisista.
Y es que en aquel momento crítico para la Iglesia, nuevamente el papado sirvió de sólida roca sobre la que se pudo salvar la fe. León, tras recibir las noticias de su legado acerca del encuentro sinodal, lo declaró nulo, dándole el famoso nombre de “Latrocinio de Éfeso”. Asimismo, excomulgó a Dióscoro, rehabilitó a todos los condenados (Flaviano había muerto asesinado pocos días después del fin del concilio), salvo a Damno II, que declinó para regresar a su monasterio, y envió una carta a Teodosio II, advirtiéndole de las consecuencias del conciliábulo de Éfeso.
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El concilio de Calcedonia. La ruptura de la Iglesia en Oriente
Todo cambió el 28 de julio de 450. Ese día el emperador Teodosio II murió sin hijos. Su devota hermana Pulqueria, el miembro fuerte de la familia, tomó el poder. Su primera decisión fue despedir a Crisafio, y posteriormente se casó con Marciano, jefe de la guardia imperial y católico convencido, al que elevó a la púrpura imperial. Los restos de Flaviano fueron transportados solemnemente a Constantinopla, y enterrados con honores. Con ello terminó de un plumazo la influencia monofisista en la corte. Ambos comandaron un decidido retorno de la Iglesia en Oriente a las tesis de Nicea. Pulqueria escribió al papa León pidiéndole consejo. Este le remitió su Tomus, y le aconsejó un nuevo concilio ecuménico para clarificar la doctrina sobre la hipóstasis de Cristo, que debería realizarse en Italia para evitar las influencias de los monjes orientales en las discusiones, y para que los obispos occidentales, cuyas sedes estaban en constante peligro por los ataques de los germanos (precisamente en 451 tuvo lugar el famoso encuentro entre el papa y el rey huno Atila, por el que este renunció a atacar Roma), no hubiesen de abandonarlas.
Pulqueria aceptó el Tomus, pero se mantuvo firme en que el concilio se realizaría en oriente, como habían sido todos los ecuménicos. Su sede sería Calcedonia de Bitinia, una ciudad del Bósforo, justo enfrente de la capital imperial.
Las cosas se habían puesto más difíciles para Dióscoro también en su relación con los monofisistas. Tras hacer una confesión de fe ortodoxa en el conciliábulo de Éfeso, Eutiques había vuelto a las andadas, proclamando en sus últimos escritos que en Cristo la naturaleza divina había absorbido a la humana, de modo que no se podía hablar de Jesús de Nazaret como propiamente humano (monofisismo estricto). Eso chocaba con la hipóstasis alejandrina enseñada por san Cirilo, y Dióscoro acabó excomulgándole.
Mientras el monofisismo de Eutiques defendía que en Cristo la naturaleza divina había absorbido a la humana (haciendo de ese modo que no se pudiera decir que Jesús había sido realmente hombre salvo en apariencia), la doctrina desarrollado por Dióscoro y la escuela alejandrina afirmaba que en una persona sólo podía haber una naturaleza, pero esta era resultado de la fusión o mezcla de la divina y la humana, de forma que la naturaleza de Cristo era humana y divina a la vez (lo cual se vino a llamar miafisismo, aunque también miofisismo o henofisismo).
El concilio se inició en octubre de 451, bajo la autoridad de Marciano y la presidencia de Anatolio de Constantinopla, con 370 obispos representados (incluyendo muchos depuestos en Éfeso II y repuestos por el emperador), y entre ellos, nuevamente, sólo 2 occidentales. A diferencia de lo ocurrido en Éfeso unos años atrás, se dio lectura primeramente al Tomus de León el Magno, y los obispos exclamaron: “Pedro ha hablado por boca de León; esa es nuestra fe; esa es la fe de los Apóstoles”, confirmándolo como la creencia ortodoxa de la Iglesia, cuando Marciano pidió un nuevo credo que definiera la hipóstasis de Cristo. Asimismo, el venerado ermitaño Simón el estilita envió también una carta abogando por la ortodoxia, que fue escuchada con gran respeto.
En las sucesivas sesiones se crearon comisiones para cotejar las enseñanzas de san Cirilo y León el Magnopara extraer la doctrina correcta, pues algunos obispos pensaban que existían contradicciones, llegando a la conclusión de que eran compatibles. Así pues, el concilio estableció definitivamente la creencia de que en la única persona de Cristo existían dos naturalezas, una humana y otra divina, similares y diferenciadas, “sin confusión, sin cambio, sin división, sin separación, en modo alguno borrada la diferencia de naturalezas por causa de la unión”. Esta definición hipostática fue la considerada ortodoxa, y ha subsistido hasta el día de hoy como la correcta en la Iglesia católica, la ortodoxa y la mayoría de las protestantes. Además de esta definición y diversos cánones disciplinarios, el concilio equiparó Constantinopla al mismo nivel de primacía que Roma en el canon 28, lo que demuestra que la sede petrina lo poseía previamente (como se ve en las actas de Nicea). El papa no aprobó esta disposición, ya que sus legados no habían estado presentes durante su discusión. Asimismo, el tornadizo metropolitano Juvenal apoyó el concilio como había apoyado el de Éfeso II, y devolvió a Antioquia el gobierno sobre las sedes de Fenicia y Arabia, que había usurpado en aquel conciliábulo, logrando con ello que los padres confirmaran la autocefalia de Jerusalén con respecto a Antioquia, convirtiéndola oficialmente en patriarcado. De ese modo, Palestina quedó separada de la historia de la Iglesia siríaca.
Dióscoro fue juzgado por su actuación en el conciliábulo de Éfeso y por su defensa del miafisismo (que era confundido con el monofisismo de Eutiques por la mayor parte de los padres conciliares), depuesto y desterrado en una reunión en la que, significativamente, faltaron la mitad de los obispos que habían asistido a las discusiones doctrinales y disciplinarias, mostrando con ello que la desaprobación a los actos de Dióscoro no era unánime.
Trece obispos egipcios se negaron a firmar las actas del concilio. Para ellos, sus conclusiones suponían un retorno al nestorianismo. Comenzaba el gran cisma de la Iglesia de Oriente.
Dióscoro murió en el exilio en 454. Los obispos egipcios que eran partidarios secretos suyos, eligieron otro patriarca en su sustitución, por encima del nombrado por el Concilio de Calcedonia, de modo que con ese gesto se creaba la Iglesia ortodoxa egipcia, más conocida como Iglesia copta. De ella nos ocuparemos en otra serie de artículos.
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Siria, campo de batalla entre católicos y miafisistas
No sólo en Egipto. En Siria el rechazo a las disposiciones del concilio de Calcedonia fueron muy grandes, y pronto generaron un nuevo conflicto interno, otro más en la larga historia de divisiones de la región.
En 453 Máximo II intercambió correspondencia con León, patriarca romano, buscando su alianza contra la preeminencia política del patriarca de Constantinopla y la rivalidad con el recién creado de Jerusalén. Se conserva la respuesta del papa, en la que elogia su firme defensa de la ortodoxia cristológica. A pesar de ello, sólo dos años más tarde Máximo II fue depuesto por motivos desconocidos por el pueblo y clero de Antioquia.
Fue elevado en su lugar Basilio de Antioquia (456-458), de cuyo breve gobierno sólo se conoce que recibió una carta de Simeón el Estilita exhortándole a contestar afirmativamente a la encuesta del emperador sobre la adhesión a las actas del concilio de Calcedonia. Durante su sucesor Acacio (458-461) se produjo la muerte del santo ermitaño, el 27 de septiembre de 459, tras 37 años sobre su columna. Acacio ofició la misa funeral junto a ella, y su cuerpo fue trasladado a Antioquía en un féretro de plomo, en una gran procesión de tres días de duración compuesta por el patriarca, varios obispos, gobernadores militares, cientos de monjes y miles de fieles, que hubieron de ser repelidos por las tropas imperiales de escolta, para evitar que destrozasen el cuerpo del santo en busca de reliquias. Su canonización popular y la veneración de su memoria fue inmediata, suscitando numerosos imitadores de su mortificación en los siglos siguientes. Años más tarde, sus despojos marcharían a Constantinopla, aunque el patriarca antioqueno logró que algunas reliquias permanecieran en Siria. Asimismo, se construyó un complejo monástico alrededor de donde había permanecido su columna, cuyos restos todavía se conservan hasta hoy.
Para entonces, resultaba evidente que la influencia de los monjes miafisistas había hecho que buena parte del clero y fieles de Siria rechazasen las conclusiones y condenas del concilio de Calcedonia. Alentados por la desobediencia de muchos obispos egipcios, amenazaron pronto la paz de la Iglesia. Como veremos, subyacía tras este conflicto un cierto enfrentamiento entre la élite de teólogos helenizados de la Escuela de Antioquia (donde había nacido, no lo olvidemos, el difisismo de Teodoro y Nestorio), relacionados en cierto modo con la nobleza y el poder imperial de Antioquia, y el pueblo llano arameo, cuya religiosidad estaba orientada en mayor medida por los ermitaños y los monjes (muchos de ellos de extracción social baja): su vida austera y cercana a los más humildes les había ganado la confianza del pueblo.
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Ortodoxia y miafisismo en el trono imperial
El emperador Marciano (viudo de Pulqueria desde 453), había muerto en 457, terminando de este modo la dinastía teodosiana. Su padrino político, el general germano Aspar, elevó en su sustitución a otro militar, el tracio León, católico convencido, que fue el primer emperador en recibir su corona de manos del patriarca de Constantinopla, inaugurando así la consagración del poder imperial (en imitación de la unción del rey David por el profeta Samuel). León se vio pronto empeñado en otros problemas de estado (desde cómo desembarazarse de Aspar y sus soldados germanos, a repeler las invasiones de hunos y ostrogodos). Para ello se apoyó en los isaurios, una tribu que vivía en las montañas al norte de Cilicia, es decir, fronterizas por el oeste con Siria. Apadrinó a su caudillo con el nombre de Zenón, casándole con su hija Ariadna y elevándolo a jefe de la guardia imperial. Los primeros intentos de sustituir a Aspar fracasaron, y el emperador juzgó prudente alejar a su protegido de la corte y enviarlo a la frontera siria en 463.
A la muerte de Acacio había sido elevado el presbítero Martirio al solio patriarcal. Acompañaba a Zenón en su nuevo destino antioqueno cierto Pedro, apodado “el curtidor” por ser su oficio antes de profesar como monje en el monasterio bitinio de Gomon. Expulsado de allí por sus creencias miafisistas, marchó a Constantinopla, donde ganó la amistad del protegido del emperador. Este le puso al frente de una parroquia en Calcedonia, pero fue repudiado por hereje y hubo de partir con Zenón. Hombre astuto, Pedro detectó el descontento del pueblo y los monjes con el patriarca, y alentó en ellos la idea de que era un nestoriano. Logró así que- con el apoyo de las tropas de Zenón- una algarada depusiera tumultuariamente a Martirio y le elevara a la sede metropolitana a él en 469, convirtiéndose en el primer patriarca miafisista de Antioquía. Lo primero que hizo fue convocar un sínodo provincial para recusar las conclusiones del concilio de Calcedonia, añadiendo en la oración del Triasgion las palabras “y fue crucificado por nosotros”. La discordia se encendía una vez más en la Siria.
La deposición ilegítima hizo marchar a Martirio a Constantinopla a quejarse ante el emperador, contando con el apoyo de Genadio, patriarca constantinopolitano. León no deseaba confrontarse con el protegido de su ahijado, pero finalmente permitió un sínodo en Constantinopla, que dio la razón a Martirio y le repuso en la sede antioquena. Su regreso se convirtió en un infierno, con las maniobras continuas de los partidarios del curtidor (apoyados por Zenón) contra él. Martirio finalmente abandonó la sede en 470 y volvió a quejarse a Constantinopla. León se enfureció por el desprecio a su autoridad, y depuso y exilió a Pedro a un oasis. Este huyó, y fue elegido como patriarca el católico Juliano en 471. En 474 murió León, y Zenón, nuevo emperador (Aspar y los suyos habían sido definitivamente eliminados unos años antes), permitió a Pedro residir en Constantinopla siempre que prometiera no causar más disturbios. Pedro vio su oportunidad en 476, cuando el patricio Basilisco (hermano de la emperatriz viuda Verina) usurpó el trono imperial poniendo en fuga al isaurio Zenón. Por influencia de su esposa, Basilisco se hizo miafisista, publicando un edicto, llamado Encyklion, en el que derogaba las actas del Concilio de Calcedonia. Nada menos que 500 obispos orientales suscribieron ese documento, lo que daba razón de la popularidad de Dióscoro o de la sumisión episcopal a los dictados del emperador. A diferencia del nestorianismo, más elitista, el monofisismo contaba con una no despreciable cantidad de clero y fieles que lo apoyaban en oriente.
Basilisco repuso en el solio a todos los obispos no calcedonianos depuestos. Eso incluyó a Pedro, que no dudó en traicionar a su antiguo protector, apoyando al nuevo emperador. Su regreso a Antioquia supuso de nuevo el triunfo del miafisismo y la persecución a los ortodoxos, apoyado por la mayoría del pueblo. El depuesto Juliano murió poco después, y Pedro comenzó a ordenar obispos y metropolitanos miafisistas en toda Siria, para afirmar su poder.
Basilisco cayó al año siguiente (en parte por el rechazo del pueblo de Constantinopla a su condena del concilio de Calcedonia), retornando Zenón, y Pedro fue depuesto por colaboración con el traidor. No obstante, el clero de la provincia era hechura suya, y en un sínodo eligieron para sustituirle a Juan II de Antioquia, uno de sus corifeos miafisista, al que había designado como obispo de Apamea, pero de donde había tenido que regresar al ser rechazado por todos.
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El Henotikon, intento de reconciliación imperial
Sabiendo que había sido repuesto gracias al apoyo de los católicos, Zenón moderó sus simpatías miafisistas. Preocupado por la división abierta que existía en las provincias egipcia y siria- con la debilidad que ello suponía frente al enemigo persa- buscó junto al patriarca de Constantinopla, Acacio (que no había firmado el Encyklion y tenía fama de moderado), una forma de conciliación que no supusiera el triunfo absoluto de la ortodoxia o el monofisismo. Acacio, que aspiraba a lograr que la reconciliación situase a la sede imperial como cabeza de la Cristiandad (suplantando el papel tradicional que había tenido Roma hasta entonces), se reunió con Pedro Mongo, patriarca de Alejandría y cabecilla visible de los monofisistas. Entre ambos elaboraron un resumen de la fe que contenía la cristología de Nicea, Constantinopla y Éfeso, los doce anatematismos de san Cirilo, que definía la doble divinidad y humanidad de Cristo pero sin hablar de su naturaleza. Este compromiso (que además negaba explícitamente las enseñanzas de Calcedonia, al ser el único concilio ecuménico que no recoge), fue suscrito por el emperador, que lo publicó en 482 en forma de carta a los obispos y fieles de Egipto, y que recibió el nombre de Henotikon.
Con este documento, que aunaba el consenso de las supuestas cabezas de ortodoxia y monofisismo, pretendía el emperador volver a la paz religiosa al imperio. La recepción del mismo, no obstante, fue dispar. La mayoría de los obispos de Oriente lo firmaron (como la mayoría había firmado el monofisista Encyklion), pero muchos lo rechazaron. No sólo entre los católicos: el mismo clero monofisista de Alejandría desairó a su propio patriarca, rechazándolo en su mayoría por ser una “cesión a Calcedonia”.
Apenas tres meses después de su entronización, el clero antioqueno había depuesto a Juan II. Pedro el curtidor vio su oportunidad, y obtuvo el perdón imperial firmando el Henotikon, tras lo cual fue nuevamente repuesto en la sede. El papa Félix III (que había condenado el edicto por apartarse de Calcedonia) le depuso y excomulgó en el mismo sínodo romano de 484 que depuso a Acacio y todos los que firmasen la encíclica imperial. El patriarca Acacio excomulgó a su vez al papa, iniciándose el llamado cisma acaciano. Por vez primera en la historia de la Cristiandad, el patriarca de Constantinopla rechazaba la autoridad espiritual del de Roma. Pedro siguió gobernando Siria del mismo modo, deponiendo obispos calcedonianos para elevar miafisistas.
Murió en 488, y dejó el poder de la silla de Antioquía más débil. Además de la pérdida de las provincias palestinas tras la elevación de Jerusalén a patriarcado, había fracasado en su intento de recuperar la autoridad sobre los obispos de Chipre, que el concilio de Éfeso (431) le había arrebatado. Peor aún, se produjo durante su gobierno la ruptura con la iglesia bajo la autoridad del shah persa. En 424, los obispos de Mesopotamia se habían separado de la autoridad del patriarca de Antioquia, elevando su propio patriarca y creando la Iglesia de Oriente. Por influencia de los discípulos de Ibas, en 486 definieron en un sínodo regional el difisismo como la cristología correcta, provocando el cisma definitivo con la Iglesia. Los desgarros internos y los problemas no cesaban en la primera de las iglesias de la gentilidad.
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Miafisismo y ortodoxia. La influencia de la corte
Pocos datos se conocen sobre Antioquía en los años que siguieron a la muerte de Pedro, marcados por los conflictos entre ortodoxos y miafisistas. Parece que los primeros cobraron ventaja, y lograron elevar a la sede a Esteban II (490-493 d.C), un obispo calcedoniano. También lo fue su sucesor, Esteban III, que murió asesinado en 495, en el transcurso de una revuelta de los miafisistas, que pusieron en su lugar a Calandiolo. Apenas duró un año, antes de ser depuesto por Juan II, que buscó una segunda oportunidad. Pero era impopular, y en 496 hubo de dejar la sede definitivamente y marchar al obispado de Tiro. En su lugar fue nombrado un miafisista moderado, Paladio (496-498 d.C), que firmó el Henotikon, y protegió a Filoxeno, un famoso predicador sirio, elevado al obispado por Pedro el Curtidor.
Zenón había muerto en 491, y fue sucedido por Anastasio, tesorero imperial, a quien escogió la emperatriz Ariadna casándose con él. El nuevo emperador era miafisista, y mantuvo su apoyo al Henotikon como forma de lograr la unidad religiosa del imperio oriental y resolver las diferencias. Así lo impuso a Flaviano II de Antioquía (498-512 d.C), sucesor de Paladio, que había ensayado un intento de conciliación teológica entre ambos bandos. Finalmente se plegó a la petición de Anastasio, firmando el edicto. No obstante, su gobierno fue turbulento. Entre 502 y 505 tuvo lugar una nueva guerra fronteriza en Siria contra los persas, y en 511 d.C los partidos ortodoxo y miafisista lucharon en las propias calles de la capital. Flaviano favoreció a los calcedonianos y perdió por ello el apoyo imperial. Un sínodo de obispos miafisistas en Sidón, en 512, le depuso y le exilió a la bella ciudad de Petra.
Anastasio escogió para sucederle a Severo, un monje de Gaza de creencias monofisistas que había provocado un enfrentamiento sangriento entre calcedonianos y no calcedonianos en las calles de Alejandría. El mismo día de su entronización anatemizó el concilio ecuménico de Calcedonia y firmó el Henotikon. Ferviente anticalcedoniano, entró en comunión con los patriarcas miafisistas de Alejandría y Constantinopla, y logró el exilio del de Jerusalén (Elías), que se resistía a reconocerle como superior; también anatemizó a los obispos calcedonianos que aún quedaban en Siria.
En 518 murió Anastasio (su esposa había fallecido unos años antes) sin descendencia. Con él terminó la dinastía llamada tracia. Fue sucedido por el jefe de su guardia, un ilirio llamado Justino, que era firme católico. De inmediato convocó un nuevo sínodo en Constantinopla, que anatemizó a los detractores del concilio calcedoniano. Severo fue el primero en caer, huyendo a Alejandría para evitar la prisión. Los ortodoxos sirios elevaron a Pablo II (llamado el Judío) en su lugar, pero los miafisistas (encabezados por Filoxeno) siguieron considerando a Severo como el patriarca legítimo. Se ponía la simiente del gran cisma de la Iglesia siria.
Pablo II inició una gran persecución de miafisistas, encontrando enconada oposición, muy particularmente entre los monjes cenobitas, que tanta influencia poseían, y que en su casi totalidad se opusieron a los calcedonianos. En 521 d.C, agotado, Pablo II resignó su dignidad, y fue sucedido por Eufrasio de Antioquía. Era originario de Jerusalén, y durante sus siete años de gobierno suavizó la persecución a los miafisitas, muriendo en un terremoto habido lugar en Antioquía el año 528. Fue elevado en su lugar Efraím de Amida (528-545), antiguo conde conocido posteriormente por sus obras teológicas (hoy en día perdidas), citadas por Juan Damasceno o Focio. Era ortodoxo, seguidor estricto de san Cirilo, y (además de algunos tratados de escriturística) fustigó en sus obras principalmente contra la teología de Severo y sus corifeos.
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Teodora y Jacobo Baradeo. El cisma de la Iglesia siria
Justino había muerto en 527, y le sucedió su sobrino Pedro Sabacio, al cual había dejado al cargo del gobierno durante sus últimos años, y que tomó el nombre de Justiniano en homenaje a su tío y mentor. Este emperador pasó a la historia por su intento de reconstruir el imperio romano clásico, y por sus grandes obras edilicias, sobre todo en la capital. En lo religioso era tan firme ortodoxo como su tío, pero casó con Teodora, una mujer de fuerte carácter al que algunas fuentes hacen de origen sirio (de hecho, se sabe que pasó algunos años de su juventud en Antioquía), aunque no hay unanimidad.
Teodora se había convertido al miafisismo tras conocer al patriarca Timoteo III de Alejandría, y había fundado un monasterio en Gálata para acoger a monjes miafisistas expulsados, protegiendo cuanto pudo a los caudillos no calcedonianos, incluso contra las disposiciones de su marido (incluyendo los ocho obispos sirios que se exiliaron en la persecución del patriarca Efraím). Probablemente su mayor aportación fue la amistad y protección que brindó a Jacobo Baradeo.
Jacobo nació en la región de Osroene (cuya capital era Edesa), nombre contemporáneo de la bíblica Aram Naharaim (alta Mesopotamia, al oeste de Asiria), y era por tanto arameo de cuna. Criado en un monasterio por voluntad de sus padres, pronto mostró inclinación por la vida religiosa (era célebre por su disciplina y asectismo) y el estudio de los clásicos literarios siríacos y griegos. Tras la muerte de sus padres heredó dos esclavos, a los que liberó, entregándoles la heredad y quedándose sin patrimonio. Fue ordenado sacerdote y pronto destacó por su oratoria y ardiente confesión de Cristo. Se le puso como sobrenombre Baradeo, latinización de la palabra siríaca que describe la capa de los mendigos, y que él llevaba siempre. Impresionada por su fama, Teodora le llamó a Constantinopla, pero allí despreció el lujo de la corte, viviendo recluido en un monasterio local durante quince años. Finalmente, la emperatriz le convenció de salir de su reclusión, encomendándole reconstruir la iglesia miafisista en Siria, donde estaba muy quebrantada debido a los sucesivos edictos imperiales imponiendo la ortodoxia.
En 535, Justiniano el Grande llamó a la corte al depuesto patriarca Severo, buscando una conciliación. Por influencia de Teodora se planteó reponer al miafisismo como fe imperial. Los disturbios en las calles de la capital (la parte europea del Imperio Oriental se había inclinado claramente por la ortodoxia) y la firmeza del papa Agapito, que se hallaba casualmente en Constantinopla en esos meses, dio al traste con la operación, terminando los patriarcas no calcedonianos siendo depuestos, encarcelados y exiliados en 536.
Los obispos exiliados consagraron a Jacobo Baradeo como obispo nominal de Edesa en 541, aunque en realidad le otorgaron poderes de metropolitano en toda la región siria. Jacobo se lanzó a hacer apostolado del miafisismo y reconstituir las comunidades rotas por la persecución, recorriendo a pie y con gran celo Anatolia, Siria y Mesopotamia. Su estilo de vida, su ejemplo y su palabra galvanizaron a los arameos, parte integrante fundamental del monofisismo siríaco, y les hicieron sentirse orgullosos de su fe, como distinción nacional frente al poder imperial. Por vez primera, las disquisiciones teológicas unieron sentimientos patrióticos y políticos. Allí donde iba, ordenaba sacerdotes y obispos (se dice- de forma probablemente exagerada- que llegó a consagrar 80.000 clérigos, incluyendo 89 obispos y dos patriarcas). Asimismo, unificó las diversas corrientes cristológicas que habían empezado a aparecer entre los no calcedonianos. Los obispos calcedonianos llegaron a ofrecer una recompensa por su captura.
Todo el ardor de Jacobo para la misión fracasó a la hora de gobernar la Iglesia siríaca. Dos de sus obispos, Conon y Eugenio, fundaron la secta de los “cononitas”, de corta vida, que el propio Baradeo hubo de anatemizar.
Severo murió en el exilio egipcio en 544 d.C. Los obispos no calcedonianos de Siria, encabezados por Jacobo Baradei, eligieron para sucederle a Sergio de Tella (un viejo amigo del monasterio constantinopolitano), provocando definitivamente el cisma- tanto teológico como eclesiástico- de la Iglesia siríaca.
A los miafisistas se les comenzaría a conocer como “jacobitas”, por ser discípulos y hechura de Jacobo Baradeo, y los consideraban herejes monofisistas. Por contra, los ortodoxos fueron llamados “melkitas” por los arameos, ya que para ellos representaban el partido imperial (melk- es la raiz aramea para “rey”). Ambas Iglesias (que se autodenominaban ortodoxas), jamás volverían a reconciliarse. Desde este momento, hemos de seguir sus historias por separado.
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3 comentarios
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LA
Gracias, Maga.
Finalmente, la diferencia teológica (sin dejar de ser importante, pues nos informa sobre lo que podemos atribuir a Dios o al hombre en Jesucristo) entre los precalcedonianos y los calcedonianos es si la divinidad y humanidad de la persona única de Cristo se hallan en dos naturalezas diferenciadas o en una sola. No deja de ser un detalle secundario en el plan de salvación universal de la Iglesia.
Pero ya sabemos que la teología (como cualquier otra rama del saber metafísico y aún físico) puede ser tan sólo una excusa para que el demonio siembre la semilla de la discordia entre los hombres, aún entre los creyentes.
Dios oiga sus oraciones, y se avance en los caminos de unidad.
un saludo.
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LA
Precisamente este tipo de dolorosas discusiones y cismas sirvieron, al menos, para definir con más precisión los términos cristológicos.
No tengo conocimientos teológicos suficientes para valorar el alcance de la diferencia entre afirmar que la humanidad y divinidad de Cristo residen en una naturaleza o en dos.
No obstante, recuerde que para los no-calcedonianos, también los ortodoxos y católicos somos herejes. Probablemente la diferencia es mínima, pero después de quince siglos, esa pequeña diferencia es lo que les da cohesión e independencia como comunidad eclesial e incluso política. Antes de sentarse a debatir sobre teología, esas comunidades tienen que dejar de lado esos condicionantes humanos para alcanzar la comunión. En ese sentido, el papado ha sido sin duda la institución que más pronto y con mayor profundidad se ha movido para superar los antiguos rencores, para consensuar un camino juntos.
No olvidemos en nuestras oraciones pedir por la reunión de la Iglesia
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LA
Y que algunos teólogos católicos. Por desgracia.
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