La Iglesia siríaca (III)

Las teorías antioquenas sobre la hipóstasis de Cristo. Diodoro de Tarso y Juan Crisóstomo

Tras el fin del seísmo arriano, volvió a florecer la escuela teológica de Antioquia. Por entonces la regía Diodoro de Tarso, natural de la ciudad. Era discípulo de sus predecesores Silvano de Tarso y Eusebio de Emesa, y siguiendo las costumbres de los teólogos antioquenos, había pasado una temporada aprendiendo filosofía en Atenas, y varios años de su vida dedicado a la oración y el estudio escriturístico en una comunidad monástica.

En 378 fue elevado a la sede de Tarso de Cilicia, y puesto al frente de la Escuela de Antioquia hasta su muerte en 392 d.C, donde destacó como exegeta literalista o gramatical de las Escrituras, firmando las actas del concilio de Constantinopla de 381 como maestro de la ortodoxia nicena. Asimismo, en sus escritos contra los apolinaristas enfatizó la naturaleza humana de Cristo. Tuvo numerosos alumnos ilustres, entre ellos a Teodoro de Mopsuestia, aunque el más brillante fue Juan, predicador de la Basílica metropolitana durante el gobierno de Flaviano.

El sacerdote Juan de Antioquía fue autor entre 386 y 397 de seis libros sobre el sacerdocio, infinidad de homilías (las más célebres dedicadas a los evangelios de Mateo y Juan), así como ocho discursos contra los judaizantes. Había estudiado con los más prestigiosos profesores paganos: el filósofo Andragatio y el retórico sofista Libanio de Antioquía (“el pequeño Demóstenes”), antes de que (incitado por Melecio) fuese alumno de Diodoro de Tarso. Los años de juventud pasados en la vida monástica, le hicieron apóstol de la austeridad, y criticaba acerbamente el despilfarro y la corrupción. Por voluntad expresa del emperador Arcadio (hijo de Teodosio), que había heredado el imperio oriental en 399 d.C, fue consagrado obispo a la muerte del patriarca Nectario y elevado a la sede de Constantinopla, donde con el tiempo fue conocido por Juan Crisóstomo (“boca de oro”) por su elocuencia. Allí sufrió la inquina de los poderosos, particularmente de la emperatriz, por su crítica al lujo y al abuso de los más pobres. Por esa razón el pueblo le amó. Su caída vino por mano de Teófilo, patriarca de Alejandría, que celoso de su privanza le acusó de origenista, logrando (con el apoyo de la emperatriz Eudoxia) el exilio de Juan tras dos sínodos y numerosos disturbios provocados por el pueblo fiel, que amaba a su metropolitano antioqueno.

En el monasterio de Euprepios no sólo coincidieron Diodoro y Juan, sino también otros colosos de la teología siríaca, como el obispo Barsauma de Nisbis (que tanta influencia tendría en el cisma de la Iglesia de Oriente, véase este artículo), un joven Teodoreto de Ciro y, sobre todos ellos, Teodoro de Mopsuestia.

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El difisismo. Teodoro de Mopsuestia

Teodoro (consagrado obispo de Mopsuestia de Cilicia en 392) representa en cierto sentido el pináculo del pensamiento de la Escuela de Antioquia, de cuya teología es considerado principal portavoz. Como su amigo Juan Crisóstomo, propugnó un ascetismo piadoso; como su maestro Diodoro, dirigió sus escritos apologéticos contra todos los herejes de su época (origenistas, arrianos, macedonianos), pero sobre todo contra los apolinaristas, iniciando la polémica hipostática. Si el IV había sido testigo de los debates en torno a la Trinidad (sobre todo a la relación entre el Padre y el Hijo), el V quedó marcado por la controversia en torno a la relación entre las dos naturalezas de Cristo (hypostasis):

+Para combatir el arrianismo, Apolinar de Laodicea había despojado a Cristo de alma, convirtiéndolo en un simple cuerpo “invadido de divinidad”. Teodoro insistió en que la naturaleza humana de Cristo tenía alma racional, y que era en todo igual al resto de los hombres salvo en el pecado; como nosotros, había tenido que luchar contra la concupiscencia.
+Para Teodoro, la hipóstasis se producía sin mezcla de ambas naturalezas: el Logos divino y el Jesús humano nacido de María estaban separados, aunque íntimamente relacionados; el Logos habitaba en Jesús como en un templo. A esa relación íntima dio el nombre de prosopon (que en griego podía significar individuo o máscara). El prosopon del Hijo sería una voluntad de unión, que no mezclaría ambas naturalezas. Por tanto, a la Voluntad se podían atribuir las cualidades divinas y humanas, pero no a ambas naturalezas por separado. Como consecuencia de esta hipótesis, había que despojar a Cristo de varias características atribuidas previamente, entre las que llamó la atención principalmente que Teodoro negaba que la Virgen María hubiese dado a luz a Dios (Encarnación), sino sólo a la naturaleza humana de Cristo (anthropotokos).
+Consideraba el pecado original causa de la muerte y de la inclinación del hombre hacia el mal, pero no tenía claro que se transmitiese a la raza humana por vía de generación (fue precursor en cierto modo del pelagianismo, a varios de cuyos seguidores, como el obispo Julián de Eclana, dio asilo cuando fueron expulsados en 418 por el papa Zósimo).
+Mantuvo con firmeza la tesis literalista en la interpretación de las Sagradas Escrituras, ajustándose al sentido propio del texto y sus circunstancias, y criticando el alegorismo alejandrino. Asimismo, consideró no canónicos los libros de Job, Cantar de los Cantares, Crónicas I y II, Esdras y las Cartas católicas del Nuevo Testamento.

En 392 participó en el Concilio provincial de Constantinopla. Allí, el emperador Teodosio, a ruegos del pueblo que le había oído predicar, obtuvo de él que se quedara en la capital, donde residió hasta su muerte en 428. Teodoro fue considerado el más grande teólogo de su época, y en vida no recibió sanción eclesiástica alguna por sus tesis.

Sus discípulos en la escuela de Antioquía propagaron sus tesis por todo el imperio de Oriente. Entre ellos descolló Nestorio, nacido alrededor de 385 en Germanicia (actual Kahramanmaras, sur de Turquía), en la frontera entre la llanura Siria y la montaña capadocia. Al igual que sus maestros, Nestorio pasó varios años en el monasterio de Euprepios tras su formación teológica con Teodoro, al que siguió a Constantinopla, donde también ganó fama como predicador. Ambos hicieron que durante esos años la teología de la Escuela de Antioquía fuese la predominante en la corte y la capital del imperio oriental.

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El escándalo del patriarca Porfirio. Fin del cisma antioqueno

Mientras, en Antioquía, las escisiones habían ido resolviéndose con el tiempo: los arrianos aparentemente desaparecieron (o al menos no consagraron más patriarca en Antioquía tras la deposición de Doroteo en 381 d.C), y los apolinaristas no volvieron a tener patriarca tras la muerte del prestigioso Vitalio II en 384 d.C. Flaviano se había convertido en patriarca único de Antioquía tras la muerte de Evagrio en 393, pero eso no quería decir que no siguiesen existiendo disensiones. A su muerte en 404 d.C de Flaviano, los nicenos melecianos de Antioquía desearon elevar al solio a Constancio, amigo de Juan Crisóstomo, precisamente por esa época depuesto y desterrado de Constantinopla por orden de la augusta Eudoxia.

Queriendo evitar a toda costa el acceso de los partidarios de su enemigo a cargos de influencia, la emperatriz ordenó a uno de sus favoritos, el inteligente y mundano Porfirio, marchar a Antioquía a ejecutar la orden de destierro de Constancio, que huyó a Chipre. Aprovechando que la mayor parte del pueblo se hallaba en los juegos que se ofrecían en el circo, Profirio se presentó en la basílica metropolitana y, con el auxilio de los eustacianos, y una pequeña facción de obispos y clero catedralicio favorable, fue consagrado clandestinamente patriarca de Antioquía. Al conocer el hecho a la mañana siguiente, los levantiscos antioquenos quemaron el palacio de Porfirio con él dentro, aunque logró escapar. Auxiliado por los legados imperiales, promovió a jefe de la guardia curial a un amigo suyo, que reprimió brutalmente los disturbios.

La querella quedó instalada de nuevo en la ciudad. Porfirio era hombre inteligente, prudente y versado en las Escrituras, pero venal y corrupto. El apoyo del partido imperial en la ciudad no fue suficiente para reconciliarle con los fieles “melecianos”: los obispos y clérigos que le habían apoyado inicialmente le abandonaron y el pueblo acudió a servicios clandestinos. Advertido de lo ocurrido, el propio papa Inocencio no reconoció su elección. El patriarca, pese a multiplicar ofertas de perdón y acciones represivas, no obtuvo jamás el reconocimiento de los cristianos sirios. Hubo de desahogar su frustración obteniendo un nuevo exilio más lejano (a la actual Georgia) del depuesto Juan Crisóstomo, al que acusaba de ser el instigador.

El fallecimiento por sobreparto de Eudoxia en 408 cambió la suerte de la ciudad. Al morir Porfirio en 412 d.C, los melecianos obtuvieron el permiso imperial para elevar al patriarcado a Alejandro de Antioquía. Rigió la sede apenas cinco años, pero logró la unificación de las corrientes melecianas y eustacianas bajo su persona en 414. Para celebrarlo, presidió una gran procesión por la ciudad de todos sus fieles, por fin reunidos bajo un sólo pastor desde el comienzo de la controversia arriana.

En 418 fue elegido en su lugar Teódoto de Antioquía, un hombre de bondad proverbial (se cuenta que en uno de sus viajes obligó a uno de sus clérigos más ancianos a cambiar con él su asno por la litera patriarcal), que acogió a los apolinaristas de la ciudad a comunión sin exigirles abjurar formalmente de sus doctrinas.

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La controversia pelagiana y mesaliana en Siria

Se diría que no existía heterodoxia de relieve en aquellos años que no afligiese a Siria; incluso se importó una herejía occidental. Tras sus controversias doctrinales con Agustín de Hipona, el monje británico Pelagio se vio obligado a salir de Cartago y recaló en Palestina a partir de 412.

Enseñaba Pelagio que el pecado original de Adán no se había transmitido a su descendencia (bondad innata del hombre), y su concepto de libre albedrío negaba en la práctica la eficacia de la Gracia divina. El obispo Juan de Jerusalén le acogió y convocó un sínodo sobre el asunto en julio de 415 a instancias del insigne eremita Jerónimo de Estridón, que había publicado en 405 su célebre versión Vulgata de la Biblia, y residía desde entonces en Belén, donde escribió un opúsculo contra Pelagio llamado Dialogus contra Pelagianos. El acusador principal fue el hispano Paulo Orosio, destacado discípulo de Agustín que- al expresarse en latín- apenas fue entendido por los obispos palestinos. Pelagio fue exonerado. Seis meses más tarde, un sínodo irregular en Dióspolis, presidido por el obispo de Cesarea Marítima (y del que fue excluido Orosio), escuchó los testimonios en su defensa que expuso el propio Pelagio (incluyendo una carta elogiosa del propio Agustín, datada de la época en la que tenían buena relación) y declararon sus enseñanzas dentro de la fe católica.

Al retornar Orosio a África, los obispos de la provincia, encabezados por Agustín, convocaron una serie de sínodos que condenaron sus enseñanzas. Con su escrito De libero arbitrio, Pelagio apeló en 417 al papa Zósimo, que no se decidió a proscribir sus proposiciones. En respuesta, Agustín convocó en 418 un sínodo en Cartago, el cual aprobó sus nueve proposiciones condenatorias de algunas afirmaciones de Pelagio, que fueron finalmente aceptadas por toda la Iglesia, provocando el fin de la herejía.

Por lo que respecta a Siria, Teódoto presidió en 424 un concilio en Antioquía que condenó las enseñanzas de Pelagio de Bretaña, desterrándolo de Jerusalén, donde vivía. También escribió una carta junto a los obispos de Siria contra la secta gnóstica de los euquites (unos antecedentes de los bogomilos medievales). Aunque nacida en Panfilia de Asia Menor, algunos de los prosélitos de esta herejía enseñaron también en Siria, donde se les dio el nombre siríaco (la forma moderna del arameo) de msallyana, mesalianos, (tanto este término como el griego significa “los que rezan”, pues eran acéfalos, orantes y sensitivistas, creyendo que se podía percibir a Dios por los sentidos). Teódoto fue uno de los metropolitanos que apoyaron la elevación de Sisinio como patriarca de Constantinopla en 426. Murió en 429 d.C, y fue sustituido por Juan, otro de los discípulos de Todoro de Mopsuestia.

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Teodoreto de Ciro

Vale la pena detenerse en otro de los protagonistas de estas décadas en la iglesia siríaca, tenido además por el último gran teólogo de las escuela de Antioquía. Teodoreto nació en Antioquía en 393 d.C. Hijo de padres nobles, se educó entre los monjes, y como sus contemporáneos teólogos sirios, recibió una sólida formación clásica, ingresando en el monasterio de Nicerta, del que salió en 423 al ser elegido obispo de la ciudad de Ciro (cerca de la actual Alepo). Discípulo de Teodoro de Mopsuestia y amigo personal de Nestorio, apoyaba muchas de sus enseñanzas, aunque difería con este puesto que sí aceptaba que a María se le pudiese llamar “Madre de Dios”. Desarrolló una impresionante apologética, con escritos que defendían la fe contra los paganos, los arrianos, los marcionitas, los macedonianos y, sobre todo, los apolinaristas. Fue participante destacado de la polémica difisista. También escribió diversos comentarios y exégesis bíblicas, sermones, cartas y, sobre todo, destacó como historiador, continuando la Historia Eclesiástica de Eusebio de Cesarea, y dejándonos una Historia de los monjes de Siria, que es nuestra principal fuente para conocer el monacato sirio.

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El monacato en Siria

Es lugar común que el movimiento eremítico (y posteriormente el monástico) tienen su origen en Egipto, a partir de san Pablo de Tebas y san Antonio Abad. Pero hay testimonios de presencia de ermitaños en Siria desde los comienzos del siglo IV. Hoy en día se cree que el movimiento monástico siríaco es más bien contemporáneo, y desarrollado independientemente (aunque con las lógicas influencias mutuas) del nilótico. Además de Teodoreto, san Juan Crisóstomo también escribió sobre el monaquismo sirio. Recomiendo a mis lectores el artículo “los comienzos del monacato cristiano”, de la bitácora “Temas de la Historia de la Iglesia”, del reverendo don Alberto Royo, en este mismo portal.

Los monjes sirios presentaban una gran variedad de hábitos de vida: los que vivían en cuevas, o en cabañas; los que habitaban a la intemperie o los que, en fin, se subían a lugares altos (como árboles o las conocidas columnas de los estilitas). Sus ascesis incluían invariablemente la privación de comida, agua o cualquier tipo de lujos, y la oración, lectura bíblica o recitación de salmos constante. Otras eran diversas: algunos permanecían en pie, arrodillados o postrados; otros velaban durante días. Los más excéntricos pacían hierbas silvestres como las reses, simulaban (o tal vez no) demencia, vagabundeaban por los campos, o se encerraban de por vida en pequeños cubículos. También hay testimonio de algunas mujeres que adoptaron tal modo de vida religiosa. El más destacado entre ellos fue Simón el estilita, nacido en Sisán de Cilicia alrededor del año 390. Pastor en su infancia, ingresó en un monasterio, del que eventualmente fue expulsado por su rigorismo extremo. Retirado a vivir en una cueva, acabó harto de las muchas personas que acudían a visitarle (y le alejaban de la oración y la ascesis), por lo que en 422 d.C fue el primero que tuvo la idea de establecer su morada en lo alto de una columna (stylos) cerca de Alepo, donde vivió los 37 años del resto de su vida. Otro anacoreta sirio relevante fue san Marón (muerto en 410 d.C), padre del eremitismo siríaco, amigo de Juan Crisóstomo y maestro de Jacobo el Grande.

La mayoría de los monjes sirios, no obstante, siguió el modo de vida cenobítico. Numerosos monasterios se establecieron en toda la región, algunos de los cuales han llegado hasta nuestros días. Destacan entre ellos el de Euprepios, extramuros de Antioquía, donde (como ya hemos visto) vivieron y se formaron numerosos obispos (varios de ellos santos), o el de Nicerta de Apamea, a unos 50 km al noroeste de Hama. Un caso mixto sería el del capadocio Eutimio el Grande, eremita vocacional que habitó en diversas cuevas y desiertos por toda Palestina, normalmente solo o acompañado de otro monje, destacando por bautizar a muchos árabes. Fue tal su fama de santidad que numerosos discípulos querían vivir con él, de modo que finalmente acabó fundando alrededor de 411 d.C el monasterio rupestre de Theoctistus (tanto la iglesia como las celdas estaban excavadas en una cueva) cerca del mar Muerto, donde vivían en comunidad y a donde se acercaba él los domingos para participar de la liturgia y ejercer la dirección espiritual. A su gran autoridad se atribuye la conversión de la emperatriz Eudoxia.

Los monasterios sirios fueron centro de saber y piedad cristianos, y adoptaron generalmente la regla de san Basilio el Grande.

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La crítica al difisismo: Nestorio y Cirilo

A la muerte de Sisinio en 428 d.C, fue elevado al patriarcado constantinopolitano el sacerdote Nestorio, el discípulo de Teodoro de Mopsuestia (muerto ese mismo año), muy admirado en la corte por su elocuencia y piedad. Nuevamente, otro alumno de la escuela teológica de Antioquía alcanzaba el patriarcado, sino más venerable ni importante, sí el de mayor peso político.

En sus primeros sermones, y para combatir el apolinarismo (que no dejaba de ser un antecedente de monofisismo), Nestorio profundizó en las ideas de Teodoro sobre la doble naturaleza de Cristo, ya aprobada por el concilio ecuménico de Nicea, pero manifestándose abiertamente difisista. Muy particularmente llamó la atención la radicalidad con la que afirmaba que no se podían atribuir a la naturaleza divina de Cristo cualidades tan plenamente humanas como el hambre, el sufrimiento, la maduración o la muerte, atributos todos ellos que en ningún caso podían aplicarse a Dios. Todas estas ideas se hallaban ya (aunque más confusas y poco desarrolladas) en los escritos de Teodoro; su asunción y defensa por parte de un patriarca las hicieron públicas y notorias, provocando el conflicto.

La afirmación que mayor relevancia tuvo fue la de que María había sido sólo madre de Jesús hombres (anthropotokos), pero era imposible que lo hubiese sido del Dios Hijo (teothokos), pues Dios no podía nacer. La veneración por María “Madre de Dios” era ya muy popular en no pocos lugares del Imperio, y las enseñanzas de Nestorio causaron gran escándalo. La primera denuncia vino de un abogado constantinopolitano llamado Eusebio (posteriormente elevado a la sede de Dorilea), que acusó de herejía al patriarca en 429 d.C. También le acusó Proclo de Constantinopla, discípulo de san Juan Crisóstomo. Pero el verdadero adversario para Nestorio fue Cirilo, patriarca de Alejandría. Pronto la polémica se convirtió en la traslación al terreno eclesial y político de las diferencias teológicas ya antiguas entre las escuelas de Antioquía de Siria y Alejandría de Egipto.

No hay mejor testimonio de la primacía del papado en la Iglesia antigua que la reacción de Nestorio: ante la avalancha creciente de críticas remitió varios de sus sermones al papa Celestio para que juzgara su ortodoxia. Aceptando el arbitrio papal, Cirilo envió a su secretario Posidonio a Roma con varios escritos refutatorios. Tras escuchar a las partes en un sínodo celebrado en Roma en 430 d.C, y basándose principalmente en el informe sobre los escritos difisistas emitido por el prestigioso asceta occidental Juan Casiano, Celestio rechazó las enseñanzas de Nestorio. Para refutarle cometió el error de dar plenos poderes a su principal enemigo, Cirilo, anunciándolo tanto al interesado como a Juan, patriarca de Antioquía. Este aconsejó a su amigo que se aviniese a aceptar la expresión theotokos, pues muchos padres la habían empleado. Nestorio le respondió afirmándose en sus proposiciones y confiando que en el concilio ecuménico previsto se aclararía su ortodoxia.

El patriarca egipcio, ahora revestido de la autoridad del papa, convocó un sínodo en Alejandría ese mismo año cuyas conclusiones no sólo reafirmaban la obligación de Nestorio de abjurar de sus errores acerca del Verbo Encarnado en 10 días (so pena de perder la comunión con ellos, esto es, ser excomulgado), sino que contenía en su conclusión los célebres Doce anatematismos, que Nestorio debía confesar para quedar libre de acusación. Esta coda condena doce proposiciones de hipóstasis no ortodoxas, entre las que se incluían algunas de las difisistas (junto a las apolinaristas, arrianas, adopcionistas, etc). Al recibir la carta, Nestorio publicamente rechazó sus acusaciones, redactó Doce antianatematismos de su pensamiento, fingió aceptar la maternidad divina de María (aunque pervirtiendo su significado) y se encomendó al concilio ecuménico por venir.

Los Doce anatematismos tuvieron la virtud de encrespar a todos los miembros de la Escuela de Antioquía, hasta ese momento conciliadores: el patriarca Juan de Antioquía, Teodoreto de Ciro o Andrés de Samosata, entre otros, rechazaron algunas de las conclusiones del sínodo egipcio, que iban más allá del reconocimiento de la theotokos (que ellos sí admitían). La ruptura entre Egipto y Siria amenazaba la paz de la Iglesia en Oriente. El emperador Teodosio II tomó cartas en el asunto y decidió la realización del concilio ecuménico que ya tenía en mente realizar, tras asegurarle el papa el envío de legados, rogando que no se condenara a Nestorio sin haberle escuchado antes. Muy significativamente, el concilio tendría lugar en Éfeso, ciudad donde la tradición afirmaba que había pasado la Virgen sus últimos años en el mundo, y donde existía una antiquísima veneración mariana.

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El concilio ecuménico de Éfeso de 431. El cisma de la Iglesia siríaca.

El 22 de junio de 431 inauguró el emperador el concilio ecuménico. Se hallaban presentes los obispos orientales, pero no Juan de Antioquía ni los legados papales. Nestorio rehusó presentarse en ambiente tan hostil hasta que no llegase su valedor, el patriarca antioqueno. Cirilo, fiado en su ascendiente, y con promesas y amenazas, forzó a continuar, logrando que los padres conciliares condenaran el difisismo, proclamaran la maternidad divina y promulgaran el decreto de deposición y excomunión de Nestorio.

Al llegar Juan el día 27 con los obispos sirios y conocer estas disposiciones, convocó un conciliábulo paralelo con sus fieles, que condenaron a Cirilo por arrianismo, y decretaron su deposición. La tensión y los disturbios en la ciudad entre partidarios de unos y otros fueron continuos. Teodosio II aceptó inicialmente las conclusiones de ambas asambleas (deponiendo a los dos patriarcas), pero finalmente aceptó reponer a Cirilo (según algunos, inducido por consejeros sobornados por el prelado). A su llegada el 10 de julio, los obispos Arcadio y Proyecto, legados del Papa, acompañados de su secretario personal, Felipe, aprobaron las decisiones del concilio iniciado el día 22. Finalmente el emperador publicó las actas del concilio ecuménico de Éfeso, deponiendo a Nestorio y enviándolo desterrado al monasterio antioqueano de Euprepios. El concilio también elevó Jerusalén a patriarcado, condenó el pelagianismo, excomulgando a su principal valedor, Celestio, y mandó que el Credo de Nicea fuese recitado inmodificadamente so pena de excomunión.

Los obispos sirios, sintiéndose engañados, denunciaron el concilio como inválido, y apelaron al emperador y al papa. Teodoreto de Ciro enderezó sus propios “Doce antianatematismos” y escribió en el Pentalogium contra Cirilo y las conclusiones del concilio de Éfeso. Aunque no estuviese de acuerdo con todas sus enseñanzas, Juan permitió que Nestorio siguiese enseñando y escribiendo, lo que llevó a Teodosio II a exiliar en 435 al antiguo patriarca constantinopolitano al monasterio del oasis de Hibis, en la propia diócesis de Cirilo, donde no contaba con seguidores. Hasta 450 permaneció allí, defendiendo incansablemente la ortodoxia de sus proposiciones.

Juan de Antioquía y los obispos sirios se negaron a reconocer al nuevo patriarca capitalino Maximiano, y convocaron un nuevo sínodo regional en Antioquía en 432, donde depusieron a Cirilo. En Edesa (Siria Oriental), el director de la escuela de teología, Ibas, enseñó el difisismo como la interpretación ortodoxa de la hipóstasis. La Iglesia siríaca cayó en cisma con la Iglesia católica.

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La resolución del cisma nestoriano

Si Teodosio II fue un emperador débil en lo político, la Iglesia nunca podrá estarle suficientemente agradecida en el plano religioso: en todo momento puso en juego su poder para resolver las controversias religiosas, y mantener a la comunidad apostólica unida. A diferencia de algunos de sus predecesores, no mostró partidismo teológico, ciñéndose siempre a las conclusiones de los concilios ecuménicos.

Con ese objeto, escribió a todos los obispos implicados, principalmente a los patriarcas de ambas escuelas, y a diversos varones piadosos y notables (como al propio Simeón el estilita, cuyo prestigio era inmenso) para que mediaran en el conflicto. Poco después envió al tribuno Aristolao investido de toda su autoridad. Juan reunió a los obispos sirios, que acordaron enviar una carta a Cirilo centrando la discusión en la refutación de los doce anatematismos por medio de Aristolao. El patriarca alejandrino consideró ese punto innegociable, pues adhería de corazón las conclusiones de los obispos egipcios del sínodo de 430. Aunque perdonaba de corazón las ofensas hechas a su persona, pedía que los obispos siríacos condenasen las proposiciones erróneas de Nestorio. Gracias a los buenos oficios de Aristolao, Juan y los sirios, más apaciguados, enviaron a Alejandría a tratar la reconciliación al venerable Pablo obispo de Emesa a finales de 432 d.C. este entregó a los obispo egipcios la condena por escrito de las enseñanzas difisistas sobre la Virgen María, así como una profesión de fe (incluida la theotokos) redactada por Teodoreto de Ciro y aprobada por Cirilo. Así, a principios de 433 d.C, con la aprobación de los obispos sirios de lo acordado por Pablo de Emesa, se restableció la plena comunión: se levantaron las excomuniones mutuas y se uniformó la doctrina. El papa Sixto III fue informado por Cirilo, con lo que la reunión fue plena. En la conciliación se habían dejado de lado los doce anatematismos, considerados ortodoxos por el papa, pero que se habían convertido en un nuevo motivo de polémica. En los años siguientes, ellos fueron el motivo de la discordia.

La paz en Siria no fue completa. Hasta quince obispos (encabezados por Alejandro de Hierápolis y Eladio de Tarso) no aceptaron las condiciones del acuerdo, acusando a Juan de herético y llegando a escribir al papa implorando su protección. En Edesa, Ibas rechazó la conciliación. Fue expulsado de la escuela local y desterrado, pero a la muerte del obispo Rábula, en 435, regresó en triunfo, siendo escogido inmediatamente por el clero y pueblo locales como obispo de Edesa, pese a los intentos de Juan de que el poder civil lo impidiese. Desde allí se erigió en el más obstinado de los defensores del difisismo. Los nestorianos formaron un partido bastante fuerte durante la década de 430, difundiendo los textos de Teodoro de Mopsuestia que podían servir para apoyar las enseñanzas difisistas. Algunos católicos quisieron extender los anatemas también al difunto director de la escuela antioqueana, pero muy prudentemente, ni Cirilo, ni Juan, ni Proclo (nuevo patriarca de Constantinopla) quisieron encender ese fuego cuando apenas estaba apagado el incendio nestoriano. En general, los monjes siguieron siempre las doctrinas de la escuela de Alejandría, siendo fuertes defensores de la ortodoxia. Dado su ascendiente entre el pueblo (por el contrario de los teólogos de las escuelas, cuyas especulaciones resultaban ajenas a los fieles más sencillos), esta actitud tendría una importancia capital en el futuro de la Iglesia siríaca.

Tras una inicial política de moderación y diálogo, finalmente el patriarca Juan echó mano del poder civil. A su muerte en 441, hasta quince obispos siríacos habían sido desposeídos de sus sedes. Algunos de ellos, y muchos fieles, se habían exiliado en el Imperio persa, asentándose en la vecina Asiria, fronteriza a la Siria oriental romana, cerca de la rebelde Edesa. En sustitución de Juan fue elegido su sobrino Domno II, gran amigo de Teodoreto de Ciro. A pesar de su aceptación de la conciliación, Teodoreto no cejó en sus refutaciones de los Doce anatematismos de Cirilo.

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La liturgia siríaca

La liturgia cristiana más antigua conocida proviene de la propia comunidad apostólica de Jerusalén. Se la conoció en la como Liturgia de Santiago, ya que se atribuía al pariente de Jesús, Santiago el Menor, tenido por primer obispo de Jerusalén. Una de sus características era la Epíclesis, que decía “Te ofrecemos oh Señor, por tus Santos Lugares, que glorificaste con las apariciones divinas de tu Cristo y por la venida de tu Espíritu Santo, especialmente para la santa y gloriosa Sión, madre de todas las Iglesias”. A partir del siglo III aparecen los primeros testimonios escritos de su uso, y por esas fechas llegó a Antioquía, donde desplazó a las Constituciones Apostólicas que entonces regían los ritos (recordemos que entonces Jerusalén dependía todavía del metropolitano de Antioquía).

Se considera que fueron san Basilio el Grande y san Juan Crisóstomo quienes, a finales del siglo IV, llevaron la liturgia de Santiago a Constantinopla, introduciendo diversas modificaciones que darían lugar con el tiempo al llamado Rito Bizantino o Griego (a veces también constantinopolitano), que fue el normativo en todo el Imperio de Oriente.

Desarrollado a partir de la Liturgia jacobea, el rito siríaco tenía diversas características propias (y más primitivas) que le diferencian del rito griego: ante todo, usaba el siríaco como lengua litúrgica, presentaba mayor número de lecturas (cinco), empleaba su propia versión en siríaco de la Biblia, llamada Peshitta (distinta de la Vulgata), añadía un salmo de introito, y presentaba una redacción del credo ligeramente distinta con respecto al niceano, entre otras diferencias menores. Posteriormente, con la separación de la Iglesia de Oriente de la siríaca y la adopción de algunos usos litúrgicos propios, se establecieron dos ritos siríacos, siendo el original llamado siríaco occidental.

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La controversia monofisista

En el concilio de Éfeso había destacado Eutiques (archimandrita de uno de los principales monasterios de Constantinopla), como uno de los más ardientes acusadores de Nestorio. Su frontal rechazo a las tesis difisistas le llevó en los años siguientes a formular una descripción de la hipóstasis de Cristo radicalmente opuesta a la de Nestorio. En sus doctrinas, las dos naturalezas de la Segunda persona de la Trinidad se habían unido en Cristo de forma tan completa, que de hecho eran indistinguibles, habiendo creado una nueva entidad hipostática que no era ni divina ni humana (monofisismo), de modo que Jesús no podía ser llamado “verdadero hombre”, como nosotros. Para Eutiques, en la práctica, la naturaleza de Cristo era predominantemente divina (de otro modo hubiese negado la Trinidad).

El problema estribaba en que los Doce antianatematismos habían condenado con minuciosidad las definiciones erróneas de la relación entre las naturalezas de Cristo, pero había olvidado dar a su vez una definición ortodoxa. Para muchos, las doctrinas de Eutiques eran el colofón lógico de los anatematismos. Cirilo murió en 444, y la mayoría de sus seguidores vio en Eutiques al caudillo natural de la ortodoxia, comenzando por el nuevo patriarca alejandrino Dióscoro (secretario personal de Cirilo), que le protegió.

Ni que decir tiene que inmediatamente los discípulos de la escuela antioqueana se levantaron en clamor. Teodoreto de Ciro y el patriarca Damno II condenaron esas enseñanzas como heréticas. Flavio, el nuevo patriarca de Constantinopla fue escogido como árbitro, tanto por su inicial neutralidad como por pertenecer Eutiques a su diócesis. En el sínodo de Constantinopla de 448 d.C, Eutiques fue acusado por Domno II de Antioquia y Eusebio de Dorileo. Sus explicaciones resultaron insatisfactorias a los obispos reunidos, que rechazaron sus doctrinas, le despojaron de su cargo monástico y le excomulgaron. En el Tomus, el papa León confirmó las decisiones del sínodo, pero suavizó la condena, recomendando readmitir a Eutiques en sus cargos si mostraba arrepentimiento.

Simulando haber corregido sus errores, Eutiques acusó a Flavio de nestoriano y acudió a su protector Dióscoro. En consonancia con sus antecesores, el patriarca alejandrino era hombre de carácter fuerte, que no se detenía ante nada cuando creía defender la verdad. De inmediato acudió al emperador Teodosio II para que convocara un nuevo concilio en Éfeso que anulara lo decretado en Constantinopla. Un nuevo cisma estaba preparándose en ciernes. Y esta vez, sería definitivo.

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