Después de 10 horas de vuelo, parada en Etiopía mediante, aterricé finalmente en mi primer destino misional: Costa de Marfil. Más precisamente llegué a Abidjan, que es la ciudad más importante de este país (aún más que su capital), ubicada casi sobre las postrimerías del Mar de Guinea y a pocos kilómetros de sus vecinos, Ghana y Liberia. Si algo tienen en común estas naciones costeras del occidente africano es su clima tropical y sus hermosas playas (particularmente cierto, dicen, en el caso de Sierra Leona). Aunque más allá de estas similitudes accidentales existen grandes distancias entre cada una de estas, y no me refiero a lo meramente geográfico.
Primeramente hay que mencionar que existen en África miles de etnias distintas, más de 1000 lenguas (y dialectos) y cientos de lo que comúnmente se denomina “ethnic religions” (suerte de religiones/creencias paganas locales). Es decir, las diferencias culturales y aún raciales son siderales, generándose no pocas veces enconos viscerales entre éstas, llegando al punto de vivir de guerra en guerra. Todo lo cual queda de manifiesto, muy especialmente, en los procesos electorales y con los distintos gobiernos, donde lo que prima no es la ideología sino la raza. Sí… como escucharon. En la mayor parte de los casos, la política es considerada (y utilizada) tan solo como un medio para llevar al poder a determinada tribu-clan. Por lo general, la ideología no prende en la mayor parte de este continente; menos aún en estos tiempos, donde no existen, como otrora, potencias occidentales rigiendo los destinos africanos. Cuestión esta que, como sabemos, intentó explotar la izquierda en su momento para hacerse del África (ya vieron como le fue a ese terrorista apellidado Guevara y lo que éste pensaba de los africanos).
Y en menor o mayor medida, así es África: decenas o cientos de culturas diametralmente opuestas insertas en naciones puramente nominales o ficticias. Es decir: no existe identidad nacional ni sentimiento patriótico o de pertenencia del africano –medio- a su país de origen por el simple motivo que no existe la más mínima homogeneidad cultural, étnica, racial o religiosa.
Tampoco entre las naciones africanas existen demasiadas similitudes exteriores y sus relaciones –en general, puramente diplomáticas- suelen ser intermitentes. La lengua oficial varía de acuerdo al imperio occidental que los colonizó por más tiempo. Por ejemplo, en Costa de Marfil, Burkina Faso, Togo, Guinea, etc., se habla francés; unos kilómetros más al este es el inglés el idioma principal (Ghana, Nigeria, Camerún; predominando el sajón en el este y el sur del continente). En otros pocos países se habla portugués (Cabo Verde, etc.) y en alguno podrá escucharse algo de alemán o italiano.
Más allá de esta información, que sirve cual preámbulo al lector, ubicándolo en tiempo y espacio, hay algo que desearía remarcar aquí y ahora y que me parece demasiado claro e importante: la gente es realmente muy buena; pura, amable, honesta (me refiero al África Negra, Subsahariana y no al norte, predominantemente musulmán). Debo confesar que esto es algo que me sorprendió gratamente. Pues, a pesar de estar gobernados hace largas décadas por tiranos y/o corruptos de toda laya (que vale aclarar: son negros y africanos; no occidentales y blancos) y sufrir los interminables males del desempleo, el hambre, la injusticia, las enfermedades y las guerras, esta gente aún conserva la esperanza y el buen espíritu. Y en general, honran y respetan las tradiciones y la familia. ¡Cuánto podría aprender de ellos el Occidente moderno, ateo y relativista; destructivo!
Esta gente tiene el corazón abierto de par en par, recibe con gran alegría al extranjero y cuida de sus pares y familiares. Es por ello que el Cristianismo crece y crecerá cada día más aquí: tarde o temprano, estoy convencido que, indefectiblemente, el África negra será totalmente cristiana. Seguramente, esto es algo que saben bien los musulmanes y por ello su cruda y sangrienta persecución a cristianos y su redoblamiento de esfuerzos para extender sus garras de influencia hacia el sur del continente: la Savannah y la región tropical. Y como está la cosa, sería bueno, tal vez, comenzar a pensar en establecer allí algunas milicias cristianas (como aquellas gloriosas del Medioevo) que puedan defender la Cristiandad y a sus indefensos y piadosos pobladores de los cobardes ataques mahometanos. Indudablemente, este asunto merecería ser tratado aparte en algún otro momento.
En fin… Se me ha hecho largo esta suerte de proemio. Volvamos a lo que quería contarles en un primer momento. Quedamos en que llegué a Abidjan.
Mi plan era quedarme allí por al menos dos días a fuer de poder organizar mejor mi viaje hacia el interior del país; donde se encuentran tres de las cuatro tribus que aparentemente no han oído aun el Evangelio y donde no hay cristianos (al menos, esa era nuestra información hasta el momento). Luego de adquirir y estudiar nuevos mapas de las áreas a abordar, averiguar transportes, bendecir las imágenes que entregaría a los paganos y visitar e informar acerca de la misión al párroco de la Catedral principal de la ciudad, me propuse partir. Debía ir a Bondoukou; un pueblo ubicado a 400km al norte, muy cerca de la frontera con Ghana. Según lo que entonces había calculado, dos de los grupos que debía visitar se encontraban a un radio de 50-70km de allí.
De acuerdo al “bendito” Google Maps y la guía Michelin (entre otros), el estado de los caminos era bastante aceptable, y en auto no tardaría más de 5 horas en llegar a destino. El único problema a esta ecuación (y que no había calculado: mea culpa) eran los precios exorbitantes de los vehículos en alquiler en este país: hasta cuatro veces más que cualquier nación occidental (¡me llegaron a pedir 150 USD por día!). Naturalmente, mi exiguo presupuesto no daba para tanto… Pero antes de poder desanimarme, buscando y buscando, pude conseguir un colectivo para ese lugar que tardaría 6 horas (según aseguró entonces quien me vendió el boleto).
Podría hacer una crónica aparte de ese viaje… Resumiendo la cuestión, a los 3 kilómetros de andar el vehículo se averió y quedamos todos en… en algún lugar, esperando al reemplazo. Cuadro de situación: la temperatura rondaba los 38 grados, la humedad era del 92% y no había hueco de sombra donde ocultarse de aquel tremebundo sol. Gracias a Dios, pronto aparecieron unos providenciales vendedores ambulantes de bebidas, lo cual fue suficiente para que nadie muriera deshidratado o insolado. El bus, que como todo aquí se toma su tiempo, tardó una hora y media en llegar. Pero llegó: eso era lo importante y lo que me tenía muy inquieto. El problema es que llegó con más gente adentro y tuvimos que amucharnos como pudimos: en los asientos de tres personas iban cuatro, en los de dos, tres… Los pasillos intransitables por la cantidad de bolsos y bolsas de comida de los distintos pasajeros…
Indudablemente, no me quedaba otro remedio hacer un estoico esfuerzo y mentalizarme para soportar un largo y tortuoso viaje. Haciendo el cuento corto: lejos de haber llegado a las 6 horas (como prometían en la boletería de Abidjan) tardamos ¡11! Pues tampoco me habían dicho que este bus era de aquellos que en argentina llamamos “lecheros”; es decir, de esos que paran cada 3km (sea para dejar pasajeros, para buscar nuevos o simplemente para que el chofer hable algunos minutos con algún amigo suyo que encontrara en variopintos puestos del camino). Aunque si algo hubo que terminó por impacientarme fue la –insólita- desorganización para las paradas de “urgencia de baño”. En general, en cualquier lugar y transporte terrestre del planeta (si no poseen baño interno, como era el caso aquí) se para una o dos veces en todo el viaje. Aquí no… bastaba un grito de alguno de los 70 u 80 pasajeros para que el chofer parara sin más. Y así fue, y no exagero: debemos haber parado cerca de 20 veces por este asunto…
Siendo cerca de las 10.30pm (habíamos salido 10.45am), finalmente llegamos y yo estaba feliz. En la “terminal” del bus (consistía básicamente en un descampado sin luz, donde sólo había algunos vendedores con linternas y chóferes, esperando a los pasajeros) se me acercó un africano muy simpático que conducía una moto-taxi, ofreciendo su servicio. Acepté inmediatamente y le pedí que me dejara en algún alojamiento de la zona. Como todos los africanos que conocí hasta el momento, el chofer cobró lo que dijo que iba a cobrar (repito, no dejo de sorprenderme por la honestidad de este gente). Una vez que llegué al hotel, desempaqué rápidamente parte de mis cosas y me tiré en la cama: mañana sería otro día.
Temprano a la mañana ya estaba desayunado y listo para hacer lo primero de mi lista en este pueblo, que era visitar las iglesias o comunidades católicas que hubiera. Para mi sorpresa, había bastantes católicos. Fui primero a la Iglesia de Notre Dome, para presentarme ante las autoridades y la comunidad del lugar y solicitar información acerca de las tribus que debía abordar. Lamentablemente, no conté con la barrera idiomática; casi infranqueable aquí (a menos que uno sepa francés, claro). En mi error de cálculo, no barajé la posibilidad de que casi nadie en este país hablara inglés. Necesitaba sí o sí un interprete/traductor que supiera ambos idiomas, y así me lancé por el pequeño pueblo durante las primeras horas del día (hasta aproximadamente las 2pm) en busca de alguno. ¡Nadie! “Je ne comprend”, era todo lo que recibía en respuesta.
Volví a mi habitación totalmente desmotivado y algo desesperado, pues ¿cómo iba a hacer para conseguir ayuda y predicar el Evangelio si nadie aquí habla inglés? Decidí dejar de pensar y levantarme de la cama. Todavía me quedaba un lugar donde ir: un centro católico misionero de Bondoukou.
¡Enorme fue mi alegría cuando no sólo encontré al padre Ernest y a un acólito suyo que hablaba inglés y francés a la perfección! ¡Más grande fue mi alegría cuando pude ver la gran disposición y acogida que me dieron! “Deo gratias!”, dije inmediatamente.
El padre Ernest dirige la diócesis de Bondoukou y tiene un gran espíritu misionero. Enseguida me invitó a pasar a su oficina y nos pusimos a hablar por un largo rato. Le conté de mí y del Padre Federico y su misión en el Himalaya, y le expliqué acerca del OGP (Omnes Gentes Project), del MCD (Mission Coundown). En todo momento, tanto el padre como el sacristán (Francua) se mostraron muy receptivos y deseosos de ayudar. Fue una charla muy agradable. Antes de retirarme y ponerme a su disposición, le regalé una imagen de la Virgen de Schoenstatt (con el niño Jesús); la misma que donaremos a cada pueblo que visitemos (son imágenes laminadas en tamaño A3 del Jesucristo Misericordioso y de la Virgen de Schoenstatt). Quedaron muy agradecidos y me invitaron a participar de una misa al día siguiente, luego de la cual me acompañarían a visitar algunas de las tribus (Kulango). Invitación que obviamente acepté muy gustoso.
Ha sido un buen día. Gracias a Dios, ¡la misión ya comenzó!
Saludos a todos
Cristián
DIOS, PATRIA Y HOGAR