17.01.20

Historia de un exorcismo. De la magia cabalística al sagrado Bautismo

Por el P. Federico Highton, SE

I.-

En este intervalo sin crónicas ni aventuras, donde me vi forzado a dejar por un breve período los misteriosos horizontes de la paganía y a recluirme en nuestra casa religiosa de la Orden San Elías en Las Galias para terminar el doctorado pendiente, pude ser testigo del muy fecundo y escondido trabajo apostólico que los Padres Ansaldi hacen en la Parroquia de Ollioules.

Mas no solo fui edificado por su ejemplo sacerdotal, su celo apostólico y su estilo monástico, sino que fui testigo de una conversión que bien puede ser considerada, una “rara avis”. Nos referimos a la conversión de una mujer francesa llamada Teresa (no revelamos su nombre real por razones obvias). Entremos en la historia, que no sólo no terminó, sino que recién empieza.

Teresa nació en una familia atea, que cuenta con varios masones desde la época de sus abuelos. Cuando ella era niña, según ella cuenta, el diablo le dijo: “tu familia es atea; ergo, Dios no te va a cuidar. Yo me encargaré de tí”. Pasado el tiempo, siguiendo las huellas de su madre, se dedicó a la magia y, más específicamente, al tarot, llegando a hacer de eso no sólo su profesión, sino su misma vida. Económicamente le estaba yendo bien, pero de pronto surgió un problema: su cuerpo y su alma empezaron a sufrir horribles dolores que jamás cesaban. El motivo era simple: quedó poseída por uno o más demonios. Quien juega con fuego, se quemará. Es así de simple.

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7.01.20

Sobre la próxima venida del Señor

segunda venida de cristo

Como todavía estamos en Adviento (nos quedan aún unas horas), publicamos este ensayo esjatológico escrito por un sacerdote amigo, que es doctor en filosofía.

Por razones prudenciales, en este ensayo, él hace uso del legítimo recurso de la pseudonimia, que alguna vez fue usado hasta por Castellani.

Que publiquemos este texto no significa que lo aprobemos (o desaprobemos) parcial o totalmente, pero creemos que es un texto muy sugerente que enseña rudimentos de esjatología, aporta observaciones muy inteligentes y ante todo nos deja pensando… Y hasta meditando.

En lo personal, habría preferido que desarrolle la posibilidad de una restauración de la Cristiandad antes de la manifestación del Anticristo ya que nosotros, siguiendo al p. Meinvielle, pensamos que, por un milagro de Dios y el heroísmo de unos pocos, eso se dará. Creemos que será el “respiro” del que habla el Evangelio.

Sin más proemios, ofrecemos esta contribución a la sinodalidad recordando que “hay mirar los sínodos de los tiempos".

¡Feliz y Santa Navidad!

Padre Federico

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3.12.19

San Francisco Javier: ¿Por qué desde hace 4 siglos no hubo otro tan grande?

El fracaso aparente de Javier y su abandono final apenas tienen precedente en la Historia de la Iglesia[1] . Conquistas espirituales nunca vistas, planes, ambiciones, sueños divinos. Poco a poco Dios se lo fue quitando todo; le despojó como despojaron a Jesucristo al subir al Calvario; le dejó solo con un chino en una isla pequeña perdida en el mar infinito. Cuando le tiene acorralado y sin salida, le quita la salud. Cae enfermo, y como no tiene casa propia donde reclinar su cabeza, le dan de limosna una choza de paja batida por el viento frigidísimo de diciembre que se acercaba. No hay cama ni médico ni sacerdote. Nadie en el mundo sabe que el P. Francisco está enfermo. Lo que pasó entre Javier y Dios lo vieron las ángeles que le circundaban admirados.

Javier murió solo, sin Sacramentos, lejos de Navarra y del P. Ignacio a quien escribía de rodillas. Luego de expirar en aquella soledad, le metieron en una caja con cuatro sacos de cal viva. Cavaron una hoya muy honda y Antonio le enterró con la ayuda de un portugués, un chino y dos esclavos. Total cinco personas. Escribe Antonio que no asistieron más al entierro porque hacía mucho frío. No llegaron a media docena los que asistieron al entierro.

Pudo parecer que todo había terminado allí. Los que han sido testigos de las procesiones y fiestas solemnísimas que ha suscitado en el mundo el paso triunfal del brazo de San Francisco Javier, podrán entender mejor cómo aquel funeral de Sanchón medio a escondidas fue luego seguido por manifestaciones de primera magnitud en los tiempos modernos. Dios, si vale la frase, disfruta en guasearse del mundo mostrando con una ironía manifiesta lo que le agrada y lo que le desagrada. Le desagradan el egoísmo, la soberbia y el apegamiento a lo terreno en cualquier forma que sea. Le agradan la caridad, la humildad y el desasimiento de todo lo terreno por amor a Él. El P. Francisco mató y enterró el «yo» maldito que todos llevamos en las carnes y vigiló cauteloso para que no resucitara. Se entregó a Dios no negándole nada que le pidiese; y mientras más le pedía Dios, más le daba a Dios Javier. Entonces Dios, para no dejarse vencer en generosidad, le dio primero un trono de gloria en el cielo al lado de los Apóstoles, y en la tierra triunfos apoteósicos en que no soñaba ciertamente Javier cuando salió calenturiento de la nave para la choza de paja llevando de limosna debajo del brazo unas almendras y unos calzones de paño. Somos muchos los que venimos a misiones como Javier; pero en 400 años no hemos visto quien le iguale; o por lo menos Dios no nos ha querido manifestar a ninguno. Tal vez no hemos sabido matar y enterrar hasta que se pudra este «yo» traidor que se quiere apropiar la gloria que es debida a solo Dios.

Padre Segundo Llorente


[1] Por el Padre Llorente. El título es nuestro.

29.11.19

Darle o darte el gusto

El eje de la existencia del hombre moderno no es sino el darse el gusto a sí mismo. 

Toda la propaganda, en efecto, apunta a esto y sólo a esto: a que uno se dé el gusto, a que uno se dé todos los gustos, los cuales tienden a ser elevados al rango de derechos humanos inalienables, aunque esos gustos sean repugnantes, perversos o simplemente sádicos. Esta concepción de la existencia implicará, a su vez, el más furioso relativismo, que no será sólo moral, sino también metafísico, político, religioso y estético, todo lo cual significa que todo puede no ser lo que parece y que ninguna apariencia podrá anular o refutar a otra ni siquiera cuando más que una apariencia, sea una evidencia. Esta es la modernidad, la cual no es un descubrimiento de la inteligencia, sino una decisión de la voluntad, incondicionalmente encaprichada.

Refutar a la modernidad parece una gesta imposible ya que la modernidad no es un hallazgo del genio, sino una decisión, que, salvo en casos de gran cortedad mental, es tomada a plena luz del día. Salvando las distancias, bajo cierto respecto, pretender refutar a la modernidad es como pretender refutar al demonio cuando se eligió a sí mismo antes que a Dios. Satanás no tuvo ningún argumento, su decisión no fue fruto de ningún silogismo, su elección no provino de ningún principio teorético, sino que fue un acto de la voluntad sólo fundado en su propio querer, es decir, en su propio yo que decidió vomitar para siempre el tétrico, estúpido y vil clamor que compendia y cualifica su existencia: “non serviam”.

Ante el cataclismo de la modernidad, que corre para consumar la apostasía universal, delirando en el sesentayochesco elixir de la pueril interdicción de prohibir, Dios suscitó a una mística maravillosa que, con una genial sencillez evángelica, de algún modo, nos invita a olvidar los catálogos de deberes de estado y la innegable terribilidad de la esjatología, enterrando con una sola palada a la melancólica madrastra de la devotio moderna, y fijar nuestra alma en Dios, que tanto me ama que se arrojó desde el Cielo para, encárnandose, caer a este lacrimoso valle y gritar, con un clamor divinamente irretractable, que Su amor por mí no tiene ni quiere tener límite alguno, llegando al extremo de padecerlo todo y dar Su misma vida para que no me quede ni la menor cartesiana duda de que la medida de Su amor por mí es la de amarme sin medida. Fijada el alma en Dios-por-ella-crucificado, Santa Maravillas, con la más exquisita cortesía, nos invita a darle el gusto a Jesús, de modo tal que la lucha contra las tentaciones, la adquisición de las virtudes y aún el buscar evitar el infierno y entrar al Cielo se ordenen a, y se funden en, el deseo de darle el gusto a Jesús, que dejó el mismo Paraíso para reventar de amor por mí. 

Santa Maravillas

Este sublime ideal implica una maravillosísima paradoja: Dios nos creó para que seamos felices, pero el alma vive para hacer feliz a Dios. Parece una pulseada de amor (y lo es), una carrera por la playa entre dos amantes que corren para ver quien llega primero a prepararle un banquete al otro… Es una paradoja estupenda como aquella otra que asegura que el único modo de vivir es el de morir a uno mismo. 

Vivir para darle el gusto a Jesús parece muy fácil cuando el alma se da cuenta de la pequeñez del creado, lo cual es registrado por la Santa con una simpática y sencillísima exclamación: “¡Qué tontería es todo lo que no es Él!” (C 1892). La misma idea la expresó sub specie aeternitatis, de un modo análogo a la fórmula teresiana que describía esta vida como “una mala noche en una mala posada”, diciendo así: “¿Qué es todo, qué importa todo, estos cuatro días de vida, visto a la luz de la verdad?” (C 2513). En la misma línea, compadeciéndose de las almas mundanales, escribía: “Qué tormento es ver la nada de todo lo que no es Dios y, por otro, lado, tantas multitudes que ciegamente se van tras ello” (C 393).

Este vivir para darle el gusto a Jesús nace de ver Su amor por mí. Así lo escribía esta mística española: “viéndole con nosotros tan bueno, tan lleno de amor, tan pendiente del nuestro, ¿quién no vivirá sólo para Él y le amará con locura?” (C 2681).

Así, esta Santa que combatiendo los post-conciliares molinos de la renovación eclesiástica, logró quijotescamente restaurar la restauración teresiana, se dió el gusto de legarnos estas perlas inspiradas en los aspérrimos claustros del sacro Monte Carmelo:

“Nada nos puede quitar el vivir con Él, amándole y procurando agradarle y consolarle” (C 5124).

“Sí, ámenle mucho, así con obras, sin mirar para nada nuestro consuelo” (C 904).

“Contento Él, ¿qué más podemos desear? Verá cómo Él la ayuda; procure estar muy unida a Él, haciéndolo todo sólo para agradarle, y verá que bien le va” (C 842).

“(…) Procurando en todo darse cuenta de que hace lo que cree que le será más agradable [al Señor]” (C 2721).

“El propósito que para mí lo encierra todo, cumplido de veras, es vivir en la presencia de Dios “vivo, muy amante y muy amado”, y a éste va unido el de agradarle en todo momento” (B4).

“Me consuela saber que hay almas que de veras le aman, en las que Él puede tener sus complacencias, ¡y a éstas les tengo yo un amor y un agradecimiento” (C 391).

“¡Cómo deseo olvidarme de este miserable yo, olvidarme de veras y vivir para lo único que me interesa, la gloria, el consuelo del Señor!” (C 196).

“Que hagamos siempre cuanto sea del agrado de nuestro Cristo bendito, que sólo tenemos esta vida para ello” (C 1848).

“Lo único que hago es, multitud de veces al día, decir al Señor que sólo quiero vivir para amarle y agradarle, que quiero todo cuanto Él quiera y cómo Él quiera (…)” (C 80).

Alguien podría pensar que este afán maravilloso de vivir dándole el gusto a Jesús olvidándose del gusto propio, tornará al alma infeliz. Pero, este temor es del todo vano ya que la realidad es que quien vive para hacerlo gozar a Jesús, acaba por gozar del mismo gozo del que goza Jesús. La Santa lo dice así: “Olvidemos nuestras tristezas y alegrías para vivir únicamente en Jesús, para gozar con su gozo, ser felices porque lo es Él, y no puede menos de ser feliz quien con Él vive” (B 1383). Más aún, ese vivir para darle el gusto a Jesús, más que como la vara de Midas -que todo lo que tocaba lo convertía en oro- es una vara divina que todo lo que toca lo endulza. En efecto, como dice nuestra Santa, “queriéndolo Él y pensando que se le da gusto, todo lo amargo se vuelve dulce y lo desabrido sabroso” (C 3121). Santa Maravillas experimentó esta vara divina y por eso llegó a exclamar lo siguiente: “¡Qué felices somos, queriendo tan de verdad lo que Él quiere y no ocupándonos más que de amarle y de decirle a todo que sí!” (C 1648). Y esto otro: “¡Qué buenísimo es y cómo, en cuanto el alma pone un poquitín de su parte, lo hace Él todo” (C 1535). Es más, este ideal encarnado de darle en todo el gusto a Jesús, llevó a la Santa a describir la fórmula de la vida feliz y así escribió: “procure no querer ni desear más amor que el [S]uyo, y verá qué bien le va siempre. Todo lo que no es Dios es nada en absoluto, y déjele que Él la lleve por donde Él quiera, sin tristezas ni preocupaciones” (C 5034).

En suma, mientras el hombre moderno se empeña en darse el gusto y, al fin de cuentas se hunde en el vacío, se ahoga en el abismo de su egoísmo y nada lo hace feliz, Santa Maravillas nos propone el olvido de uno mismo para vivir dándole el gusto a Dios, lo cual, al final, eleva al alma al Cielo, la inunda en el abismo del amor de Dios y la hace feliz aquí y en la Eternidad.

Que la Virgen nos alcance la gracia de darle en todo el gusto a Dios.

 

Christus imperat!

22.11.19

Del banquero pródigo

del banquero pródigo

Viajando hacia el Himalaya tuve una escala obligada en Indochina, donde debía estar muchas horas. Para convertir la espera en misión, llamé a un hombre pagano que vivía cerca del aeropuerto. Era un banquero rico que maneja vehículos de lujo. Había hablado una vez con él (con ocasión de que «casualmente» me lo había cruzado dos veces en pocos minutos) y esta fue la segunda vez que lo ví en mi vida.

Pensé que no me iba a responder, pero aceptó con agrado mi propuesta y me pasó a buscar por el aeropuerto con su magnífico auto.

Me preguntó cuánto tiempo me quedaba y le dije que sólo iba a estar unas horas. Entonces, se lamentó ya que, me dijo, no íbamos a tener tiempo para «visitar a las prostitutas»…

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