Hace un tiempo, acá en Taiwán, estudio chino en el TLI[1], una escuela que fue fundada para que los proselitistas protestantes aprendan lenguas. Éste fue el origen y este propósito en parte se mantiene ya que la mayoría de mis compañeros son “pastores” de diversos grupos disidentes. Teniendo en cuenta lo dicho, no es poco paradójico que haya podido hacer apostolado con la Directora de la sede de Taichung de esta Institución.
Ella fue a un colegio católico, en el que las Religiosas que allí enseñaban le dejaron una buena imagen de la Iglesia. El buen ejemplo de esas Misioneras la movió a manifestarme hace un tiempo, cierto interés hacia el Bautismo. Luego de esta feliz conversación, no pude sino pedir oraciones a nuestra Familia Religiosa.
Después de una prudente espera, le propuse a la Directora, presentarle formalmente a nuestro Señor Jesucristo. Aceptó. Usó estas palabras: “te doy una oportunidad”. Esta frase me puso un poco de presión, pero lo que primaba era mi alegría ya que para esto vine al Oriente: ¡para predicar a Cristo! Ésta, de hecho, fue la primera vez que, de un modo formal, solemne y concertado, pude presentar la Fe a un alma pagana de raza china. Fue algo inolvidable para mí. La mitad de lo que le dije sobre Cristo, nunca lo había oído en su vida.
Hace unos meses, en la Fiesta de San José, por gracia de Dios, penetramos en la Meseta Tibetana, no por turismo, voluntarismo, aventurerismo, modas culturales o coqueteos con la ciega infidelidad, sino para convertirla, mal que les pese a los profetastros de sincretismos, irenismos y falsos ecumenismos, que hoy son tenidos como los garantes de la pregonada paz del Nuevo Orden Mundial.
Contra todos los pronósticos de los nativos entendidos y los eclesiásticos de la zona, Dios comenzó, a través de dos paupérrimos e incautos jóvenes venidos de Argentina, una obra, que ya dió sus frutos y que se perfila enorme.
En efecto, Dios hizo un milagro por medio de una Cruz de Tierra Santa con cuatro reliquias y ese milagro sobre una anciana pagana con serios problemas de vista, ese milagro sobre sus ojos corporales fue la ocasión que la llevó a comenzar a ver con sus ojos espirituales, que hasta entonces estaban cerrados. La curación corporal la llevó a curarse de la ceguera espiritual en virtud de la cual estaba encadenada a un todo absurdo panteón de monstruosos ídolos en los que en vano ponía su esperanza.
Siguiendo ella una moción interior inspirada por el Espíritu Santo, la cual le decía que “si comenzaba a seguir a Jesús, ella se curaría”, aceptó, de manos de los Misioneros, la Cruz invicta y rogó con humildad de pastor bethlemita y fe “bartimeica” y, así, obtuvo el milagro que cual celestial escala la llevó a esta madre de un Lama a aceptar gozosa el inefable don de la Fe Católica, que Dios se recrea en otorgar a Sus preferidos, que son los pobres y humildes de corazón.
Todo en la vida de Cristo es épico, empezando por la misma Encarnación. Es Dios que se hace hombre para hacer una misión épica, que encima es la más épica de las misiones épicas, esto es, la Redención del mundo. Y no sólo es una misión de heroísmo impar sino que es una misión martirial pues viene a morir.
De facto, no se encarna para vivir, sino que ¡se encarna para morir! Es el paradigma insuperable de la Misión Martirial. Aun, si por un imposible, alguien decidiese nacer para morir, el Verbo Eterno hace algo más augusto aún: siendo Dios se hace hombre y no se hace hombre sino para morir. He aquí que podemos decir que el martirio es la causa final de la Encarnación y, por tanto, de la toda la vida de Cristo. Al martirio apunta; vive Su vida buscando la muerte.
En las antípodas del morbo decadente del masoquismo, no es errado entonces decir que Cristo es el enamorado de la muerte y, en palabras de Chesterton, se desposa con la muerte. Fue el Santo de Montfort quien presentaba al Señor como un varón que literalmente suspiraba por la Cruz.
Avanza al Santísimo ante un templo pagano (Wufeng, Taiwán)
Acá en Taiwán, hay paganos que se acercan a la Iglesia, se convierten, se bautizan y cambian totalmente su vida. Hoy, Solemnidad de Corpus Christi, el Espíritu Santo movió a una familia budista a venir por primera vez a la Iglesia. Es una familia culta. Tanto el padre como la madre son profesores. Participaron de la Santa Misa y quedaron muy contentos. La profesora elogió la serenidad que se respiraba durante la Liturgia, ornada con los cantos del coro parroquial. Dijeron que volverán el próximo domingo.
Como enseña la Iglesia, hay tres tipos de apostolado: la Misión Ad Gentes, la Nueva Evangelización y la Atención Pastoral de los fieles. La Misión Ad Gentes es la Misión que busca la evangelización de todas aquellas personas que aún no recibieron el anuncio de la Fe.
Aclaremos que a las personas de naciones de tradición cristiana que posteriormente rechazaron la Fe, se dirige la llamada “Nueva Evangelización”, pero no la Misión Ad Gentes-.
¿Y cómo se llama la atención espiritual dirigida a los fieles? Esa es la “Atención Pastoral de los fieles”.
Ahora bien, este blog tiene por objeto específico la Misión Ad Gentes. Buscamos, desde esta arena virtual, promover todo esfuerzo orientado a la evangelización de quienes aún no tuvieron la gracia de escuchar la sagrada predicación de la Fe católica y recibir las aguas del Santo Bautismo.
Sacerdote. Abogado por la Universidad de Buenos Aires (UBA). Se doctoró en filosofía con summa cum laude, defendiendo una tesis sobre las sustancias separadas en el Ateneo Pontificio Regina Apostolorum (APRA, Roma).
Actualmente es profesor de teología para los formandos de la Orden San Elías y de filosofía en la licenciatura dictada por el IEX/Universidad Católica Nueva España