Durante casi dos meses, mi amigo laico Cristián, vino a visitar estas remotas tierras himaláyicas para misionar y hacer apostolado en el norte de la India.
Vengan aquí estas crudas impresiones que quedaron en su alma al caminar por este territorio donde aún Cristo no es conocido.
Da mihi animas, coetera tolle!
P. Federico
Nueva Delhi (o una hora en Mad Max Reloaded)
PRIMERA PARTE
Por Cristián Rodrigo Iturralde
El día D finalmente llegó y ya estaba en Delhi. Qué hora era, como estaba el clima y toda la estilística introductoria propia de buena literatura, se las debo. Lo que puedo decirles es que para llegar por aire a casi cualquier punto de la India (y a no pocos del Asia) hay que pasar forzosa e inevitablemente por su capital, lo cual, permítanme adelantarles, es una singularísima experiencia de vida (no necesariamente edificante); un arrasador tornado de crudísima realidad que en tiempo récord se lleva puesto hasta al pobre desgraciado que -sin tomarla ni beberla- pulula por el aeropuerto aguardando su trasbordo.
También puedo decirles que la primera hora en aquella ciudad fue realmente caótica, insalubre para cualquiera de los cinco sentidos. Nadie está preparado para esto, créanme.
Lo he visto todo: hippies de todos los colores y medidas que no más llegaban se tiraban por las ventanas maldiciendo a toda la generación Woodstock; Zen, yoguistas y toda la barahúnda new age volviendo sobre sus pasos, cabizbajos, peregrinando hacia El Escorial y la Capilla Real de Granada, para pedirle perdón al Generalísimo y a los Reyes Católicos. Antropólogos, igualitaristas y sociólogos rojos abarrotaban desesperados las librerías en busca de exponentes del darwinismo decimonónico; otros se persignaban en secreto y buscaban algún padrecito octogenario que los exorcizase.
Mi nivel de desconcierto no era menor, como podrán suponer… ¡Y recién llegaba!
Pero me estoy adelantando.
Después de pasar los 531 chequeos internos de rigor (al parecer chequeaban que ningún vivillo ingresara algún modal de contrabando a este país) y de responder las 353 preguntas del último oficial de Aduana (básicamente, le explicaba a este buen hombre que mi intención no era trabajar y vivir en su país, aprovechándome de los incontables beneficios que ofrecía esta panacea del desarrollo mundial, sino hacer turismo), logré que estampara el sello de ingreso en mi pasaporte. Ya con mis bártulos fuera del aeropuerto, agotado y con pocas ganas de regatear (uno puede pasar medio día intentando practicar este deporte nacional con los nativos, pero tenga por seguro que aun cuando piense que ganó, perdió en realidad 3 a 0. Los indios son maestros absolutos en esta disciplina), me subí al primer taxi que se me cruzó. Llegado a mi morada de Parjenga (barrio popular entre los “mochileros” o “backpackers” por sus precios económicos) y tras 20 minutos de discusión con el chofer, que pretendía cobrarme casi el doble de lo pactado originalmente, una sensación de alivio y felicidad me invadió: ¡finalmente había llegado a la India! Era ahora tiempo de disfrutar.
Desensillé y me propuse salir a estirar las piernas y caminar un buen trecho por la ciudad. Si bien estaba exhausto (luego de las casi 30 horas de viajar asardinado), mi curiosidad pudo más. En realidad, lo que quería era intentar descubrir el motivo por el cual toda la progresía bon vivant occidental (jactanciosamente atea y generalmente anticristiana) vive y celebra con locura estos lares y su cultura. ¿Qué veían acaso (desde sus cómodos aposentos parisinos, claro) estos renegados devenidos en panegiristas del orientalismo que se nos escapaba a nosotros, los incurables fachas del medioevo? Estaba a punto de descubrirlo…
A punto de poner un pie en la acera (por llamarla de algún modo) y sin decir agua va, una fuerza desconocida me cogió abruptamente por las pestañas y me transportó a una dimensión que ni el propio George Lucas ni el más fatalista de los exegetas del Apocalipsis imaginó jamás. No entendía nada; estaba completamente desconcertado. Sin pedirlo ni quererlo, súbitamente, pasé de turista a ser parte de lo que no podía ser otra cosa que una película del género diatópico (de bajo presupuesto). Todo se veía muy claro, demasiado claro; tan claro que obnubilaba, hacía retorcer al estomago y desgarraba el alma del más insensible. La posición en la que estaba me permitía observar en detalle cada cuadro de cada escena; aun los maxilares e incisivos de algún personaje secundario ubicado a kilómetros de distancia. Nada me escapaba. Descubrí que incluso podía interactuar con sus personajes estelares. ¿Quién acaso no querría vivir experiencia semejante? ¡Es el sueño de todo cinéfilo!
El problema es que la película en cuestión era Mad Max…
Historia que como saben transcurre en un mundo post apocalíptico y por momentos surrealista; ciudades destruidas y atiborradas de toneles de basura que lo tapan todo, donde nada es potable y la contaminación llega a tan inusitados extremos que uno llega a preguntarse si acaso respirar es necesario. Los personajes siniestros se multiplican cual conejos, y los bribones y rateros se entremezclan con algún sujeto más o menos simpático que mientras sonríe y habla con su cofrade, dispone de sus necesidades fisiológicas en la vía pública sin ningún tipo de pudor. Laberintos de zigzagueantes y destartalados callejones sin señalizar (sin orden lógico ni cronológico) y patios oscuros se suceden ininterrumpidamente por toda la ciudad. El aire es rehén de una hediondez tan concentrada capaz de desmayar a las propias piedras; ni el omnipresente e invasivo curry es capaz de atenuar el olor nauseabundo y darle al olfato un time out.
(NOTA. No. no era una película. Ya había caído en cuenta que este era simplemente uno de esos casos donde la realidad supera con creces a la ficción).
Anonadado y desconcertado por igual, sediento y cansado ya de caminar y de las repetitivas imágenes, decidí tomar uno de los famosos tuc-tuc para volver a mi –nunca más estimada- cueva habitacional (ya había visto demasiado). Tal vez tomando un camino alternativo y elevado a 100 centímetros del suelo podía obtener una radiografía mas precisa y amplia del lugar, evitando así que los arbustos (sea decir, los millares de indios que caminan y se chocan en espacio de un metro cuadrado) me tapasen el bosque. “Quién sabe…”, pensé entonces. “Tal vez el panorama y mi perspectiva del lugar cambien radicalmente”. “Sí”, me intenté convencer. “Seguro que así será”.
(NOTA. Veamos: ciertamente no esperaba encontrarme repentinamente en las praderas de Salzburgo rodeado de operas wagnerianas. Mis expectativas eran ciertamente bastante más modestas: nomás esperaba que Dante Alighieri no se hubiera quedado corto con los pozos subterráneos).
Y bien, amigos, recapitulando, mi wishful thinking no funcionó: nada cambió. Sólo cambiaban cada tanto los rostros y la fisonomía de las piedras y los caminos. A cada paso tipos recostados en las veredas fumando y tomando, acosando a las transeúntes; personas bañándose y lavando sus cosas en riachos radiactivos que rajan la tierra; animales decrépitos y olorosos por doquier husmeando la basura y merodeando los puestos callejeros de comida; cocineros y vendedores hurgando sus narices y rascando indisumuladamente distintas partes de su fisionomía para luego, con esas mismas manos, entregar la mercadería a los comensales o mostrar sus productos a potenciales clientes. Interminables e infernales bocinazos a toda hora, y por las dudas, hacia todo ser vivo que su campo visual alcance a avistar. Conductores temerarios conduciendo a contramano y a toda velocidad, llevándose puesto lo que venga e ignorando deliberada y reiteradamente toda señal de transito. ¿Los policías y los guardianes de tránsito? Poniendo orden desde sus smart phones (viendo partidos de cricket o en su defecto intentando ligar en aplicaciones de citas).
“Gracias”, “por favor” y “perdón” son palabras taboo por estos pagos; a nadie se le ocurra esbozarlas. En dos meses en la India solo un temerario local cometió tal osadía (cuando sucedió casi se me pianta un lagrimón). Probablemente, este pobre desgraciado, se animó a ello porque no tenía nada que perder, pues tenía la poca fortuna de pertenecer a la casta más baja de la sociedad, y eso aquí (en este país férreamente estratificado) es peor que el infierno. Nada de respeto o caridad hacia el desposeído. En esta religión hinduista-budista, la pobreza es vista como un justo castigo de Dios a acciones pasadas que el individiuo debería purgar en vida. El adinerado, contrariamente, es tenido como bendecido y elegido por su Dios o panteón de ídolos. ¡Así que no se le ocurra a nadie aquí ser pobre y pretender algún respeto!
Pero para que no me acusen de optimista o de estar recibiendo dinero del Ministerio de Turismo de la India (presentando al mundo a este país como un paraíso), diré solo una cosa más (a mi se me acaba la tinta y a usted el tiempo). Todo aquel que se aventure a aterrizar aquí debe reservar (imperiosamente) una buena dosis de energía para mantenerse alerta como búho en celo a toda hora. Esto, si quiere evitar ser chantajeado (indudablemente, una de las especialidades gourmet de este país, particularmente de la estampida bengalí). Y no hablo de lo que aquí es el pan de cada día: sobreprecios, billetes falsos, vueltos insuficientes, servicios abonados y no prestados, sobornos para presentar o “acelerar” trámites, mercadería fraudulenta, etc. (de eso no se salva ni Dios). No, mi objetivo es bastante más realista y alcanzable. Estése atento para que al menos no le suceda lo que a mí: que le vendan una “Pepsi Cola” trucha (con el exacto mismo packaging que la original, le enchufan una pócima indescifrable). Sólo en la India…
Bottomline: Quien quiera sobrevivir en la India y no morir en el intento debe olvidar todo lo que conoce y eliminar del vocabulario la palabra “obviedad”. Luego, recién luego, ensaye frente al espejo unas cuantas veces al día la cara de perro espanta pájaros y amigos. Logrado eso, tal vez y solo tal vez pueda sobrevivir uno o dos días. Eso o que se lo lleven puesto, querido amigo. Ud. elige.
Ya ve como le fue a los hippies, a los Zen, los yoguistas y los rojos…
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Nueva Delhi (o una hora en Mad Max Reloaded)
SEGUNDA PARTE
Sí, soy consciente que lo dicho anteriormente no invita justamente al regocijo ni predispone demasiado bien al espíritu. Es seguro que tampoco me he ganado demasiados amigos en la India. Pero, contrariamente a lo que muchos de ustedes estén pensando, les aseguro que mi crudo relato de los hechos invita a la esperanza y enaltece a los héroes y los santos. Pues para abrazarlos y amarlos, hay primero que conocerlos. Y parte esencial de este aprendizaje es conocer contra “qué” se enfrentaron. Y no hablo solo de las persecuciones físicas recibidas por los salvajes de estos lugares sino de la dureza de corazón de un pueblo envenenado por milenos de uno de los más atroces paganismos, el hinduista-budista. (¿Religión?) Doctrina que no conoce la caridad ni el amor y rige a los suyos por medio del temor y las represalias. Doctrina enteramente clasista que obliga al pobre a mantenerse en su pobreza y al rico a mirar a éstos con desprecio (ya que éstos estarían purgando felonías pasadas).
En todo momento que estuve en la India pensé muy particularmente en un solo nombre: San Francisco Javier. Creo que solo conociendo la India puede uno tomar verdadera y seria conciencia de la estoica misión emprendida por éste (sin olvidar a Santo Tomás apóstol y a Santa Teresa de Calcuta) y otros santos y mártires misioneros que dejaron –y dejan- su vida en los lugares más recónditos e indeseables del planeta para ayudar a los más desgraciados. A las pocas semanas de estar aquí pude comprender rectamente por qué el discípulo de San Ignacio de Loyola llegará a decir en sus últimos días que “estaba dispuesto a ir a donde lo necesitaren, inclusive a la India”. Si acaso alguna vez me pregunté el por qué del añadido anterior al sustantivo final, ya no me quedaban dudas.
Indefectiblemente, todo esto lo pone a uno a pensar, a reflexionar. ¿Cómo es posible que exista algo como la India pasadas ya dos décadas del siglo XXI? Desde ya, la hermenéutica marxista se cae a pedazos, pues potencia europea cristiana “expoliadora” o “blanco imperialista” a quién culpar, no hay. Casi 70 años han pasado desde su independencia de la Corona Británica y varios siglos desde la ocupación portuguesa. La India, inmenso país, alberga un sin fin de recursos naturales y se ha convertido en la actualidad en una potencia económica e industrial. No. Ciertamente la explicación a su calamitoso estado pasa por otro lado. No la encontraremos en móviles materiales sino en su religión (idolatría, más precisamente), que a fin de cuentas es siempre la dadora principal de la cultura. ¿Acaso alguien tiene una explicación más atendible?[1]
Aun aquel que rechaza a priori la explicación teológica a este fenómeno no le quedará más remedio que rendirse ante la evidencia tangible y constatable, y reconocer así, forzosamente, que si algo tienen en común las naciones más desarrolladas (material e intelectualmente) y libres, es justamente el cristianismo. Lo mismo a la inversa: el factor común a la mayor parte de las regiones donde más se oprime a la población y más hambruna e ignorancia existe, es su rechazo al cristianismo (particularmente de la Iglesia Católica). La ecuación es harto sencilla: vea quien quiera ver.
En los tiempos que corren, ¡vaya si lo sabremos!, referirse a alguna cultura o religión como superior o inferior a otra es casi una temeridad. Pero al mismo tiempo es una NECESIDAD[2]. Al menos en casos como el que nos ocupa. Si la India (y regiones/naciones en igual estado de descomposición) quieren salvarse, no les quedará otro camino (no lo busquen porque no lo hay) que CONVERTIRSE, convencerse y proclamar abiertamente que el cristianismo no solo es superior a cualquier otra creencia o cultura, sino que es NECESARIA[3].
Un abrazo a todos
In Hoc Signo Vinces
Cristián Rodrigo Iturralde
Misionero voluntario en tierras himaláyicas
[1] Como es sabido, la India se comporta como un estado confesional de religión hinduista (prima hermana del budismo). Máxime con el actual partido gobernante. El proselitismo religioso está seriamente limitado, y por lo bajo se persigue al cristianismo. En más de una oportunidad se ha orquestado la persecución del cristianismo (de distintos modos, llegando algunos extremistas al asesinato de cristianos).
[2] Máxime en casos tan evidentes como el mentado y aun de las naciones árabes y africanas (en su mayor parte).
[3] En fin… Ciertamente el tema da para largo. Pero no quería dejar de compartir con ustedes todo cuanto pasó por mi cabeza cuando mi primera incursión en aquel país. Gracias a Dios, ya faltan pocas horas para mi vuelo hacia la meseta tibetana y encontrarme con mi querido amigo, el padre Federico. Empieza la misión.