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8.09.18

¿Bautizar a los niños o dejar que decidan cuando crezcan?

Sem. Dr. Fernando del Carpio-Marek, S.E.

Se escucha con creciente frecuencia a padres de familia decir, con aires de sensatez, progresismo y apertura de mente, que no bautizarán a sus hijos, porque prefieren dejar que ellos mismos elijan la religión de su preferencia cuando tengan la madurez para hacerlo, sin la influencia de los padres… Olvidan estas personas que el mismo proceso de maduración de los hijos, el concepto que estos se formen de la realidad –y por consiguiente las decisiones que tomen en sus vidas–, está sujeto a una fuerte influencia de sus padres, y de otros individuos, algunos tal vez de influencia deseable, otros no tanto.

Nosotros afirmamos, con la Santa Madre Iglesia, que los padres católicos deben dar el bautismo a sus hijos poco después de su nacimiento, cuanto antes mejor, y que tienen la grave responsabilidad de formar a sus hijos en la fe católica. Pero antes de argumentar esta afirmación, preguntémonos, ¿qué es lo que motiva cada vez a más padres, que vienen de familias católicas, a pensar que es mejor dejar que sus hijos elijan por ellos mismos su religión? La respuesta parece encontrarse en dos causas, necesariamente vinculadas: la primera es que estos padres no tienen fe; la segunda consiste en un falso concepto de libertad.

Cuando los padres carecen de fe, bien porque la perdieron al no haber recibido el alimento de la sana doctrina católica y de los sacramentos, o bien porque en realidad nunca llegaron a creer al no haber sido movidos a ello por sus padres (o por quienes tuvieron la responsabilidad de educarlos), presentan una gran dificultad para ver que los hombres, hijos de Adán, tienen, por el pecado de este, la naturaleza caída, sometida a la debilidad, a la ignorancia y al poder de las tinieblas, e inclinada al pecado; de igual manera, la falta de fe dificulta, o imposibilita, a estos padres ver el bien infinito que recibe un alma por la gracia santificante.

La segunda causa, decíamos, radica en un falso concepto de libertad, según el cual se comprende a esta como la independencia de cualquier influencia previa o inclinación, de manera que, mientras más indiferente y ajena de toda inclinación sea una persona, más libre es; sin embargo el hombre no es libre cuando es independiente de inclinaciones, sino cuando es capaz de seguir aquellas inclinaciones que son acordes con la verdad de su ser, y la verdad del ser del hombre tiene su cumplimiento en la vocación por la que Dios lo ha creado: la filiación divina, ser hijo de Dios, que no está al alcance de las determinaciones ni esfuerzos humanos, sino que es un don absolutamente gratuito de Dios, sin ningún mérito previo de nuestra parte («Porque Dios es el que produce en ustedes el querer y el hacer, conforme a su designio de amor», Flp 2,13), y que Él ha dispuesto dárnoslo a través de la Iglesia por los méritos de Su Hijo Único, Jesucristo, Cabeza de la Iglesia («Porque en Él habita corporalmente toda la plenitud de la divinidad, y ustedes participan de esa plenitud de Cristo, que es la Cabeza», Col 2,9). Solo existe una voluntad absolutamente libre, que es la de Dios; luego, la voluntad del hombre será tanto más libre cuanto mayor sea su disposición a unirse a la voluntad de Dios, y esta disposición será mayor cuando sea más fiel a su conciencia y esta esté más iluminada por la verdad, ya que la voluntad de Dios actúa siempre según la verdad, o sea que cuanto más acostumbrada esté el alma a Dios, más libre es, y este “acostumbramiento” a Dios, a Su voluntad, nos es dado, por disposición Suya, en un orden sobrenatural por el Bautismo, por el que pasamos a participar de la misma naturaleza de Dios, del amor entre el Padre y el Hijo en el Espíritu Santo.

En las consideraciones precedentes ya podemos vislumbrar parte de la argumentación de por qué se debe bautizar a un niño lo más inmediatamente posible después de su nacimiento, y también los motivos por los que una tal argumentación, aunque sea clara en los conceptos y su concatenación lógica, resultará oscura a quien carece de fe y de un correcto concepto de la libertad del hombre. Pasemos, pues, a comentar los argumentos que nos ofrece el Catecismo (numerales 1250-1252):

  1. «Puesto que nacen con una naturaleza humana caída y manchada por el pecado original [el pecado de nuestros primeros padres, Adán y Eva], los niños necesitan también el nuevo nacimiento en el Bautismo para ser librados del poder de las tinieblas y ser trasladados al dominio de la libertad de los hijos de Dios.»

Si los padres entendiesen la realidad del pecado original, y las consecuencias de éste para el alma, entenderían que postergar el bautismo de su hijo hasta que este pueda decidir, significa dejarlo desnudo de la gracia santificante, privado del vestido del mismo Cristo de quien somos revestidos en las aguas bautismales. Curiosamente, no se escucha a ningún papá decir que, puesto que no desea influir sobre los gustos de ropa de su hijo, lo dejará desnudo hasta que este pueda escoger por sí mismo las vestimentas de su preferencia.

  1. «La pura gratuidad de la gracia de la salvación se manifiesta particularmente en el bautismo de niños.»

Este argumento se relaciona con el falso concepto de libertad que explicamos más arriba. Cuando un papá quiere que su hijo sea libre para escoger su religión cuando tenga consciencia y conocimiento, es como pretender que sea libre para escoger a sus padres cuando tenga consciencia y conocimiento. Esa supuesta libertad es un engaño. El niño no necesita conocer varios candidatos a papás, y conseguirse el amor de alguno de ellos con ciertos méritos de su parte; él ya tiene papás desde el mismo momento en que ha sido concebido, y normalmente ya tiene garantizado el amor de estos, no necesita hacer méritos para ganarse su amor. Este es el caso con Dios, quien ha creado al hombre, y le ofrece Su amor y la salvación gratuitamente, pues todo acto meritorio de amor que puede hacer el hombre ya es un don de la gracia divina.

  1. «Los padres cristianos deben reconocer que esta práctica corresponde también a su misión de alimentar la vida que Dios les ha confiado.»

Cuando los padres reciben un hijo, no reciben solo un cuerpo, reciben una persona, que es una unión indivisible de cuerpo y alma. Por eso la responsabilidad de cuidarlo no implica solamente proveerle alimento material, sino también el espiritual. Uno dudaría del buen estado mental de un papá que se propusiera privar de alimento a su niño, aduciendo que prefiere esperar a que este tenga edad suficiente para decidir por sí mismo los tipos de alimentos de su preferencia, o que no le enseñase a hablar pensando que respeta mejor la libertad de su hijo si espera a que este tenga la edad suficiente para escoger por cuenta propia la lengua en la que desea comunicarse.

  1. «La práctica de bautizar a los niños pequeños es una tradición inmemorial de la Iglesia está atestiguada explícitamente desde el siglo II. Sin embargo, es muy posible que, desde el comienzo de la predicación apostólica, cuando “casas” enteras recibieron el Bautismo (Cf. Hch 16,15.33; 18,8; 1Co 1,16), se haya bautizado también a los niños.»

Finalmente el Catecismo nos presenta aquí el argumento que para un católico es el de mayor peso: el testimonio de la Tradición de la Iglesia, fuente auténtica de la revelación divina. Siendo esta una práctica desde los comienzos del cristianismo, significa que fue instruida por nuestro Señor Jesucristo a los apóstoles, y que estos la transmitieron a la Iglesia, particularmente a los obispos que instituyeron para continuar el mandato del Señor de ir hasta los confines de la tierra, haciendo que todos los pueblos sean sus discípulos, bautizándolos en el Nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo (Mt 28,19), pues «el que no nace del agua y del Espíritu no puede entrar en el reino de Dios.» (Jn 3,5).

            Así como uno no puede escoger, cuando ya es joven, una pareja de padres para ser sus progenitores, y entonces comenzar a ser hijo, tampoco puede escoger un Dios para que sea su Creador y Salvador, y así como desde el nacimiento el niño necesita los cuidados y atención de sus padres, también desde el nacimiento el alma de ese niño necesita los cuidados y atención de su Padre y Salvador que es Dios, y de su Madre que es la Iglesia instituida por Dios. Si el cuerpo comenzase a tener alma recién de joven o adulto, o se pudiese escoger, entre varios dioses, de cuál recibir el alma, entonces coincidimos que sería muy sensato esperar a que el hijo tuviese el conocimiento y la madurez necesarias para hacer la mejor elección, como puede ocurrir con la vocación matrimonial o religiosa, por ejemplo. Concluimos con una cita de San Basilio, uno de los más grandes Padres de la Iglesia:

Hay un tiempo conveniente para cada cosa: un tiempo para el sueño y otro para la vigilia, un tiempo para la guerra y un tiempo para la paz. Sin embargo, el tiempo del bautismo absorbe toda la vida del hombre. Si no es posible al cuerpo vivir sin respirar, mucho menos lo será para el alma subsistir sin conocer a su creador. La ignorancia de Dios es la muerte del alma. Aquel que no ha sido bautizado tampoco ha sido iluminado. Así como sin luz, la vista no puede examinar aquello que le interesa, del mismo modo, el alma no puede contemplar a Dios sin el bautismo.

11.08.18

De la bendición sacerdotal que frenó a los demonios

Los últimos meses, a mi pesar, estuve escribiendo muy poco (tanto crónicas como respuestas a los comentarios) ya que el ritmo misional es muy intenso, aunque, de algun modo, compensé la falta de crónicas escritas con las crónicas orales (filmadas) que me pidieron dar en España, las cuales ya compartí con los Amigos de la Misión. 

La misión, al menos la que me toca vivir, no tiene nada de “vida cotidiana”, de monótono día a día ni de gris aburrimiento. Quien quiera vivir una vida ordinaria o santificarse en rutinarias pequeñeces domésticas, que no venga a misionar. Es más, en la misión pasan tantas cosas extraordinarias que bien podría haber un voluntario cuyo único oficio sea el de ser cronista, el cual deje constancia de la obra que Dios, a pesar de la infidelidad de sus instrumentos, va haciendo en la misión y de los ataques que el demonio emprende contra la obra divina. 

Lo dicho bien sirve como prólogo a una de las tantísimas cosas que quiero contar, pero que no cuento porque el tiempo no me alcanza. 

Me referiré al poder de la bendición sacerdotal relatando un episodio que vivimos hace unos días. Tipeando en el celular que engancha internet de modo intermitente, entro en tema ya que si sigo con las introducciones me iré por la tangente y aun por la hipotenusa.

Nuestra base misional sigue siendo la aldea de Naga-Namgor, donde no sé cuánto tiempo podré seguir estando ya que ayer el “cacique” local (un cacique de saco y corbata, no de plumas y taparrabos) llamó a un sacerdote amigo que vive en Francia para decirle que no me quiere más acá. El mismo personaje me amenazó hace unos días diciendo que me está buscando la Interpol, lo cual es un reverendo disparate…

Bueno, me fuí un poco de tema. Decíamos que la base misional sigue siendo Naga-Namgor, una pequeña aldea, luego de la cual, no se puede seguir adelante salvo que se cuente con un permiso especialísimo que no se concede por más de cinco días ya que es la frontera, muy militarizada, de cuatro países. 

En la aldea, hay dos escuelas, una es la católica que, después de varias idas y venidas, quedó bajo el patronazgo de nuestro glorioso Patriarca San Elías. 

Arriba de la escuelita, hay un caserío, el caserío de Rel Ward, donde el Padre Celestial, suaviter et fortiter, está enviando al Espíritu Santo. 

Ahora bien, el hombre más pobre del caserío y sus alrededores se llama Rayes. Él es campesino, siervo de un gran señor rabiosamente budista -que es publícamente bígamo-, quien le paga  (por caridad, dice) la magra cifra de 27 euros al mes. Rayes está casado con Monu, que es mucho más joven, con quien tuvo dos hijos. El pintoresco caserío de Rel Ward profesa un intransigente budismo tibetano que rechaza tocar siquiera un crucifijo. Es un caserío donde hay fobia a Jesucristo, por el simple hecho de que ellos creen en Buda. No aceptan ningún tipo de diálogo con la Cruz, a la cual no le harán ninguna concesión. Allí sólo hay un par de casas que devinieron protestantes o que siendo protestantes se trasladaron allí  (están doquiera, hay que decirlo en voz alta, ¡y están doquiera porque proselitizan!).

Decíamos que la familia más pobre es la de la Rayes, quien llevado de su miseria se refugia consuetudinariamente en la botella y así fue que hace no mucho se cayó derrumbado en la puerta de mi casa, a la vista de los indiferentes transeúntes, a los cuales casi nada los sacará de la apatía en la que, por influencia del budismo, viven.

Para evitar que se muera de frío en la puerta de mi casa, tuve que levantarlo y acostarlo en una de las dos camas de mi casa, la cual quedó mugrienta por razones que no hace falta explicar. Se la pasó varias horas gritando en nepalí, lo cual fue una penitencia espantosa.

Al otro día, el pobre hombre quedó admirado de que alguien lo había ayudado. Es que la caridad acá no existe  (como mucho existe el “social work” de parte de algún potentado). Para nosotros, católicos por la gracia de Dios, la caridad es algo normal. Acá no. Acá es una novedad. Incluso, la caridad elemental como la levantar a un ebrio para que no se muera congelado o ahogado.

Poco después del episodio del desmayo, lo visité al rancho, a él y a su esposa, Monu, quien está quemada desde el labio inferior hasta la cintura. Resulta que un día ellos, que son hindúes, celebraron la fiesta de “Divali”  (que debería ser llamada “Diaboli"), la cual es una de las más importantes del calendario hindú, y después de idolatrar  (supongo) y de cenar le pasó algo misterioso que nadie sabe que es (aunque su hijo dice haber visto un espíritu malvado) lo cual la llevó, estando sobria, a rociar su propio cuerpo con kerosen. 

Lo cierto es que todo el caserío de Rel Ward, según testimonio de los nativos (incluso de una profesora muy culta que allí vive), incluido la casa de Rayes, sufre habitualmente “fenómenos paranormales” (según expresión de un profesor), que, en realidad, son fenómenos diabólicos ya que los monjes budistas, previo pago, se la pasan haciendo rituales de “aplacamiento” de demonios, los cuales no sólo no los aplacan sino que aumentan las acechanzas infernales empíricamente constatables.

La casita del pobre Rayes no era una excepción. Frecuentemente, sufrían los “fenómenos paranormales” (pasos, gritos, voces o cosas por el estilo).

Ahora bien, cuando visité su casa, después de su desmayo alcohólico, les ofrecí bendecirles la casa, aceptaron y la bendije. Fue la bendición más sencilla. En ese momento, no tenía ornamentos ni ritual ni crucifijo ni sal ni fórmula exorcística alguna. Bendije la casa y me fui.

Fue una bendición tan simple que no lo retuve en la memoria ya que no tuvo nada de extraordinario. 

 Pasaron unos días y yo me olvidé que le había bendecido la casa a Rayes, pero la bendición no fue inútil (nunca lo es). ¿Qué pasó?

Pasó que dos meses después de la bendición, volví a visitar la casa de Rayes. Fui con los scouts franceses que habían venido a ayudarme. Bastó que llegáramos para que Rayes le dijera a Repzong  (una vecina culta) que desde que yo le bendije la casa, la misma no tiene más fenómenos “paranormales". Los scouts oyeron esto. También el suscripto. 

Ese día aprendí que una mera bendición sacerdotal, aun en tierras paganas de idolatría y satanismo (budista o lo que sea), destruye las obras de los demonios, que huyen espantados como quien huye del fuego.

¡Que Dios destruya las obras de los demonios!

¡Viva la Misión!

Padre Federico, S.E.

Misionero (por gracia de Dios) en el Himalaya 

11-VIII-18, Naga

2.08.18

25.07.18

Cáncer misionero

Me llamo Jesús María Sanz Sacristán, tengo 56 años y soy médico de familia (médico de cabecera) en Madrid (España).

Quiero dar mi testimonio en mi enfermedad actual. Lo primero de todo es que es muy difícil ser a la vez médico y enfermo. Es difícil ante enfermedades graves porque sabes muchas veces cómo van a evolucionar.

Hace 3 años y medio tuve un cáncer de cólon cogido a tiempo de un modo casual. Se detectó tras una analítica con pequeñas alteraciones. Siguiendo los protocolos médicos me hicieron cirugía y luego, por haber roto un poco la pared intestinal, recibí durante 6 meses 12 ciclos de quimioterapia.

Así seguí controles cada 3 meses hasta los 3 años de haber empezado la enfermedad.

Todo iba bien.

A los 3 años me quitaron un reservorio subcutáneo que me habían puesto en el lado derecho del tórax al ir todo bien. Las revisiones iban a ser cada 6 meses. Pero al ir saliendo pequeñas alteraciones en las pruebas de imagen, tuvieron que seguir haciendo revisiones cada 2-3 meses.

Desde mediados de junio he empezado con dolor abdominal en la zona derecha del hígado. Además, las pruebas de imagen muestran lo que llamamos lesiones ocupantes de espacio (LOES) que, al principio, no estaban y que podrían ser lesiones infecciosas-inflamatorias o cancerígenas, junto a otras alteraciones que no estaban claras: alteraciones en la vía biliar intrahepática, líquido libre, etc.

Hace 3.5 años, cuando surgió el cáncer, me agarré a Dios, y sufrí con Cristo todo el proceso, muchas veces duro. Recibí en aquel momento el Sacramento de la Unción de Enfermos, que me ayudó en el alma y en el cuerpo.

La situación actual es, desde hace semanas, de más incertidumbre pues, al no saberse si son lesiones infecciosas o cancerígenas y al seguir con dolor contínuo desde hace 3 semanas, probablemente me tengan que someter a una cirugía que me quite algún segmento del hígado y tratar de encontrar la causa. A pesar de una dosis alta de varios antibióticos, no se quita el dolor.

He estado a punto de ingresar en el hospital en algunas ocasiones y tras la última prueba (una resonancia magnética y colangiorresonancia) se acelerarán las decisiones.

Como médico y como cristiano he decidido volver a aceptar el dolor, como si fuese la cruz de Cristo, y aplicar ese dolor por las misiones, por mi familia, amigos y personas que lo necesitan. En concreto, hay pueblos a los que nunca llegó la Fe de la Iglesia y quiero ayudar a que llegue.

Lo que quiero es curarme y obedezco lo mejor que puedo a mis compañeros. He recibido los Sacramentos de la Unción de Enfermos y la Comunión. Quiero curarme, pero, sobre todo, quiero hacer la voluntad de Dios. Mi cuerpo nos pertenece a Él y a mí, y es el vehículo que me ha dado para llegar al cielo.

Todo lo anterior no me quita el dolor, tengo menos fuerzas y me siento frágil y débil. Pero, como decía San Pablo, cuando soy débil entonces soy fuerte (porque es Jesucristo el que me lleva).

No sé qué saldrá para mi salud de todo esto; solo sé que me está haciendo un gran bien a mi alma, a pesar del sufrimiento del cuerpo y la mente. El buen Padre Dios nos ama y desea para nosotros lo mejor.

Sufrir la incertidumbre durante algunas semanas a pesar de los mejores medios y hospitales, nos lleva a entender y comprender mejor a nuestros pacientes y a hacernos pacientes. En la Misa del último domingo (preciosa) se hablaba de que Dios no introdujo la muerte, sino que esta entró por el mal y también que tener Fe nos ayuda, si Dios quiere, a curarnos, como hace con personas muy enfermas a las que cura cuando están muy cerca de la muerte.

Si eres médico o paciente, solo puedo decirte que el dolor tiene sentido; (…) tenemos un Padre que aceptó el dolor de su Hijo en la Cruz y que nos pide que le ayudemos a completar su obra para bien de todos nuestros hermanos.

Atentamente, 

                            Jesús Mª Sanz

                            Médico de familia. Madrid. España.

19.07.18

Testimonio de una madre heroica que venció a los aborteros

Estaba embarazada de nuestro tercer hijo cuando empecé a sentir un fuerte dolor en el estómago. Como era nuestro tercer hijo, sabía bien que no era un problema relacionado con el embarazo. Mi esposo sabe cuánto odio las citas con el médico y organizó sin mi conocimiento una cita con un especialista. Este último solicitó una biopsia, luego me puso en las manos de un gran oncólogo en París. Después me auscultó y me dijo que tenía cáncer y que necesitaba operarme muy rápidamente debido a mi corta edad. Esto no podía esperar hasta el final del embarazo. Y dijo sin rodeos que yo debía eliminar al niño.

Gracias al Espíritu Santo, pronuncié un grito del corazón y expliqué a ese médico que no era una opción que yo abortara. Este último explicó que la operación no podía tener lugar sin aborto. Insistí mucho en que estaba fuera de todo planteamiento que yo abortara. Él no lo podía comprender, porque ya teníamos un niño y una niña, por lo que no veía donde estaba el problema.

Cansado por mi insistencia, me mandó a ver a un compañero ginecólogo, un gran ginecólogo en París. Este invirtió tiempo en explicarme que debido a la operación, el bebé se convertiría en un vegetal y que era mejor que abortara. Otra vez le expliqué que el aborto no era una opción.


Gracias a Dios, mi esposo me apoyó completamente en esta elección.


Teníamos 3 días para organizar la custodia de nuestros dos niñitos. Una cadena de oración entre nuestras familias y amigos se organizó sin que nosotros lo supiéramos. A las cinco de la mañana, justo antes de la operación, el primer médico al que me había enviado mi esposo le telefoneó para darle un consejo. Realmente fue el fruto del Espíritu Santo… ¡el pequeño doctor dio un consejo sobre un gran punto! ¡Realizar una revisión final mientras estaba dormida para tener seguro, a pesar de las biopsias, que tenía cáncer! ¡El consejo expresaba una duda sobre el veredicto del gran oncólogo!


Cuando me desperté, no había sido intervenida, no fue más una cuestión de cáncer y el bebé estaba perfectamente. ¡Gloria a Dios!


Nunca supimos si fue un error de diagnóstico de mi médico o si se obró un milagro. Pero siempre nos imaginamos que Dios vino a nuestro rescate.

Hortense Callens (Francia)