Anteayer murió Ruth Ginsburg, que, a nuestro entender, tiene títulos de sobra para ser considerada la principal artífice de la promoción del filicidio prenatal en la Modernidad y, por tanto, la Herodes Moderna.
Y decimos que Ginsburg fue la máxima actora en la propagación del infanticidio in utero ya que detentó una altísima posición oficial de poder. Una cosa es apuntalar el filicidio desde una ONG, un lobby o un “colectivo” feminista, pero otra cosa es hacerlo desde un tribunal. Ahora bien, dentro del mundo tribunalicio, no hay mayor puesto de poder que el de un ministro de la Corte Suprema de la que aún es la máxima potencia mundial: los Estados Unidos de América.
En efecto, Ruth Ginsburg, desde su cargo de ministro de la Corte Suprema de los EE.UU., de hecho, estuvo a la vanguardia mundial de la defensa, conservación, justificación y ejecución del más aberrante de los crímenes: el filicidio prenatal. Y no lo hizo durante un breve interregno, sino durante su prolongada gestión como ministro que duró 27 años, detentando este cargo hasta el mismo día de su muerte, a los 87 años de edad, la cual se debió al cáncer más agresivo de todos: el de páncreas.
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