c) De rodillas
En la liturgia, hay distintos momentos en que todos los fieles se ponen de rodillas. Es un modo de participación exterior, activa, en que el cuerpo nos ayuda a vivir las realidades interiores. Así, de rodillas, se pide perdón, se ruega, se hace penitencia y de rodillas también se adora.
Por eso participar es también ponerse de rodillas en los momentos que la liturgia prescribe.
Una súplica intensa y urgente queda reforzada con la actitud humilde de quien se arrodilla, humillándose, para lograr ser escuchado (cf. 2R 1,13). Es también el gesto de quien invoca a Dios, le suplica, eleva sus preces: Salomón reza una larga plegaria ante el altar del Señor “donde había estado arrodillado con las manos extendidas hacia el cielo” (1R 8,54); Daniel, “se ponía de rodillas tres veces al día, rezaba y daba gracias a Dios como solía hacerlo antes” (Dn 6,11); Ana se postra ante el Señor pidiendo un hijo (1S 1,19; 1,28).
Ante Jesús mismo, el padre del paralítico implora la curación de su hijo “cayendo de rodillas” (Mt 17,14-15) y también del leproso que pide su sanación “suplicándole de rodillas” (Mc 1,40), así como un jefe de los judíos “se arrodilló ante él” pidiendo la curación de su hija a la que, finalmente, resucitó porque ya había fallecido (cf. Mt 9,18-26). El mismo Cristo, en su angustia ante la muerte, reza de rodillas al Padre en Getsemaní (cf. Lc 22,41) y el apóstol Pedro reza de rodillas antes de resucitar a Tabita (cf. Hch 9,40). En la playa de Tiro, antes de despedirse Pablo y embarcar, todos se arrodillan y rezan (cf. Hch 21,5).
La petición de perdón, suplicando misericordia, se hace también de rodillas, como gesto penitencial elocuente y claro. Esdras invoca así el perdón de Dios: “con mi vestidura y el manto rasgados, me arrodillé, extendí las palmas de mis manos hacia el Señor, mi Dios, y exclamé: ‘Dios mío estoy avergonzado y confundido…’” (Esd 9,5-6; 10,1). Junto a las lamentaciones y el ayuno, postrarse de rodillas es uno de los gestos penitenciales ante Dios (2M 13,12). De rodillas tiene mayor fuerza la súplica del perdón, como aparece en la parábola en que el rey ajusta cuentas con dos de sus criados y uno de ellos, después, no tiene misericordia con el otro (cf. Mt 18,21-34).
La adoración está vinculada espontáneamente al gesto de arrodillarse, de modo que uno se empequeñece ante la grandeza de Dios, a quien se reconoce como Único y Santo. La adoración busca un modo de expresarse ante Dios y la liturgia lo ha hallado, en el rito romano, y en la piedad personal, mediante la postura de rodillas.
Cuando pasa el Señor y cubre con su mano a Moisés, éste “cayó de rodillas y se postró” (Ex 34,8) ante la majestad de Dios y el pueblo entero “se postró en señal de adoración” ante la promesa de liberación de Dios (Ex 4,31). El profeta Elías sube hasta el monte Carmelo buscando al Dios vivo e implorando la lluvia, “para encorvarse hacia tierra, con el rostro entre las rodillas” (1R 18,42). Doblar las rodillas ante Dios es reconocer su señorío, sin embargo doblarlas ante los ídolos es hacerse esclavo de ellos y recibir el rechazo de Dios (cf. 1R 19,18).
En adoración, el pueblo está de rodillas mientras se ofrece el holocausto, y terminado éste, el rey y los sacerdotes también se postran: “toda la comunidad permaneció postrada hasta que se consumió el holocausto; se cantaban cánticos y sonaban las trompetas. Consumido el holocausto, el rey y su séquito se inclinaron y adoraron” (2Cron 29,28-29). Ante Dios “se doblará toda rodilla” (Is 45, 23), ante El “postrémonos por tierra, bendiciendo al Señor, creador nuestro” (Sal 94). A Dios le adora el pueblo de Israel postrándose ante Él (Jdt 6,18; 13,17).
En la Iglesia, quienes participen en la asamblea litúrgica y oigan los cantos, vean las profecías, escuchen el don de lenguas, etc., caerá de rodillas adorando a Dios, postrado, reconociendo la presencia de Dios (cf. 1Co 14,24-25). San Pablo, “dobla sus rodillas” (Ef 3,14) ante el Padre por su designio de salvación y la revelación que nos ha entregado y al nombre de Jesús, exaltado a la derecha del Padre, “toda rodilla se doble” (Flp 2,10), como fue adorado por los Magos que “de rodillas” le entregaron sus dones: oro, incienso y mirra (Mt 2,11); después de la tempestad calmada, los discípulos en la barca “se postraron ante él diciendo: ‘Realmente eres Hijo de Dios’” (Mt 14,33) reconociendo su divinidad. En el cielo, la liturgia celestial del Apocalipsis, los veinticuatro ancianos de rodillas, se postran, adorando (cf. Ap 4,10; 5,8).
La Iglesia naciente asumió pronto la postura de orar de rodillas:
“Lucas, en cambio, afirma que Jesús oraba arrodillado [en Getsemaní]. En los Hechos de los Apóstoles, habla de los santos, que oraban de rodillas: Esteban durante su lapidación, Pedro en el contexto de la resurrección de un muerto, Pablo en el camino hacia el martirio. Así, Lucas ha trazado una pequeña historia del orar arrodillados de la Iglesia naciente. Los cristianos, al arrodillarse, se ponen en comunión con la oración de Jesús en el Monte de los Olivos. En la amenaza del poder del mal, ellos, en cuanto arrodillados, están de pie ante el mundo, pero, en cuanto hijos, están de rodillas ante el Padre. Ante la gloria de Dios, los cristianos nos arrodillamos y reconocemos su divinidad, pero expresando también en este gesto nuestra confianza en que él triunfe” (Benedicto XVI, Homilía en la Misa in Coena Domini, 5-abril-2012).
Todos estos significados se entrecruzan y se realizan en la liturgia.
En el rito romano y sólo en este, la piedad desembocó en adoptar la forma de rodillas para la adoración en el momento central de la Misa, la consagración, después de muchos siglos, como un elemento nuevo. A raíz de las controversias eucarísticas del siglo XI y el incremento de la piedad eucarística en el s. XIII, la inclinación profunda de los fieles, que era y es el signo más tradicional, fue muy poco a poco sustituida por la postura de rodillas en la consagración; el ordo missae de Burcardo (1502) pide a los fieles que se arrodillen y de ahí pasó, fácilmente al Misal de san Pío V.
Ahora, en el rito romano, de rodillas participamos en la Misa durante la consagración, y es obligatorio para todos los fieles y ministros (diáconos, acólitos):
“estarán de rodillas, a no ser por causa de salud, por la estrechez del lugar, por el gran número de asistentes o que otras causas razonables lo impidan, durante la consagración. Pero los que no se arrodillen para la consagración, que hagan inclinación profunda mientras el sacerdote hace la genuflexión después de la consagración” (IGMR 43).
También se puede estar de rodillas para recibir la Comunión:
“No está permitido a los fieles tomar por sí mismos el pan consagrado ni el cáliz sagrado, ni mucho menos pasarlo de mano en mano entre ellos. Los fieles comulgan estando de rodillas o de pie, según lo haya determinado la Conferencia de Obispos. Cuando comulgan estando de pie, se recomienda que antes de recibir el Sacramento, hagan la debida reverencia, la cual debe ser determinada por las mismas normas” (IGMR 160).
En los demás ritos occidentales y sobre todo orientales, tanto en la consagración (la plegaria eucarística entera) como en la comunión, los fieles están de pie, pero con inclinaciones profundas de adoración, siguiendo el uso más tradicional y primitivo.
Una acción litúrgica propia y original del rito romano es la exposición del Santísimo y la bendición eucarística, de tanta raigambre y beneficio espiritual Su carácter de adoración y culto a Jesucristo presente real y sustancialmente se expresa con la postura de rodillas. Cuando se expone el Santísimo, los fieles están arrodillados y transcurrido el tiempo de la adoración, el sacerdote o diácono se acerca, hace genuflexión sencilla y a continuación, de rodillas, inciensa el Sacramento; tras rezar una oración, hace genuflexión e imparte la Bendición con el Santísimo. Todos mientras permanecen de rodillas (cf. RCCE 97).
El Viernes Santo, todos se arrodillan cuando se desvela la cruz en tres veces, en señal de adoración[1].
Y de rodillas se cantará “Et incarnatus est” en el Credo del día de la Natividad del Señor y de la Anunciación[2], adorando el Misterio, así como de rodillas estarán todos, en silencio, cuando leída la Pasión el Domingo de Ramos y el Viernes Santo, se llega al versículo en que Jesús expira[3].
Distinto sentido tiene estar de rodillas penitencialmente. La Iglesia conoció desde el principio este uso, y lo prohibió expresamente en los domingos y en todo el tiempo pascual. Y oró de rodillas en señal de penitencia y aún hoy continúa. El sacramento de la Penitencia, al menos en el momento de la absolución en la Forma A, se recibe de rodillas, mientras el sacerdote impone las manos al recitar la fórmula de la absolución. También en la Forma B, celebración comunitaria de la penitencia con confesión y absolución individual, cuando todos juntos piden perdón a Dios antes del Sacramento, el diácono invita a todos a ponerse de rodillas (o profundamente inclinados) para recitar el “Yo confieso…” y las peticiones de perdón o letanías penitenciales (RP 27).
En cierto sentido es igualmente penitencial, en el rito romano, el inicio de la acción litúrgica de la Pasión del Señor en el Viernes Santo; mientras el sacerdote se postra por completo en el suelo, delante del altar, en profundo silencio –no hay canto de entrada-, todos los fieles se ponen de rodillas y oran a Dios: “El sacerdote y los ministros, hecha la debida reverencia al altar, se postran rostro en tierra; esta postración, que es un rito propio de este día, se ha de conservar diligentemente por cuanto significa tanto la humillación “del hombre terreno", cuanto la tristeza y el dolor de la Iglesia. Los fieles durante el ingreso de los ministros están de pie, y después se arrodillan y oran en silencio”[4].
También la oración común y súplica se expresa con la postura arrodillada: las letanías de los santos en las Ordenaciones y profesiones religiosas se cantan estando todos de rodillas –y los candidatos postrados por completo en el suelo- excepto los domingos y los cincuenta días de Pascua[5]. La serie de oraciones en el Viernes Santo, después de la lectura de la Pasión, son un vestigio, un testigo, del modo en que el rito romano desarrolló la oración de los fieles u oración universal. Un diácono enunciaba la intención, a continuación se invitaba a la oración silenciosa de rodillas (“Pongámonos de rodillas”, “Flectamus genua”), transcurrido un lapso de tiempo se invitaba a ponerse de pie (“Poneos en pie”, “Levate”), y el sacerdote rezaba la oración[6]. Lo mismo habría que decir, antiguamente, para los dípticos de la Misa hispano-mozárabe donde se recitaban y los fieles se arrodillaban reforzando la plegaria común.
La postura arrodillada concentra la súplica interior y la recepción del Don de Dios. De rodillas recibe el candidato la imposición de manos del Obispo en la ordenación y de rodillas permanecerá mientras se reza la plegaria de ordenación[7]. Los nuevos profesos de rodillas permanecerán mientras se reza la solemne plegaria de profesión[8] e igualmente en el rito de consagración de vírgenes[9]. Los nuevos esposos, en el sacramento del Matrimonio, después del Padrenuestro se pondrán de rodillas y el sacerdote con las manos extendidas sobre ellos recitará la solemne plegaria de bendición nupcial[10].
¿Qué es participar y cómo logramos que todos participen? Entre otras cosas, con las posturas corporales durante la celebración. Así, participar, es también ponerse de rodillas en los momentos en que la liturgia lo prescribe y no quedarse de pie.
Será también un modo de participación más intenso para quienes reciben un sacramento (ordenación, matrimonio, penitencia…) o una consagración (profesión, consagración de vírgenes…) sin necesidad de buscar e introducir elementos añadidos para que “participen más”. Orar de rodillas, pedir perdón de rodillas o adorar juntos de rodillas son elementos para la participación de los fieles en la liturgia de manera interior y exterior, activa, consciente.
[1] Caeremoniale episcoporum (: CE), 321. 322.
[4] Cong. Culto Divino, Carta sobre la preparación y celebración de las fiestas pascuales, n. 65.
[5] Cf. CE, 507, 529, 580…
[6] “La Conferencia Episcopal pueden establecer una aclamación del pueblo antes de la oración del sacerdote o determinar que se conserve la tradicional monición del diácono: Pongámonos de rodillas, y: Podéis levantaros, con un espacio de oración en silencio que todos hacen arrodillados” (MR, Viernes Santo, n. 11).
[10] Ritual del Matrimonio, n. 81. 112.