3. El Aleluya en la historia de la liturgia
Tanto en Oriente como en Occidente, el Aleluya entró con fuerza en la liturgia. En algunos sitios, como el norte de África, se reservó su uso sólo para la cincuentena pascual, como consta por distintos testimonios de san Agustín. En la liturgia bizantina, en cambio, fue un canto que resuena siempre en todo el año litúrgico, incluido el Viernes Santo.
Las fuentes señalan la antigüedad del Aleluya en las liturgias orientales. En el antiguo leccionario de Jerusalén ya aparecía, también aparece su uso entre los sirios orientales, entre los maronitas, fue el trisagion entre los coptos y subsiste en el Aleluya de los bizantinos.
Occidente acentuó mucho el carácter pascual y gozoso del Aleluya, por lo que se suprimió durante la Cuaresma y los días de ayuno.
En el rito hispano se despedía el Aleluya el I domingo de Cuaresma hasta la Pascua, tal como decretó el IV Concilio de Toledo, y lo explica así san Isidoro, el gran Padre hispano:
“Nosotros, según la antigua tradición de España, fuera de los días de ayuno y de Cuaresma en todo tiempo cantamos el Aleluya, pues está escrito que su alabanza esté siempre en mis labios” (De eccl. off., ).
La liturgia romana lo cantó todos los domingos, exceptuando el tiempo de Cuaresma. San Benito codifica su uso en el capítulo 15 de la Regla, titulado: “en qué tiempos se dirá el Aleluya”: “Desde la santa Pascua hasta Pentecostés se dirá sin interrupción el Aleluya, tanto en los salmos como en los responsorios”; además, “todos los domingos, fuera de Cuaresma, díganse con Aleluya los cánticos, Laudes, Prima, Tercia, Sexta y Nona…”
En la liturgia romana, el Aleluya fue el habitual canto de procesión del Evangeliario hasta el ambón para oír las palabras del Evangelio. El Ordo romano I, del siglo VIII, un Ordo que describe la Misa papal, dice:
“Cuando el subdiácono ha acabado la lectura, el cantor, con el libro de cantos, sube (al ambón) y canta el salmo responsorial. Si es propio del tiempo que cante el Aleluya, así lo hará. De no ser así, cantará el Tractus o, como mínimo, tan sólo el salmo responsorial.
Cuando está acabando el canto del Aleluya o del salmo responsorial, los diáconos se preparan para la lectura del evangelio” (nn. 57-58).
Los Ordines medievales ofrecen una invitación a la comunión con el canto del Aleluya que perduró algunos siglos para el día de Pascua. Antes de la comunión y del beso de paz, el coro “cum gravi et suavi melodia” cantaba esta antífona invitando a la comunión pascual y a unirse con el canto de los ángeles:
“Venite populi ad sacrum et immortale mysterium, et libamen agendum. Cum timore et fide accedamus, magnificum poenitentiae munus communicemus, quoniam propter nos Agnus Dei Patri sacrificium propositum est. Ipsum solum adoremus, ipsum glorificemus cum angelis clamantes: Alleluia”.
Entonces todos se arrodillaban y los dos asistentes de mayor dignidad incensaban el altar.
La Pascua es el tiempo gozoso del Aleluya. Por ello en Occidente se omitió en Cuaresma, por ser tiempo penitencial, y nació la costumbre de “despedir el Aleluya” antes de iniciarse la Cuaresma.
La liturgia romana, siempre sobria y concisa, lo despedía cantándolo por dos voces, después del “Benedicamus Domino” en el Oficio divino del martes antes del Miércoles de Ceniza.
En la Edad Media, el Aleluya, en Cuaresma, se sustituía por un tracto, que se compone de una sección de algún salmo sin estribillo. Al Aleluya, en esta época, se le añadió, para algunas fiestas, una pieza poética, llamada “Secuencia”. A la última modulación de la sílaba “Aleluya”, se le unía una pieza nueva, en forma de himno poético, que proliferaron a partir del siglo XII y que fueron muy populares, aunque no exentas de elementos extraños, al margen de la liturgia. Con el Misal de San Pío V sólo se mantuvieron unas cuantas: la de Pascua, Victimae paschali (Ofrezcan los cristianos ofrendas de alabanza…), Veni Sancte Spiritus en Pentecostés, el Lauda Sion para el Corpus, el Dies irae para el oficio de difuntos. Ahora sólo se emplean la de Pascua y Pentecostés, que son obligatorias, y el Stabat Mater para el 15 de septiembre, la Virgen de los Dolores, que es facultativa.
Tanto el rito hispano-mozárabe como el ambrosiano, que no tienen Miércoles de ceniza sino que empieza la Cuaresma directamente con el I domingo de Cuaresma, despedirá el Aleluya de otro modo. Posee un Oficio propio donde se solemniza el Aleluya como última ocasión para entonarlo hasta la noche santa de la Pascua.
En el rito ambrosiano, el I domingo de Cuaresma, posee en el oficio de Laudes y de Vísperas, el canto del Aleluya de forma constante. Por ejemplo, una antífona de Laudes: “Aleluya. Cierra y sella tus palabras, aleluya, y descanse en vuestros interiores, aleluya, hasta el tiempo constituido y con gran gozo diréis aquel día, cuando llegue, aleluya, aleluya, aleluya”.
Por su parte, nuestro rito hispano-mozárabe comienza la Misa del primer domingo de Cuaresma con solemnes Aleluyas en el canto inicial (praelegendum):
Ahora es el tiempo favorable, aleluya.
R/. Ahora es el día de la salvación, aleluya.
V/. El Señor reina vestido de majestad, el Señor, vestido y ceñido de poder.
R/. Ahora es el día de la salvación, aleluya.
V/. Gloria y honor al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo, por los siglos de los siglos. Amén.
R/. Ahora es el día de la salvación, aleluya.
En Vísperas se le dedica al Aleluya un himno especial y la oración Completuria reza:
Aleluya en el cielo, y en la tierra:
en el cielo sin interrupción y en la tierra cantado.
Allí suena continuamente, aquí fielmente.
Aquél perennemente, éste suavemente.
Aquél felizmente, éste concordemente.
Aquél inefablemente, éste inminentemente.
Aquél sin sílabas, éste con melodías.
Aquél por los ángeles, éste por el pueblo.
4. En la liturgia hispano-mozárabe y en la romana
La Iglesia, como hemos ido viendo, no sólo incorporó el Aleluya a la liturgia, sino que lo entonó gozosamente muchas veces en sus ritos y oficios.
4.1. El venerable Rito hispano
El rito hispano canta el Aleluya pero, como algo propio y original, lo hace como conclusión a la liturgia de la Palabra. La procesión del diácono con el Evangeliario hacia el ambón (también con cirios e incienso como en todas las liturgias) tiene una aclamación a Cristo. Tras el Evangelio, la homilía y el silencio meditativo. Entonces, una vez hecho ese silencio meditativo, puestos todos en pie, se cantan Laudes, es decir, el Aleluya con su versículo, que es una forma de aclamar la Palabra de Cristo escuchada y predicada y dar gracias.
El rito hispano-mozárabe incorporó el Aleluya, también, con normalidad tanto al canto inicial de la Misa (praelegendum), como al canto de comunión (ad accedentes) y la antífona de después de la comunión (post communionem).
El canto praelegendum, al inicio de la celebración, está enriquecido con el Aleluya. Por ejemplo, el canto praelegendum del domingo XI de Cotidiano:
El Señor es rey de majestad vestido, aleluya.
V/. El Señor se ha vestido, se ha ceñido de poder.
R/. De majestad vestido, aleluya.
V/. Gloria y honor al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo, por los siglos de los siglos. Amén.
R/. De majestad vestido, aleluya.
O el domingo VII de Cotidiano:
Da, Señor, fortaleza a tu pueblo, aleluya, y bendícelo con la paz, aleluya, aleluya, aleluya.
V/. Cuando seas propicio con tu pueblo, acuérdate de nosotros, Señor, cuando vengas a salvarlo no te olvides de nosotros.
R/. Y bendice a tu pueblo con la paz, aleluya, aleluya, aleluya.
V/. Gloria y honor al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo, por los siglos de los siglos. Amén.
R/. Y bendice a tu pueblo con la paz, aleluya, aleluya, aleluya.
Tomemos uno de Adviento, por ejemplo, el domingo
Sube a un monte alto, mensajero de albricias de Sión, haz resonar fuertemente tu voz, mensajero de albricias de Jerusalén. Dí a las ciudades de Judá: aleluya, aleluya.
V/. Viene nuestro Dios resplandeciente y no callará.
R/. Dí a las ciudades de Judá: aleluya, aleluya.
V/. Gloria y honor al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo, por los siglos de los siglos. Amén.
R/. Dí a las ciudades de Judá: aleluya, aleluya.
El canto propio para la comunión, de ordinario, está formado por el salmo 33 con Aleluya, salvo que la Misa señale un canto ad accedentes propio:
Gustad y ved qué bueno es el Señor,
aleluya, aleluya, aleluya.
V/. Bendigo al Señor en todo momento,
su alabanza está siempre en mi boca.
R/. Aleluya, aleluya, aleluya.
V/. El Señor redime a sus siervos,
no será castigado quien se acoge a Él.
R/. Aleluya, aleluya, aleluya.
V/. Gloria y honor al Padre, al Hijo,
y al Espíritu Santo,
por los siglos de los siglos. Amén.
R/. Aleluya, aleluya, aleluya.
Habitualmente, excepto en Cuaresma, la antífona post-comunionem canta Aleluya:
Alimentados con el Cuerpo y la Sangre de Cristo,
te alabamos, Señor.
R/. Aleluya, aleluya, aleluya.
4.2. El rito romano
Llegados al rito romano, veamos el uso del Aleluya y sus particularidades, que se realiza durante todo el año excepto desde el Miércoles de Ceniza hasta la Vigilia pascual.
En la Misa, así como en distintas celebraciones sacramentales, el Aleluya es el canto de acompañamiento y preparación para el rito del Evangelio. Puestos todos en pie, se canta el Aleluya mientras se pone el incienso, el diácono pide la bendición y después, tomando el Evangeliario del altar, va en procesión, con cirios e incienso, hasta el ambón.
Con el Aleluya, todos se disponen a recibir a Cristo como Señor que va a hablar a través de la lectura del Evangelio y se adhieren a Él. Dice la IGMR: “Después de la lectura, que precede inmediatamente al Evangelio, se canta el Aleluya u otro canto determinado por las rúbricas, según lo pida el tiempo litúrgico. Esta aclamación constituye por sí misma un rito, o bien un acto, por el que la asamblea de los fieles acoge y saluda al Señor, quien le hablará en el Evangelio, y en la cual profesa su fe con el canto” (IGMR 65).
Por su parte, la Ordenación del Leccionario de la Misa explica:
“También el Aleluya o, según el tiempo litúrgico, la aclamación antes del Evangelio, “tienen por sí mismos el valor de rito o de acto”, mediante el cual la asamblea de los fieles recibe y saluda al Señor, que va a hablarles, y profesa su fe cantando.
El Aleluya y las otras aclamaciones antes del Evangelio deben ser cantados, estando todos de pie, pero de manera que lo cante unánimemente todo el pueblo, y no sólo el cantor que lo inicia o el coro” (OLM 23).
Este canto consiste en la repetición varias veces de la palabra “Aleluya”, sin glosas ni paráfrasis ni texto alguno ni un canto “sobre” el Aleluya, sino “Aleluya” varias veces, jubiloso. Luego un cantor entona un versículo, normalmente tomado del Evangelio que se va a proclamar, y de nuevo coro y fieles repiten la palabra “Aleluya”, cantándola varias veces con gozo.
Por ejemplo: “Aleluya, Aleluya. Habla, Señor, que tu siervo escucha. Aleluya”. Se repite el Aleluya tantas veces cuantas sea necesaria porque debe acompañar este canto la procesión con el Evangeliario –cirios e incienso- hasta el ambón. En Cuaresma, sin embargo, se sustituye por una breve aclamación a Cristo.
¡Qué bien suena el Aleluya en el Oficio divino! Diariamente, excepto en Cuaresma, tras el “Dios mío, ven en mi auxilio”, todos, profundamente inclinados, cantan el “Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo”, que termina “por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya”. Aleluya, porque el Oficio de las Horas es alabanza del Señor, una alabanza continua e ininterrumpida a lo largo de la jornada, donde, además, el cielo y la tierra se unen cantando al Señor.
Cada domingo, al celebrar las Vísperas, la Iglesia-Esposa canta feliz, con júbilo indescriptible, el mismo Aleluya que resuena en las moradas celestiales (exceptuando los domingos cuaresmales). Cada domingo, el Aleluya del cielo entra en la liturgia de la tierra, y, al unísono, alaban al Señor pequeños y grandes, sus siervos todos, porque reina el Señor nuestro Dios, dueño de todo, y porque llegaron las bodas del Cordero y su Esposa se ha embellecido (cf. Ap 19):
Aleluya.
La salvación y la gloria y el poder son de nuestro Dios
(R. Aleluya)
porque sus juicios son verdaderos y justos.
R. Aleluya, (aleluya).
Aleluya.
Alabad al Señor sus siervos todos.
(R. Aleluya)
Los que le teméis, pequeños y grandes.
R. Aleluya, (aleluya).
Aleluya.
Porque reina el Señor, nuestro Dios, dueño de todo.
(R. Aleluya)
Alegrémonos y gocemos y démosle gracias.
R. Aleluya, (aleluya).
Aleluya.
Llegó la boda del cordero.
(R. Aleluya)
Su esposa se ha embellecido.
R. Aleluya, (aleluya).
Son frecuentes las antífonas con Aleluya en la Liturgia de las Horas dominical a lo largo de todo el año, si acudimos, por ejemplo, a las cuatro semanas del salterio:
“Por ti madrugo, Dios mío, para contemplar tu fuerza y tu gloria. Aleluya” (Ant. 1, Laudes, Dom. I).
“Desde Sión extenderá el Señor el poder de su cetro, y reinará eternamente. Aleluya” (Ant. 1, II Visp., Dom. I).
“Eres alabado, Señor, y ensalzado por los siglos. Aleluya” (Ant. 2, Laudes, Dom. III).
“Dichosos los que tienen hambre y sed de la justicia, porque ellos quedarán saciados” (Ant. 2, II Visp., Dom. IV).
Las fiestas y solemnidades son ocasión, asimismo, de vivir el tono pascual con el Aleluya de las antífonas; por ejemplo la antífona del Magníficat de las II Vísperas del Apóstol Santiago:
“¡Oh glorioso apóstol Santiago, elegido entre los primeros! Tú fuiste el primero, entre los apóstoles, en beber el cáliz del Señor. ¡Oh feliz pueblo de España, protegido por un tal patrono! Por ti el Poderoso ha hecho obras grandes. Aleluya”.
La santa Transfiguración del Señor, el 6 de agosto, entona Aleluya:
“Lo coronaste de gloria y dignidad, Señor. Aleluya, aleluya. Le diste el mando sobre las obras de tus manos” (Resp. breve, Laudes).
“Una voz, desde la nube, decía: ‘Éste es mi Hijo, el amado, mi predilecto. Escuchadlo’. Aleluya” (Ant. Ben.).
“Cuando bajaban de la montaña, Jesús les mandó: ‘No contéis a nadie la visión hasta que el Hijo del hombre resucite de entre los muertos’. Aleluya” (Ant. 3, II Visp.).
Hermosísima fiesta, entre todas, es la Asunción de la Virgen, su propia Pascua, cuando la Iglesia en el Oficio también entona feliz el Aleluya:
“Cristo ascendió a los cielos y preparó un trono eterno a su Madre inmaculada. Aleluya” (Ant. 1, I Visp.).
“Por Eva se cerraron a los hombres las puertas del paraíso, y por María Virgen se han vuelto a abrir a todos. Aleluya” (Ant. 2, I Visp.).
Estos ejemplos bastan para ver el uso del Aleluya en el Oficio divino, tan abundante, tan gozoso.
Tan importante es el Aleluya y tan querido, que si no se canta, es mejor omitirlo porque recitado, rezado, pierde todo su sentido y fuerza. Y se recibe en la Vigilia pascual con un deseo ardiente, tras haber quedado mudo durante toda la Cuaresma. En la Vigilia pascual tiene un rito propio.
El Obispo en su catedral recibe el anuncio del Aleluya que le comunica un diácono (o lector) tras la lectura de la epístola paulina: “Reverendísimo Padre: os anuncio una gran alegría, el Aleluya” (CE 352).
“El Obispo, de pie y sin mitra, entona solemnemente el Aleluya, con la ayuda, si es necesario, de uno de los diáconos o de los concelebrantes. Lo canta tres veces, elevando la voz gradualmente: el pueblo después de cada vez lo repite, en el mismo tono. Luego el salmista o el cantor dice el salmo, al cual el pueblo responde Aleluya” (CE 352).
La santa Pascua, además, tiene un rito especial, sencillo, pero que lo hace ser distinto. Desde la Vigilia pascual hasta el Domingo II de Pascua, que cierra la Octava, y el día de Pentecostés, la despedida litúrgica contiene un doble Aleluya en la monición y en la respuesta: “Podéis ir en paz. Aleluya, aleluya. R/ Demos gracias a Dios. Aleluya, aleluya”.
Como si el Aleluya fuera una persona querida, la Iglesia se dirige a él despidiéndose: “Angelus Domini bonus comitetur tecum, Alleluia, et bene disponat itinera tua: ut iterum cum gaudio reverteris ad nos, Alleluia, Alleluia. V/ Multiplicentur a Domino anni tui; per viam sapientiae incedas: ut iterum cum gaudio reverteris ad nos, Alleluia, Alleluia…”, “El buen ángel del Señor te acompañará, Aleluya, y dispondrá bien tus caminos: para que con gozo vuelvas otra vez a nosotros, Aleluya, Aleluya. El Señor multiplicará tus años; por el camino de la sabiduría avanzas: para que con gozo vuelvas otra vez a nosotros, Aleluya, Aleluya…”