Cordero de Dios (y II - Respuestas XXXIX)
3. Al ser un rito que duraba tiempo, como hemos visto, pronto apareció un canto que lo acompañase, apropiado para ese rito eucarístico tan entrañable.
Por ejemplo, en el rito hispano-mozárabe, el pan se parte (y luego se colocan 9 trozos en forma de cruz sobre la patena evocando cada misterio de Cristo) mientras se canta la “antífona ad confractionem”, la antífona para la fracción. El Ordinario ofrece varias:
“Cristo, acuérdate de nosotros en tu reino, y haznos dignos de tu resurrección”.
“Acepta, Señor, en tu presencia nuestro sacrificio, y sea de tu agrado”.
“Danos, Señor, la comida a su tiempo, abre tu mano, y sacia nuestras almas con tus bendiciones”.
“Descienda sobre nosotros, Señor, tu misericordia, como la esperamos de ti”.
Y en el santo tiempo pascual: “Venció el león de la tribu de Judá, la raíz de David, aleluya”.
El rito romano introdujo a finales del siglo VII una letanía de origen griego: “Cordero de Dios que quitas el pecado del mundo”. Según el Liber pontificalis, un Papa de origen griego, Sergio I (687-701) fue quien introdujo esta letanía.
4. La letanía del Agnus Dei comienza con la invocación “Cordero de Dios que quitas el pecado el mundo”, tomando las palabras con que Juan el Bautista señaló al Redentor y lo proclamó ante todos (cf. Jn 1,29).
Son palabras que evocan al Cordero que fue llevado al matadero sin abrir la boca (Is 53) sufriendo por los pecados, el Siervo de Dios. Su sacrificio fue redentor para todos. Palabras que evocan también al cordero pascual que se inmolaba y era comido como memorial de la salvación de Dios.
No es de extrañar, con estas figuras o tipos del Antiguo Testamento, que a Jesucristo se le llame el Cordero de Dios, el verdadero Cordero que quita el pecado del mundo. No sólo fue el Precursor quien lo calificó así; san Pedro afirma: “Ya sabéis con qué os rescataron de ese proceder inútil recibido de vuestros padres: no con bienes efímeros, con oro o plata, sino a precio de la sangre de Cristo, el cordero sin defecto ni mancha” (1P 1,18).
Que Cristo sea el Cordero verdadero e inmolado, lo vemos igualmente en el Apocalipsis: un cordero en pie, en el trono, que se notaba que lo habían degollado y al que todos adoran postrándose y diciendo: “Digno es el cordero degollado de recibir el poder, la riqueza, la sabiduría…” (Ap 5,12). Aguardamos y esperamos las bodas del Cordero con su Esposa, la Iglesia engalanada (cf. Ap 19,7). La categoría de “cordero” es una nota propia de la cristología del Apocalipsis, y aparece casi 30 veces. Es una construcción simbólica en la que el cordero es Cristo, preparado por el AT en la doble línea del Éxodo y del Siervo de Yahvé en Isaías; justamente muerto y resucitado, con todo el poder mesiánico.
Al cantar la letanía del Agnus Dei, y su respuesta “ten piedad de nosotros” y finalmente “danos la paz”, reconocemos también en el rito de la fracción el sacrificio mismo de Cristo, su inmolación y entrega en la cruz, dándose por nosotros. Sólo inmolándose alcanzó la redención de los pecados de la humanidad. Es el rito de la fracción un signo sacramental claro de la Pasión del Salvador. “En el pan partido el Señor se reparte a sí mismo. El gesto de partir alude misteriosamente también a su muerte, al amor hasta la muerte” (Benedicto XVI, Hom., 9-abril-2009). Cristo, entregándose en la Eucaristía, le da a la Iglesia su propia vida, ¡su propio Cuerpo!
Sólo queda resaltar cómo, la última vez, todos cantan en la letanía “danos la paz”. Se engarza así con el rito anterior, el beso santo de la paz, y se subraya cómo toda paz verdadera viene de Cristo que es nuestra paz, no una paz horizontal, basada en componendas humanas y pactos, sino de Él y de su Reino.