El valor del «Yo confieso ante Dios»: ni cátaros ni puros ni perfectos
Fórmula medieval, recitada por el sacerdote en voz baja como preparación para la Misa y cuyo uso se fue extendiendo también para los fieles; en el Misal romano de 1962, después del sacerdote, al pie del altar, lo rezan los acólitos (y fieles) y de nuevo, otra vez, mientras el sacerdote comulga lo rezan los fieles preparándose para la comunión.
En la Misa ahora es la 1ª fórmula del acto penitencial para que juntos, sacerdote y fieles, se dispongan a celebrar dignamente, santamente, los sagrados misterios. También, en la fórmula B del sacramento de la Penitencia (celebración comunitaria con confesión y absolución individual), se recita estando todos de rodillas o profundamente inclinados (RP 27; CE 628), antes de acercarse a los sacerdotes para la confesión individual.
Tiene algunos aspectos interesantes que se deben considerar.
En primer lugar el “Yo”, “yo confieso”, personal, concretísimo, sin generalizaciones en las que esconderse o difuminar la propia responsabilidad (“todos somos pecadores”, “la Iglesia-institución es pecadora y necesita reformarse”, y excusas semejantes).