Solo ante Dios se hace genuflexión (Liturgia frente a ídolos -VI)
5.2. La genuflexión para el Señor
La genuflexión y la postura de rodillas es remedio eficaz, espiritual, interior, pero visible y claro, contra toda idolatría. La Iglesia lo prescribe en distintos momentos de la liturgia.
¿Cuándo?
La genuflexión se realiza al pasar delante del Sagrario o del Santísimo expuesto, rodilla derecha en tierra, adorando.
“Todos los que entren en la iglesia no descuiden adorar al Santísimo Sacramento, sea visitándolo en su capilla, sea por lo menos haciendo genuflexión. Asimismo, hacen genuflexión todos los que pasan delante del Santísimo Sacramento, a no ser que vayan procesionalmente” (CE 71).
El sacerdote hace durante la Misa genuflexión “después de la elevación de la Hostia, después de la elevación del cáliz y antes de la Comunión” (IGMR 274). También se hace genuflexión al llegar al presbiterio para la Misa y al salir si el Sagrario está allí.
El Viernes Santo se hace genuflexión al adorar la Santa Cruz desvelada (el celebrante sin casulla y, a ser posible, sin zapatos, descalzo)
De rodillas se está durante la consagración (IGMR 43), y “los fieles comulgan estando de rodillas o de pie” (IGMR 160).
En la solemnidad de Navidad y de la Anunciación todos se arrodillan devotamente a las palabras: “Y por obra del Espíritu Santo…”, adorando el Misterio. Y también todos se ponen de rodillas en el Viernes Santo después de la aclamación “Mirad el árbol de la cruz… Venid a adorarlo”.
De rodillas se adora rezando al Santísimo expuesto, y de rodillas también se recibe la bendición con el Santísimo Sacramento.
Arrodillarse en adoración ante el Señor. Adorar al Dios de Jesucristo, que se hizo pan partido por amor, es el remedio más válido y radical contra las idolatrías de ayer y hoy. Arrodillarse ante la Eucaristía es una profesión de libertad: quien se inclina ante Jesús no puede y no debe postrarse ante ningún poder terreno, por más fuerte que sea. Los cristianos sólo nos arrodillamos ante Dios, ante el Santísimo Sacramento, porque sabemos y creemos que en él está presente el único Dios verdadero, que ha creado el mundo y lo ha amado hasta el punto de entregar a su Hijo único (cf. Jn 3, 16).
Nos postramos ante Dios que primero se ha inclinado hacia el hombre, como buen Samaritano, para socorrerlo y devolverle la vida, y se ha arrodillado ante nosotros para lavar nuestros pies sucios. Adorar el Cuerpo de Cristo quiere decir creer que allí, en ese pedazo de pan, se encuentra realmente Cristo, el cual da verdaderamente sentido a la vida, al inmenso universo y a la criatura más pequeña, a toda la historia humana y a la existencia más breve. La adoración es oración que prolonga la celebración y la comunión eucarística; en ella el alma sigue alimentándose (Benedicto XVI, Hom. en el Corpus Christi, 22-mayo-2008).
Y también en la Exhortación Sacramentum caritatis, enseñaba Benedicto XVI la necesidad de “manifestaciones específicas de veneración de la Eucaristía, hacia la cual el itinerario mistagógico debe introducir a los fieles. Pienso, en general, en la importancia de los gestos y de la postura, como arrodillarse durante los momentos principales de la Plegaria eucarística. Para adecuarse a la legítima diversidad de los signos que se usan en el contexto de las diferentes culturas, cada uno ha de vivir y expresar que es consciente de encontrarse en toda celebración ante la majestad infinita de Dios, que llega a nosotros de manera humilde en los signos sacramentales” (n. 65).
Además, la genuflexión que el rito romano practica:
“La genuflexión ante el Santísimo Sacramento o el ponerse de rodillas durante la oración expresan precisamente la actitud de adoración ante Dios, también con el cuerpo. De ahí la importancia de no realizar este gesto por costumbre o de prisa, sino con profunda consciencia. Cuando nos arrodillamos ante el Señor confesamos nuestra fe en él, reconocemos que él es el único Señor de nuestra vida” (Benedicto XVI, Aud. General, 27-junio-2012).
“En la Misa y fuera de la Misa, la Eucaristía es el Cuerpo y Sangre de Jesucristo y merece, por tanto, el culto que se da a Dios vivo y sólo a Él. Y así, queridos hermanos y hermanas, cada acto de reverencia, cada genuflexión que hacéis ante el Santísimo Sacramento, es importante porque es un acto de fe en Cristo, un acto de amor a Cristo” (Juan Pablo II, Hom., Dublín (Irlanda), 29-septiembre-1979).
¡Sólo ante Dios nos arrodillamos! ¡Sólo ante Dios!
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