Testimonios y discursos durante la Misa. ¿Cuándo hacerlos?
Hace ya tiempo se introdujo una costumbre y es la de emplear la Misa dominical (o las distintas Misas dominicales) para todo, desde una salva de avisos interminables antes de dar la bendición o saludos y despedidas a cuantos han asistido, como también la introducción de testimonios y/o experiencias durante la celebración de la Santa Misa. Es un uso tan común y extendido, que a nadie llama la atención que se haga así. Excepto que la liturgia no da margen para ello, ni los documentos de la Iglesia lo permiten, sino que lo han reprobado como un abuso.
Sin duda es enriquecedor para los fieles de una parroquia escuchar el testimonio vibrante de un misionero o una misionera sobre la dura tarea de evangelizar ad gentes, formar catequistas, sostener la vida sacramental de comunidades dispersas, el catecumenado de adultos y los bautismos de nuevas conversiones. O escuchar el testimonio de caridad y solidaridad fraterna de quienes desarrollan algún voluntariado o sirviendo a los pobres o llevando a cabo algún programa de Cáritas o Manos Unidas. Asimismo, es ilusionante escuchar a un seminarista, del Seminario Menor o del Mayor, ofrecer nervioso su testimonio vocacional, su descubrimiento de la llamada del Señor, su deseo de ser santo sacerdote. Igualmente, es enriquecedor cuando algún fiel laico narra su experiencia en algún Movimiento o Comunidad, animando a quien quiera a compartir ese carisma.
Pero el ámbito propio no es el de la liturgia, sino el de la catequesis. Es decir, todo esto cobraría su fuerza y encuentra su lugar en una catequesis de adultos (o de jóvenes y niños) o en una sesión formativa de la parroquia, o brevemente antes o después de la Misa dominical, como preámbulo o como un momento final para quienes quieran quedarse.
La liturgia es Opus Dei, es servicio al Señor, “glorificación de Dios y santificación de los hombres”, dice el Vaticano II (SC 5; 10), y muchas veces la estamos transformando en un encuentro comunitario con tono lúdico y catequético, donde todo cabe, donde todo se hace, tal vez temiendo que si se convoca fuera de la Misa, acudan muy pocos. La liturgia es para el Señor, y posee un sentido sagrado, que queda muy debilitado cuando introducimos discursos, palabras, testimonios y demás, a veces en lugar de la homilía, otras a continuación de la homilía, y otras veces incluso en el silencio después de la comunión (impidiendo la oración fervorosa y recogida). ¿No vemos que sobran palabras en la liturgia, especialmente en la Misa? ¿No nos cansa tanto verbalismo de moniciones, discursos y testimonios, además de avisos (¡que ya están en carteles en la puerta y se redifunden por wasap y redes de la propia parroquia!)? ¡Con el dineral que se gasta la Santa Iglesia en carteles y propaganda para luego repetir lo mismo en avisos interminables!
¿Se pueden o no se pueden permitir estos testimonios o experiencias dentro de la Misa?
La Instrucción Redemptionis sacramentumm, de 2004, señala lo siguiente:
[64.] La homilía, que se hace en el curso de la celebración de la santa Misa y es parte de la misma Liturgia, «la hará, normalmente, el mismo sacerdote celebrante, o él se la encomendará a un sacerdote concelebrante, o a veces, según las circunstancias, también al diácono, pero nunca a un laico. En casos particulares y por justa causa, también puede hacer la homilía un obispo o un presbítero que está presente en la celebración, aunque sin poder concelebrar».
[65.] Se recuerda que debe tenerse por abrogada, según lo prescrito en el canon 767 § 1, cualquier norma precedente que admitiera a los fieles no ordenados para poder hacer la homilía en la celebración eucarística. Se reprueba esta concesión, sin que se pueda admitir ninguna fuerza de la costumbre.
[66.] La prohibición de admitir a los laicos para predicar, dentro de la celebración de la Misa, también es válida para los alumnos de seminarios, los estudiantes de teología, para los que han recibido la tarea de «asistentes pastorales» y para cualquier otro tipo de grupo, hermandad, comunidad o asociación, de laicos.
Entonces, ¿qué hacemos con los testimonios? Sigue diciendo la misma Instrucción:
[74.] Si se diera la necesidad de que instrucciones o testimonios sobre la vida cristiana sean expuestos por un laico a los fieles congregados en la iglesia, siempre es preferible que esto se haga fuera de la celebración de la Misa. Por causa grave, sin embargo, está permitido dar este tipo de instrucciones o testimonios, después de que el sacerdote pronuncie la oración después de la Comunión. Pero esto no puede hacerse una costumbre. Además, estas instrucciones y testimonios de ninguna manera pueden tener un sentido que pueda ser confundido con la homilía, ni se permite que por ello se suprima totalmente la homilía.
Es “políticamente incorrecto” excluir los testimonios en lugar de la homilía o durante ella, ¡con lo arraigado que ya está!, y sin embargo, es lo “eclesialmente correcto”:
- Fuera de la Misa, en una sesión formativa o catequesis de adultos
- En todo caso, y como algo excepcional, después de la oración de postcomunión (antes de la bendición final)
Y la liturgia hay que mimarla más, recuperando su sentido sagrado, de adoración ante el Misterio de Dios, sin confundirla con los planos didácticos o catequéticos, que tienen su lugar propio en otro momento y en otro lugar. No es un discurso para los asistentes, sino una Gran Oración a Dios, como tantas veces la definiera el papa Benedicto XVI.
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