Anotaciones para celebrar mejor la Plegaria eucarística (y V)
Sabiendo qué es la liturgia, y cómo Cristo es el centro absoluto de todo, el sacerdote será un humilde servidor de los misterios para bien de los fieles presentes, de la comunidad celebrante. El sacerdote es un ministro, es decir, un servidor: “Cuando celebra la Eucaristía, debe servir a Dios y al pueblo con dignidad y humildad, y en el modo de comportarse y de proclamar las divinas palabras, dar a conocer a los fieles la presencia viva de Cristo” (IGMR 93).
El sacerdote, con espíritu de fe y de obediencia, sigue el Misal, la liturgia que la Iglesia le entrega, y evita ser el centro de la celebración para que brille sólo Jesucristo. Sin duda, hay que evitar los protagonismos, así como la manipulación de la liturgia y la arbitrariedad. Han sido constantes y reiteradas las llamadas del Magisterio para frenar estos excesos “por un malentendido sentido de creatividad y de adaptación”, considerando “como no obligatorias las ‘formas’ adoptadas por la gran tradición litúrgica de la Iglesia y su Magisterio” (Juan Pablo II, Ecclesia de Eucharistia, n. 52).
Por eso es muy necesario que “se observen con gran fidelidad las normas litúrgicas en la celebración eucarística. Son una expresión concreta de la auténtica eclesialidad de la Eucaristía” porque “la liturgia nunca es propiedad privada de alguien, ni del celebrante ni de la comunidad en que se celebran los Misterios”. La docilidad y la humildad conducen a evitar esos protagonismos personales, obedeciendo lo que la Iglesia prescribe en su liturgia: “El sacerdote que celebra fielmente la Misa según las normas litúrgicas y la comunidad que se adecua a ellas, demuestran de manera silenciosa pero elocuente su amor por la Iglesia” (Ibíd.).
-La Plegaria eucarística posee su ritmo y necesita su tiempo, sin precipitación. Será bueno ajustar y equilibrar el tiempo que dura la liturgia de la Palabra (tal vez recortando moniciones o tiempo para la homilía) de manera que el Rito eucarístico se pueda celebrar bien, pausadamente, con equilibrio de tiempo entre liturgia de la Palabra y liturgia eucarística.
-Recordemos, y realicemos bien, las cuatro acciones que realizó el Señor y que se reproducen en el rito eucarístico:
- “tomó pan”: presentación de los dones,
- “te bendijo”: la Plegaria eucarística,
- “lo partió”: la fracción del Pan con el canto del Agnus Dei
- y “lo dio”: distribución de la sagrada comunión.
-También en el espacio litúrgico hay que distinguir las partes de la celebración:
- Rito de entrada: sede del sacerdote
- Liturgia de la Palabra: ambón (homilía en la sede)
- Liturgia eucarística: altar (corazón de la Iglesia)
- Rito de conclusión: sede del sacerdote.
El altar se reserva para la Liturgia eucarística, sin emplearlo para otros menesteres (ni para desarrollar allí el rito de entrada, ni la homilía desde el altar, etc.), y se cuida su dignidad (se usa la credencia para los elementos de la liturgia y no se colocan sobre el altar desde el principio de la Misa como si fuera una mesa cualquiera, el lavabo, bandejas de comunión, acetre, etc.).
-El respeto, recogimiento, y hasta concentración, durante la Plegaria eucarística, piden que los libros estén registrados antes de la Misa, evitando las improvisaciones o (¡peor aún!) empezar a recitar de memoria mientras se pasan páginas del Misal buscando la que corresponde.
-El sacerdote debe conocer las distintas Plegarias eucarísticas del Misal y las normas para su uso, sin limitarse siempre a la II por ser la más breve. Los fieles tienen derecho a oír las demás Plegarias, a profundizar en ellas, a enriquecerse con el tesoro oracional del Misal romano.
-La Plegaria requiere expresividad desde su inicio, con el diálogo del Prefacio hasta la doxología con el canto del “Amén”. Tiene su ritmo y no se rompe con moniciones o intervenciones espontáneas: es una gran Oración dirigida al Padre por Cristo en el Espíritu.
Los sacerdotes deberán procurar una proclamación clara, pausada y expresiva, como corresponde a la oración presidencial más importante (cf. IGMR 30). Debe orar a Dios ante los fieles, uniendo a los fieles a esa oración, orando todos mientras él proclama la gran Plegaria.
-El sacerdote debe saber diferenciar las partes de la Plegaria, destacando los momentos culminantes, con leves pausas intermedias entre un bloque y otro, evitando que sus palabras se ahoguen con el ruido (por ejemplo, la epíclesis, mientras que todos se arrodillan, y luego proseguir…)
-La Plegaria eucarística merece un ritmo contemplativo, como Oración suprema. La voz del sacerdote adoptará la forma de una proclamación pausada; será una voz tranquila, clara, comprensible. Y esa proclamación está rodeada de silencio de adoración, estupor y fe (por supuesto el órgano y demás instrumentos están callados durante la consagración, cf. Inst. Redemptionis Sacramentum, n. 53). Además habrá calma en los diversos gestos (inclinaciones, mostración del Cuerpo y de la Sangre del Señor, genuflexión adorante…)
-Interesante y conveniente recordar y cuidar el lenguaje corporal que es expresivo, es un verdadero discurso, es elocuente. El sacerdote, in modum crucis, reza con las manos elevadas y extendidas (a la altura de la cabeza), eleva sus ojos (en el Canon romano), se inclina un poco al pronunciar las palabras del Señor, inclina la cabeza reverentemente al nombrar a Jesucristo, la Virgen María y el santo del día, hace genuflexión adorando, etc.; no se mueve ni mueve las manos mientras recita la Plegaria, ni pasea la vista de un lado a otro, sino mira al Padre a quien ora… Toda esta gestualidad, sincera y espiritual, permiten y sirven a todos para recogerse, orar y asimilar esta Plegaria. Son gestos limpios, dignos y serenos, con actitud digna, que transparentan la fe en el Misterio presente.
Palabra, gesto, devoción; el sacerdote debe actuar con elegancia, con calma, sin precipitación; debe vigilar su modo de actuar, moverse, extender los brazos o imponer las manos sobre los dones en la epíclesis: ni arrogante ni descuidado; debe estar ungido, viviendo lo que pronuncia de modo que “ore”, no sólo que “diga oraciones”.
No olvidemos lo que, muy pedagógica y pastoralmente, afirma la IGMR sobre el sacerdote: “cuando celebra la Eucaristía, debe servir a Dios y al pueblo con dignidad y humildad, y en el modo de comportarse y de proclamar las divinas palabras, dar a conocer a los fieles la presencia viva de Cristo” (IGMR 93). ¡Hermosa tarea, gran responsabilidad sacerdotal!
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