Cuidado, solemnidad y decoro en la Plegaria eucarística (celebrarla mejor - IV)
Habremos de recordar y asimilar que el centro de toda la Misa, su culmen, es la Plegaria eucarística, no otros elementos, no otros ritos, ni siquiera la homilía (que a veces parece acapararlo todo por su extensión, por su forma, avasallando todo).
La Plegaria eucarística es el centro de la Misa, su culmen: su solemnidad al pronunciarla y el respeto con que se recita deben indicar esa centralidad y su importancia. Es “el centro y culmen de toda la celebración” (IGMR 78); la gran Plegaria eucarística “es una oración de acción de gracias y de santificación” (Ibíd.).
Por ello se entiende fácilmente que, si es el momento culminante, debe poseer protagonismo en su desarrollo ritual, canto del diálogo inicial y del prefacio (¡los domingos y solemnidades!), las aclamaciones, los ritos (mostración del Cuerpo y Sangre del Señor, inclinaciones, genuflexión, etc.), extensión de manos, solemnidad en el decir, con voz alta y clara, etc.
Desde el prefacio a la doxología con el “Amén” final (cantado, como sería lo lógico), la Plegaria eucarística tiene su arquitectura y su ritmo. Es muy conveniente, entonces, conocer esa dinámica de la Plegaria y celebrarla bien, con solemnidad y sin apresuramientos, recitarla dándole sentido a su recitado orante, empleando los diversos formularios del Misal romano abandonando ya el uso exclusivo y abusivo de la plegaria eucarística II, por ser la más breve.
La Plegaria sigue siendo muy desconocida en su dinámica, estructura, y pocas veces se medita personalmente (o se predica sobre ella) de sus frases y textos. Se enriqueció notablemente el número de prefacios, la mayor parte de ellos retomados de las fuentes litúrgicas (Sacramentarios) y patrísticas; algunos de nueva composición. Son una riqueza teológica con la que se consigue variedad en los motivos de dar gracias a Dios, de cantar la recta fe, el dogma; los prefacios, por su carácter de alabanza, incluso lírico en ocasiones, requieren el canto al menos en la Misa dominical solemne.
Asimismo, se han incorporado nuevas Plegarias eucarísticas en el Misal romano, con sus rúbricas que determinan cuándo pueden emplearse y con qué prefacio.
La multiplicidad de Plegarias eucarísticas ahora en el Misal romano “nos permite expresar de modo más adecuado la fe de la Iglesia en la Eucaristía y la comprensión que ella tiene de la historia de la salvación que en la Eucaristía encuentra su expresión sintética” (Díez, L.E. “Celebrar mejor la Plegaria Eucarística”, Phase 286 (2008), 319).
Una vez más se cumple que “lex orandi, lex credendi”, y las Plegarias eucarísticas manifiestan la fe de la Iglesia en el Sacramento eucarístico y en la historia de la salvación obrada por Dios en Cristo.
Esta riqueza debe ir acompañada por la expresividad del sacerdote (no teatralidad, sí expresividad reverente).
Esta expresividad es litúrgica, en sus gestos y ritos, y es espiritual (unción, devoción, recogimiento, sentido sagrado). ¡Hay que cuidar esa expresividad, ese cuidado y atención, ese ars celebrandi, para la gran Plegaria eucarística!
Recordemos que su pronunciación atañe al sacerdote y “ocupa el primer lugar” en importancia entre las oraciones de la Misa (IGMR 30), y deberá pronunciarla “con voz clara y alta”, envuelta en silencio, también durante la consagración, en la que no hay música de fondo, acompañamiento o hilo musical: “no se tengan canto ni oraciones y callen el órgano y otros instrumentos musicales” (IGMR 32); con las manos “elevadas” y “extendidas” (IGMR 148) la recita.
No se trata de creatividad constante, de inventar en cada celebración o improvisar, sino de la fuerza misma de la liturgia que, bien realizada, expresiva y con unción, va calando en el alma: ¡es contemplación, asimilación, gusto espiritual!
Y es que “se debe recordar que la fuerza de la acción litúrgica no está en el cambio frecuente de los ritos, sino, verdaderamente, en profundizar en la palabra de Dios y en el misterio que se celebra” (Instr. Redemptionis Sacramentum, n. 39).
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