Celebrar mejor la Plegaria eucarística (I)
Las palabras de la exhortación Sacramentum caritatis deben servirnos de orientación y perspectiva:
“La Plegaria eucarística es «el centro y la cumbre de toda la celebración». Su importancia merece ser subrayada adecuadamente. Las diversas Plegarias eucarísticas que hay en el Misal nos han sido transmitidas por la tradición viva de la Iglesia y se caracterizan por una riqueza teológica y espiritual inagotable. Se ha de procurar que los fieles las aprecien. La Ordenación General del Misal Romano nos ayuda en esto, recordándonos los elementos fundamentales de toda Plegaria eucarística: acción de gracias, aclamación, epíclesis, relato de la institución y consagración, anámnesis, oblación, intercesión y doxología conclusiva. En particular, la espiritualidad eucarística y la reflexión teológica se iluminan al contemplar la profunda unidad de la anáfora, entre la invocación del Espíritu Santo y el relato de la institución, en la que «se realiza el sacrificio que el mismo Cristo instituyó en la última Cena». En efecto, «la Iglesia, por medio de determinadas invocaciones, implora la fuerza del Espíritu Santo para que los dones que han presentado los hombres queden consagrados, es decir, se conviertan en el Cuerpo y Sangre de Cristo, y para que la víctima inmaculada que se va a recibir en la Comunión sea para la salvación de quienes la reciben»” (Sacramentum caritatis, n. 48).
Ya que la Plegaria eucarística es el centro y culmen de la Misa, la gran Oración, merece atención, cuidado y solemnidad al pronunciarla y al cantar sus partes propias. Aún queda mucho por hacer para el progreso de la digna celebración de la Eucaristía a partir de la oración misma de la Iglesia. Para ello será bueno realzar la Plegaria eucarística en la celebración misma, en la teología sacramental, en la catequesis y predicación, etc.
Muchas veces la gran Plegaria eucarística ha quedado en penumbra, sin ahondar en ella, y recitándola apresuradamente. Destacando sobre manera la Presencia real eucarística y su culto y adoración fuera de la Misa (algo muy loable), la Plegaria se veía como mero trámite indispensable que había que realizar para lograr esa Presencia sustancial, sin fijarse mucho en ella, sólo atendiendo a silabear escrupulosamente las palabras de la consagración. Así fue quedando en penumbra la Plegaria para los fieles y también para el clero.
Aún quedan resabios de esa mentalidad: se ve cómo hay sacerdotes y obispos que recitan muy apresuradamente toda la Plegaria, deteniéndose en una recitación lentísima y demasiado vocalizada de las palabras de la consagración; se ve también la ausencia de la Plegaria eucarística en la predicación homilética, retiros y pláticas, catequesis de adultos, etc.
Mejor será, para valorarla, que nos situemos en el Cenáculo, en la Última Cena. Cristo pronunció una bendición, la acción de gracias, partió el pan y lo repartió. Esa plegaria de bendición y acción de gracias pronunciada por nuestro Señor es la Plegaria eucarística, la primera que se pronunció; así fue como Cristo mismo se hizo Pascua, ¡nuestra Pascua inmolada!
“En la Plegaria Eucarística o anáfora, se encuentra el gran patrimonio de la fe y de la cultura cristiana, tanto de Oriente como de Occidente. No basta, sin embargo, conservar el gran patrimonio de los libros litúrgicos como en un museo o como simples fórmulas a recitar, sino que hemos de dejarnos guiar por lo que ellas contienen para que recuperen vida mediante los ritos, cada vez que celebramos la Eucaristía. La palabra, los gestos, las intenciones de Cristo toman siempre nueva vida en el rito, por la acción del Espíritu, y modelan la mente y el corazón del pueblo de Dios.
Volver a la Plegaria eucarística es retornar sabiamente al corazón de la identidad cristiana y a una fuente de inspiración auténtica para la ley de la oración” (Díez, L.E., “Celebrar mejor la Plegaria Eucarística”, Phase 286 (2008), 313).
Por tanto:
- celebremos bien la Plegaria, con sus partes cantadas (diálogo, prefacio, palabras de la consagración, aclamación, doxología y “Amén”), bien recitada, con claridad y devoción;
- mostremos sus contenidos de fe en catequesis y predicaciones;
- interioricémoslas, meditándolas en la oración personal: misal en las manos, meditar orando en silencio cada plegaria eucarística, cada frase.
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