Liturgia de las Horas: los salmos cantados por Cristo
Cuando se reza el Oficio divino, hay que descubrir el valor, la importancia y, sobre todo, el sentido que poseen los salmos.
No son simples lecturas, oraciones antiguas o cantos que se van semitonando con sencillez. Hay algo más, profundamente interior, incluso se podría calificar como “místico” cuando se cantan o se rezan los salmos.
La Iglesia ha estimado muchísimo siempre los salmos y por eso son la parte fundamental en la Liturgia de las Horas, pero lo ha hecho con una conciencia humilde. Uniéndose a Cristo Esposo, es la voz de Cristo la que resuena en cada salmo, es Cristo quien entona cada salmo, es Cristo quien alaba a Dios con cada salmo. Y el orante le presta su voz, sus labios y su corazón a Cristo que canta los salmos.
Por eso, rezar los salmos, sólo se puede hacer bien si se es capaz de unirse a Cristo tanto como para reconocer su voz en nosotros. Es una unión de afecto, espiritual, con Cristo. Ya no se trata de que el salmo sea más agradable a la persona que reza o más árido o más dificultoso, sino rezarlo o cantarlo sabiendo que es Cristo quien canta por nuestro medio.
Sí, los salmos los reza Cristo por nuestra voz, sea en comunidad o sea en particular, cada cual en su hogar o ante el Sagrario. Los Padres de la Iglesia enseñaron así a orar e interpretar los salmos: vox Christi ad Patrem, la voz de Cristo al Padre.
Cristo es el admirable cantor de los salmos.Bien sabemos cómo en la alabanza, en el canto de los salmos, en el Oficio divino, Cristo canta por nuestra voz, se une a nosotros:
“Cuando el lector sube al ambón, es Cristo quien nos habla. Cuando el homileta comenta la Palabra, si dice la verdad, es Cristo quien nos habla. Si Cristo guardara silencio, yo no os podría decir lo que en este momento os estoy diciendo. Cristo no está tampoco silencioso en vosotros: cuando cantáis, ¿no es por ventura Cristo mismo quien canta por vuestra voz?” (S. Agustín, Serm. 17).
Es la grandeza del cántico cósmico, es lo sublime del Oficio divino, cantando el mismo Señor Jesucristo:
“Nuestro Señor Jesucristo, Hijo de Dios, es el que ora por nosotros, ora en nosotros y es invocado por nosotros.
Ora por nosotros como sacerdote nuestro, ora en nosotros por ser nuestra cabeza, es invocado por nosotros como Dios nuestro. Reconozcamos, pues, en Él nuestras propias voces y reconozcamos también su voz en nosotros” (S. Agustín, En. in Ps. 85,1).
¡Cristo cantando! ¡Cristo alabando!, y asociándonos a su canto.
“Cristo canta a su Padre con ese instrumento a mil voces, acompaña su alabanza con esta cítara que es el hombre” (S. Clemente de Alejandría, Protréptico, I, 5).
“Cristo habla por nosotros, nosotros somos sus labios y su lengua” (Eusebio de Cesarea, In Psalm., 34).
“Su voz –que en todos los salmos canta o gime, que se alegra en la esperanza o suspira por ver la realidad- debe sernos muy conocida y familiar, como nuestra propia voz… Siéntase cada uno incorporado a Cristo, y su voz estará sonando aquí” (S. Agustín, En. in Ps. 42,1).
Recordarlo constantemente nos ayudará a todos, seglares y sacerdotes, monjes y monjas, religiosos y contemplativos, a renovar la atención al cantar los salmos en la Liturgia de las Horas y unirse más a Cristo con amor, sabiendo que Él canta por nuestra voz.
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