Las Primeras Comuniones: distinguir entre participar e intervenir haciendo cositas (IV)
La confusión teológica y pastoral entre participar e intervenir, entre participar en la Misa y desempeñar un ministerio encuentra en las Primeras Comuniones un ejemplo evidente. Los niños van a recibir un Sacramento, participar de la Eucaristía comulgando por vez primera, y ese es su modo de participación, diferente de desempeñar o realizar ministerios o servicios litúrgicos (cantando, leyendo moniciones o peticiones, etc.) que otros deberán realizar para que los niños vivan mejor, con tranquilidad y sin nervios, la Misa de su Primera Comunión.
Traigo aquí a colación un artículo, realmente sensato, digno de ser pensado por sacerdotes y por catequistas en su formación; hay que reconocer la verdad de las cosas, corregir lo que se está haciendo mal y adquirir un sentido de la liturgia más hondo, sagrado y espiritual:
“Este ‘ardiente deseo de la santa madre Iglesia’ de que ‘mediante una educación adecuada’ se lleve a todos los fieles a aquella participación plena, consciente, activa y fructuosa en las celebraciones litúrgicas ha sido y viene siendo frustrada por una confusión fatal: identificar la mayor o menor participación en la liturgia con el mayor o menor protagonismo en la ejecución de ritos o acciones simplemente ministeriales…
En el fondo, este confusión a la que aludimos puede ser también la simple consecuencia de haber limitado durante sAiglos la liturgia a las acciones sagradas llevadas a cabo por el sacerdote en virtud de su potestad, acompañado en todo caso de algún ministro que de cerca le pudiese ayudar en su ejecución, mientras de ella quedaba marginado el pueblo, reducido a mero asistente…
Y así se siguió confundiendo “la participación de los fieles”, tan deseable por el Concilio, con el modo como algunos de ellos podían acceder ya a realizar lo que antes era solo competencia del sacerdote. Mientras que los demás fieles (a veces, ni siquiera reunidos, sino dispersos aisladamente por los bancos de la iglesia) seguían y siguen siendo considerados –y hasta se sienten- como simples asistentes a lo que realizan y ejecutan los que intervienen en el rito. Síntoma evidente lo ofrecen la frecuente asunción por parte del coro de los cantos más propios de la asamblea y en orden a su participación, en determinados momentos de la celebración; o la manera en que se han impuesto los cantos expresados en primera persona del singular, en vez el plural más adecuado al ejecutado por una congregación de fieles.
Nos podemos servir del símil de un banquete para evidenciar el despropósito que implica este modo de entender la “participación litúrgica”… Aunque, también y de suyo, una iglesia cristiana es fundamentalmente, por origen y cometido esencial, un comedor donde los invitados se acomodan en torno al Señor como anfitrión. Él es quien proporciona los manjares a degustar por los convidados. Los demás ministros vienen a ser como los camareros que los han de servir a los fieles reunidos como primordiales destinatarios. En los ministros, pues, se ha de valorar solo y ante todo la condición esencial para ejercer su función: la destreza para servir del mejor modo posible a los invitados lo preparado para ellos por el Señor.
A la vista de esto y como ejemplo elocuente de las consecuencias funestas que se siguen de confundir la mayor “participación litúrgica” con el ejercicio de un ministerio en la celebración lo ofrecen, sin duda y con toda evidencia, las celebraciones habituales de “primera comunión”. A los niños, que ese día son los primeros convidados por el Señor, los degradamos convirtiéndolos en camareros de los demás: no apreciando con nitidez la invitación del Señor a la que ese día son convidados, subimos a los niños al presbiterio, ¡colocándolos en el sitio de los ministros! Desde allí empiezan por hacer sus moniciones: y así, en vez de una celebración dirigida a ellos como primeros invitados, se proyecta una celebración dirigida por los niños a los fieles congregados como destinatarios –por no añadir “y para su mayor lucimiento”-. Después, los convertimos en lectores: los niños, que ya están nerviosos, los ponemos más al tener que leer; y todavía más al sentirse acosados por el mismo fotógrafo, en su intento por sacar la impronta del ocupado en leer lo que a duras penas logra silabear; y todos pendientes del niño y cómo lo hace, en vez de escuchar con fe lo que Dios en ese momento nos dice y hemos de guardar –que es en lo que consiste la verdadera participación de su Palabra-. Supone, en realidad, todo un despropósito y hasta una contradicción que una Palabra, que ello como primeros invitados habrían de escuchar ese día con especial atención en el seno de la asamblea dominical, aparezca precisamente y en todo caso como la palabra que por su medio quiere dirigir Dios a los demás… Luego, llega la oración de los fieles que, en su verdadero significado sacramental, no es ni más ni menos que el modo de asociarse a la intercesión del Señor resucitado –ejerciendo así el sacerdocio común de los fieles al que por el bautismo fueron agregados-; pero de la que, en realidad, apartamos ese día a los niños en vez de hacerlos partícipes: justo porque ese día se nos ocurre ponerlos en fila para que cada uno diga a los reunidos una de las intenciones por las que pedir. Pero la intención que se propone no es en absoluto la oración de los fieles, ya que esta consiste, más bien, en el ruego que la asamblea dirige con Cristo al Padre Dios por la intención propuesta, diciendo: “¡Te rogamos, óyenos!”. Por eso se llama “oración de los fieles” y no “plegarias o peticiones de los niños de primera comunión”.
En el fondo, subyace como criterio la fatal equivocación a la que venimos aludiendo: confundir la participación litúrgica con la realización material de acciones ministeriales destinadas a la asamblea, en vez de entenderla como el encuentro espiritual con el Señor que a esta le permiten tales acciones. Es claro que se encuentran con el Señor los que escuchan con fe su Palabra, mejor que por el hecho de proclamarla; como es claro que ese día participarán ya plenamente de la Eucaristía por poder al fin comulgar y no porque se nos ocurriese el disparate de ponerlos a distribuir la Comunión a los demás…
La confusión de la que venimos hablando conlleva así la paradoja –clara en el caso al que la venimos aplicando- de impedir precisamente la participación “plena, consciente y activa” que requiere la celebración litúrgica, para ser realmente “la fuente primaria y necesaria de donde han de beber los fieles el espíritu verdaderamente cristiano”. Justo porque, ocupados los niños ese día en lo por hacer cara a los demás como destinatarios, están más impedidos que estos para atender y vivenciar lo que verdaderamente entraña y ofrecen con su actuación. En este sentido, sería mucho más acertado procurar con “toda diligencia” –como pedía el Concilio- “una educación adecuada” para llevarlos a la participación “plena, consciente y activa” que con el pueblo de Dios han de compartir cada domingo. Desde luego, mucho más útil y adecuado que el esfuerzo gastado en adiestrar a los niños para una actuación ministerial, exclusiva del día de su Comunión y extraña por tanto a la habitual de cada domingo, de la que, sin embargo y cada vez más, deberían “beber el espíritu verdaderamente cristiano”. En definitiva, hemos cambiado la “mistagogia” (o “educación adecuada”) por el ensayo de una pretendida participación en la celebración que, en realidad, más bien impide la verdadera y tan recomendada participación a la que se refería el Concilio” (Carmona García, Manuel, Actuación ministerial o participación litúrgica: la confusión a evitar, en Phase 357 (2020), 450-454).
¿Lograremos que crezca el sentido común, el sentido pastoral y el sentido litúrgico en las Misas de Primeras Comuniones?
Son muchos los fieles sensatos de nuestras parroquias que huyen ante las Primeras Comuniones o que las padecen en silencio y resignación; y que llevan toda la razón cuando se quejan de ese modo de liturgia. Por ejemplo, en un blog, se ve el siguiente comentario:
“Este verano he “sufrido” el “Circo” de un párroco “”Payasete” en una parroquia de Andalucía. Celebraba Primeras (me temo que también únicas) comuniones a golpe de preguntar a los 4 niños a grito pelado: Cómo están amigos, cómo están?? A lo que respondían, también a grito pelado Muy bien!!
Terminaba su “actuación “ cantando y bailando….Si! Haciendo aspavientos con los brazos al ritmo de una canción que decía así:
“No has nacido amigo para estar tristeeee…lalalalalal”
Los 4 niños, sus papás y las catequistas le seguían con el bailecito…los demás éramos sufridas [asistentes]”
Cualquier católico mínimamente formado, asiduo, ve y valora así las Misas de las Primeras Comuniones, con sus excesos. Muchos huyen de ellas. Es necesario abordar la liturgia de estas Misas y reordenarlas. ¿Por qué no hacerlo? ¿Por qué no cuestionar esto viendo que se está haciendo realmente mal?
6 comentarios
******
JAVIER:
Tan horror que ahora es tremendamente difícil enmendar el camino. Intento una y otra vez enseñar, enseñar y formar, pero es tarea ardua, casi imposible.
Ya es práctica habitual para mi persona desconectar* desde que comienza la homilía hasta que termina, así como en otros momentos de insulsas intervenciones, y en todos los cantos... en la práctica sé que cumplo con el precepto dominical pero ni "siento" que he ido a misa, por así decirlo. Obviamente, no me veía capaz de soportar unas comuniones allí.
* Para aclarar, no desconecto en la parroquia a la que solíamos ir, en cualquiera de buena doctrina, o cuando asisto por primera vez a una parroquia (aunque a veces uno ya se "huele" lo que va a pasar). Y desconecto porque los fieles nos vemos con la terrible circunstancia de que no pasa nada, de nada sirve hablar con el propio párroco y mucho menos con el Obispo... incluso en casos gavísimos, en los que solo queda marcharse y no volver, entristecido por lo presenciado y por la seguridad de que seguirá pasando (así sea sacrilegio o misa inválida).
¡Cómo comulgarían los Apóstoles aquella noche!.
Descartando el caso de Judas. ¿Cómo comulgaría San Pedro?, ¿Y San Andrés?...
Y con todo eso, aún no eran capaces de percibir el Santo Sacrificio que estaban presenciando "litúrgicamente", anticipadamente.
Lo mismo pasa, como a mí me pasó, en la Primera Comunión de los niños.
¿Fue en catequesis tras la Resurrección, o tras la venida del Espíritu Santo cuando empezaron a "comulgar en más verdad"?.
Con pensamientos al estilo de estos, procuro "estimularme" para comulgar mejor en "más verdad",
¿Cómo comulgaría San Juan, celebrando para la Virgen María, mientras recordaba el discurso del Pan de Vida del cap. 6 de su Evangelio?
Viviría San Juan algo así como:
... y mira María
el pan consagrado
y lo ve la Virgen,
y vuelve a adorarlo:
¡Cómo no adorarte
mi Señor amado!,
mi niño, mi hijo,
mi Dios encarnado.
Y la Madre adora
y vuelve a mirarlo
y ve en el pan
al que tuvo en brazos
después que en su seno
lo estuvo formando.
Y María lo ve
y lo está mirando
y nadie sabría
si mira adorando
o si es mirada
de madre adamando.
Los ángeles dicen:
“está adoramando."
¿Y tras la visión en Patmos de la Misa celestial de su Apocalipsis, cuando ya ha visto el Arca de la Alianza, como comulgaría S. Juan ?
Pues bien, D. Javier, a pesar de esos "estímulos" que quiero darme, como buen pecador en ejercicio, me sigo distrayendo en Misa, me sigo despistando al comulgar y ... ¡qué le voy a contar que Ud. no sepa!.
Me consuelo pensando en aquel sacrificio de Abrán, en el que tras preparar los animales sacrificados con sus mitades formando calle, cuando llega el Fuego divino, nuestro pobre "padre en la fe", está cansado de espantar pajarracos y, medio adormilado, apenas si se entera de lo sucedido. A pesar de eso, Dios actúa.
Y como Ud. ya sabe que es dueño de su blog, haga con este "aviso" que me permito añadir sobre lo que se nos va acercando, lo que mejor le parezca:
"Docena Jubilar"
Llegó el dos mil veintiuno,
y ya es tiempo de pensar
que dentro de doce años
hay mucho que celebrar,
pues el dos mil treinta y tres,
¡qué docena nos traerá
de hechos que cumplirán
dos mil años a la vez!
a los que habrá que atender
desde ahora, desde ya.
Se cumplirán dos milenios
de la humana REDENCIÓN;
y los veinte siglos justos
del ORDEN SACERDOTAL
y el don de la COMUNIÓN
que instituyó Jesucristo
al comenzar su Pasión,
en la que a su misma Madre
por MADRE nos otorgó;
y por si fuera eso poco,
¡también su RESURRECCIÓN!,
y justo en el mismo día
el don de la CONFESIÓN.
Yo ya voy a comenzar
a celebrar como pueda
tanta conmemoración.
Y eso no es todo, aún queda
celebrar que, confirmado
fue San Pedro en Galilea
como origen del PRIMADO,
(y esta Fiesta está pidiendo
“barbacoa de pescado”).
Y prepárate que llega
solemnizar su ASCENSIÓN,
y como ese mismo día
el BAUTISMO instituyó,
bimilenario tendremos
que celebrar a lo grande
y enseguida disponernos
con nuestro ser exultante,
porque diez días después
cumplirá en PENTECOSTÉS
dos mil años que bajó
el Paráclito, y en Él
la SANTA IGLESIA nació,
por tanto bimilenarios
celebraremos, ¿o no?,
y este triple, que también
trajo la CONFIRMACIÓN.
Si hay tanto que celebrar
y tanto que agradecer,
¡caramba!, ¿a qué esperar
hasta el dos mil treinta y tres?.
DOCE DOBLES MILENARIOS
y de tan gran importancia
celebrarlos en un año
poco es por tanta Gracia.
Y si es poco lo que falta
doce años nada más...
la docena está “pidiendo”
ser “Docena Jubilar”.
Eso que Vd. sugiere ya existe. Vea esto:
"La Nueva Fórmula de las primeras Comuniones" en https://www.cristodelascadenas.es/
Los comentarios están cerrados para esta publicación.