Las oraciones de la Misa
La Misa tiene tres oraciones: la oración colecta (que cierra el rito de entrada), la oración sobre las ofrendas (concluyendo el ofertorio) y la oración de postcomunión para terminar el rito de comunión. Además, el centro y corazón de todo, la gran plegaria eucarística, con el prefacio y el Santo, consagración, memorial e intercesiones y el Por Cristo final.
“Entre las cosas que se asignan al sacerdote, ocupa el primer lugar la Plegaria Eucarística, que es la cumbre de toda la celebración. Vienen en seguida las oraciones, es decir, la colecta, la oración sobre las ofrendas y la oración después de la Comunión. El sacerdote que preside la asamblea en representación de Cristo, dirige estas oraciones a Dios en nombre de todo el pueblo santo y de todos los circunstantes. Con razón, pues, se denominan «oraciones presidenciales»” (IGMR 30).
Estas tres oraciones y la plegaria eucarística las pronuncia sólo el sacerdote en nombre de todos –mejor aún si son cantadas las oraciones, el Prefacio y el Por Cristo en la Misa dominical-, las reza en nombre de la Iglesia. Son oraciones y por tanto están dirigidas a Dios como interlocutor, delante de todos.
Precisamente por dirigirse a Dios y por hacerlo en nombre de todos, deben recitarse con entonación, despacio y sin apresuramiento, devoción, piedad: “exige que se pronuncien con voz clara y alta, y que todos las escuchen con atención” (IGMR 32). Es la solemnidad de la liturgia. Mientras, todo está en silencio, no suena música ni siquiera el órgano (tampoco en la consagración: IGMR 32) para oír claramente.Las oraciones de la Misa y la plegaria eucarística requieren que todos las escuchemos con silencio, las hagamos nuestras mientras se recitan, conscientes de lo que afirman, para ratificarlas con el “Amén” final: “El pueblo uniéndose a la súplica, con la aclamación Amén la hace suya la oración” (IGMR 54).
Como la liturgia es escuela del genuino espíritu cristiano y maestra de vida espiritual, escuchar atenta y recogidamente estas oraciones nos llevará a beber directamente de una fuente pura, la fe de la Iglesia, expresada en sus textos litúrgicos. Son modulaciones que cantan la verdad de la fe. Es el dogma vivido y rezado. Por eso el sacerdote no las modificará a su antojo y los fieles las escucharán con atención del corazón.
Y será buena costumbre meditarlas en la oración personal, acostumbrándonos al lenguaje de la liturgia.
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