Durante la consagración, no suena ninguna música de fondo
Las rúbricas no dan lugar a margen de duda. Los documentos son claros. Cualquiera que los lea es capaz de darse cuenta. Y es que durante la consagración, no debe sonar el órgano ni ninguna otra música, ni sonar guitarra suavemente o melodías a boca cerrada. El silencio envuelve todo, mientras el sacerdote, lleno del Espíritu Santo, actuando in persona Christi va diciendo: “tomó pan, lo partió y lo dio a sus discípulos diciendo: “Tomad y comed…””
Absoluto silencio en la consagración. Sólo la voz del sacerdote, Cristo mismo, se oye, y todos de rodillas asisten al Misterio de la consagración.
Enmudece el órgano, no hay sones suaves que quebranten ese silencio. Tampoco, ¡mucho menos!, guitarras que rasgadas suenan sus acordes para intentar hacer más emotiva la consagración y la mostración del Cuerpo y Sangre del Señor. No. Silencio absoluto. Ningún instrumento suena durante la consagración, ninguno.
Además, en la liturgia… ¡no existe el hilo musical, la música de fondo, mientras se reza en común o mientras el sacerdote pronuncia una oración o plegaria!
Lo dice muy claro el Misal:
“La naturaleza de las partes “presidenciales” exige que se pronuncien con voz clara y alta, y que todos las escuchen con atención. Por consiguiente, mientras el sacerdote las dice, no se tengan cantos ni oraciones y callen el órgano y otros instrumentos musicales” (IGMR 32).
Además el órgano puede sonar solo en determinados momentos, pero entre esos momentos ni mucho menos figura la consagración:
“En las misas cantadas o leídas se puede utilizar el órgano, o cualquier otro instrumento legítimamente admitido para acompañar el canto del coro y del pueblo. Se puede tocar en solo antes de la llegada del sacerdote al altar, en el ofertorio, durante la comunión y al final de la misa” (Instrucción Musicam Sacram, n. 65).
Debemos ajustar nuestras celebraciones a estas normas; por muy difundida que esté la costumbre, un tanto meliflua, sentimentaloide, de acompañar la consagración con melodías tiernas o susurrar melodías a boca cerrada, o sonar el órgano dulcemente, mientras el sacerdote pronuncia las palabras grandes y santísimas de la consagración. Hay que corregir esto. La Tradición de la Iglesia testifica cómo las grandes plegarias –eucarísticas, o de ordenación, o de consagración del altar, etc.- se pronuncian rodeadas de silencio por parte de todos para oír y orar…, lo mismo que en silencio –tampoco suena el órgano- se imponen las manos en una ordenación sacerdotal o episcopal.
Mejor aún sería que, los domingos o al menos las solemnidades, siguiendo las melodías del Misal, el sacerdote o el obispo cantasen las palabras de la consagración, con gran amor y respeto. Eso evitaría, además, que nadie tocase ningún instrumento para hacer más emotivo o sentimental el momento –que es sacrificial, no lo olvidemos-.
Nos quedan dos escollos.
Primero, el del organista o del coro que siempre ha tocado su melodía tierna y sensible durante la consagración y que no entiende que ahora no se le deje hacerlo. Aduce –no le falta razón- que nadie nunca le dijo nada, que pensaba que estaba bien, que incluso el obispo tal o el párroco cual le dijo que qué bonito había quedado… Y, con amabilidad, habrá que señalarle lo que disponen los libros litúrgicos (por cierto, esta norma es desde siempre, no es nueva: no se toca nada mientras el sacerdote pronuncia una oración o plegaria litúrgica).
Segundo escollo, superar la manía de lo que me gusta o no me gusta como criterio de la liturgia. Muchos hacen cosas en la liturgia sólo porque “les gusta” y “con eso no hacen daño a nadie”. Hay que crecer en la objetividad de la liturgia, en la fidelidad de todos y en todas partes a sus normas y su sentido, dejando los añadidos al gusto de cada uno. ¡Eso es más difícil! Hablando con un compañero sacerdote de que el órgano no debe sonar durante la consagración y explicándole las normas, la sacristana, que estaba con el oído puesto, susurró entre dientes pero para que se la oyera bien: “Pues a mí me gusta”. No, no es ese el criterio para la vida litúrgica.
Repitamos: durante la consagración silencio de amor; el órgano, la guitarra y cualquier otro instrumento están callados; no hay música de fondo durante la consagración y todos están de rodillas.
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