La incensación o saber manejar un incensario (y de paso, D. Marcelo de Toledo y también una película)
Siempre me ha parecido, y así intento practicarlo, que el rito de incensar debe ser profundamente orante…, y por tanto, más que correr, apresurarse, pegar una zancada para acabar pronto y dar golpes del incensario en sus cadenillas (¡que se oiga, que retumbe!), hay que ir suavemente incensando, sin mover en exceso ni hacer ruido con el incensario, sino dejando que el humo del incienso vaya cubriéndolo todo y esparciendo su dulce aroma en la Iglesia santa, subiendo a Dios como oración fervorosa.
Saber manejar un incensario bien, suavemente, e incensar dejando que salga el humo del incienso es un arte, y como todas las artes, hay que practicar mucho antes de conseguir soltura, la técnica que ayude.
Me impresionó muchísimo, con recuerdo indeleble, la manera de oficiar la Santa Misa e incensar de D. Marcelo, el gran Cardenal arzobispo primado de España. Fue un 26 de agosto –no sé ya si de 1990, 1991 ó 1992-, fiesta de la Transverberación de Santa Teresa en el Monasterio de la Encarnación de Ávila. ¡Qué elegancia incensando el altar, qué movimiento más suave, cómo se detenía incensando las esquinas del altar! Más alguna otra vez que pude verlo. Es una lástima que no he encontrado ni vídeos de D. Marcelo celebrando ni apenas fotos estrictamente litúrgicas.
Pero he aquí que encuentro esta secuencia en la película “Alegre juventud”, de 1962, rodada en el Seminario Menor de Pilas (Sevilla). El Rector del Seminario es interpretado por Adolfo Marsillach: un gran Rector, ecuánime, ponderado, fino, mirada aguda, con experiencia y trayectoria, con auctoritas, muy de Dios… ¡lo que debe ser un Rector, un formador, un Maestro de novicios o del Estudiantado! La película por varias razones es digna de ver hoy y pedir y rezar al Señor… contrastando con lo que se ve hoy… Pero no quiero desviarme: este blog es para la liturgia, no para actualidad eclesial o pastoral.
En un oficio litúrgico, tal vez Vísperas, inciensa detenidamente la Cruz y el altar. La forma de mover el incensario, la suavidad, el humo que sube… me parecen una excelente lección práctica:
El actual Ceremonial de los Obispos, explica que “antes y después de la incensación se hace una reverencia profunda a la persona u objeto que se inciensa, a excepción del altar y de las ofrendas para el sacrificio de la misa” (CE 91): ¡pequeño detalle que a veces se olvida!, por ejemplo el diácono antes de incensar el Evangelio, hace inclinación antes y después de incensar, y lo mismo hará el diácono en la Vigilia pascual al incensar el texto del canto del Pregón pascual; o el sacerdote al incensar la cruz, o el féretro en el rito exequial… siempre inclinación profunda antes y después de incensar.
Seguimos. En nota a pie n. 75 a ese número 91 del Ceremonial, se explica cómo se recibe y se maneja el incensario, citando a su vez el Ceremonial de 1886:
“Quien inciensa toma con la mano izquierda y por la parte superior las cadenillas que sostienen el incensario y con la mano derecha toma estas mismas cadenillas recogidas cerca del incensario y lo mantiene en una postura tal que le resulte cómodo acercarlo y alejarlo de él.
Tenga cuidado en comportarse con seriedad y dignidad sin balancearse ni mover la cabeza siguiendo el vaivén del incensario. La mano izquierda, que sostiene el incensario por su parte superior, estará fija y quieta ante el pecho, y el brazo y la mano derecha se moverán cómodamente con los movimientos del incensario”.
El Ceremonial de 1600 advertía con detalle: que haya espacio entre él y el incensario en la mano derecha para poderlo manejar y que lo haga cómodamente, con seguridad y con decoro (Lib. I, cap. XXIII, pág. 90). Al incensar advierte que la mano derecha se puede mover cómodamente al incensar y traer el incensario hacia sí en el movimiento “leviter” (Ibíd., pág. 91), levemente: son movimientos suaves, no golpetazos, que permiten que el humo salga y se eleve; apenas se mueve la muñeca de la mano derecha, sin tener que separar mucho el brazo del cuerpo. Sin exageraciones ni movimientos bruscos, sino suavemente, levemente.
Nos acercamos a las pautas que ofrece un clásico manual de rúbricas, el “Antoñana”[1], que ofrece normas y orientaciones muy sabias y necesarias, y que se echan de menos en manuales de liturgia de hoy y artículos de formación. Quiero fijarme en primer lugar en la descripción de cómo hay que mover el incensario, sin detenerme en cuántos golpes de incensario hay que dar a un elemento u otro. (Ya lo recordamos aquí).
Dice el manual:
“Al describir la incensación, las Rúbricas y los Decretos hablan de DUCTUS e ICTUS. Consiste el primero en levantar el incensario hasta la altura del rostro en dirección hacia la persona u objeto que se ha de incensar, y el ictus, en el movimiento vibratorio del incensario así levantado hacia el mismo objeto o persona. Así, cuando para cada ductus se prescriben dos ictus, una vez levantado el incensario hasta la altura del rostro, en seguida se le hará vibrar dos veces sin interrupción hacia el objeto que se inciensa, e inmediatamente se le baja hasta la cintura (infra pectus o ante pectus, que dicen los Autores)” (I, p. 510).
Y si se inciensa andando, por ejemplo, el altar o el féretro, “entonces en cada ductus basta mover el incensario hacia el objeto que se inciensa, extendiendo y contrayendo el brazo derecho, sin necesidad de elevar cada vez el incensario hasta el rostro ni hacerle vibrar de la manera dicha” (I, p. 511): suave movimiento del brazo derecho, continuo, para incensar.
(Obsérvese cómo y qué bien inciensa san Pablo VI, del minuto 3:52 al 4:52)
Asimismo explica, bien y claro, cómo se recibe el incensario y hay que manejarlo:
“Para incensar se tiene el incensario de este modo: con la mano izquierda se toman las cadenillas en su extremidad (por el manubrio), reteniéndolas junto al pecho; con la derecha (esto es, con los tres primeros dedos) se toma el incensario cerca de la tapa, sosteniéndole de modo que con facilidad pueda dirigirse hacia el objeto que ha de incensarse. Colgando demasiado el incensario, no puede ejecutarse la incensación cómoda, segura y decorosamente” (I, p. 516).
¿Reiteramos? Un libro más reciente, “Guía práctica de liturgia”, de Peter J. Elliot, publicado en Eunsa (Pamplona 1996), explica muy detalladamente las rúbricas actuales. Sobre el incensario nos dice:
“La habilidad y la elegancia del uso del incensario depende, en primer lugar, del modo en que se cogen la cadenas cuando se inciensa una persona o un objeto. El modo más conveniente para aprender es practicando, si bien hay un método sencillo que vamos a proponer:
-Con la mano izquierda se toma el disco y la parte superior de las cadenas, dejándola descansar contra el pecho. Con la mano derecha se deja que las cadenas pasen entre el dedo índice y el mediano, a la vez que con el pulgar se asegura, de modo que el cuenco del incensario se puede controlar y dirigir fácilmente.
-Con la mano derecha, acerca el incensario delante del pecho. Después, levanta la mano hacia el nivel de los ojos (más bajo cuando inciensa el altar) y mueve el incensario hacia adelante y hacia atrás de la persona o del objeto que se inciensa, balanceándolo constante y suavemente, sin precipitarse al manipular la cadena.
-Una vez completado el número requerido de incensaciones, baja el incensario. Entonces, lo acerca hacia sí o lo devuelve al turiferario o al diácono” (n. 216).
El altar se inciensa suavemente, rodeándolo si es exento: “en este caso el celebrante camina alrededor del altar haciendo balanceos simples y continuos” (n. 217).
También explica cómo hay que tomar el incensario para moverlo con facilidad. Y una advertencia: balancear el incensario, moverlo para incensar, no significa dar golpes con él en las cadenillas, de modo brusco y ruidoso, sino moverlo despacio, suave, de forma continua y el humo pueda salir y subir hacia Dios perfumándolo todo y envolviéndolo todo en una nube aromática:
“No es necesario que el incensario golpee con las cadenas. Cuando se inciensa una persona o las ofrendas sobre el altar, las cadenas deberían ser sujetadas a 20 cm del cuenco y a 30 cm cuando inciensa el altar y la Cruz” (n. 219).
Al incensar el altar, suave, constantemente, “la incensación del altar debe hacerse con un ritmo solemne. No es necesario que el incensario golpee las cadenillas. Cada incensación debería ser suave, realizada sin prisas, dejando libre unos 40 centímetros de longitud a las cadenillas” (n. 380). Son anotaciones interesantes que ayudan a incensar bien, con solemnidad y unción.
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Algunas cosas más:
a) Para algunos, tal vez esto les sonará a rancio, irreal, etc., pero es porque ni inciensan ni comprenden la naturaleza sagrada de la liturgia, celebrando como si fuera un festival o un show.
b) La liturgia requiere que las cosas se hagan bien. Tal vez esto de incensar no sea ni el mayor ni el principal problema que haya que abordar o corregir o enseñar, pero es uno más que hay que acometer. La unidad a la hora de celebrar la santa liturgia es importante, y no la salvaje creatividad de cada cual, donde ya no sabemos qué está bien, qué está mal, qué se ha inventado uno porque sí o qué ha suprimido porque hoy estaba nublado y le ha pillado el cuerpo del revés…
c) Sirva este artículo asimismo para potenciar el uso del incienso en los oficios litúrgicos del rito romano, muy especialmente en la Misa dominical con canto, o en la Misa conventual. No es la primera vez que lo hacemos aquí.
d) Finalmente, agradecimiento cordialísimo y efusivo a fray David Álvarez, O.SS.T, entre otras muchas cosas, por editar la secuencia de la incensación a petición mía, ya que soy torpe como nadie y la informática y aplicaciones y programas son un gran arcano inconmensurable, cuántico, sideral, críptico, para mí. ¡Gracias, fray David, por ayudarme!
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[1] MARTÍNEZ DE ANTOÑANA, G., Manual de Liturgia Sagrada, Tomo I, Madrid 1930 (4ª).
10 comentarios
Muchas gracias.
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JAVIER:
Siguiendo lo que expresa el salmo 140 y lo que leemos en el Apocalipsis, el incienso es símbolo de nuestra oración que sube a Dios, es ofrenda, es homenaje y adoración a Dios.
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JAVIER:
Ojalá sea así, al menos en la Misa "mayor" o "parroquial" en solemnidades, en todas las fiestas del ciclo de Navidad y los 7 domingos de Pascua...
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JAVIER:
No localizo cuál por más que miro ese "coger el incensario"...
No es más que un detallito. Puede que se deba a que usamos navegadores web diferentes.
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JAVIER:
Muchas gracias. No era cuestión de navegadores, sino del "editor" del artículo, torpe turpísimo.
A mí me ocurre que, como diácono, acompaño a menudo al obispo o a sacerdotes a incensar, y nunca sé si debo ayudarles con las vestiduras, pues ni sé si estorbo más que ayudo. Observo, que en el vídeo de la película, los acólitos sí le cogen la capa pluvial al sacerdote. Pero, en el caso del vídeo de Pablo VI, los asistentes no lo hacen. ¿Hay norma al respecto o algún criterio? Gracias. Saludos.
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JAVIER:
Su pregunta me ha hecho indagar en el Ceremonial de Obispos; tenía idea vaga de que había que ayudarle "si era necesario", para que no le estorbara al celebrante. Pero no es así. No se menciona al describir las incensaciones ayuda alguna: “Acompañado por los dos diáconos” (CE 131;) ofertorio “acompañado por el diácono” (CE 149); “el obispo pone incienso, lo bendice y, de rodillas, inciensa al Santísimo” (E 1113), y sin embargo sí es ayudado cuando tiene el paño humeral y debe coger la custodia: “el obispo toma el velo humeral, sube al altar, hace genuflexión y, con ayuda del diácono, toma la custodia” (CE 1114).
La cita es en Salmos 141, 2.
Otra vez muchas gracias.
Felicidades por este tipo de artículos sobre "detalles" que enriquecen tanto la digna celebración litúrgica y que, bien ejecutados, son profundamente vividos por los fieles asistentes. ¡Dios siga inspirándote, Padre, con artículos como éste y los que periódicamente publicas!
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