Cosas que faltan y sobran en la profesión de los religiosos ( y 2ª parte)
-En el rito de la paz, nuevo desbarajuste, efusión emocional latente; de la sobriedad del rito se pasa a la afectividad a flor de piel, incluyendo el beso de la paz a todos los que están en el presbiterio y, en ocasiones, bajando a la nave para dar también besos “de paz” a toda la familia que asiste, lógicamente, emocionada. Es un rito de preparación a la comunión, por lo que requiere sobriedad: sólo a los más cercanos, a izquierda y derecha, incluidos los nuevos profesos (cf. IGMR 83); el sacerdote –ya sea Obispo diocesano eminentísimo o Provincial flamante y recién elegido- no abandona el presbiterio (IGMR 154). Eso sí: dará el abrazo de paz a cada uno de los nuevos profesos o profesas (Ceremoniale, n. 786).
-Y, ofrecido el Sacrificio, se distribuye la sagrada comunión. Es un Don que se entrega por parte de los ministros ordenados, y se recibe con reverencia y adoración al Sacramento. Primero recibe la comunión el diácono de manos del sacerdote, y luego distribuyen a los demás fieles el Alimento del Altar. Los nuevos profesos ese día de modo especialísimo reciben la comunión con las dos especies (de hecho hay que preparar “un cáliz de capacidad suficiente para la comunión bajo las dos especies”, Ceremoniale n. 752c), pero no tomándola ellos mismos directamente del altar o autocomulgando, o pasándose entre sí la patena y el cáliz, sino recibiéndola de las manos de los ministros ordenados. Así también comulgarán los demás frailes no ordenados, ¡recibiendo la comunión!, no tomándola cada uno directamente del altar. Lo mismo dígase de las religiosas, sean contemplativas o de vida activa y apostólica: ¡la comunión se recibe, nos es dada! “No está permitido a los fieles tomar por sí mismos el pan consagrado ni el cáliz sagrado, ni mucho menos pasarlo de mano en mano entre ellos” (IGMR 160; cf. Instrucción Redemptionis sacramentum, n. 94).-Tras la comunión, llega otro de los momentos sentimentales, afectivos, emotivos, que se han introducido en la liturgia y se han extendido por todas partes y para cualquier celebración. La IGMR permite que tras la comunión se guarde silencio o se pueda cantar un salmo o himno de acción de gracias (“la asamblea entera también puede cantar un salmo u otro canto de alabanza o un himno”, n. 88); esto se pervirtió convirtiéndose en un discurso de acción de gracias, donde alguien sube y empieza a leer emocionadísimo. Ni siquiera lo hace en un lugar discreto, sino desde el ambón que se usa para todo y no sólo para lo propio: la Palabra de Dios. Las cámaras empiezan a enfocar, los móviles a hacer fotos, las lagrimitas a surcar los rostros de los presentes. El discurso es absolutamente prescindible y previsible: es un testimonio vocacional agradecido, donde hay que incluir desde que uno era una célula-embrión, a todos y cada uno de los familiares cercanos, los amigos que acompañaron, los maestros de primaria y los profesores de secundaria, el nombre del maestro de postulantes, de novicios, los superiores que ha tenido y las comunidades por las que ha pasado…contando el desarrollo de su vida vocacional. Esto, que de por sí podría ser bueno, no casa con el ritmo de la liturgia ni su desarrollo: ¿por qué no hacerlo después, en el ágape, donde están todos de modo más informal? En esa copa compartida, en el locutorio del monasterio o en un patio o sala de la casa religiosa, etc., los nuevos profesos pueden bendecir la mesa y empezar compartiendo cada uno su testimonio vocacional en ambiente distendido y no forzar la liturgia. De nuevo hay que repetirlo: hay que quitar protagonismos humanos, teatralidad a la liturgia, sentido de fiesta secular y aplausos. Por cierto: también esta mala costumbre –que ninguna rúbrica permite- se ha introducido en el sacramento del Orden en algunas diócesis y en alguna Congregación religiosa, con la aquiescencia del Obispo ordenante.
-Por supuesto, antes de la bendición, habrá un discurso más -¿cuántos llevamos a lo largo de la profesión?- de quien preside, dando gracias a los nuevos profesos por profesar, a la familia por entregar al hijo/a, a los formadores por realizar el proceso formativo, a los asistentes por asistir, al coro por cantar, a los que pusieron flores, a los que limpiaron la iglesia, a los que repartieron fotocopias, a los que… etc. etc… ¡algo cansino e interminable! Son esas cosas que se introducen en la liturgia con más fuerza y rigidez que cualquier rúbrica del Misal; y parece obligatorio que quien preside –el Rvdo. Padre Provincial de la nueva Provincia unificada, o el mismísimo Arzobispo metropolitano con ínfulas y con palio- dirija un largo y agotador discurso de agradecimientos varios. Para lo que dicen y lo que cansan a los oyentes, mejor callar y que impartan directamente la bendición solemne.
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-“Pero, ¿todas las profesiones son así?” –No, evidentemente: aquí se han recogido cosas que se ven aquí, allá y más para allá, en un sitio y en otro, realizando un elenco.
-“Vd. exagera, es imposible tanto disparate”. –Si no me cree, busque vídeos en Youtube de profesiones temporales o solemnes, vea uno tras otro unos cuantos vídeos, y acabará dándome la razón.
-“En mi Congregación no es así, ¡menuda es la Provincial para esas cosas!” –Dé gracias a Dios por esa Provincial con formación y con sentido común.
Ya quisiera ya que todo fueran exageraciones mías, pero no lo son; ojalá esto abra los ojos de los religiosos, de futuros profesos también, y cuiden bien la liturgia sin manipularla ni adaptarla ni reinventarla ni desnaturalizarla.
3 comentarios
Son unos cuantos grupos ya los que hay, cuyos fundadores y algunos obispos obvian el reconocimiento oficial que la Iglesia les da, y de asociación de fieles pasan a hablar de instituto religioso en formación que, en la práctica, ellos ya dan por hecho que es un mero tecnicismo absurdo porque ellos consideran que para Dios ellos ya son religiosos o religiosas.
Y allá van con sus hábitos, con sus votos, y con una enorme confusión de ni siquiera saber que son en realidad, ni de lo que es simplemente un voto religioso. Y lo peor es que ignoran que lo ignoran.
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JAVIER:
Lo he omitido porque lo desconozco, es más, no tengo muy claro a qué se refiere en su comentario.
Como no se viva bien la liturgia,sucederá como en la celebración de algunas Misas, se inventan las oraciones y llegará un momento en que los fieles también querremos contestar y actuar lo que en ese momento se nos ocurra.
Un cordial saludo,y oraciones
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JAVIER:
Está todo muy devaluado, muy desvirtuado. Empezando por el sentido de la liturgia y la obediencia fiel y humilde a las rúbricas, y siguiendo por otras cosas y realidades en la Iglesia y en la misma vida religiosa.
Anne Barmberg en su texto "PROTECCIÓN DE LOS VOTOS
Y NUEVAS REALIDADES ECLESIALES" lo centra bastante bien:
"Al tratar acerca de la vida consagrada no es corriente adoptar el vocabulario del Código de Derecho Canónico. (...). Junto al retorno de formas individuales de vida consagrada, después del Concilio Vaticano II han surgido numerosas asociaciones de fieles y nuevas comunidades: religiosas de tipo monástico, como las Fraternidades monásticas de Jerusalén, la Comunidad San Juan, etc.; plurivocacionales,
que agrupan varios estados de vida, como el Emmanuel, las
Bienaventuranzas, Chemin Neuf, etc.; ecuménicas y/o internacionales. Muchas de ellas han conocido dificultades o crisis antes de alcanzar una clarificación de su estatuto. En efecto, en la vida de las comunidades nacientes se suele preferir el vocabulario teológico al lenguaje jurídico, y a veces se repiten palabras entresacadas de la literatura espiritual a las que habría que atribuir lo que el Espíritu ha hecho oír a unos u otros. Como de entrada no se atiende a los aspectos jurídicos —a veces percibidos, además, como inútiles o carentes de interés—, puede suceder que no se sepa si unos votos que se han pronunciado son o no son votos religiosos o votos públicos, ni incluso si la persona puede ser llamada religiosa"
"(...), las personas que se comprometen tienen ideas claras sobre el contenido de sus votos, aunque no sobre su alcance canónico, y es aquí precisamente donde corren el riesgo de sufrir engaños. (...). Imaginemos el caso de algunas fieles que, movidas por el Espíritu Santo y por influjo del Concilio Vaticano II, quieran entregarse totalmente a Dios en un acto supremo de amor y obligarse mediante votos a observar los tres consejos evangélicos. Se las recibe con los brazos abiertos, y pronuncian sus votos en el transcurso de una celebración litúrgica que reúne a numerosos miembros de su joven comunidad de vida fraterna, de la que forman parte laicos, hombres y mujeres, célibes o casados con o sin hijos, y sacerdotes. El obispo diocesano, que ya ha revisado la propuesta de estatutos presentada por esa comunidad, preside esta celebración de los votos. El ritual sigue de cerca el de la consagración en los principales institutos de vida consagrada, y a estas mujeres que han tomado hábito y nombre religioso en el transcurso de esta liturgia, se las denomina, a partir de entonces, las consagradas de la comunidad, las Hermanas. Nadie pone en duda que viven en un estado de «vida consagrada por la profesión de los consejos evangélicos». Al principio todo va bien y no hay problemas con esta joven comunidad.
Las cosas se complican cuando la comunidad de vida fraterna crece
y pretende obtener un reconocimiento más amplio.(...) algunos hallan ocasión de decir a las Hermanas que la Iglesia no las reconoce como tales porque no viven en uno de los institutos de vida consagrada erigidos canónicamente por la autoridad competente de la Iglesia. Se les dice además que sus votos no son lo que ellas creían: votos públicos de vida consagrada a Dios, votos religiosos. Incluso se hace recaer sobre ellas el sentimiento de que el hábito y el nombre que han tomado son un abuso.
(...). Poco a poco se crea un clima de conflicto creciente entre intereses divergentes, a los que se asocian presiones, si no manipulaciones. La situación se vuelve rápidamente ininteligible para aquellas mujeres que simplemente quisieron entregar su vida a Dios, vivir según los consejos evangélicos en una vida estable de comunión fraterna y que nunca pensaron que la Iglesia de repente podría dejar de reconocer su estado o su carisma.". A lo que añado: no solo a las hermanas, la confusión alcanza al pueblo de Dios, que termina aceptando que cualquiera que vista hábito, es monje.
Resumiendo, es el caso complementario a lo que Vd comenta. Vd. señala ceremonias de profesión religiosa de liturgia mejorable. Estos casos son ceremonias realizadas con una solemnidad impecable, a veces incluso con el obispo presidiendo, pero que la Iglesia no puede reconocer porque el instituto religioso como tal, no existe. No hay profesión religiosa.
Son las asociaciones de fieles cuyos miembros viven como si pertenecieran a un instituto religioso, sin estarlo.
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