La liturgia da unidad a la vida (Notas de espiritualidad litúrgica - XXIX)
La liturgia es la fuente y el elemento que da unidad a toda la vida cristiana y convierte nuestra existencia en una liturgia viva, en un culto espiritual en lo cotidiano.
La liturgia nos da vigor, acrecentando la vida sobrenatural en nosotros mediante las virtudes teologales. Dios ahí está actuando en nosotros.
Sin Cristo, nada podemos hacer (cf. Jn 15,5); es Cristo quien nos santifica, quien nos edifica, quien nos incorpora al Templo espiritual como piedras vivas; es Él quien nos da crecimiento a la medida de su plenitud (cf. Ef 4,13), dándonos madurez. Él va conduciéndonos, guiándonos, y nos convierte en discípulos suyos más perfectos por medio de la liturgia. Por medio de ella gustamos más las insondables riquezas del misterio de Cristo. ¡Qué delicia!, y a la vez, ¡qué grande es, entonces, la vida litúrgica!
La liturgia constantemente nos remite a Dios, viviendo en su presencia: así lo hace, de forma palpable, el Oficio divino con las distintas Horas litúrgicas del día. En la liturgia vivimos nuestra filiación divina adoptiva, la confianza en Dios y el abandono en su Providencia; luego vivimos en Él lo cotidiano, con presencia de Dios, amando y sirviendo al prójimo, desarrollando las virtudes cristianas.
La liturgia, siendo comunitaria y eclesial, alienta la oración personal, la estimula, necesitando espacios de silencio para tratar al Señor: ya sea a partir de la liturgia misma, como también la adoración, la súplica, etc.
Es, asimismo, fuente de piedad, con actitud reverente y de entrega a Dios. La liturgia nos enseña a estar ante Dios, a tratar santamente las cosas santas, con un alma ungida, que no se mueve de cualquier manera, sino con reverencia ante Dios. Y lo realiza con devoción, es decir, fuego en el alma, entregándose a Dios… y de ahí nacerá la entrega a los demás. La liturgia además nos mueve a orar personalmente, viviendo la adoración a Dios, la alabanza, la súplica y la intercesión.
En la liturgia, Dios nos santifica. Nuestra vocación es la santidad, pero no nos hacemos santos nosotros mismos por nuestra voluntad, sino que es Dios quien nos santifica. Y la liturgia tiene mucho que ver en ello.
La liturgia, que es la fuente primera e indispensable del espíritu cristiano, posee la máxima eficacia para la santificación.
“La liturgia alimenta la fe, la esperanza y la caridad, que son las tres virtudes teologales donde encuentra su fundamento la santificación personal por obra del Espíritu. De suyo, la santidad cristiana consiste en conocer a Cristo y asimilarlo en la propia existencia (identificación, configuración, divinización, etc.)” (Soler Canals, J.M., La liturgia, fuente de vida espiritual, CPh 106, Barcelona 2000, 40).
La liturgia desarrolla la vida de Cristo en nosotros a través del tiempo de nuestra vida: cada Hora litúrgica, cada semana con el domingo, cada ciclo litúrgico, cada año litúrgico, más las etapas sacramentales (Iniciación cristiana, penitencia… sacramentos de estado: Orden y Matrimonio). Es decir, “la liturgia tiende a la unificación de toda la existencia cristiana bajo la fuerza de la gracia divina” (Soler, 40-41). La vida espiritual es la respuesta coherente al don de la gracia que recibimos por la vida litúrgica, bien vivida.
Y lo que recibimos en la liturgia incide tanto en la vida que se convierte también en fuente de la conducta moral, el actuar cristiano bajo la acción del Espíritu Santo. Lo recibido en la liturgia luego se expresa en la vida.
El contacto con el Señor y su obra salvadora en la liturgia debe mantenerse en la oración personal, en el contacto con todos, en el trabajo, en la familia, en el tiempo libre, en los deberes del propio estado. Todo entonces lo realizará “en Cristo Jesús” (Rm 6,11.23; 1Co 1,30), para gloria de Dios, todo para gloria de Dios, glorificando a Dios. La liturgia conduce nuestra vida, la convierte en culto agradable a Dios en lo diario.
Comprendemos bien que la vida cristiana es litúrgica, fundamentando nuestra existencia al asimilar la liturgia. Y en la liturgia se presenta, se ofrece, se entrega la propia vida a Dios. De esta forma la liturgia da fundamento, consistencia y contenido al cristiano y su experiencia espiritual. Sería erróneo separar o enfrentar la liturgia y la vida espiritual.
La liturgia, cuando es profundizada, arroja luz y enseña verdadera espiritualidad. “La espiritualidad cristiana es la vida real del creyente vivida bajo el influjo del Espíritu Santo –y, por lo tanto, animada por la fe, la esperanza y la caridad- en tanto que el creyente está incorporado a Jesucristo sacramentalmente. Es por esto que no puede haber espiritualidad cristiana sin liturgia, que es el ámbito eclesial donde se hace presente y operante el misterio de Cristo y donde actúa el Espíritu” (Soler, 43).
La liturgia no es una forma de espiritualidad junto a otras sino que es la espiritualidad del cristiano, ¡espiritualidad de la Iglesia para todos sus hijos! Cada uno deberá dejarse moldear por la liturgia y también conocerla mejor, para responder al don de Dios.
De esta forma la espiritualidad litúrgica será el sustrato, la base, el humus, la raíz, de todas las demás espiritualidades y caminos espirituales.
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