La liturgia crea espiritualidad (Notas de espiritualidad litúrgica - XXVIII)
Cristo glorioso, el Señor, Sumo y eterno Sacerdote, actúa realmente mediante la liturgia. El contacto con Cristo se realiza a través de las acciones sacramentales de la Iglesia que prolongan la santísima Humanidad de Cristo, “instrumento de nuestra salvación” (SC 5).
Este es el fundamento de la liturgia, su esencia. Y de ahí, de lo teológico, se deriva lo espiritual, la espiritualidad litúrgica, con los elementos que la conforman y constituyen, de modo muy concreto, práctico, accesible.
1.- La espiritualidad litúrgica se produce de distintas formas, de muchos modos y en diferentes niveles: sacramentos, Liturgia de las Horas, celebraciones de la Palabra, la santa Misa… El tiempo está lleno de liturgia, es decir, de gracia y salvación, vivido es tiempo en el año litúrgico con sus ciclos, la semana con ritmo propio y el domingo, la jornada cotidiana marcada por la Liturgia de las Horas… En este marco temporal se realiza el misterio de Cristo y su vida para nosotros.
2.-Un segundo elemento: la Palabra de Dios llena la espiritualidad litúrgica, es decir, la Sagrada Escritura en el contexto de la celebración litúrgica, proclamada por la fuerza del Espíritu y que solicita el asentimiento de la fe que escucha. La espiritualidad litúrgica es bíblica en este sentido. La Palabra de Dios en la liturgia está presente en todo oficio o celebración litúrgica y sacramental. La Palabra de Dios nutre la fe, es “fuente pura y perenne de vida espiritual” (DV 21), porque Cristo habla hoy y sigue anunciando el Evangelio cuando en la liturgia se proclaman las Escrituras; recordemos que “Cristo está presente en su palabra, puesto que cuando se lee en la iglesia la Sagrada Escritura es él quien habla” (SC 7).
La Palabra de Dios es acogida en silencio, oración y meditación. Y la Palabra de Dios en las Escrituras inspira antífonas de la Liturgia de las Horas, himnos, oraciones, prefacios, etc… así se puede afirmar que los textos litúrgicos no son sino la Palabra de Dios orada por la Iglesia.
3.- Un tercer elemento: los signos y símbolos que forman el tejido de la liturgia. Los signos, especialmente los grandes signos sacramentales, son un verdadero medio de comunicación poniendo delante del hombre una determinada acción salvífica de Cristo, que se hace presente. La fórmula sacramental se une al signo, lo hace santificador. Cristo actúa en los sacramentos y se hace presente, y asocia a la Iglesia en la obra redentora: “asocia siempre a la Iglesia en esta obra tan grande…, de forma que toda celebración litúrgica, en cuanto obra de Cristo sacerdote y de su cuerpo, que es la Iglesia, es acción sagrada por excelencia, en cuya eficacia no es superada por ninguna otra acción eclesial” (SC 7). Por eso los sacramentos están en la base de la espiritualidad cristiana, de la espiritualidad litúrgica.
Vivir el conjunto armónico de estos elementos es vivir la liturgia con verdad, en el Espíritu Santo.
Y los sacramentos son fuente de vida espiritual, que marcan y sellan la vida cristiana. Hay que considerarlos, pensarlos, extraer sus riquezas para la vida interior, comprenderlos espiritualmente.
En resumen, “la espiritualidad litúrgica, por tanto, consiste en una actitud o disponibilidad para celebrar de modo vivo y fructífero los grandes momentos sacramentales de la vida cristiana y de la Iglesia. La participación consciente, activa y plena de fe, y el propósito de insertar la propia existencia en el misterio de Cristo presente y operante en la liturgia, constituyen el camino, abierto a todos los bautizados, para configurar la vida a imagen y semejanza del que, para redimirnos, compartió, paso a paso, momento a momento, nuestra existencia. Naturalmente, esta actitud o disponibilidad debe ir marcada por el esfuerzo de asumir, a nivel personal, lo que la Iglesia celebra en las acciones comunitarias. Solamente así la vida de los creyentes se hace, toda entra, una “existencia en Cristo” y una “vida en el Espíritu”, objetivo primero de la espiritualidad cristiana” (López Martín, J., En el espíritu y la verdad, vol. I, Salamanca 1987, 390).
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