La liturgia nos da la vida en Cristo (Notas de espiritualidad litúrgica - XXIV)
Los misterios del Señor son recordados y se nos hacen presentes en la liturgia. Se despliegan los misterios de Cristo a lo largo del año litúrgico, comunicando gracia, salvación y santidad.
Así se va sucediendo el año litúrgico con la presencia de Cristo en sus misterios. La Iglesia, abriendo los “tesoros bíblicos” (SC 51) evoca cada uno de los misterios del Señor, o sea, los episodios, los actos de la vida del Señor, desde el seno de la Trinidad a su Encarnación y Nacimiento, hasta llegar al Misterio pascual, su glorificación y la espera de su segunda venida en gloria y majestad.
Es muy significativo, a este respecto, cómo en el rito hispano-mozárabe, partida la hostia, sus trozos se depositan sobre la patena en forma de cruz evocando esos misterios de Cristo: Encarnación, Nacimiento, Circuncisión, Aparición, Pasión, Muerte, Resurrección, Gloria y Reino. ¡Sí!, todos los misterios de Cristo están ahí, presentes, reales, salvadores, aquí y ahora.
Esta evocación se hace presencia real con la anámnesis, el memorial, especialmente en la santa Misa, donde el Misterio se hace presente –es más que un recuerdo psicológico, es presencia en el misterio-. El año litúrgico es más que un recuerdo piadoso, como lo pueda ser el rosario con los misterios que se consideran. El año litúrgico es la presencia actual de los misterios de Cristo y su gracia:
“El año litúrgico es, ante todo, una epifanía de la bondad de Dios que ha hecho irrupción en el tiempo y en el espacio de la existencia concreta de los hombres, un signo de salvación para aquellos que quieren aceptar esta bondad divina y responder a ella con la conversión y la fe. Animando y sosteniendo la celebración de los misterios del Señor a lo largo del año litúrgico está el hosâkis (“cada vez que”) paulino de 1Cor 11,26, expresión de la presencia definitiva y perenne de la salvación que en Cristo ha alcanzado su perfecto cumplimiento dando lugar al permanente “hoy” inaugurado en la vida histórica de Jesús” (López Martín, J., En el espíritu y la verdad, vol. I, Salamanca 1987, 383).
¡Cuántas y cuántas veces la liturgia canta el “hodie”, el “hoy”, de ese misterio de Cristo! Lo canta en la plegaria eucarística de la Misa, en la oración colecta, en las antífonas de la Liturgia de las Horas. ¡Hoy!, hoy mismo y la liturgia nos pone en contacto con ese Misterio “como si presente nos hallásemos” en aquel momento histórico, por utilizar esa expresión ignaciana de los Ejercicios.
Con el Leccionario, la Liturgia de las Horas y los sacramentos, la Iglesia nos comunica la misma vida de Cristo. “Año litúrgico y sacramentos constituyen el entramado de nuestro acceso al don que el Padre nos ha hecho en Cristo y en el Espíritu Santo: la filiación adoptiva por la que llevamos en nosotros la imagen del Hijo y la semejanza del Padre. Ésta es la única e idéntica espiritualidad cristiana que se pone de manifiesto en la Biblia y en la liturgia y está en la base de todo modelo o escuela de vida espiritual” (López Martín, 383).
Así la liturgia va forjando la existencia cristiana como vida en Cristo; los misterios de Cristo nos van elevando, su gracia actúa eficazmente.
Y así se ve cómo la liturgia es vida espiritual, es espiritualidad, y no hay oposición entre liturgia y vida espiritual, ni se puede despreciar o minimizar la función y la naturaleza de la liturgia como algo estético y ceremonial, ritual, formal, para luego alimentarnos interiormente de otras cosas, y sostener la vida espiritual con otros elementos menos con la liturgia, a la que sólo asistimos pero no dejamos que nos empape, que nos comunique sus riquezas y tesoros.
La espiritualidad litúrgica se deriva de la misma liturgia. De este modo la liturgia también se presenta como una fuente de vida espiritual, fresca y abundante, manantial de mil gracias, accesible a todos.
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