Espiritualidad eclesial para todos (Notas de espiritualidad litúrgica - XX)
Ni un lujo ni un capricho; ni un privilegio ni un arcano escondido: la espiritualidad litúrgica es para todos, porque nace de la liturgia misma de la Iglesia para todas las almas fieles. Todos podemos acudir a esta espiritualidad litúrgica, todos podemos enriquecernos con ella, todos podemos alimentar e incrementar nuestra vida interior con la espiritualidad litúrgica.
La liturgia entrega sus tesoros espirituales a quien humildemente se acerca a ella y se lo solicita. Es verdad que para eso hace falta un cierto paladar o gusto de las cosas divinas y algo de introducción, de iniciación a la liturgia. Pero, dados los primeros pasos, se descubre en la liturgia una riqueza de vida que no imaginábamos… tal vez porque redujimos en nuestra mente la liturgia a ceremonias o a celebración festiva y didáctica.
Es una espiritualidad básica, común, dirigida a todos los bautizados que no excluye ni agota otras espiritualidades, otros caminos interiores complementarios y enriquecedores. Pero la base de todo es la espiritualidad litúrgica o la liturgia misma como fuente espiritual, culto en Espíritu y en verdad.
¿Y esto por qué? Porque la vida cristiana es vida de oración al Señor, toda vida cristiana (también los fieles seglares en el mundo, no sólo los consagrados): “la participación en la sagrada Liturgia no abarca toda la vida espiritual. En efecto, el cristiano, llamado a orar en común, debe, no obstante, entrar también en su cuarto para orar al Padre en secreto; más aún, debe orar sin tregua, según enseña el Apóstol” (SC 12).
La liturgia es vida, vida abundante, vida interior, vida sobrenatural, vida que brota del seno de la Trinidad. Y esa vida nos transforma, nos cambia, nos eleva y diviniza. La liturgia es acción de Dios: vida que nos viene dada. Por eso la formación, el estudio de la liturgia, la pastoral litúrgica, etc., sólo adquieren plenitud de sentido cuando fieles y ministros, al participar en las celebraciones litúrgicas, penetren vital y existencialmente en el Misterio y luego lo manifiesten con sus obras en la vida cotidiana.
Sabemos de sobra que la liturgia y los sacramentos son eficaces de por sí, ex opere operato; pero hemos de atender también a su plena fructuosidad en las almas, y que los vivan y se llenen de los santos misterios, el ex opere operantis, la disposición de los fieles al recibir los sacramentos y, en general, para vivir la liturgia: fe, conversión, recogimiento interior, atención, etc…
La liturgia es vida en el Espíritu Santo: importantísima afirmación, principio orientador de una existencia cristiana. La liturgia es vida en el Espíritu Santo, que nos inserta en la vida intratrinitaria, que nos espiritualiza, que nos transforma, y nos va santificando, haciéndonos vivir en santidad, ser santos en el tejido de lo cotidiano. La vida cristiana es vida dirigida por el Espíritu Santo y su acción, y sus siete dones, y sus frutos, y sus gracias y carismas, y sus mociones y consuelos.
Esta es la vida espiritual que nos facilita la liturgia y que hemos de interiorizar y dejarnos conducir por ella.
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