El camino para venerar más el Evangelio/Evangeliario (Palabra y Evangelio - IV)
6. El camino para venerar más y mejor el Evangelio
Si hay que potenciar y destacar la importancia de la Palabra proclamada en la liturgia, no es desde luego inventando nuevos ritos de entronización de Biblias ni cosas semejantes. El camino tendrá que ir desde lo interior a lo exterior, a lo ritual, con sólida teología y más aún espiritualidad.
6.1.Conciencia de presencia y sacramentalidad
En el Evangelio está hablando el mismo Cristo, se oye su voz anunciando aquí y ahora, a los presentes, a su Iglesia Esposa, la salvación. Así pues, no estamos ante un relato pasado o un cuento o una novela, que se lee cumpliendo y luego viene lo importante que sería la homilía. ¡En absoluto! La voz de Cristo se oye cuando un diácono o sacerdote lee el Evangelio.
Cristo está en el cielo, su cátedra está en el cielo pero su voz se oye cuando se lee el Evangelio:
“Escuchemos juntos; escuchemos juntos como condiscípulos en la única escuela del único maestro, Cristo; su cátedra está en el cielo” (S. Agustín, Serm. 340A, 4). “Sólo hay un maestro para todos, cuya escuela y cátedra están en la tierra y en el cielo respectivamente” (Id., Serm. 292,1). “Tiene en el cielo su cátedra –pues hemos de ser instruidos en sus escritos” (Id., Serm. 270,1). “No digo que me escuches a mí, sino que escuches conmigo, pues en esta escuela todos somos condiscípulos; el cielo es la cátedra de nuestro maestro” (Id., Serm. 261,2).
Es a Cristo mismo a quien oímos cuando en la liturgia se proclama el Evangelio:
“El Evangelio es la boca de Cristo; está sentado en el cielo, pero no cesa de hablar en la tierra” (S. Agustín, Serm. 85,1). Y bellamente predicará este Padre: “Escuchemos el evangelio cual al Señor presente… Lo precioso que sonaba desde la boca del Señor está escrito por nosotros, se nos ha conservado, se recita por nosotros y se recitará también por nuestros descendientes y hasta que el mundo se acabe. Arriba está el Señor, pero también aquí el Señor Verdad” (In Ioh., tr. 30,1). “Ausente, habla en el Evangelio” (Serm. 263,3). “Ahora nos hablaba en el evangelio a todos nosotros” (Serm. 265A,1). “Hace unos momentos hablaba desde su cátedra del Evangelio” (Serm. 134,1).
Pero es que la acción de Cristo, cuando se proclama el Evangelio y cuando se predica, es también acción interior, toca las almas, las ilumina y las unge. Es Cristo el Maestro interior:
“Hay un Maestro común, el que mora en nosotros y acaba de hablarnos en el evangelio a todos” (S Agustín, Serm. 134,1). “Hablamos nosotros, pero es Dios quien instruye; hablamos nosotros, pero es Dios quien enseña” (Id., Serm. 153,1). “Dentro tenemos al Maestro Cristo” (Id., In Ioh. tr. 20,3). “Volveos a vuestro interior, y, si sois fieles, allí encontraréis a Cristo. Es él quien os habla allí. Yo grito, pero él enseña con su silencio más que yo hablando. Yo hablo mediante el sonido de mi palabra, él habla interiormente” (Id., Serm. 102,2).
Esto se realiza realmente por la fuerza del Espíritu Santo, que actualiza la Palabra y la Presencia de Cristo cuando en la liturgia se proclaman las Escrituras:
“Para que la palabra de Dios realice efectivamente en los corazones lo que suena en los oídos, se requiere la acción del Espíritu Santo, con cuya inspiración y ayuda la palabra de Dios se convierte en fundamento de la acción litúrgica y en norma y ayuda de toda la vida.
Por consiguiente, la actuación del Espíritu no sólo precede, acompaña y sigue a toda acción litúrgica, sino que también va recordando, en el corazón de cada uno, aquellas cosas que, en la proclamación de la palabra de Dios, son leídas para toda la asamblea de los fieles, y, consolidando la unidad de todos, fomenta asimismo la diversidad de carismas y proporciona la multiplicidad de actuaciones” (OLM 9).
Más aún durante el Evangelio, la acción del Espíritu Santo es eficaz:
“La primacía del Evangelio de Cristo, “el fin de la ley” y cima de la Liturgia de la Palabra, hace que el libro de los Evangelios o Evangeliario alcance la dignidad de un peculiar símbolo del mismo Cristo, que en la celebración litúrgica interpela al pueblo con su Palabra, a la que el Espíritu Santo restituye la eficacia y la vida de que gozaba en la boca del Verbo encarnado” (Evangeliarium, n. 12).
Y también:
“En la celebración litúrgica, las Escrituras no sólo se leen, sino que son proclamadas, de tal modo que, por la fuerza del Espíritu Santo, dador de vida, hagan viva la Palabra escrita y se realice de nuevo el misterio de la salvación” (Evangeliarium, n. 18).
La Tradición de la Iglesia dio siempre mucha importancia a la escucha litúrgica de la Palabra de Dios y de manera particular del santo Evangelio. Esa importancia es la que hay que recuperar y potenciar: inculcar en todos, comenzando por los ministros ordenados que son los pregoneros del Evangelio y sus lectores, el amor a Cristo que habla en el Evangelio y eso es más importante, incomparablemente más importante, que la homilía. La práctica parece estar del revés: lectura monótona y rápida del Evangelio y homilía larga, buscando protagonismo y atención, incluso con micrófono en mano al estilo de las sectas evangélicas. Parece que la Palabra de Dios fuera la excusa para el discurso humano.
La primacía en todo la debe ocupar la lectura del Evangelio. Por ello habrá que inculcar ese amor que la Tradición de la Iglesia reservaba para el Evangelio. “Los sermones y las letras del Evangelio son los vestidos de Jesús”, decía Orígenes (Com. in Mat., tom. XII). Y san Jerónimo, apasionado de las Escrituras, nos dirá: “Nosotros comemos su Carne y bebemos su Sangre, no solamente en el Misterio, sino también en la lectura de las Escrituras” (Com. in Ecl., 3). Más aún: “Leemos las sagradas Escrituras. Yo creo que el evangelio es el cuerpo de Cristo y que las Sagradas Escrituras son su doctrina. Cuando dice: ‘Quien no comiera mi carne ni bebiera mi sangre…’ (Jn 6,54), aunque es aplicable al misterio de la eucaristía, no menos puede entenderse que ese cuerpo y esa sangre de Cristo son la palabra de las Escrituras, su divina enseñanza” (Trat. Ps. 147).
Con esas citas de san Jerónimo como argumento de tradición, el papa Benedicto XVI explicaba “la sacramentalidad de la Palabra”:
“La sacramentalidad de la Palabra se puede entender en analogía con la presencia real de Cristo bajo las especies del pan y del vino consagrados. Al acercarnos al altar y participar en el banquete eucarístico, realmente comulgamos el cuerpo y la sangre de Cristo. La proclamación de la Palabra de Dios en la celebración comporta reconocer que es Cristo mismo quien está presente y se dirige a nosotros para ser recibido. Sobre la actitud que se ha de tener con respecto a la Eucaristía y la Palabra de Dios, dice san Jerónimo: «Nosotros leemos las Sagradas Escrituras. Yo pienso que el Evangelio es el Cuerpo de Cristo; yo pienso que las Sagradas Escrituras son su enseñanza. Y cuando él dice: “Quién no come mi carne y bebe mi sangre” (Jn 6,53), aunque estas palabras puedan entenderse como referidas también al Misterio [eucarístico], sin embargo, el cuerpo de Cristo y su sangre es realmente la palabra de la Escritura, es la enseñanza de Dios. Cuando acudimos al Misterio [eucarístico], si cae una partícula, nos sentimos perdidos. Y cuando estamos escuchando la Palabra de Dios, y se nos vierte en el oído la Palabra de Dios y la carne y la sangre de Cristo, mientras que nosotros estamos pensando en otra cosa, ¿cuántos graves peligros corremos?». Cristo, realmente presente en las especies del pan y del vino, está presente de modo análogo también en la Palabra proclamada en la liturgia. Por tanto, profundizar en el sentido de la sacramentalidad de la Palabra de Dios, puede favorecer una comprensión más unitaria del misterio de la revelación en «obras y palabras íntimamente ligadas», favoreciendo la vida espiritual de los fieles y la acción pastoral de la Iglesia” (Verbum Domini, n. 56)
Esta referencia a la sacramentalidad debe luego traducirse en catequesis, en conciencia viva de los fieles.
6.2.El cuidado en el plano celebrativo
Litúrgicamente, en el plano celebrativo, fruto de esa conciencia que antes describíamos, habrá que tener en cuenta algunos elementos.
6.2.1. Evangeliario y Evangelio
El culmen de la liturgia de la Palabra es la proclamación del santo Evangelio y no la homilía. Todo tiende al anuncio evangélico que es rodeado de signos de veneración y expresión de fe y leído por un ministro ordenado, estando todos en pie. Requiere la solemnidad que los libros litúrgicos ofrecen, y no convertirlo en una lectura o rito de tránsito para llegar a la homilía. Nos lo recuerda la IGMR 60, ya citada. Y san Juan Pablo II decía, al aprobar la versión latina del Evangeliarium, que “la centralidad de Cristo en la economía de la salvación fundamenta y determina la preeminencia misma que la Iglesia reserva al Evangelio durante la celebración eucarística, poniéndolo en la cumbre de la liturgia de la Palabra” (Discurso, 15-diciembre-2000).
El Evangeliario, en las catedrales e iglesias y parroquias más importantes, debe figurar entre los libros litúrgicos, custodiado con amor, y ser empleado en la liturgia con frecuencia. Y en las demás comunidades cristianas, emplear sólo el Leccionario… pero jamás una Biblia directamente o una fotocopia para las lecturas o “subsidios” litúrgicos (cf. OLM 37). El libro litúrgico, especialmente leccionario y Evangeliario, es un símbolo de las realidades celestiales: hermoso, bien encuadernado, limpio. ¡Qué importante, qué significativo es el Evangeliario!
“El evangelio es presencia de Cristo, que habla hoy a su pueblo reunido; por esto el libro que contiene los evangelios, tratado con magnificencia por los artistas que han miniado el texto, esculpido o grabado las pastas de la cubierta, se convierte en objeto de la veneración de la asamblea litúrgica: se lleva en procesión, es aclamado, besado. Los concilios, a partir del siglo V, introdujeron la práctica de colocar solemnemente sobre un trono el libro de los evangelios, para indicar claramente que es precisamente Cristo quien preside la reunión”[1].
6.2.2. La secuencia ritual de proclamación
“[La proclamación del evangelio] puede estar precedida por una procesión, que es signo de la venida de Cristo que dirige su Palabra a todos aquellos que la Iglesia reúne en su Nombre. Todos los presentes responden a la proclamación con fe y signos de reverencia, acogiendo en los propios corazones el anuncio del evangelio y pidiendo que él purifique y convierta sus vidas, para la edificación del Cuerpo de Cristo, que es la Iglesia” (Evangeliarium, n. 20).
El ritual en torno a la proclamación del Evangelio debe ser cuidado; en las iglesias parroquiales, para la Misa solemne de los domingos pascuales y otras fiestas, debería realizarse. La procesión al ambón es la verdadera entronización del Evangelio. Recordemos el ceremonial litúrgico y subrayemos algunos aspectos.
Es una procesión real, un trayecto que se recorre, desde el altar donde está depositado el Evangeliario hasta el ambón. ¡Lástima que muchas veces el ambón sea como un sencillo atril, sin gradas, sin escalones, y muy próximo al altar! Es una deficiencia de muchos presbiterios y muy escasa la comprensión de lo que es un ambón en términos arquitectónicos y en términos histórico-litúrgicos.
Durante la procesión va a resonar el Aleluya con su versículo evangélico, como es tradicional, o una aclamación dirigida a Cristo si es Cuaresma, pero no ha lugar cantos que son paráfrasis del Aleluya, o cualquier otro canto. Es una procesión con un canto propio: el Aleluya y su versículo, tal como aparece en el Leccionario antes de cada Evangelio.
El incienso abre camino; perfuma todo en honor del Señor que viene, del Rey que va a hablar, del Esposo que se va a revelar a su Esposa la Iglesia. El turiferario el primero con el incensario humeante. Luego dos acólitos con cirios –candelabros o ciriales- signo festivo que acompaña el Evangeliario[2]. Finalmente, el diácono con el Evangeliario “un poco elevado” (IGMR 175). Es una procesión elocuente, significativa, en honor de Cristo en su Palabra. Y es el uso romano para la liturgia[3].
Llegado al ambón, el diácono abre el Evangeliario. Y todos se vuelven hacia el ambón, todos se giran, pendientes de la palabras de gracia que van a salir de los labios del Señor. Es un signo de respeto a Cristo que ya vimos que prescribe la IGMR (n. 133), el Ceremonial de los Obispos (n. 141) y los prenotandos del Evangeliarium latino (n 31): “se vuelven (al ambón), manifestando una singular reverencia hacia el Evangelio de Cristo”. Tampoco esta rúbrica es moderna (ni modernista que me dijo alguno), sino tradicional; valga la afirmación de Guillermo Durando: “El coro y el pueblo, reclamados por así decir su atención, se vuelven hacia el diácono, hacia el lugar en que se lee el evangelio” (Rationale IV, 24, 22).
Comienza el rito. El diácono saluda con las manos juntas, sin extenderlas. Ese saludo recuerda la presencia del Señor que se va a dar en la lectura del Evangelio. Cristo se hace presente. Cristo va a hablar. Anuncia el diácono la lectura y todos aclaman dirigiéndose al Señor: “Gloria a ti, Señor”, a Cristo presente. Signa con el pulgar el Evangelio y el diácono –y todos- se signan haciendo la señal de la cruz en la frente, en los labios y en el pecho, sin prisas, con devoción. ¡Bello signo de acogida a la Palabra evangélica! “Para que la Palabra de Dios ilumine sus mentes, purifique sus corazones y abra sus labios a la alabanza del Señor” (Evangeliarium, n. 32).
El diácono tomando el incensario, hace inclinación al Evangeliario, lo inciensa con tres movimientos dobles, despacio, y vuelve a hacerle inclinación. Entregado el turíbulo al acólito, comienza a leer. “Con voz solemne”, señala el Evangeliarium (n. 32). Es el momento culminante. Se oye la voz del Esposo. Terminada la solemne lectura –repitamos lo de solemne para que no pase inadvertido- el diácono aclama: “¡Palabra del Señor!”, y todos responden dirigiéndose al mismo Cristo: “¡Gloria a ti, Señor Jesús!”
Finalmente, el Evangelio es besado por el diácono, o por el sacerdote que preside, o por el Obispo. Un beso signo de amor, de reverencia y sumisión a la Palabra de Cristo Maestro, que la Iglesia reserva sólo al altar y al Evangelio. E incluso, como sabemos, en las ocasiones más solemnes el Obispo, sólo él, puede bendecir a los fieles con el Evangeliario, cerrando así la secuencia ritual en torno al Evangelio.
6.2.3. El canto
Sería sumamente aconsejable que el canto acompañase el anuncio del Evangelio. Además del Aleluya con su versículo evangélico –sin sustituir por otros cantos semejantes ni parecidos- el Evangelio merece que los domingos al menos sea enmarcado con el canto del saludo, del anuncio de la lectura y de la aclamación final. No siempre se podrá desarrollar la procesión al ambón –porque no haya Evangeliario o no haya suficientes ministros- pero siempre, en la Misa dominical, se podrá cantar el saludo, el anuncio (“Lectura del santo evangelio…”) y la aclamación final. Es un modo muy aconsejable de destacar la importancia del Evangelio, a tenor de lo que marca la OLM:
“La salutación, el anuncio: “Lectura del santo evangelio…” y: “Palabra del Señor”, al final, es conveniente cantarlos, a fin de que la asamblea pueda aclamar del mismo modo, aunque el Evangelio sea tan sólo leído. De este modo, se pone de relieve la importancia de la lectura evangélica y se aviva la fe de los oyentes” (n. 17)
El canto en la liturgia es también aquellas partes que pertenecen a los ministros ordenados: saludos, oraciones, prefacio, etc. Este canto da solemnidad y prestancia a la celebración eucarística. No basta, no es suficiente, con que un coro cante. Quien preside debe saber cantar los saludos, las oraciones, el prefacio, y el diácono debe entonar también el saludo inicial y la aclamación del Evangelio.
Además, en las celebraciones solemnes del año litúrgico, se podría cantar el Evangelio con los tonos apropiados; una cantilación que no oculta, sino que destaca, al mismo texto sagrado ya que está al servicio del texto[4]. Cantar el evangelio es expresión solemne de acogida a la Palabra de Dios que se revela.
Las rúbricas del Evangeliarium latino aconsejan:
“Para atraer los corazones de los fieles para expresar el gozo y para comunicar más eficazmente la importancia del Evangelio, se pueden cantar el anuncio de la lectura, la aclamación final y el mismo Evangelio por entero. La adaptación de la música debe ser tal que resalte más la comprensión del texto sagrado, y no que lo oscurezca” (n. 34).
O como recogía Benedicto XVI en la exhortación Verbum Domini, fruto del Sínodo sobre la Palabra de Dios:
“Siguiendo las indicaciones contenidas en la Ordenación de las lecturas de la Misa, conviene dar realce a la proclamación de la Palabra de Dios con el canto, especialmente el Evangelio, sobre todo en solemnidades determinadas. El saludo, el anuncio inicial: «Lectura del santo evangelio…», y el final, «Palabra del Señor», es bueno cantarlos para subrayar la importancia de lo que se ha leído” (n. 67).
[1] MARTIMORT, A.G., Les lectures liturgiques et leurs livres, Turnhout 1992, 16.
[2] Ya explicaba san Jerónimo este uso: “Cuando va a leerse el Evangelio, se encienden velas (luminaria) mientras el sol brilla esplendoroso, pero no con el fin de disipar las tinieblas, sino para expresar una muestra de alegría” (Contra Vigilancio, 7).
[3] Una referencia más, en este caso, del Pontifical Romano del s. XII, cuando se hace un Concilio: “Entonces el diácono, procediendo del altar, revestido de la vestidura sagrada, precedido por los ceroferarios con los cirios y el incienso, lleva el evangeliario hasta el ambón, que está puesto en medio de la asamblea” (n. 36,6).
[4] “De modo que el canto no oscurezca el texto, sino que le dé realce” (OLM 14).
4 comentarios
“El camino para venerar más y mejor el Evangelio”.
El vocablo “venerar”: “Dar culto a Dios, a los santos o la las cosas sagradas” (Diccionario de la Lengua Española) En mi opinión tal expresión no abarca el auténtico significado del Evangelio, ya que el tal, no debería ser una especie de “talismán”, un ritual de veneración, sin adentrar nuestra vida espiritual a una vivencia de praxis que proclama en Evangelio.
Evangelio (transcripción del sustantivo ´buenas nuevas´) Un texto bíblico (Mr. 1:14) ¿Qué hizo Jesús?: “Vino Jesús a Galilea predicando el Evangelio de Dios”. Y ¿Cuál era el cometido del Evangelio?: “Cumplido es el tiempo, y el reino de Dios está cercano; arrepentíos y creed en el Evangelio”. ¿Qué aprendemos de este texto sagrado? a) Que el Evangelio es “de Dios” b) Que el mensaje del Evangelio es hablarnos respecto al “reino de Dios” c) Y que la exhortación de Jesús es “arrepentíos y creed en el Evangelio”. De una manera real este es el ´meollo´, o la ´esencia´ del Evangelio, que Jesús enseñó y predicaron los primeros discípulos en la era apostólica, como observamos de manera neotestamentaria.
¿Qué es lo que trae, o conlleva la creencia en el Evangelio? El apóstol Pablo lo expresa de esta manera: “Pues no me avergüenzo del Evangelio, que es poder de Dios para la salud (´salvación´) de todo el que cree, del judío primero, pero también del griego” (Ro.1:16) El argumento paulino es concluyente: “¿Pero cómo invocaran a aquel en quien no han creído? ¿Y cómo creerán sin haber oído de Él? ¿Y cómo oirán si nadie les predica?” (Ro.10:14) El apóstol Pablo fue un gran proclamador del Evangelio de Jesucristo: “De suerte que desde Jerusalén hasta la Iliria y en todas direcciones lo he llenado todo del Evangelio de Cristo” (Ro.15:19) Pablo, el apóstol, considera que el Evangelio es uno en exclusiva: “Os hayáis pasado a otro evangelio. No es que haya otro” (Gál.1:6 y 7).
Pablo y Bernabé, a causa de ser perseguidos: “Huyeron a las ciudades, y las regiones vecinas, donde predicaron el Evangelio” (Hch.14:6 y 7). Los primeros cristianos a causa de la gran persecución de los cristianos en Jerusalén, no dejaron de anunciar el evangelio: “Los que se habían dispersado iban por todas partes predicando la Palabra (Hch.8:4) Jesús habla de que la predicación del Evangelio precederá a su segundo advenimiento: ”Será predicado este Evangelio del reino en todo el mundo, como testimonio para todas la naciones, y entonces vendrá el fin” (Mt.24:14) (“Es una prueba de que el fin de las cosas no está cercano, puesto que antes de esto el Evangelio debe llegar a noticia de todos los pueblos” (nota marginal en la versión de la Biblia Nacar - Colunga)
Bendición.
(1) Porque fue predicado por Jesús, y que el tal procedía de Dios, así lo señala el texto bíblico: “Vino Jesús a Galilea predicando el Evangelio de Dios” (Mr.1:14) Por ello, el Evangelio tiene toda autoridad de infalibilidad, ya que procede de Dios y fue proclamado por Jesús, siendo el ministerio de Jesús una constante enseñanza respecto “al Evangelio de Dios”(2) Porque Jesús enseña que el Evangelio tiene un cometido de universalidad: “Será predicado este Evangelio del reino en todo el mundo, como testimonio para todas las naciones” (Mt.24:14) (3) Porque la predicación del Evangelio fue el énfasis apostólico: “De suerte que desde Jerusalén hasta la Iliria y en todas direcciones lo he llenado todo del Evangelio de Cristo” (Ro.15:19) ¡Esta es la valoración de la predicación del Evangelio!
¿Cuál es el mensaje del Evangelio?
Jesús habla del Evangelio del reino de Dios: “Predicando el Evangelio del reino de Dios” (Mr.1:14) Y que para entrar en ese “reino de Dios” se requiere arrepentimiento y creer en el Evangelio: “Cumplido es el tiempo, y el reino de Dios está cercano, arrepentíos y creed en el Evangelio” (Mr.1:14) ¿Cuál es la condición para entrar en ese “reino de Dios”? Jesús dijo al religioso Nicodemo: “De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios” (Jn.3:3) ¿Y cómo se hace esto? Se trata de un nacimiento del Espíritu: “Lo que es nacido de la carne, carne es; y lo que es nacido del Espíritu, espíritu es” (Jn.3:6) Se trata de un nacimiento espiritual producido por Dios: “Los cuales no son engendrados de sangre, ni de voluntad de carne, ni de voluntad de varón, son de Dios” (Jn.1:13) ¡No es cuestión de religiosidad sino de ser un hijo/a por recibir a Jesús por la fe: “Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad (´poder´) de ser hechos hijos de Dios” (Jn.1:12)
¿Tiene poder salvífico el Evangelio?
¡Claro que sí! Así lo dice el apóstol Pablo: “Pues no me avergüenzo del Evangelio, que es poder de Dios para salvación (´salud´) a todo el que cree , del judío primero, pero también del griego” (Ro.1:16) ¡Cada persona puede tener esta certeza de salvación eterna si cree en Jesús! “Para que todo aquel que en él cree. No se pierda, más tenga vida eterna” (Jn.3:15) “De cierto, de cierto os digo: El que oye mi palabra, y cree al que me envió, tiene vida eterna; y no vendrá a condenación, más ha pasado de muerte a vida” (Jn.5:24)
¿Existe otro Evangelio?
La autoridad apostólica exhortativa: “Os hayáis pasado a otro evangelio. No es que haya otro” (Gál.1:6 y 7) Lo enfático aquí en el texto sagrado es que el Evangelio es UNO. ¡Y nadie debería añadir o quitar al exclusivo Evangelio de Jesucristo, el Hijo Dios!
Bendición.
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