"En ofrenda permanente" con excursus atrevido de actualidad (Plegaria euc.- IX)
Junto a la Ofrenda de Cristo mismo al Padre, que la Iglesia realiza en la santa Misa por manos del sacerdote, se incluye igualmente nuestra propia ofrenda, es decir, la ofrenda de nosotros mismos.
¡Ah!, ¿que también nosotros nos ofrecemos? ¿Cómo y para qué?
¿Que nos hacemos ofrenda también? ¡Sí!
Todos los misterios de Cristo se reproducen y prolongan en nosotros, miembros de su Cuerpo; y si completamos en nuestra carne la pasión de Cristo en favor de su Cuerpo que es la Iglesia (cf. Col 1,24), también somos incluidos en su Ofrenda del altar.
Nosotros mismos nos ofrecemos unidos a Cristo. Aquí entra, ¡qué hermosura!, la doctrina del sacerdocio bautismal de todo el pueblo santo de Dios.
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El bautismo nos ha conferido a todos el sacerdocio común, agregándonos a la santa Iglesia. Siendo sacerdotes por el bautismo, nuestro corazón se convierte en un altar en el cual ofrecemos sacrificios espirituales, oraciones y obras de misericordia:
“la liturgia sacramental de la Iglesia, anuncia, actualiza y comunica el Misterio de la salvación, se continúa en el corazón que ora. Los Padres espirituales comparan a veces el corazón a un altar” (CAT 2655).
Predicaban así los Padres de la Iglesia:
“¡Oh inaudita riqueza del sacerdocio cristiano: el hombre es, a la vez, sacerdote y víctima! El cristiano ya no tiene que buscar fuera de sí la ofrenda que debe inmolar a Dios: lleva consigo y en sí mismo lo que va a sacrificar a Dios. Tanto la víctima como el sacerdote permanecen intactos: la víctima sacrificada sigue viviendo, y el sacerdote que presenta el sacrificio no podría matar esta víctima.
Misterioso sacrificio en que el cuerpo es ofrecido sin inmolación del cuerpo, y la sangre se ofrece sin derramamiento de sangre. Os exhorto, por la misericordia de Dios -dice-, a presentar vuestros cuerpos como hostia viva… Hombre, procura, pues, ser tú mismo el sacrificio y el sacerdote de Dios. No desprecies lo que el poder de Dios te ha dado y concedido. Revístete con la túnica de la santidad, que la castidad sea tu ceñidor, que Cristo sea el casco de tu cabeza, que la cruz defienda tu frente que en tu pecho more el conocimiento de los misterios de Dios, que tu oración arda continuamente, como perfume de incienso: toma en tus manos la espada del Espíritu haz de tu corazón un altar, y así, afianzado en Dios, presenta tu cuerpo al Señor como sacrificio” (S. Pedro Crisólogo, Serm. 108).
Con nuestros labios, pronunciamos la alabanza a Dios y también intercedemos, rogando por los demás, suplicando por sus necesidades y dolores, de manera constante, con caridad sobrenatural en virtud del vínculo que nos une: la Comunión de los santos.
Pero es en la liturgia donde brilla el ejercicio del sacerdocio bautismal en toda su extensión y belleza. Como sacerdotes por el bautismo, vivimos la liturgia como expresión del culto debido a Dios, reconociendo su Amor, su grandeza, salvación. Así se realiza aquello que decimos: “es justo y necesario, es nuestro deber y salvación, darte gracias siempre”. A la liturgia no se asiste ni se participa por motivos humanos o sentimentales, o cuando a uno le apetece, o cuando uno busca algo y lo necesita… ¡se asiste y se vive por Dios, por glorificar a Dios! ¡Es nuestro deber y salvación!
El sacerdocio bautismal, ejercido por todos los fieles, por el pueblo santo de Dios, es un don y una gracia. Nos permite asistir a la santa liturgia, participar en los divinos misterios, recibir las gracias divinas.
- Cuando oramos juntos, y respondemos “Amén” a las plegarias del sacerdote, participamos como pueblo sacerdotal;
- cuando en el silencio escuchamos las lecturas bíblicas y la proclamación del Evangelio, en el “hoy” de la salvación, estamos también participando como pueblo sacerdotal;
- cuando en el silencio meditativo oramos en nuestro interior durante el acto penitencial, durante el “Oremos” de la oración colecta, después de la homilía o al acabar la comunión, somos un pueblo sacerdotal orante que participa;
- cuando cantamos las partes comunes, o respondemos cantando el “Amén” de la plegaria eucarística, o el estribillo del salmo responsorial, estamos ejerciendo nuestro sacerdocio bautismal mediante la participación activa con el canto litúrgico;
- cuando en las preces, a las intenciones que nos propone un diácono o un lector, todos respondemos, ejercemos el sacerdocio bautismal intercediendo ante Dios por la Iglesia, el mundo y las necesidades de los hombres,
- cuando, en procesión, se aporta al altar solamente el pan y el vino y dones para la Iglesia o para los pobres, como ofrendas reales –jamás “simbólicas” como algunos dicen-, todos ofrecemos a Dios y entregamos nuestras propias ofrendas y sacrificios espirituales como sacerdotes por el bautismo,
- cuando nos unimos contemplativamente a la gran plegaria eucarística que el sacerdote pronuncia, respondemos con las aclamaciones, la hacemos nuestra y sellamos con el “Amén” final, somos el pueblo sacerdotal que ofrece la Víctima por manos del sacerdote;
- cuando avanzamos en procesión al altar para la recepción de la Comunión sacramental, participamos plenamente de la Eucaristía y recibimos a Cristo mismo que nos santifica y nos une a Él.
Sacerdotes por el bautismo, en la liturgia de la vida, participamos en el culto litúrgico de la Iglesia. Es un deber y al mismo tiempo una gracia inmerecida que el Señor nos otorga.
[EXCURSUS. Potenciar esta vivencia litúrgica y este sentido hondo del sacerdocio bautismal es promocionar el laicado, no inventándose estructuras de consejos, reuniones, delegaciones, etc. donde se clericaliza al laicado.
Es ayudarlos a santificar el mundo transformándolo desde dentro, no meterlos en mil estructuras eclesiásticas, repitiendo que es la hora de laicado -que ya lo dijera el Siervo de Dios Pío XII, y repitiera san Pablo VI ("¡Es la hora, la hora del laicado! Es la hora de las almas que han comprendido que ser cristiano es una fortuna porque puede asociarlas precisamente a este ministerio de salvación", 1-septiembre-1963 en Frascati) y nunca parece llegar esa verdadera hora de santidad y apostolado.
Perdón por el excursus de actualidad, pero es que una buen teología corregiría tantas tonterías y tópicos que hay que oír, como si ahora, de pronto, se hubiese descubierto el Mediterráneo. Ya se olvidaron -nunca los leyeron ni conocieron- todos los Congresos sobre laicado: el de 1957, con Pío XII, octubre de 1967, año 2000, la Christifideles Laici, su aplicación en España con un muy buen documento: “Cristianos laicos , lglesia en el mundo” etc. Sobra palabrería y falta formación y promoción real del laicado en el mundo y la cultura y la educación y la política, etc, partiendo de lo que ya está contenido en la liturgia: sacerdocio bautismal y víctimas vivas, ofrenda permanente. ¿Me he explicado?].
Esta doctrina sobre el sacerdocio bautismal y el servicio santo de la liturgia ni es nueva ni es un invento; ya vimos, con los Padres, que está profundamente anclada en la Tradición, y la liturgia lo corrobora al pedir:
Oh Cristo, que en tu bautismo nos revelaste a la Trinidad, renueva el espíritu de adopción el sacerdocio real de los bautizados[1].
Señor, sol de justicia, que nos iluminaste en el bautismo, te consagramos cada día de nuestra vida[2].
Rey todopoderoso, que por el bautismo has hecho de nosotros un sacerdocio real, haz que nuestra vida sea un continuo sacrificio de alabanza[3].
Señor Jesús, sacerdote eterno, que has querido que tu pueblo participara de tu sacerdocio, haz que ofrezcamos siempre sacrificios espirituales agradables a Dios[4].
Cristo altísimo rey de paz y de justicia, que consagraste el pan y el vino como signo de tu propia oblación, haz que sepamos ofrecernos junto contigo[5].
Dios todopoderoso, mira siempre complacido
las ofrendas del pueblo que te está consagrado,
y, por la eficacia del sacrificio del altar,
haz que la multitud de los creyentes sea siempre para ti
estirpe elegida, sacerdocio real,
nación consagrada, pueblo de tu propiedad.
Por Jesucristo nuestro Señor (cf. OF Por la Iglesia, A).
13 comentarios
Personalmente, creo que se ha explicado clarísimo, padre, y, al menos yo, coincido de lleno con su excurso. Y más osada que usted, me atrevería a decir más: comprender la verdadera dimensión de nuestra dignidad sacerdotal, como altar y víctima, contribuiría a acallar todas esas voces que claman por extrapolar mutatis mutandi los criterios del mundo a nuestra Santa madre Iglesia, exigiendo una cuota presencial de las mujeres en puestos de responsabilidad e, incluso, el sacerdocio femenino. Como laica, sólo puedo dar gracias a Dios y a la Santísima Virgen por haberme ayudado a comprender en toda su extensión la altísima dignidad con el que el Señor me ha honrado dentro del misterio de la economía de la Salvación.
La semana pasada no hubo post. El lunes 24 fue intervenido quirúrgicamente para por fin extraer el tumor. Ayer mismo, martes 3 me dieron el alta por la tarde. Y aquí ya en casa, con las molestias de heridas que son grandes, pero todo ha ido bien y toca recuperarme.
Mi excursus: ¿qué piensa del extendido postizo que en Adviendo y Cuaresma canta - suprimido el aleluya del versículo antes del Evangelio - Tu palabra me da vida, confío en ti Señor...o El Señor es mi luz y mi salvación, después el versículo a continuación otra la cantinela?.,¿no sería preferible como indica el Leccionario suprimirlo que mal cantarlo?.
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JAVIER:
No creo que sea "mal cantarlo", empleándolo como aclamación antes del Evangelio, aunque tampoco es que me entusiasme...
Este post me ha impresionado muy especialmente porque está escrito, veo, el día 4, precisamente el día que, al ser cuando cumplía años mi esposa, tuve oportunidad de acudir a una celebración interparroquial de la Unidad Pastoral (gran invento éste, que diría aquél, ya que no sé si alguien sabe para qué sirve, excepto para dificultar aún más a los fieles, cada vez más mayores, el acceso a los sacramentos). Solo diré, para no extenderme, que cualquier parecido de esa celebración con una Eucaristía católica es pura coincidencia.
¿Qué podemos hacer los del "sacerdocio común" ante estos auténticos desmanes litúrgicos? (porque son verdaderos desmanes)
Cada vez que asisto a una de estas "celebraciones" lo único que saco son cargos de conciencia, y si encima voy a comulgar, aún más. Si no voy, porque no voy, si voy porque voy, si comulgo porque comulgo y si no comulgo porque no comulgo. Entre todo el clero de esta mi ex-querida Diócesis está consiguiendo que la celebración eucarística se convierta para mí en un cargo de conciencia.
Por eso disfruto cada vez más con estos posts, hasta ver si aparece un San Anselmo que enderece esto.
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No deje de comulgar, que eso al único que beneficia es al enemigo. Comulgue y trate de hacerlo siempre con muchísimo amor; con todo su corazón, en reparación por las ofensas y desprecios que, quizás, haya podido recibir en ese momento la Eucarístía. Y sobre todo, "en sustitución" de todo ese amor, fidelidad y respeto que denote usted puede faltar en el sacerdote oficiante (o en cualquier otra misa, caso de estar equivocándose).
Si lo hace así, POR CRISTO, y si además se ofrece junto CON Él al Padre, una vez haya comulgado (EN ÉL), verá como va a empezar a vivir la misa de otro modo. Incluso es posible que algún día pueda experimentar el conmovedor consuelo que eso produce en el corazón eucarístico de Jesús.
Le pido mil disculpas por la intromisión en el hilo de su conversación, pero es que describe lo que hasta hace poco me pasaba a mi cuando asistía a según qué misas (aunque nunca a los niveles que comenta, gracias a Dios). Solía ponerles la cruz, hasta que empecé a comprender que ahí es precisamente donde los laicos podemos serle útil al Cuerpo Místico de Cristo, la Iglesia, apoyando a nuestros sacerdotes, los cuales a diario son brutalmente atacados por el diablo (y no son pocos los que permanecen caídos).
Aprovecho para desearle una buena y pronta recuperación, padre Javier. Y si tiene que ser larga, que al menos sea fructífera.
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