Comulgar, la mayor participación en la liturgia (XIII)
Normalmente, y en un lenguaje coloquial, teñido de las ideas corrientes, escucharemos la palabra “participación” referidas a realidades exteriores, a acciones y servicios litúrgicos concretos. A la pregunta: “¿quién va a participar en la Misa?”, la respuesta es “X va a hacer las moniciones, Y y Z llevarán las ofrendas, W leerá la acción de gracias”. ¡Craso error, perspectiva desenfocada! Se confunde la parte con el todo, el servicio litúrgico –un oficio, un ministerio, una “intervención”- con la totalidad de la participación.
Pero vayamos al centro de todo y de esa manera comprenderemos cómo todos los demás elementos se ubican en su sitio correctamente. La mayor participación posible en la celebración eucarística es poder comulgar santamente las cosas santas. Quien participa más plenamente en la Eucaristía, y llega al corazón del Misterio, en una participación completa, es quien puede acercarse a comulgar. Esa es la mayor participación posible, inimaginable en la Eucaristía.
El culmen, el coronamiento, de toda participación plena, consciente, activa, interior, fructuosa, piadosa, es la recepción sacramental del Cuerpo y la Sangre del Señor. Esa es la doctrina y enseñanza clara, por ejemplo, del último Concilio:
“Se recomienda especialmente la participación más perfecta en la misa, recibiendo los fieles, después de la comunión del sacerdote, del mismo sacrificio, el cuerpo del Señor” (SC 55).
La “participación más perfecta en la misa” es recibir la sagrada comunión. Este principio tan elemental corrige las visiones distorsionadas en torno a la “participación” y a lo que se suele denominar como una “Misa muy participativa”. La mayor y mejor participación en la misa, en palabras del Concilio Vaticano II, es recibir la comunión participando del mismo sacrificio eucarístico.
Ya el siervo de Dios Pío XII, Papa culto y sabio, en la encíclica Mediator Dei –sustrato claro de muchos puntos de la Sacrosanctum Concilium del Vaticano II- exhortaba a que la plena participación es la comunión eucarística en la que los fieles se asocian al sacrificio de Cristo y que, si es posible, comulguen los fieles de las hostias consagradas en la misma misa:
“Es también muy oportuno, cosa por lo demás establecida por la sagrada liturgia, que el pueblo se acerque a la sagrada comunión después que el sacerdote haya consumido el manjar del ara; y, como arriba dijimos, son de alabar los que, estando presentes al sacrificio, reciben las hostias en el mismo consagradas, de modo que realmente suceda «que todos cuantos participando de este altar recibiéremos el sacrosanto cuerpo y sangre de tu Hijo, seamos colmados de toda bendición y gracia celestial»” (Mediator Dei, n. 148).
Toda la celebración eucarística tiende a que los fieles, debidamente dispuestos en su alma, tomen parte del sacrificio de Cristo recibiendo el Cuerpo y la Sangre del Señor. Quienes comulgan participación plenamente, en el mayor grado que existe, de la Misa.
Para ello, se ha de comulgar estando en gracia, es decir, con conciencia clara de no estar en pecado, con un discernimiento previo, un examen de conciencia.
“A pesar de nuestra debilidad y nuestro pecado, Cristo quiere habitar en nosotros. Por eso, debemos hacer todo lo posible para recibirlo con un corazón puro, recuperando sin cesar, mediante el sacramento del perdón, la pureza que el pecado mancilló… De hecho, el pecado, sobre todo el pecado grave, se opone a la acción de la gracia eucarística en nosotros. Por otra parte, los que no pueden comulgar debido a su situación, de todos modos encontrarán en una comunión de deseo y en la participación en la Eucaristía una fuerza y una eficacia salvadora” (Benedicto XVI, Hom. para la clausura del Congreso Euc. Internacional de Quebec, Roma, 22-junio-2008).
La reducción secularista de la liturgia ha convertido la comunión eucarística en un mero compartir fraterno, en la solidaridad común significada en el pan, fomentando la comunión masiva de todos en base a la “fiesta común”, oscureciendo la verdad de la fe sobre la Presencia de Cristo, y distribuyendo la comunión precipitadamente en muchos casos, con poca unción, sacralidad y adoración.
“Se ha de poner atención para que esta afirmación correcta no induzca a un cierto automatismo entre los fieles, como si por el solo hecho de encontrarse en la iglesia durante la liturgia se tenga ya el derecho o quizás incluso el deber de acercarse a la Mesa eucarística. Aun cuando no es posible acercarse a la Comunión sacramental, la participación en la santa Misa sigue siendo necesaria, válida, significativa y fructuosa. En estas circunstancias, es bueno cultivar el deseo de la plena unión con Cristo, practicando, por ejemplo, la comunión espiritual” (Benedicto XVI, Exh. Sacramentum caritatis, n. 55).
Ya no se entiende ni se explica, en la reducción secularista, la comunión como la mayor participación en el Sacrificio de Cristo, sino sólo se resalta la línea horizontal, la (presunta) comida festiva de los hermanos: “La Eucaristía no es sólo un banquete entre amigos. Es misterio de alianza” (Benedicto XVI, Hom. en la clausura del Cong. Euc. Internacional de Quebec, Roma, 22-junio-2008).
Lo que recibimos en la comunión es al mismo Cristo, a quien adoramos, y que quiere entablar una relación de intimidad con cada uno, divinizándonos, santificándonos, transformándonos en Él, su vida pasa a nosotros[1]:
“No se puede “comer” al Resucitado, presente en la figura del pan, como un simple pedazo de pan. Comer este pan es comulgar, es entrar en comunión con la persona del Señor vivo. Esta comunión, este acto de “comer", es realmente un encuentro entre dos personas, es dejarse penetrar por la vida de Aquel que es el Señor, de Aquel que es mi Creador y Redentor.
La finalidad de esta comunión, de este comer, es la asimilación de mi vida a la suya, mi transformación y configuración con Aquel que es amor vivo. Por eso, esta comunión implica la adoración, implica la voluntad de seguir a Cristo, de seguir a Aquel que va delante de nosotros” (Benedicto XVI, Hom. en el Corpus Christi, 26-mayo-2005).
Esta participación de los fieles en la Eucaristía santísima es del todo especial. Requiere un acto de fe, esperanza y caridad; implica conciencia clara y devoción; supone y expresa la adoración a Cristo realmente presente[2]. Por eso no es indiferente el modo de comulgar respetuoso y adorante y la forma misma, por parte de los ministros, de distribuir la sagrada comunión. El respeto, la adoración, incluso la solemnidad, deben acompañar este momento santo, alejando lo informar, lo trivial, lo apresurado, propiciando que cada fiel vea la Hostia cuando se le muestra, pueda responder “Amén” consciente de hacer una profesión de fe, y comulgue orando y con cuidado.
El Misal romano, en su Introducción general, nos introduce bien en el misterio de la comunión eucarística, su sentido y su realización litúrgica. “Por la fracción del pan y por la Comunión, los fieles, aunque sean muchos, reciben de un único pan el Cuerpo, y de un único cáliz la Sangre del Señor, del mismo modo como los Apóstoles lo recibieron de las manos del mismo Cristo” (IGMR 72). Los fieles participarán plenamente si pueden comulgar, es decir, si pueden acercarse al Sacramento debidamente dispuestos: “Puesto que la celebración eucarística es el banquete pascual, conviene que, según el mandato del Señor, su Cuerpo y su Sangre sean recibidos como alimento espiritual por los fieles debidamente dispuestos” (IGMR 80).
La comunión, en el rito romano, es preparada por diversos ritos:
-Padrenuestro
-Paz
-Fracción del Pan consagrado y conmixtio (oración privada del sacerdote y fieles)
-Invitación a la comunión con las palabras de humildad del centurión (“Señor, no soy digno…”)
En la medida de lo posible, se visibiliza la participación en ese mismo Sacrificio de Cristo si los fieles pueden comulgar con el Pan consagrado en esa Misa: “Es muy de desear que los fieles, como está obligado a hacerlo también el mismo sacerdote, reciban el Cuerpo del Señor de las hostias consagradas en esa misma Misa, y en los casos previstos (cfr. n. 283), participen del cáliz, para que aún por los signos aparezca mejor que la Comunión es una participación en el sacrificio que entonces mismo se está celebrando” (IGMR 85).
Así se distribuye la sagrada comunión:
“- Después el sacerdote toma la patena o el copón y se acerca a quienes van a comulgar, los cuales de ordinario, se acercan procesionalmente.
-No está permitido a los fieles tomar por sí mismos el pan consagrado ni el cáliz sagrado, ni mucho menos pasarlo de mano en mano entre ellos.
-Los fieles comulgan estando de rodillas o de pie, según lo haya determinado la Conferencia de Obispos.
-Cuando comulgan estando de pie, se recomienda que antes de recibir el Sacramento, hagan la debida reverencia, la cual debe ser determinada por las mismas normas.
-Si la Comunión se recibe sólo bajo la especie de pan, el sacerdote, teniendo la Hostia un poco elevada, la muestra a cada uno, diciendo: El Cuerpo de Cristo.
-El que comulga responde: Amén,
-y recibe el Sacramento, en la boca, o donde haya sido concedido, en la mano, según su deseo.
-Quien comulga, inmediatamente recibe la sagrada Hostia, la consume íntegramente” (IGMR 160-161).
“El Concilio Vaticano II al recomendar especialmente que “la participación más perfecta es aquella por la cual los fieles, después de la Comunión del sacerdote, reciben el Cuerpo del Señor, consagrado en la misma Misa” exhorta a llevar a la práctica otro deseo de los Padres del Tridentino, a saber, que para participar más plenamente en la Eucaristía, “no se contenten los fieles presentes con comulgar espiritualmente, sino que reciban sacramentalmente la comunión eucarística”” (IGMR 13).
Los fieles se ofrecen junto con Cristo al Padre. Reciben parte del Sacrificio de Cristo Víctima al comulgar. Ahí reside el mayor y más excelente modo de plena participación en la Misa. “Los fieles participan más plenamente de este sacrificio de acción de gracias, de propiciación, de impetración y de alabanza, cuando, conscientes de ofrecer al Padre, de todo corazón; juntamente con el sacerdote, la sagrada Víctima y, en ella, a sí mismos, reciben la misma Víctima en el Sacramento” (Instrucción Eucharisticum Mysterium, 3e).
[1] “Es bella y muy elocuente la expresión «recibir la comunión» referida al acto de comer el Pan eucarístico. Cuando realizamos este acto, entramos en comunión con la vida misma de Jesús, en el dinamismo de esta vida que se dona a nosotros y por nosotros. Desde Dios, a través de Jesús, hasta nosotros: se transmite una única comunión en la santa Eucaristía” (Benedicto XVI, Hom. en el Corpus Christi, 23-junio-2011).
[2] “La palabra latina para adoración es ad-oratio, contacto boca a boca, beso, abrazo y, por tanto, en resumen, amor. La sumisión se hace unión, porque aquel al cual nos sometemos es Amor. Así la sumisión adquiere sentido, porque no nos impone cosas extrañas, sino que nos libera desde lo más íntimo de nuestro ser” (Benedicto XVI, Hom. Misa de clausura de la JMJ, Colonia, 21-agosto-2005).
9 comentarios
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JAVIER:
¿En silencio? ¡En absoluto1 El fiel debe profesar su fe antes de comulgar, por tanto todo ministro, incluido el ministro extraordinario, dirá: "El Cuerpo de Cristo" y el fiel responderá: "Amén".
¿Está contemplado en que el sacerdote o ministro extraordinario se desplace hasta los fieles?
¿Se permite en el rito latino, como en algunos ritos orientales que el pan no sean las "formas" habituales, esto es finas y redondas? ¿No cabría un mayor riesgo de pérdida de algún fragmento y profanación?
En el caso de profanación. ¿Cuál sería la culpa en que se incurriría aunque sólo fuese negligencia involuntaria?
¿Se permite que los fieles, como en en caso de los neocatecumenales matengan el pan consagrado en sus manos en actitud de adoración para acto seguido comulgar a la vez que el presidente?
Gracias.
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JAVIER:
Intentaré despejar algunas cuestiones.
Lo normal es que los fieles se acerquen procesionalmente y por tanto la comunión se distribuiría en el ámbito del presbiterio: "Después el sacerdote toma la patena o el copón y se acerca a quienes van a comulgar, los cuales de ordinario, se acercan procesionalmente" (IGMR 160). En asambleas numerosísimas, como en las catedrales, se distribuirán los ministros a lo largo de la nave. Pero no se trata de pasar entre los bancos y que los fieles estén sentados, por ejemplo...
La materia y forma del pan están tanto en la IGMR como en Redemptionis sacramentum. Debe ser pan ázimo. Las obleas -las "formas"- pueden ser más gruesas e incluso más tostadas, y, ciertamente, esto evita aún más las partículas que se puedan desprender. No se permite pan ordinario ni pan fermentado.
Los ministros deben procurar y vigilar que no se cometa ninguna profanación. El fiel que la comete es responsable.
Finalmente, lo de los neocatecumenales es una práctica que en la carta de 2006 que remitió el card. Arinze al Camino se señalaba que debía eliminarse. Primero comulga el sacerdote y luego se distribuye la sagrada comunión a los fieles que se acercan, no se mantiene en la mano para comulgar todos a la vez.
Sé que le daría trabajo extra, pero ¿podría poner los enlaces de los cf?
Feliz Navidad
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JAVIER:
Ya he puesto los enlaces. Tiene razón. Lo que pasa es que en el origen estos eran artículos para boletines de la Adoración nocturna y por tanto no ponía enlaces. Los subo al blog directamente.
La reflexión de Benedicto me explica completándolos aquellos momentos de su adoración en Cuatro Caminos bajo la lluvia y el viento que nos dejó a todos impactados ¡cuánta fe!
Lo carta del cardenal Arince como usted bien sabrá esta escrita en el contesto de la aprobación ad experimentum de los estatutos del camino y como también sabrá estos y todos los directorios catequéticos del camino fueron aprobados definitivamente ya hace algunos años,hay un vídeo precioso de S,Juan Pablo II celebrando una eucaristía, en 1988 de envió de familias en porto S.Giorgo ,con pan ázimoy él mismo pasa por los bancos repartiendo el pan y el vino.
La participación en la eucaristia de esta forma, esta pensada principalmente para los alejados o para las personas poco catequizadas, lo que yo experimento en el momento de la comunión, es que mi SEÑOR se acerca hasta a mi, pobre pecador y me da su cuerpo y su sangre.
Gracias por hablar de liturgia y FELIZ NAVIDAD¡¡¡
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JAVIER:
El mandato de la Iglesia es confesar una vez al año... Y cuanta mayor sea la frecuencia, mejor para el alma. Pero si ni siquiera se cumple el confesar una vez al año, aunque todo fueran pecados veniales, me parece mucho atrevimiento comulgar sin más.
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JAVIER:
Cada rito litúrgico tiene su propia fórmula de distribución de la sagrada comunión. En el rito hispano-mozárabe se dirá: "El Cuerpo de Cristo sea tu salvación", en el actual rito romano es "El Cuerpo de Cristo". ¿Por qué hemos de jugar todos a ser tan originales y cambiar las palabras? ¿Por qué queremos ser tan creativos cada cual por su lado? Su párroco mejor será que se atenga al Misal...
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JAVIER:
Desde luego, ¡qué cosas se hacen, Dios mío!
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