Otros gestos corporales para participar (XII): la Señal de la Cruz y los golpes en el pecho
Entre los posturas y gestos corporales, los hay más sencillos y tal vez más discretos, pero igualmente son cauces de participación de los fieles en la liturgia de una manera activa, viva. Los gestos exteriores ayudan a vivir lo interior, y lo que vivimos interiormente, a su vez, requieren la expresión, su manifestación externa. Así es como se vive la liturgia.
f) Golpearse el pecho
Un gesto sencillo es el golpe en el pecho, golpearse en el pecho, durante el acto penitencial, tanto en la Misa como en la celebración comunitaria de la Penitencia con confesión y absolución individual (llamada Forma B del Sacramento de la Penitencia).
Actualmente, en el Ordinario de la Misa, se dice que a las palabras del “Yo confieso” “por mi culpa, por mi culpa, por mi gran culpa”, todos se golpean en el pecho. El Misal de san Pío V señalaba que se hacía por tres veces; actualmente sólo se dice que “golpeándose el pecho, dicen…”, sin indicar una o tres veces. El “Yo confieso” pertenecía a los ritos preparatorios que rezaba el sacerdote y el acólito al pie del altar y que se incorporó poco a poco en el siglo XI en el ámbito germano; tenía un carácter privado. Se le añadió a esta confesión general de los pecados el gesto antiguo de golpearse el pecho.
Con la reforma y revisión del Misal, se introdujo el acto penitencial al inicio de la Misa para todos los fieles y así todos en común lo recitarían y todos realizarían el signo penitente de golpearse el pecho.
Es un gesto muy plástico: expresa arrepentimiento, culpabilidad, aflicción, por el pecado cometido. No se esconde uno en el anonimato ni disimula su pecado: golpeándose el pecho, se señala públicamente, reconoce la maldad, indica ante todos que ha pecado.
a hallamos este signo de arrepentimiento y de humildad en el publicano de la parábola. Recordemos cómo éste “no se atrevía ni a levantar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo: ‘¡Oh Dios!, ten compasión de este pecador’” (Lc 18,13). Así hacía el publicano su confesión ante Dios. También es expresión de dolor y de culpabilidad al mismo tiempo, es decir, viendo las consecuencias de los actos culpables, se duelen y lamentan; ante la muerte en cruz de Jesús, “toda la muchedumbre que había concurrido a este espectáculo, al ver las cosas que habían ocurrido, se volvía dándose golpes de pecho” (Lc 23,48).
Se refuerza de este modo la confesión de los pecados ante Dios al inicio de la celebración eucarística o en la Forma B del sacramento de la Penitencia (RP 131-132); los fieles, golpeándose el pecho conscientes de lo que hacen, expresarán mejor su arrepentimiento y participarán mejor de la liturgia.
g) La señal de la cruz
Desde casi los orígenes cristianos, la cruz se incorporó como un signo eminentemente cristiano para los fieles en la liturgia. Eran marcados en la frente con la señal de la cruz al inicio del catecumenado, indicando ya un primer grado de participación en Cristo y en la vida cristiana. Los fieles trazarán por devoción la señal de la cruz en sus frentes con mucha frecuencia[1].
Aún hoy la entrada en el catecumenado –según el Ritual de la Iniciación Cristiana de Adultos- está marcada por la señal de la cruz en la frente del catecúmeno, y si parece oportuno, en los oídos, ojos, boca, pecho y espalda: “Recibe la cruz en la frente: Cristo mismo te fortalece con la señal de su caridad. Aprende ahora a conocerle y a seguirle” (RICA 83)[2]. En el bautismo de párvulos, síntesis de todos los ritos catecumenales y bautismales de adultos, se les dice: “La comunidad cristiana os recibe con gran alegría. Yo en su nombre os signo con la señal de Cristo salvador” (RBN 114).
La cruz será la señal en la frente de los elegidos[3]; con la cruz somos crismados para recibir, por esta señal, el Don del Espíritu Santo, como se realiza en el rito de la Confirmación (RC 34). Por la cruz nos vienen todos los bienes, toda gracia.
Es fácil comprender que el signo de la cruz se fuese multiplicando cada vez más en la liturgia por parte del sacerdote y que los fieles mismos trazasen sobre ellos el signo de la cruz, santiguándose, en distintos momentos.
En el evangelio, el diácono o el sacerdote que lo proclama, traza la cruz sobre el inicio de la página evangélica y a continuación se signa en la frente, labios y pecho. La primera y última de estas cruces provienen del ámbito franco-germánico (siglo X) y más posterior (siglo XIII) la cruz en los labios.
Y el pueblo es bendecido por el sacerdote trazando la señal de la cruz.
Acudamos a la Ordenación del Misal para ver los distintos momentos en que los fieles participan trazando sobre ellos la señal de la cruz.
Al inicio de la celebración eucarística, se ha incorporado para todos, sacerdote y fieles, el signo de la cruz:
“Concluido el canto de entrada, el sacerdote de pie, en la sede, se signa juntamente con toda la asamblea con la señal de la cruz; después, por medio del saludo, expresa a la comunidad reunida la presencia del Señor. Con este saludo y con la respuesta del pueblo se manifiesta el misterio de la Iglesia congregada” (IGMR 50).
Es el sacerdote, y sólo el sacerdote, el que pronuncia las palabras “En el nombre del Padre y del Hijo…” mientras todos trazan la señal de la cruz, santiguándose, y todos responden: “Amén”. Dice el Misal: “Terminado esto, el sacerdote se dirige a la sede. Terminado el canto de entrada, estando todos de pie, el sacerdote y los fieles se signan con la señal de la cruz. El sacerdote dice: En el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. El pueblo responde: Amén” (IGMR 124).
Al leer el evangelio, se signa la página y todos, diácono y fieles[4], trazan la cruz en la frente, labios, y pecho, como signo de reverencia a la Palabra que se va a proclamar y acogida disponible y obediente en todo su ser, según la Ordenación General del Misal Romano:
133. Los presentes se vuelven hacia el ambón para manifestar especial reverencia hacia el Evangelio de Cristo.
134. Ya en el ambón, el sacerdote abre el libro y, con las manos juntas, dice: El Señor esté con vosotros; y el pueblo responde: Y con tu espíritu; y en seguida: Lectura del Santo Evangelio, signando con el pulgar el libro y a sí mismo en la frente, en la boca y en el pecho, lo cual hacen también todos los demás. El pueblo aclama diciendo: Gloria a Ti, Señor. Si se usa incienso, el sacerdote inciensa el libro (cfr. núms. 276-277). En seguida proclama el Evangelio y al final dice la aclamación Palabra del Señor, y todos responden: Gloria a Ti, Señor Jesús. El sacerdote besa el libro, diciendo en secreto: Las palabras del Evangelio.
Esta signación por parte del lector del Evangelio es uno de los signos de veneración con los que se rodea la lectura del santo Evangelio[5]
Por último, los fieles se santiguan con la bendición que imparte el sacerdote, actualmente, al final de la Misa, como conclusión y despedida.
También en la Liturgia de las Horas, todos se santiguan al inicio de la Hora, cuando se canta “Dios mío, ven en mi auxilio” o se signan los labios si se abre el Oficio con el Invitatorio “Señor, ábreme los labios”; en los cánticos evangélicos del Benedictus, Magníficat y Nunc dimittis, todos se santiguan por reverencia al cántico[6].
Procuremos con todo cuidado trazar reverentemente la señal de la cruz al santiguarnos, o signarnos bien en la frente, labios y pecho, despacio y conscientes del valor de la Cruz, con gran amor.
“¡Si vuestro sitio es ése: al pie de la cruz! ¿Cómo?… Procurando en vosotras y en las demás signarse y santiguarse bien y lentamente, a ver si hacemos desaparecer esos garabatos que innumerables cristianos trazan en el aire o sobre la cara y pecho en lugar de la cruz” (Beato D. Manuel González, Florecillas de Sagrario, Obras, nº 717).
“Hay una urbanidad de la piedad. —Apréndela. —Dan pena esos hombres “piadosos", que no saben asistir a Misa —aunque la oigan a diario—, ni santiguarse —hacen unos raros garabatos, llenos de precipitación—, ni hincar la rodilla ante el Sagrario —sus genuflexiones ridículas parecen una burla—, ni inclinar reverentemente la cabeza ante una imagen de la Señora” (S. Josemaría Escrivá, Camino, n. 541).
[1] Cf. Hipólito, Traditio apostolica, 21. 42; Tertuliano, De corona 3,4.
[2] Por ejemplo, en los oídos: “Recibid la señal de la cruz en los oídos, para que oigáis la voz del Señor”; en los ojos: “Recibid la señal de la cruz en los ojos, para que veáis la claridad de Dios”, etc… (RICA 85).
[3] Cf. Ez 9,3-6 y Ap 7.
[4] Cf. Caeremoniale episcoporum, 74.
[5] OLM 17.
[6] Cf. IGLH 266 b.
7 comentarios
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JAVIER:
La duda se disipa rápido. La rúbrica pone en ese momento: "PUestos en pie todos, incluso los novios, y situados los testigos a uno y otro lado, el sacerdote se dirige a los novios..." (RM 63).
Soy asiduo lector de su blog, y ya no dejo pasar la oportunidad para darle las gracias y felicitarle por él. Y pregunto yo, y es pregunta retórica, claro: con lo facilito que es, ¿por qué no se siguen estas Instrucciones habitualmente?
Leyendo su entrada de hoy, pensaba escribirle la cita de Camino de S. Josemaría, pero veo que se me ha adelantado :-)
Saludos cordiales
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JAVIER:
Pues esa misma pregunta me lo hago yo. ¡Con lo fácil que es hacer las cosas bien, siguiendo lo que dicta la norma de la Iglesia!
La cita de san Josemaría me encanta, es un clásico que suelo citar mucho.
En 52, dice q después del acto penitenc. se diga el Señor ten piedad.
Le pido la aclaración pq algunos sacerdotes sí rezan el Yo confieso.....despues Señor ten piedad....otros dicen ''Señor ten misericordia dd.nosotros'' la asamblea responde ''porque hemos pecado contra tí'' despues Señor ten piedad, otros omiten los kyries. Otro , el domingo anterior entonó un canto, se leyó la monición del adviento para encender la segunda vela, cantó otra estrofa y a continuación la oración colecta. No sé, realmente como se debe hacer, si es un abuso litúrgico o si está permitido. Como siempre le doy las gracias.
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JAVIER:
El Kyrie se reza (o se canta) tras la primera y segunda fórmula del Acto penitencial, y forma parte de la tercera fórmula (Tú que viniste... Señor, ten piedad). Se omite cuando hay otro rito, como por ejemplo, la entrada de los novios para la celebración del Matrimonio o la introducción del cadáver en el rito exequial.
Tengo duda de si se debe rezar o no cuando se enciende la corona de Adviento con un canto (porque eso sería un rito). No obstante, yo lo sí lo hice en mi parroquia tras el canto y el encendido de la corona.
Aquella muchedumbre sentiría un profundo dolor interior; "¿Qué locura hemos cometido por causa de nuestra sordera y ceguera?", y golpeándose el pecho se iban retirando. Nosotros en la Misa, debemos también tener ese dolor interior, que nos ayudaría a convertirnos más al Señor.
Como el publicano (Lc 18,13), no pensaba en que otros han pecado, sino en su propio dolor, de pecador, pero arrepentido, y salió justificado. Y es que el pecado siempre nos trastorna, pero la gracia de Dios siempre nos sana y fortalece.
Muchas gracias por su atención y por las enseñanzas de su blog.
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JAVIER:
Para mí es una referencia sumamente fiable lo diga D. Manuel González López-Corps. REalmente nada se dice expresamente en el OGMR de que los fieles se santigüen o no al recibir la bendición... La costumbre hace que todos lo hagamos y creo que es mejor así.
Lo de cerrar los ojos es cada vez más común en sacerdotes que, en mi opinión, son muy "sentimentalistas" y les gusta que los fieles en la misa "sientan" cosas, entonces al final de la homilía hacen "un minuto" (que suele ser más) de oración -casi siempre de tipo carismática- con los ojos cerrados y con música de fondo. ¿Está bien esto? Porque a mi parecer es algo sumamente cursi que no tiene lugar en una eucaristía dominical. Otra cosa es que cada fiel, por devoción particular, cierre los ojos al rezar el Padre Nuestro, el Avemaría o al entonar los cantos de la liturgia, esto también lo hago yo, y me gustaría que me dijera si está bien.
Lo de tomarse de las manos casi siempre lo veo en el rezo del Padre Nuestro, sea cantado o no, a veces los mismos presbíteros mandan a la asamblea a tomarse de las manos, pero ya cuando el pueblo está "adiestrado" para hacerlo ya ni hace falta que nadie se los diga.
Gracias y disculpe si anteriormente había respondido estas preguntas.
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JAVIER:
Después de la homilía es aconsejable, según el Ordo del Leccionario de la Misa y la IGMR que se guarde un espacio de silencio meditativo. Ya lo de hacerlo con música de fondo me sorprende. Se trata de orar en silencio.
En ningún sitio, documento, rúbrica, se dice o se permite que los fieles se cojan de las manos para recitar el Padrenuestro. Es algo novedoso a la tradición litúrgica para resaltar la dimensión fraterna, subjetiva en muchos casos. A mí no me agrada nada.
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