Solemnidad y dignidad (Sacralidad - VIII)
Es evidente que el modo, el estilo, de celebrar la liturgia un obispo o un sacerdote va marcando a los fieles poco a poco, influye en la manera en que todos los demás van a vivir la liturgia porque, insensiblemente, a la larga, el modo de un sacerdote va educando al pueblo cristiano.
Por eso es tan primordial que sacerdotes y obispos celebren bien, centrados en el Misterio, siguiendo las prescripciones de los libros litúrgicos sin quitar nada, cambiar o añadir, sumergiéndose en Dios con espíritu de fe y sin estar distraídos.
Nuestra liturgia es muy rica, pero para que estas riquezas beneficien la vida espiritual de todos los fieles cristianos, sean un manantial de espiritualidad, habrá que cortar de raíz tantos abusos (grandes o pequeños) que se cometen, tantos inventos en la liturgia, tantos modos vulgares, secularizados, de celebrar y vivir la liturgia. Esto provoca que apenas se dé unidad en la liturgia y se varíe muchísimo de un sacerdote a otro, o de una parroquia a otra, porque cada cual hace y deshace a su antojo (salvada la buena voluntad).Hay que volver a algo tan elemental como que todos se ajusten a lo que marcan las normas litúrgicas y cultivar un espíritu orante en la liturgia, con dignidad, unción y fervor. Benedicto XVI lo tenía muy claro e insistía en ello:
“La garantía más segura para que el Misal de Pablo VI pueda unir a las comunidades parroquiales y sea amado por ellas consiste en celebrar con gran reverencia de acuerdo con las prescripciones; esto hace visible la riqueza espiritual y la profundidad teológica de este Misal” (Carta a los Obispos que acompaña al Motu proprio Summorum Pontificum, 7-julio-2007).
Entre estos elementos necesarios para vivir la liturgia, con reverencia, con dignidad, está el modo de recitar los textos litúrgicos. Las tres oraciones de la Misa (colecta, sobre las ofrendas, postcomunión), el prefacio y la plegaria eucarística, están dirigidos a Dios. El sacerdote los recita en nombre de todos (in nomine Ecclesiae) y los fieles las ratifican respondiendo “Amén”.
La reverencia estará en saber pronunciar estas plegarias orando, rezando, consciente de lo que se dice, de forma pausada, reposada, para que los fieles, oyéndolas, oren, las asimilen… e incluso nazca en ellos el deseo de meditarlas luego personalmente, haciendo su oración personal con los mismos textos de la liturgia. Normalmente se le da más valor y pausa y buena entonación a una monición o a la homilía que a los mismos textos litúrgicos, que se suelen recitar muy apresuradamente, con un tono cansino, sin reposo alguno.
Cuando se considera que la liturgia es la gran oración de la Iglesia, las plegarias litúrgicas se convierten en elemento principalísimo y se pronuncian bien, con sentido, con fervor, sabiendo lo que se dice y a Quién se dice:
“Debemos aprender a pronunciar bien las palabras. Cuando yo era profesor en mi patria, a veces los muchachos leían la Sagrada Escritura, y la leían como se lee el texto de un poeta que no se ha comprendido. Como es obvio, para aprender a pronunciar bien, antes es preciso haber entendido el texto en su dramatismo, en su presente. Así también el Prefacio y la Plegaria Eucarística. Para los fieles es difícil seguir un texto tan largo como el de nuestra Plegaria Eucarística. Por eso, se han ‘inventado’ siempre plegarias nuevas. Pero con Plegarias eucarísticas nuevas no se responde al problema, dado que el problema es que vivimos un tiempo que invita también a los demás al silencio con Dios y a orar con Dios. Por tanto, las cosas sólo podrán mejorar si la Plegaria eucarística se pronuncia bien, con interioridad, pero también con el arte de hablar. De ahí se sigue que el rezo de la Plegaria eucarística requiere un momento de atención particular para pronunciarla de un modo que implique a los demás” (Benedicto XVI, Encuentro con los sacerdotes de Albano, 31-agosto-2006).
La reverencia, la dignidad y el fervor al celebrar la liturgia, pronunciando bien y con sentido los textos litúrgicos denotan hasta qué punto la divina liturgia es la gran Oración de la Iglesia. Al vivir la liturgia, pedagógicamente somos educados en las actitudes íntimas y disposiciones fundamentales de la oración cristiana: comunión con Cristo, obediencia, adoración, espíritu de fe, contemplación.
“Orar es un caminar en comunión personal con Cristo, exponiendo ante Él nuestra vida cotidiana, nuestros logros y fracasos, nuestras dificultades y alegrías: es un sencillo presentarnos a nosotros mismos delante de Él. Pero, para que eso no se convierta en una autocontemplación, es importante aprender continuamente a orar rezando con la Iglesia” (Benedicto XVI, Hom. en la Misa crismal, 9-abril-2009).
Más aún, “rezar significa, mediante una necesaria transformación paulatina de nuestro ser, ir identificándose con el pneuma de Jesús, ir acercándose al Espíritu de Dios (¡hacerse ‘anima ecclesiastica’!) y así bajo el aliento de su amor, vivir en una alegría que ya no se nos puede quitar” (Ratzinger, J., La fiesta de la fe, 41). La oración nos eleva, nos introduce en la comunión personal con Jesucristo y despliega el sentido de Iglesia en nuestra alma.
Así la liturgia se muestra maestra de espiritualidad, escuela de vida cristiana. Pero, para ello, la misma liturgia debe ser oración; la reverencia y la dignidad contribuirán a crear ese sentido orante; los textos litúrgicos y las oraciones, pronunciados con sentido, pausadamente, permitirán la oración de todos, la asimilación interior.
10 comentarios
Interesante comienzo, don Javier. El pasado día 25, solemnidad de Santiago, Patrón de España, comentaba yo en el blog de don Jorge cómo, tras escapar de mi Parroquia ante el peligro inminente de una celebración con el sacerdote que celebra habitualmente, fui testigo de la concesión que en la Catedral, cuyo patrono es también Santiago, hizo el Obispo, seguro que conocido de usted, ya que estuvo por esos lares, a lo políticamente correcto, y en una oración colecta preciosa, como es especialmente la del día de Santiago, quitó tranquilamente la referencia a la fidelidad de España por el patrocinio del Apóstol. ¿Son licencias grandes, pequeñas? En todo caso, licencias... y ahí estamos nos guste o no, y me da que esto no tiene buen arreglo.
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JAVIER:
Sé bien de quien me habla, y el aprecio es mutuo y la amistad muy firme desde hace ya muchos años. Por eso le puedo decir que me sorprende lo que dice, ya que él es incapaz de alterar en nada los textos litúrgicos o inventar algo en la liturgia.
Digo yo... ¿no será que en vez de decir "haz que España se mantenga fiel a Cristo hasta el fin de los tiempos", empleó la traducción (nueva) del Misal que no suena tan rotunda: "haz que los pueblos de España se mantengan fieles a Cristo..."? Suena menos rotundo acostumbrados a la anterior traducción.
Los textos no deben cambiarse bajo ningún concepto, ni suprimir frases, ni modificarlas. Los textos, aprobados por la autoridad de la Iglesia, expresan correctamente la fe eclesial (lex credendi)
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JAVIER:
¿El Credo de Pablo VI? Es inmensamente largo: "Creemos en un solo Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo, Creador de las cosas visibles —como es este mundo en que pasamos nuestra breve vida— y de las cosas invisibles —como son los espíritus puros, que llamamos también ángeles— y también Creador, en cada hombre, del alma espiritual e inmortal..." Véalo entero en el enlace: http://w2.vatican.va/content/paul-vi/es/motu_proprio/documents/hf_p-vi_motu-proprio_19680630_credo.html
Deduzco que lo que se hizo fue utilizar el Credo en forma de preguntas y respuestas ("Sí, creo"): eso sólo se realiza cuando lo prescribe el ritual de bautismo, en la Vigilia pascual y en aquellas Misas en las que se bautiza a alguien. Fuera de esos casos, no se emplea, porque su forma es bautismal: pide el consentimiento personal antes de ser bautizado. En las Misas, todos recitan la misma fórmula de fe (ya sea el Credo apostólico, ya sea el Credo niceno-constantinopolitano)
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JAVIER:
Ya no es garantía de liturgia correcta ni que la presida un cardenal emérito...
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JAVIER:
disiento bastante de su opinión. Por ejemplo, los siete ceroferarios más el incensario delante del altar, desde la plegaria eucarística hasta la doxología, los introdujo él.
Dando toda la impresión de en todo momento la oración se refiere a la Iglesia. Por eso me dio más pena. Pero en fin, es lo que hay y estamos donde estamos.
Pero cuando se habla de tantas cosas como rúbricas ("Perdón pero...me suena que tal rúbrica dice...") costumbres pías ("Perdón, pero por que no puedo comulgar de rodillas...el Misal lo oferta") o unidad del rito es triste que hasta en lugares de docencia teológica los sacerdotes con sus doctorados en teología me respondan que les suena una rúbrica que permite lo que no se permite, que la comunión de rodillas es solo para la forma extraordinaria y asi denegarme la Comunión (incluso decir que el Misal lo prohíbe), o que unidad del rito romano "eso para ti".
Pues eso... para usted eso, pero para los demás el guitarreo sesentero. ¿Cómo no desanimarse ante tal panorama si "todo vale"?
¿Podría usted, o alguna otra persona por qué tienen esa inquina hacia Mons. Piero Marini, nombrado por San Juan Pablo II (poco sospechoso de heterodoxía en ningún terreno, digo yo) para llevar la Liturgia Vaticana? Mons. Piero Marini es un reconocido liturgista, profesor en San Anselmo y nadie podrá decir que no hubo solemnidad en la liturgia vaticana mientras él estuvo. Y no creo que nadie pueda decir nada en contra de su labor.
Y el cambio constante de frases de la liturgia y de oraciones sacadas de un librito editado por cáritas...
Hay dos frases que siempre cambia:" dichosos los invitados..." la cambia por: "dichosos los que le siguen y guardan su palabra"; y la que precede al padrenuestro diciendo:"como miembros de la misma familia de Dios..." (que habiendo varias para elegir por qué se la tiene que inventar)...toda una pena
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