La Palabra de Dios en la liturgia
La Palabra de Dios hoy es un punto de profundización en la vida de la Iglesia. Mucho se ha avanzado, tanto en las traducciones como en el amor a la Palabra de Dios en la Iglesia. Hoy la Palabra se hace accesible de nuevo para comulgar con ella: ¡Pan de la Palabra!
Por doquier se ha difundido el Evangelio de cada año, y muchos cristianos, sacerdotes, religiosos, contemplativos, toman contacto con el Señor por medio del Evangelio de cada día, además de la difusión de la Liturgia de las Horas, también entre los seglares, el ejercicio de la lectio divina, etc.; todo esto hace que oremos con las palabras mismas del Señor, cantando los salmos, escuchando las lecturas, la Palabra proclamada en la Eucaristía…
Pero en este avance, hay un déficit: se proclama la Palabra en la liturgia y se ora con ella, pero la descontextualizamos, sin saber porqué este texto se proclama aquí y no en otro sitio, por qué en este ciclo litúrgico y no en aquél, y cómo se reparten los libros bíblicos en el leccionario. Este desconocimiento hace que la Palabra pierda fuerza y continuidad para la contemplación personal y comunitaria, aunque la clave y la solución sería estudiar la Ordenación general del Leccionario de la Misa.
La profundización en la Palabra de Dios llevará a una valoración y mayor relieve de la Palabra en la liturgia:
En primer lugar no sustituyendo jamás la Palabra de Dios por ningún otro texto, sea cual sea, o no cantar el salmo responsorial entonando en su lugar cualquier cancioncilla. La profundización en la Palabra induce y anima a cantar los salmos con amor, descubriendo el valor de la oración con la Palabra cantada.
Este amor a la Palabra revisará y cuidará el lugar de la Palabra, el ambón –según las normas litúrgicas, amplio, elevado, bello, en conformidad con el estilo artístico de la Mesa de altar-, digno y revestido de paños con los colores litúrgicos, reservado sólo para la proclamación de la Palabra y excluyendo otros usos (moniciones, avisos, dirigir devociones).
La profundización en la Palabra, por último, hará que ésta sea audible, bien proclamada, en enunciación y tono, en pronunciación y musicalidad, preparándose los lectores las lecturas para hacerlas oración y proclamarlas con unción.
Cualquiera no puede ser lector en la asamblea litúrgica, sino los más cualificados para la lectura en público pues el lector en la celebración litúrgica es el último eslabón de la revelación, el momento en el que Dios va a hablar a su pueblo en el “hoy” de la Iglesia. Recordemos, pues, lo que Juan Pablo II señaló:
“Hace falta una pastoral litúrgica marcada por una plena fidelidad a los nuevos ordines. A través de ellos se ha venido realizando el renovado interés por la palabra de Dios según la orientación del Concilio, que pidió una «lectura de la sagrada Escritura más abundante, más variada y más apropiada» (n. 35)” (Spiritus et Sponsa, 8).
La Palabra es la comunicación hoy del Corazón de Cristo a su Iglesia; sigue haciéndonos beber de sus Misterios, llevándonos por el Espíritu Santo a la comprensión de la Verdad.
Así fue siempre en la Tradición de la Iglesia. Pensemos cómo, cuando el Leccionario aún no estaba definitivamente organizado, el Obispo elegía la lectura y su extensión, la proclamaba un lector instituido, se cantaba el salmo… y después, en la homilía o sermón, se explicaba paso a paso el texto bíblico. De este modo nos han llegado preciosos comentarios homiléticos de los Padres. Para ellos la Palabra de Dios en la liturgia era eficaz y abundante, digna de toda consideración y acogida espiritual.
9 comentarios
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JAVIER:
Sin duda es un gran déficit que padecemos: la formación bíblica y la litúrgica; ésta procuro salvarla escribiendo, enseñando, etc.
Gracias por sus textos, son siempre muy útiles. Un saludo
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JAVIER:
De acuerdo, por supuesto, con lo que comenta.
Me da pie para recordar de pasada que la homilía no debe ceñirse al texto bíblico, especialmente al evangelio, y ser casi una repetición del mismo. La IGMR nos dice que la homilía toma pie de los textos bíblicos del día (¿por qué nunca del salmo responsorial?), del Misterio que se celebra, de los textos del Propio de la Misa (oración colecta, prefacio...) o incluso de un texto del Ordinario de la Misa.
La homilía puede ser un momento riquísimo.
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JAVIER:
Sin duda, poco se puede hacer, y es tristísimo. Es el fruto decadente de la secularización de la liturgia. Y se sufre mucho con ello, sin duda. Intentemos, entre todos, crear una mentalidad "más litúrgica", con mayor fidelidad al Misal y a lo que dispone la Iglesia. Mi pequeñísima aportación son los escritos en distintos blogs para contribuir a esa mentalidad, educando y formando.
No debería faltar en cualquier parroquia o lugar de culto público, UN EQUIPO de liturgia para preparar la Palabra de Dios y la actuación de esas personas en las celebraciones litúrgicas.
La primera predicación para los ALEJADOS que casualmente presencian o asisten a la Iglesia por algún compromiso social, RADICA EN UNA CELEBRACIÓN DIGNA y un MÁXIMO RESPETO A LA PALABRA de DIOS que se proclama o predica.
NADA DE PRISAS NI IMPROVISACIONES.
Aquí cambiamos hasta llama respuestas en el Santus o en el Gloria... y nos dicen "todos" cuando la contestación es solo del sacerdote ..etc. Los cantos a veces son tan simples, q si yo entrase Sin Fe,no volveria.
Reciba usted de mi parte un saludo de una:
¡Felíz Navidad y Un Próspero Año Nuevo|
El Señor le bendiga y le guarde.
Paz y Bien.
3) Los lectores deben estar preparados, tener buena voz, buena cadencia o ritmo de lectura (saber leer bien). Deben proclamar el texto que leen. Es una palabra importante: "proclamar" (que no es declamar, ni recitar, ni leer a los tropezones o murmurando entre dientes). Es un ministerio, como lo es el de los que ayudan a misa, hacen música, cantan, o pasan la limosnera. Es un acto de alabanza a Dios.
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