12.01.10

Creo que es un grave error proponer un referéndum sobre el aborto

Hace unas cuantas semanas que desde diversas asociaciones civiles favorables a la cultura de la vida se está lanzando la idea de que hay que pedir la realización de un referéndum sobre la futura ley del aborto. Para ello se dan varias razones, algunas de las cuales fueron expuestas ayer desde Profesionales por la Ética. Todos los argumentos a favor del referéndum son muy respetables pero yo tengo dos, que creo bien fundamentados, en contra de dicha propuesta:

1- La dignidad de la vida humana no puede depender, de ninguna de las maneras, del resultado de unas urnas. Forma parte de ese tipo de valores pre-democráticos, que están muy por encima de cualquier constitución, ley o disposición creada por los hombres.

2- La posibilidad muy real de la victoria de la postura pro-abortista, daría una legitimidad “democrática” muy superior a la que tendrá una ley aprobada por el parlamento. En un país donde casi uno de cada siete embarazos acaba en aborto provocado, la aceptación social mayoritaria del aborto es ya un hecho, por mucho que haya un sector importante de la población que entienda que eso es una salvajada. No confundamos el éxito de algunas manifestaciones, por otra parte muy destacable, con la voluntad mayoritaria de los españoles.

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11.01.10

Histeria colectiva en el rojerío contra el arzobispo de Granada

El pasado 20 de diciembre, Monseñor Javier Martínez, a la sazón arzobispo de Granada, predicó una contundente homilía en la Catedral de su archidiócesis. Este arzobispo, que no se caracteriza precisamente por el uso de un lenguaje ambiguo, comparó el holocausto del aborto en nuestra era, con lo ocurrido durante los regímenes nazi y estalinista, cosa que ha enfadado bastante al “progrerío” patrio. Desde un primer momento, el arzobispo recibió todo tipo de críticas, ataques, insultos, difamaciones y demás lindezas propias de quienes usan su escasa inteligencia para practicar con fruición el agitprop.

Entonces, a alguna mente privilegiada de la izquierda encamada con la cultura de la muerte, se le ocurrió que una frase de la homilía podía ser usada ni más ni menos que para meter a don Javier en problemas con la justicia. Concretamente esta:

Pero matar a un niño indefenso, ¡y que lo haga su propia madre! Eso le da a los varones la licencia absoluta, sin límites, de abusar del cuerpo de la mujer, porque la tragedia se la traga ella, y se la traga como si fuera un derecho: el derecho a vivir toda la vida apesadumbrada por un crimen que siempre deja huellas en la conciencia y para el que ni los médicos ni los psiquiatras ni todas las técnicas conocen el remedio.

Ahora bien, estos muchachotes son tan “honestos” que la frase la han cortado de forma que parece que dice otra cosa. La han dejado así: “Pero matar a un niño indefenso, ¡y que lo haga su propia madre! Eso le da a los varones la licencia absoluta, sin límites, de abusar del cuerpo de la mujer“. ¡Qué tíos más listos! Al dejar así la frase, no se ve que el obispo se está refiriendo al hecho de que el abuso al que se refiere el arzobispo está provocado por el mismo hecho de que la mujer aborte y de que ella sufra las consecuencias de dicho acto.

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10.01.10

Monseñor Munilla, permítame que le diga que usted no es el burro

Cuando ayer asistí a la retransmisión que Popular TV (*) hizo de la toma de posesión de Monseñor Munilla como obispo de San Sebastián, fui de esa gran mayoría a los que le pareció perfecta la “comparación” que hizo don José María entre el recibimiento que recibió de sus fieles -con ese histórico e impresionante aplauso- y lo acontecido cuando Cristo fue recibido triunfalmente en Jerusalén. Dijo monseñor: “… me he acordado del borriquillo que Jesús montaba aquel Domingo de Ramos en su entrada en Jerusalén. ¿Os imagináis qué ridículo hubiese hecho aquel asno si hubiese creído que aquellas aclamaciones y aquellos saludos estaban dirigidos a él, en vez de a quien llevaba sobre sus lomos? Le pido al Señor no ser tan `burro´ como para engañarme así“.

Pues bien, aunque se entiende muy bien lo que ha querido decir el obispo, creo que él no puede compararse con el burro y sí con Aquel a quien el burro llevaba. De hecho, monseñor Munilla es Vicario de Cristo en San Sebastián. Si Sta. Catalina de Siena llamó al Papa “nuestro dulce Cristo en la tierra", los fieles guipuzcoanos tienen en don José Ignacio a su “dulce Cristo en la tierra". De hecho, él es sucesor de los apóstoles y uno de ellos, San Pablo, no tuvo reparo en reconocer que los gálatas le habían recibido “como a un ángel de Dios, como a Cristo Jesús” (Gal 4,14).

Sí, es obvio que Monseñor Munilla no es nadie sin Cristo. Como todos nosotros. Pero un obispo no es como todos nosotros. No es igual ser apóstol que no serlo. No es igual ser obispo que no serlo. Ni es igual ser presbítero o diácono, que no serlo. Tan cierto es, como recordó el propio don José Ignacio, que no hay mayor título que el de “hijos e hijas de Dios", como que en la Iglesia debemos honra a quien honra merece, y que los obispos, en cuanto que vicarios de Cristo, han de ser especialmente honrados y, por supuesto, obedecidos. Lo recordó el Nuncio de Su Santidad -vuelvo a decir que creo que nos ha tocado en suerte un gran nuncio- en la alocución previa a la entrega del báculo, cuando citó a San Ignacio de Antioquía en su carta a los tralianos: “Porque cuando sois obedientes al obispo como a Jesucristo, es evidente para mí que estáis viviendo no según los hombres sino según Jesucristo, el cual murió por nosotros, para que creyendo en su muerte podamos escapar de la muerte“. También dijo San Ignacio a los efesios: “Simplemente, pues, deberíamos considerar al obispo como al Señor mismo“. Por cierto, bien haríamos en tener todo esto en cuenta a la hora de juzgar a aquellos obispos que, según nuestro entender, no desarrollan adecuadamente su labor. Incluso aunque tengamos razón, hay líneas que no deberíamos cruzar a la hora de hablar y escribir de ellos. Y esto me lo digo a mí mismo el primero.

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9.01.10

El aplauso de un pueblo agradecido

Sin lugar a dudas, el momento más impresionante de la toma de posesión de Monseñor Munilla como nuevo obispo de San Sebastián ha tenido lugar justo cuando el Nuncio de Su Santidad le ha entregado el báculo y él se ha sentado en su cátedra. Entonces, ha dado comienzo un aplauso sencillamente espectacular, tanto por su intensidad como por su duración. Tan tremendo ha sido que don José Ignacio no ha podido evitar derramar alguna lágrima. Es más, al final ha tenido que ser él quien ha pedido que terminara porque la cosa amenazaba con prolongarse de forma indefinida.

Se pueden dar muchas interpretaciones a dicho aplauso. Desde la de quienes verán en el mismo algo “normal” -pero yo no recuerdo cosa igual en otras ordenaciones o tomas de posesión episcopales- a los que lo compararán con el suspiro de quien se ve libre tras vivir durante años en una situación “complicada". Lo que yo aprecio es el agradecimiento del pueblo de Dios en Guipúzcoa, en especial de aquel que tiene una gran esperanza en que las cosas vayan a mejor con la llegada del nuevo pastor.

Monseñor Munilla ha sido fiel a su estilo en la homilía. No estamos ante un pastor de graves discursos teológicos. Sí estamos ante un pastor que predica el evangelio para que sea entendido por los más sencillos. No hace falta ser doctorado en teología para comprenderle. Pero, por encima de todo, don José Ignacio es un obispo que sabe muy bien qué es ser obispo. Y también qué no es. Por ejemplo, ha estado magistral cuando ha dicho que el aplauso recibido lo entiende como dirigido a Cristo, de quien él es su vicario en esa iglesia local. Se ha comparado a sí mismo con el borriquillo que llevaba en sus lomos al Señor en su entrada triunfal en Jerusalén. La gente vitoreaba a Cristo, no al burro. Pero, ojo, también ha señalado lo absurdo que habría sido que alguna persona se hubiera quedado en casa porque no le gustara el burro.

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8.01.10

¿Hacia una nueva reforma litúrgica?

La conferencia pronunciada por monseñor Guido Marini, responsable de la liturgia en las celebraciones papales, vuelve a poner en el candelero el deseo de muchos católicos de que se acometa una reforma litúrgica que pueda facilitar una actitud de adoración más consistente en los fieles.

Yo parto de un hecho. La adoración parte del corazón del creyente. Y si en ese corazón no hay amor, celo, temor y pasión por Dios, dará igual que el “fiel” asista a la liturgia más excelsa posible, que no adorará “en espíritu y en verdad” (Jn 4,23). Pero igual que digo eso, afirmo que la buena liturgia facilita mucho las cosas a quien va a Misa para lo que realmente hay que ir. A saber, para asistir al sacrificio eucarístico y para adorar a Dios. El componente de “celebración comunitaria” es importante, sin duda, pero la comunidad que se reúne lo hace no para jugar al parchís, ver un partido de fútbol o tomarse unas copas, sino para adorar a Dios. Si no hay adoración, me atrevería a decir que no hay verdadera comunidad cristiana.

La adoración, aun siendo un acto que nace del interior, conviene que tenga una “consecuencia” externa. Dice el refrán que “de la abundancia del corazón habla la boca". Pues bien, “de la abundancia de nuestro amor por Dios hablan nuestros gestos `litúrgicos´”. Se me dirá que no tengo por qué preocuparme por lo que hacen los demás, pero a mí hay pocas cosas que me causen tanta desazón como ver que cuando el sacerdote consagra son muchos los católicos que no se arrodillan. En muchos lugares no será así, pero en mi parroquia, desgraciadamente, somos muy minoritarios los que nos arrodillamos cuando hay que arrodillarse. Y no creo que las enfermedades óseas hayan aumentado exponencialmente en los últimos años. Más bien pienso que existe una verdadera enfermedad espiritual que se hace visible en la liturgia. Mejor no digo nada de la forma de comulgar de algunos, porque al fin y al cabo no soy yo quien escudriña los corazones. Quizás donde veo falta de respeto hay en realidad una simple falta de educación litúrgica no atribuible a la persona.

En resumidas cuentas, toda reforma que ayude a recuperar el verdadero sentido de la liturgia en los fieles ha de ser bienvenida. Pero la verdadera reforma es la de los corazones. Con un Novus Ordo bien celebrado se adora a Dios perfectamente. Pero si se mejora retomado aspectos que han quedado relegados y que forman parte de la tradición, mejor que mejor. Como dijo San Pablo, “hágase todo decentemente y con orden” (1ª Cor 14,40).

Pax et bonum,
Luis Fernando Pérez