23.04.10

El cardenal Rouco es el máximo responsable de lo que ocurre en Vallecas

Los compañeros del Semanario Alba publican en su número de esta semana un extenso reportaje sobre la situación en la que está la antigua parroquia de San Carlos Borromeo, convertida en “centro pastoral” por el Cardenal Arzobispo de Madrid, S.E.R Antonio María Rouco Varela.

La realidad es que muy poco, por no decir nada, ha cambiado desde que la “parroquia roja” se hiciera famosa hace unos años cuando el pastor de la iglesia madrileña intentara, sin conseguirlo, poner fin a la cascada de abusos litúrgicos que estaban teniendo lugar en Entrevías. La firmeza del cardenal, que en un primer momento aceptó seguir las indicaciones de su consejo de presbiterio para acabar con la “anomalía vallecana", se convirtió en lo que unos llamaron fina y caritativa “sensibilidad pastoral” y otros tildaron de paso atrás ante el temor por el escándalo mediático alcanzado.

Los fieles no podemos olvidar el desfile por Entrevías de personajes y personajillos, mayormente de izquierdas, que acudieron a apoyar a los “curas rebeldes". Por Vallecas pasaron, entre otros, Zerolo, cabecilla del lobby gay, el “gran Wyoming", humorista casposo rojeras y don José Bono, el inefable apóstol del social-catolicismo patrio. Y todo ello aderezado con una cobertura mediática en la que mayoritariamente se presentaba a los curas como víctimas de un cardenal intolerante y sectario. Ante semejante despliegue, el cardenal optó por plegar velas y dejar que todo siguiera prácticamente igual. Visitó a los sacerdotes, les dijo que “cuidaran la liturgia” y santas pascuas.

Pero de la misma manera que la cabra tira al monte, los sacerdotes de Entrevías han seguido en su línea para-eclesial. Cada vez que les ponen un micrófono o una cámara delante, muestran sus ideas heterodoxas, lanzan sus discursos anti-sistema -"la jerarquía es mala y nosotros somos el pueblo oprimido"- y se reafirman en su espiritualidad sincretista.

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22.04.10

Por supuesto que debió de negarle la comunión a Berlusconi

El presidente del gobierno italiano, Silvio Berlusconi, lleva años echándole un pulso a la Iglesia por el simple hecho de que la misma es fiel a Cristo -cosa que olvidan los que piden que cambie su postura- y considera que los que viven en adulterio no pueden comulgar. Y Berlusconi es, usando la terminología de nuestro Señor en los evangelios, un adúltero. De hecho, ha presumido públicamente de serlo, lo cual añade gravedad a su pecado.

Sin embargo, y a pesar de que él sabe perfectamente que no puede comulgar, el otro día lo hizo en el funeral de un cómico italiano. Si ya es grave que cualquier fiel haga eso, más lo es cuando el mismo es el presidente del gobierno de una nación.

Ahora bien, parece evidente que lo de Berlusconi no tiene remedio. Sí lo debería de tener el que haya un solo sacerdote que acceda a darle la comunión. El párroco que se la dio se excusa diciendo “¿Qué podía hacer, negársela? No es durante una ceremonia cuando se puede plantear la cuestión. Y además quien celebra la misa no tiene por qué saber el estado civil de quien viene al altar a tomar la eucaristía“.

Pues sí, no sólo podía sino que debía haberle negado la comunión. Es cierto que un cura no tiene por qué saber el estado civil del que se acerca a comulgar. Pero cuando el mismo resulta ser el presidente del gobierno de tu país y es pública y notoria su condición de pecador, entonces no hay excusa. Es mayor el escándalo por darle la comunión que por negársela, con la diferencia de que lo primero va en contra de las normas de la Iglesia y lo segundo no.

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21.04.10

Y los hombres amaron más las tinieblas que la luz

Prácticamente no hay un solo cristiano evangélico que no se sepa de memoria el versículo 17 (versión Reina Valera del 60) del evangelio de San Juan:

Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna. Porque no envió Dios a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo sea salvo por él.

Son palabras del propio Cristo, que dejan bien a las claras la intención salvífica de Dios y cuál es el único medio para ser salvo. De tal manera que, quien no acepta ese medio, se condena:

El que en él cree, no es condenado; pero el que no cree, ya ha sido condenado, porque no ha creído en el nombre del unigénito Hijo de Dios.

Como católico, he prestado también atención a los versículos siguientes. Siendo que Cristo es ofrecido gratuitamente al mundo, ¿por qué la mayor parte de los hombres no creen en él? El Señor responde:

Y esta es la condenación: que la luz vino al mundo, y los hombres amaron más las tinieblas que la luz, porque sus obras eran malas. Porque todo aquel que hace lo malo, aborrece la luz y no viene a la luz, para que sus obras no sean reprendidas. Mas el que practica la verdad viene a la luz, para que sea manifiesto que sus obras son hechas en Dios.

Al leer esas palabras de nuestro Señor y Salvador tendemos pensar en todos aquellos que se dedican al mal por sistema. Pensamos en narcos, terroristas, violadores, pedófilos, proxenetas y todo tipo de escoria humana. No es habitual que reflexionemos sobre la gravedad de nuestros propios pecados. A veces parece que Satanás es un principiante comparado con esos seres creados a imagen y semejanza de Dios por los que Cristo dio la vida. ¿Qué mal hay que el hombre no haya practicado a lo largo de la historia? ¿qué salvajada no se ha cometido? ¿qué guerra sangrienta no se ha librado?

En Occidente vivimos en la idea de que el progreso y la libertad nos hace mejores personas. Pero el hombre del siglo XXI no es esencialmente distinto del de hace diez o treinta siglos. Somos más sofisticados a la hora de obrar el mal, pero la naturaleza caída sigue presente allá donde no reina la gracia de Dios. E incluso donde la gracia abunda, sigue la lucha contra el mal. Mucho nos ha de amar Dios para haberse entregado por nosotros a pesar de que somos como somos.

Dice Cristo que el que hace lo malo no viene a la luz para que su maldad no quede manifiesta. Lo vemos en el caso del aborto. Los pro-abortistas odian que se les muestre imágenes de embriones destruidos y de fetos descuartizados. La luz les molesta, les produce erisipela. Quieren que todo quede oculto, porque si todos viéramos, un día sí y otro también, en qué consiste un aborto, es bastante probable que incluso una sociedad tan enferma como la nuestra se levantara y dijera ¡Basta ya!.

Es por ello que una de las tareas ineludibles de la Iglesia consiste en arrojar luz allá donde la maldad reina. Empezando por la que anida entre sus atrios. Acabamos de aprender la lección de que hay más escándalo en la ocultación cómplice de los abusos sexuales que en los propios abusos. Quien tiene la misión de ser luz del mundo no puede poner un manto de tinieblas sobre la maldad de algunos de sus miembros. Dios mismo no lo permite y por eso ha pasado lo que ha pasado.

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19.04.10

Jóvenes a contracorriente

No por repetido deja de tener valor el mensaje que el Papa ha lanzado a los jóvenes de Malta: “No tengáis miedo. Encontraréis ciertamente oposición al mensaje del Evangelio. La cultura de hoy, como cualquier cultura, promueve ideas y valores que contrastan en ocasiones con las que vivía y predicaba nuestro Señor Jesucristo. A veces, estas ideas son presentadas con un gran poder de persuasión, reforzadas por los medios y por las presiones sociales de grupos hostiles a la fe cristiana. Cuando se es joven e impresionable, es fácil sufrir el influjo de otros para que aceptemos ideas y valores que sabemos que no son los que el Señor quiere de verdad para nosotros”.

El Santo Padre tiene razón. Pero también ocurre que cuando uno es joven y se deja impresionar por Cristo, esa marca la llevará, con casi total seguridad, por el resto de su vida. Es decir, tan cierto resulta que la adolescencia y la juventud es una etapa en la que se es más débil para dejarse llevar por los valores del mundo, como que es la ideal para construir las bases de una vida adulta al servicio de Dios y de su Iglesia.

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17.04.10

El cardenal Castrillón pone a Juan Pablo II a los pies de los caballos

Me lo temía. Conociendo al cardenal Castrillón Hoyos, me esperaba una reacción así. Hasta hoy me he callado algo de lo que fui protagonista directo en uno de los congresos “Camino a Roma” celebrado en Ávila, en el que di mi testimonio de regreso al catolicismo. El cardenal colombiano participó en ese congreso dando una ponencia sobre la unidad en la Iglesia. Al final de la misma, refiriéndose expresamente a los escándalos sexuales de los sacerdotes en EEUU, se levantó y dijo a todos los presentes que debían apoyar a los sacerdotes en todo momento, aunque fueran pecadores, ya que un sacerdote lo es para siempre. El tono de sus palabras fue tal que algunos aplaudieron pero la práctica totalidad de los allá presentes entendió sus palabras como un apoyo no ya a los buenos sacerdotes sino a los depravados. De hecho, es lo que se comentó en los corrillos posteriores a su charla. Yo preferí no darle más vueltas al asunto, pero hoy veo que este cardenal vuelve a las andadas.

El problema es que acaba de demostrar que no tiene la menor intención de caer sólo. Cuando desde Roma se dice que la carta que el cardenal de felicitación que envió al obispo francés que no denunció a un sacerdote que había abusado de menores, es un ejemplo de la necesidad de la reforma que el Vaticano impuso en 2001, el cardenal Castrillón, desde el congreso sobre Juan Pablo II en la Universidad Católica de Murcia, asegura que fue el mismísimo Juan Pablo II quien leyó y aprobó la misiva. Es más, dice que el Papa le autorizó para enviársela no sólo al obispo francés sino a todo el mundo.

Es decir, el prelado colombiano está asegurando que al antecesor de Benedicto XVI le parecía muy bien que su Prefecto para la Congregación del Clero felicitara efusivamente a un obispo que había encubierto de las autoridades civiles a un cura abusador, razón por la cual el citado obispo fue condenado a tres meses de cárcel en el 2001.

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