8.09.20

De murmuraciones y coronavirus

Veo que el Papa Francisco ha soltado una de sus típicas frases, que se ha convertido en titular de diversos medios. Ya sabemos que, al Papa, como buen argentino, le encantan las afirmaciones redondas que llaman la atención y, en esta ocasión, según parece, ha declarado que “la murmuración es una plaga peor que el coronavirus”.

La frase, comprensiblemente, ha suscitado bastantes críticas en el clima actual de miedo a la pandemia. Varias veces hemos tenido que señalar que otras ocurrencias del Papa no eran muy afortunadas y achacarlas a su costumbre de hablar sin pensar mucho lo que dice. En este caso, sin embargo, conviene señalar que, en sí misma, la frase es correcta e irreprochable. Es más, se trata de una afirmación especialmente necesaria para nuestro mundo y, sobre todo, para la Iglesia de hoy.

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4.09.20

31.08.20

Las nuevas supersticiones en la Iglesia

Nunca deja de sorprenderme que precisamente esta generación tenga la desvergüenza de mirar por encima del hombro a las anteriores y, particularmente, a la Edad Media, la edad de las catedrales y las universidades. Quizá sea aún más sorprendente que ese complejo de superioridad del todo injustificado se haya apoderado también de la Iglesia, que debería tener un poquito más de sensatez que el mundo.

En ese sentido, observo con consternación el resurgir entre los eclesiásticos de antiguas supersticiones, que apenas se diferencian de las mitologías griegas, romanas u orientales. Como siempre ha sucedido en la historia, las nuevas supersticiones usan las palabras que están de moda y apelan a los puntos ciegos del hombre moderno, pero en esencia no son más que una expresión de los mismos instintos supersticiosos del hombre pagano. Las nuevas supersticiones son muy viejas.

Podrían citarse varios ejemplos, pero quizá baste con el más reciente. Esta tarde no he podido evitar un suspiro de cansancio al leer que, sin el más mínimo rubor, los obispos españoles nos sugieren que, de algún modo, la culpa del coronavirus la tienen nuestros pecados contra la ecología:

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30.08.20

25.08.20

¿Ayudar a la Iglesia en sus necesidades?

Pongo el título entre signos de interrogación porque, aunque ayudar a la Iglesia en sus necesidades es un mandamiento universal para todos los católicos, hace tiempo que se escuchan numerosas voces que sugieren que quizá sea mejor retirar esa ayuda en ciertas ocasiones o al menos matizarla.

Algunos señalan, lógicamente molestos, diversos casos en los que se utiliza mal el dinero que los fieles dan a la Iglesia. No solo hay casos de simple despilfarro o empleo del dinero de viudas y huérfanos en inútiles burocracias, campañas e iniciativas o en congresos y viajes superfluos (que ya claman al cielo), sino que incluso hay ocasiones en las que el dinero se usa directamente para mal.

Es más que comprensible que haya numerosos fieles que están hartos y que no deseen colaborar con ese desperdicio o esas conductas poco eclesiales. ¿Quién querría contribuir con su salario a que la Pontificia Academia para la Vida proporcione un púlpito a activistas antipoblación, a que Mons. Sorondo viaje a China y elogie el régimen comunista o a que, en multitud de universidades, editoriales, parroquias y colegios “católicos”, se niegue la doctrina católica? ¿A quién no le indigna que la Conferencia Episcopal norteamericana haga donaciones a organizaciones proabortistas, que los obispos alemanes se reúnan para cambiar la fe de la Iglesia o que haya obispos que paguen sumas millonarias para evitar que salgan a la luz las repugnantes prácticas de algún clérigo?

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