La solución definitiva para el problema de las vocaciones
Un sacerdote norteamericano llamado Andrew Greeley ha tenido una idea genial y revolucionaria para solucionar la falta de vocaciones al sacerdocio. Y no se trata de una simple intuición, sino del resultado de una “investigación sociológica sobre el sacerdocio durante más de treinta años”. Ya esto resulta admirable. No le bastó decir “soy sacerdote y tengo una idea bastante precisa de lo que es el sacerdocio, por no hablar de lo que dicen la Teología y la doctrina de la Iglesia sobre el tema”. No, reconoció que quien debe decirnos lo que es el sacerdocio es una ciencia exacta y matemática como es la sociología y dedicó tres décadas a investigar la cuestión sociológicamente.
¿En qué consiste su idea? Muy sencillo. Lo que ha hecho ha sido analizar en primer lugar cuál es el verdadero problema que explica la falta de vocaciones. ¿La falta de fe? No. ¿El secularismo y el consumismo? No. ¿Quizá la hipersexualización de nuestra sociedad? No. ¿La incapacidad o dejación de los padres en la transmisión de la fe a los hijos? No. Mucho más fácil que todo eso. Lo teníamos delante de nuestros ojos y no nos habíamos dado cuenta. El problema está en que ser cura es “para toda la vida” y eso es mucho tiempo.

El otro día, escribí sobre el 
Acabo de leer una historia tristísima, sucedida en Chicago. Janine Denomme, una conocida activista homosexual, fue “ordenada” como sacerdote el mes pasado, por un grupo llamado Roman Catholic Womenpriests (Mujeres Sacerdote Católicas). Como es lógico, eso supuso su excomunión latae sententiae. El Código de Derecho Canónico prevé la excomunión automática para todos aquellos que participan en una simulación del Sacramento del Orden Sacerdotal.
Un lector me pide que comente el siguiente 
Temporibus illis, hace muchos años, tuve un profesor de Filosofía que me dio un consejo que todavía recuerdo. Sugirió que fuésemos un día al cine y nos sentáramos en la primera fila. Después, en cuanto empezara la película, en lugar de verla, lo que teníamos que hacer era darnos la vuelta y mirar a la gente que había ido al cine. Decía que la gente, sus actitudes, sus caras y sus reacciones ante lo que estaban viendo eran muchísimo más interesantes que la propia película.
    
            
            
            
            
            
            
            


