El Tradicionalismo en comunión con la Iglesia (II): Magisterio vivo
Uno de los puntos que más subraya Mons. Arêas Rifan en su libro es algo evidente en teoría, pero a menudo olvidado en la práctica: el Magisterio de la iglesia es un magisterio vivo. Es decir, un magisterio ejercido en cada generación por personas concretas, con sus fallos y defectos pero también con un don especial recibido de Dios para transmitir la verdad sin error. Uno de los milagros más espectaculares que hace Dios es la existencia misma de la Iglesia, una Iglesia que es columna firme de la Verdad para enseñar a los que no saben, aun cuando sus maestros sean personas limitadas, del mismo modo que es una Iglesia santa que acoge a los pecadores.
En ese sentido, Monseñor Arêas Rifan advierte que es fácil caer en la tentación de preferir un “magisterio muerto”, es decir, el magisterio de los libros, al estilo de lo que sucede con los protestantes, cuya única autoridad (teóricamente) es la Biblia. Esta tentación es muy comprensible, porque a menudo nos escandalizamos por esa mezcla de pecado y santidad, de falibilidad e infalibilidad que Dios ha dispuesto que exista en su Iglesia. Ante ella, no es extraño que algunos busquen suprimir el escándalo eliminando la parte humana del misterio de la salvación (ya sea la encarnación de Cristo, su resurrección corporal, los sacramentos, la existencia de una Iglesia visible o la validez del magisterio eclesial ejercido por pecadores). El problema es que lo que queda después de esa eliminación ya no es el cristianismo ni la Iglesia de Cristo.