No se trata de ser cada día un poco mejores
El otro día, escuché una homilía que había escuchado ya cientos de veces. No, no se trata de un sermón especialmente bueno que tenga grabado. Simplemente, decía algo que sacerdotes, catequistas y cristianos en general repiten una y otra vez.
Nada tengo contra repetir las cosas importantes, por supuesto. Ya San Pablo decía: volver a escribiros las mismas cosas, a mí no me es molestia, y a vosotros os da seguridad. Las grandes verdades del cristianismo y especialmente la Palabra de Dios, son nuevas cada vez que se pronuncian, porque transforman a quienes las escuchan con fe. El problema de la homilía del otro día no es la repetición, sino el pelagianismo que sugiere esa repetición. Un pelagianismo insidioso, camuflado de cristianismo, aceptado como algo adquirido y francamente preocupante.
El mensaje central de la homilía era uno que seguro que los lectores han escuchado también decenas de veces. Yo, al oírlo, no puedo reprimir un escalofrío de terror: “tenemos que intentar ser cada día un poco mejores”. ¿Cómo? ¿Que no suena tan horrible? Me temo, querido lector, que eso es señal de que tenemos el caballo de Troya dentro de las murallas y nos hemos echado a dormir.