21.08.25

Decimatio sistemática

Desde niño me fascinó todo lo relacionado con el imperio romano, como le sucede a gran parte de los varones: desde el esclavo del memento mori imperial hasta la décima legión, Julio César, la guerra de las Galias, las guerras púnicas, el muro de Adriano, la lengua latina, la incomparable ciudad de Roma y su SPQR, los privilegios de los ciudadanos romanos, los mártires, las naumaquias, la ley de las doce tablas, Horacio en el puente, el ab urbe condita y tantas otras cosas.

Los romanos, sin embargo, también tenían costumbres estremecedoras. Recuerdo la impresión que me causó leer sobre la decimatio, el más duro castigo militar romano, que se aplicaba a las legiones que habían mostrado cobardía ante el enemigo. Las unidades castigadas se dividían en grupos de diez soldados y, en cada grupo, se echaba a suertes sobre quién debía recaer el castigo. A continuación, el pobre soldado elegido era ejecutado en presencia de toda la legión a golpes de vara por los demás y lo mismo sucedía con los demás grupos, hasta que la unidad entera quedaba diezmada.

Quizá lo que más me impresionaba era el hecho de que el castigo se ejecutase públicamente de forma tan brutal y de que fueran los mismos compañeros de los ejecutados los encargados de aplicar la sentencia, en una mezcla de férrea disciplina militar y crueldad inusitada. Tan terrible (y a menudo contraproducente) era el castigo que apenas se utilizó un puñado de veces en la historia de la república y el imperio.

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18.08.25

No le quites la gloria a Dios

A menudo, los pecados que más cometemos son aquellos de los que ni siquiera somos conscientes. Absuélveme de lo que se me oculta, dice por ello el Salmista. Uno de esos pecados, en mi opinión, es quitarle la gloria a Dios.

A fin de cuentas, constantemente se repite en la Escritura y la liturgia que todo honor y toda gloria por los siglos de los siglos le pertenece a Dios. Cada domingo (excepto en Cuaresma y Adviento) cantamos un precioso himno dedicado precisamente a eso, a la gloria de Dios. Una de las primeras oraciones que aprendemos y una de las que más recitamos es una pequeña jaculatoria de glorificación a Dios: gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo, como era en el principio, ahora y siempre, por lo siglos de los siglos, amén.

Estamos hechos para dar gloria a Dios y por lo tanto, quitarle la gloria a Dios es exactamente lo contrario de nuestra vocación, de nuestra misma razón para existir. Por supuesto, a Dios nadie puede quitarle la gloria que tiene en sí mismo, pero sí podemos quitarle extrínsecamente la gloria en nosotros, es decir, la gloria que debemos darle como criaturas e hijos suyos.

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13.08.25

¿Somos capaces de decir lo mismo?

Aunque a los hispanohablantes nos queda algo lejos, a los lectores probablemente les sonará que Utah es el estado mormón por excelencia. Su capital, Salt Lake City, fue fundada por Brigham Young, el segundo presidente de los mormones tras el linchamiento de Joseph Smith. Más de la mitad de la población del estado es mormona y el centro mundial de la religión está en Salt Lake City, donde se reúnen la “Primera Presidencia” y el “Quórum de los Doce Apóstoles”.

Se pueden decir muchas cosas del mormonismo, al que podríamos dedicar varios artículos, pero lo principal es que se trata de una religión seudocristiana y ocultamente politeísta basada en las supuestas revelaciones a Joseph Smith del “ángel Moroni”, en forma de planchas de oro que contenían el Libro de Mormón. Por eso, en lo alto de los templos mormones (se puede ver uno en el madrileño barrio de Moratalaz) hay una estatua dorada de Moroni, tocando una gran trompeta.

Cuento esto porque es necesario para entender un significativo y curioso detalle de la catedral católica de Salt Lake City, dedicada a Santa María Magdalena. Los católicos son una minoría en el estado y solo constituyen en torno al 10% de la población, cifra que era mucho menor cuando se construyó la catedral, a principios del siglo XX. El estilo del templo es una mezcla de neoclásico y neogótico, pero bonito y piadoso, como era la norma hasta mediados del siglo pasado, y las paredes están cubiertas de frescos y frases de la Escritura.

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11.08.25

¡Somos sus hijos!

“Ningún argumento puede contrarrestar la realidad evidente de que, aparte de Roma, solo existen iglesias nacionales como la armenia o la griega, iglesias estatales como la rusa o la anglicana, o sectas fundadas por individuos como los luteranos, los calvinistas, los irvingianos y  demás.

La Iglesia Católica es la única iglesia que no es ni una iglesia nacional, ni una iglesia estatal, ni una secta fundada por un hombre; es la única iglesia en el mundo que mantiene y afirma el principio de la unidad social universal frente al egoísmo individual y el particularismo nacional; es la única iglesia que mantiene y afirma la libertad del poder espiritual frente al absolutismo del Estado; en una palabra, es la única iglesia contra la cual las puertas del infierno no han prevalecido”.

Vladimir Soloviev, La Iglesia rusa y el papado (1889).

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6.08.25

Nosotros mismos nos buscamos los problemas

Hace unos diez años hubo una curiosa polémica entre algunos apologetas católicos sobre si Dios castiga o no castiga. Recuerdo que pensé que era una controversia absurda y extrañísima. A fin de cuentas, la Escritura dice multitud de veces que Dios castiga y lo mismo ha hecho la Iglesia durante dos milenios. A pesar de ello, diversos apologetas defendían obstinadamente lo contrario, sordos a cualquier argumento.

Poco a poco, me fui dando cuenta de dónde estaba el problema: toda una generación de cristianos se ha educado en libros de espiritualidad, tratados de Teología, homilías, traducciones bíblicas y lecturas y oraciones litúrgicas que, sistemáticamente, evitan las enseñanzas “duras” o “difíciles” de la doctrina católica. Por ejemplo, a numerosos traductores de la Biblia no les gusta la palabra “castigo” y la sustituyen por otras más suaves a oídos modernos. Por muy buena intención que tuvieran muchos de esos apologetas, era inevitable que la idea de los castigos de Dios y muchas otras enseñanzas difíciles les resultaran ajenas, imposibles o incluso ofensivas: nunca habían oído hablar de ellas.

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