No se puede ser normal
Esta mañana, el sacerdote que celebraba la Misa ha dicho algo que me ha gustado especialmente, comentando la lectura de los discípulos de Emaús. Es una de esas frases que llaman la atención y, paradójicamente, son a la vez evidentes y escandalosas: “Después de que uno ha visto al Resucitado, no se puede ser normal".
Por un lado, lo que decía este buen sacerdote es algo maravilloso. El cristiano no es como los demás. Está en el mundo, pero no es del mundo. Cristo no vino a decirnos simplemente que fuéramos buenos, sino a hacer un verdadero milagro con nosotros, a cambiarnos de raíz, a convertirnos a cada uno de nosotros en una criatura nueva, que no se resiste al mal, que ama a sus enemigos, que bendice en lugar de maldecir, que no sirve al dinero, que puede alabar a Dios en medio del sufrimiento y de la muerte, que ama al prójimo como a sí mismo, que vive con los ojos puestos en el cielo, que marcha al fin del mundo a anunciar el Evangelio… Es decir, un “anormal” o, como dice San Pablo, un “tonto por Cristo".