Vida Nueva y el hombre viejo
Una de las cosas más desagradables de los (malos) políticos es su tendencia a utilizar un doble lenguaje: decir una cosa cuando en realidad quieren decir la contraria, elogiar en apariencia a quien hacen todo lo posible por destruir, prometer lo que no tienen ninguna intención de cumplir y usar palabras bonitas para enmascarar los desastres que muchas veces ellos mismos han contribuido a producir. No es extraño que la opinión de los españoles (y, en general, de todo el mundo) sobre los políticos sea pésima.
Si esta tendencia es deplorable en los políticos, que algunos eclesiásticos actúen así resulta aún más injustificable. Cuando algunos siervos de Aquel que es la Verdad utilizan un lenguaje destinado a ocultar esa Verdad, a insinuar en lugar de decir con claridad y a socavar la enseñanza de la Iglesia sin que se note demasiado, es difícil no pensar en sal que se ha vuelto sosa y que sólo sirve para tirarla y que la gente la pisotee.
Siento el tono tristón, pero no he podido evitarlo tras leer el Editorial que ha publicado la revista Vida Nueva sobre el último documento de la Conferencia Episcopal Española, la instrucción pastoral “Jesucristo, salvador del hombre y esperanza del mundo”, en la que los obispos españoles recuerdan la fe católica acerca de Cristo y rechazan los errores más extendidos en España sobre el tema.

En relación con el post de hace un par de semanas sobre la (falta de) formación de los católicos, un amable lector me ha enviado un escrito que presentó sobre ese tema al sínodo que celebrado en la archidiócesis de Oviedo hace unos años. Según me dice, ni siquiera le dieron un acuse de recibo, quizá por un descuido, pero en cualquier caso a mí me ha parecido muy interesante, por las cuestiones que plantea, algunas de las cuales ya se mencionaron aquí.
Cuando leemos los Evangelios, a menudo experimentamos una tendencia casi irrefrenable a emparejar a cada uno de los personajes evangélicos con personas o grupos de personas de nuestro entorno… y también a menudo lo hacemos fatal, proyectando nuestras neuras y rencores en el Evangelio, en lugar de dejar que el Evangelio sane esos rencores y esas neuras.
Es frecuente oír la queja de que los católicos están muy mal formados en lo referente a la fe, la Escritura, la historia de la Iglesia, la moral, la liturgia y un largo etcétera. Una queja frecuente y más que comprensible. Esa ignorancia se hace especialmente evidente si uno visita Hispanoamérica y observa los millones de católicos que se han hecho (y se están haciendo) protestantes debido en buena parte a que nunca tuvieron una formación adecuada y no sabían responder a acusaciones contra el catolicismo que, en realidad, no tienen fuerza ninguna o están basadas en malentendidos. Lo mismo podría decirse de España, con la diferencia de que los católicos mal formados dejan la Iglesia en dirección al agnosticismo más que al protestantismo.









