La vida en los monasterios
La práctica de huir del mundo y abandonar el disfrute de los bienes materiales es muy antigua en la historia de la Iglesia. Su origen estaría durante las persecuciones del Imperio romano, cuando algunos cristianos de Egipto, para no ser obligados a apostatar de la fe, huyeron de las ciudades y se escondieron en el desierto de la Tebaida. Al pasar el peligro no todos regresaron a su hogar sino que algunos se quedaron a vivir en la soledad, dedicados a la oración y la penitencia. A estos se unieron algunos discípulos con el deseo de recibir sus enseñanzas y de imitar su vida, naciendo así las primeras experiencias de vida comunitaria.
Extendido el monacato a Siria y Palestina fue necesario establecer normas y reglamentos para organizar su modo de vida. En los nuevos lugares donde surgían estas comunidades se iban haciendo adaptaciones propias según el carácter de las gentes y las condiciones físicas del entorno. A la vida espiritual se añadió el trabajo corporal e intelectual, y además surgieron los monasterios femeninos de vírgenes o viudas consagradas al Señor.