Paseando por el apacible claustro del Seminario Conciliar, me encontré a un alumno de la Casa que, al verlo con cara meditabunda, le pregunté qué tal iba todo. La respuesta fue de una cierta melancolía quejumbrosa: “¿Cómo quieres que vaya todo? Si estamos huérfanos de Padre y de Madre. Nuestro Obispo no nos conoce y no se reza a nuestra Madre”. Atónito por la respuesta, le pedí una aclaración. La primera parte la comprendí, las visitas del Obispo al Seminario, corazón de la Diócesis, se resumen en 5: Inicio de Curso, Fiesta de Navidad, Día del Seminario, Final de Curso y Ordenaciones, que casi siempre coinciden con el Día del Seminario. De modo que la persona de nuestro n.s.b.a. Cardenal es perfectamente desconocida por los alumnos del Seminario, por lo que toca al trato personal. La segunda parte de la respuesta, “no se reza a nuestra Madre” me chocó. ¿Es posible? ¿En un Seminario dedicado a Nuestra Señora de de Montalegre, bajo el patrocinio de la Inmaculada y Santo Tomás de Aquino, no se reza el Rosario? No me refiero al Rosario como devoción ejercida en privado, casi clandestinamente por los seminaristas en particular, como si tuvieran que pedir perdón al horario por robarle media hora y dedicarla a la Madre de Dios, sino al ejercicio de esta excelente devoción, tan sacerdotal, comunitariamente, como Seminario. Cuando el Rosario es visto como una devoción cargante, tolerada pero no bendecida en el Seminario, y donde no se ve bien invitar a los demás alumnos al rezo en grupo, ¿que se puede esperar del resultado final en cada uno de los alumnos? Lejos quedan los tiempos en que, al iniciarse la República, en medio de los disturbios de una sociedad convulsa, el obispo Don Manuel Irurita venía al Seminario y rezaba el Rosario con todos los alumnos, por la paz y concordia, poniéndose de rodillas en las gradas del altar y con los brazos en cruz. Y las frecuentes visitas del obispo Don Gregorio Modrego al Seminario para dirigir el Rosario de los alumnos, sobretodo en el Año Mariano y en las Fiestas de la Virgen. Lejos quedan también los días de locura colectiva, en que los alumnos del Seminario, o mejor dicho, de los pisos donde convivían los seminaristas, que eran sospechosos de una devoción tan reprobable, eran invitados por el superior a hacer un tiempo sabático, para replantearse su vocación, pues no se ajustaba al “nuevo sacerdocio” que se desprendía del espíritu del Concilio.
Leer más... »