El común de los mortales nos guiamos, ¡para qué vamos a negarlo!, por criterios de FE, es decir de adicción a uno u otro credo. También a la hora de posicionarnos respecto al aborto. Lo habitual es que no haya manera de producir trasvases del credo católico al credo progresista o viceversa, por citar los dos credos en que estamos inmersos. Y sin embargo, tras años y años de pensamiento único, es decir de silencio casi sepulcral del credo católico, se ha abierto por fin el debate.
Hay que decir en honor de la verdad que la marea roja que llaman (la de HO-DAV), nació de los católicos de a pie y fue secundada y reforzada posteriormente por la Conferencia Episcopal con la feliz campaña del LINCE. Ésa fue la que por fin hizo saltar el debate a los medios.
Ante este enfrentamiento de ideologías coram pópulo, la inmensa mayoría adscrita al nosabe/nocontesta, de la que forman parte los descreídos y los de fe tibia y acomodaticia de uno y otro bando, los que llaman la “mayoría silenciosa”, se ven forzados a adoptar una posición intelectual y a tomar partido cuando se pasa del comodísimo pensamiento único a la opción entre dos alternativas.
¿Cómo elegir? Los posicionados por razón de fe o ideología en una u otra trinchera, no es previsible que entren en razón ni en razones. No son éstos, por tanto, los destinatarios de esta reflexión, porque ni unos ni otros están dispuestos a consentir que se cuestionen sus dogmas ni a cambiar de fe. Pero bueno, también a éstos les puede servir esta disquisición epistemológica para calibrar la solidez intelectual de sus posiciones; y si más no, para conocer los puntos flacos propios y del adversario. Y en cualquier caso para establecer, previas a la discusión, las reglas del juego dialéctico. La prueba del algodón, que diría el anuncio.
¿Cuál es la herramienta intelectual que emplearán el resto, la pléyade inmensa del n/s - n/c, la multitud de los no adoctrinados, que da y quita mayorías? La herramienta es obviamente LA EVIDENCIA, la que se ha empleado desde que el hombre tiene razón y razones. La del contra factum non valet argumentum que definieron los escolásticos: “contra el hecho, no vale el argumento”. Es que a pesar del suicida “sólo sé que no sé nada” (muy buena para el suicidio, la cicuta) la evidencia sigue siendo al razonamiento, lo que las manos son a la habilidad. Es la herramienta intelectual de los que no exhiben el título nobiliario de “intelectuales”.
¿Y de qué lado está LA EVIDENCIA? ¿Por quién se inclina? ¿Por los abortistas o por los antiabortistas, que han conseguido -primera gran victoria- hacerse llamar “PRO VIDA”?
Asentado el análisis de la herramienta con la que vamos a trabajar, vayamos directos al núcleo de la EVIDENCIA: sabemos desde hace algunos miles de años, gracias a los sietemesinos que ahí están a miles para certificarlo, que con toda seguridad durante el tercer y último trimestre del embarazo, la mujer gestante lleva en su seno un ser humano vivo y con capacidad de seguir viviendo si nace o se le hace nacer en cualquier momento de ese trimestre.
Obsérvese que por razón metodológica he dividido el embarazo en tres trimestres. Esta división la hago exclusivamente en orden a examinar el valor de la EVIDENCIA, que se basa obviamente en el “fenómeno” que diría Kant, es decir en la apariencia de las cosas que se someten a nuestro raciocinio.
Situándonos en el tercer trimestre del embarazo, es inevitable que cualquiera que tenga sangre en las venas y ojos en la cara, perciba como un INFANTICIDIO la expulsión forzada de ese feto, es decir el ABORTO de esa criatura. Esa percepción se intensifica cuando en vez de sólo razones, tiene uno a la vista las fotos y vídeos del feto antes del aborto, y sus despojos una vez abortado, en el momento de ser arrojados a la trituradora para hacerlos desaparecer en la cloaca.
En el plano de las EVIDENCIAS estamos ante una realidad incontrovertible. Sólo desde la cerrazón intelectual y el talibanismo más integrista, se puede cuestionar y discutir esa evidencia. Es el hecho ante el cual no vale el argumento. Para cualquiera con uso de razón, incluso en los niveles de analfabetismo funcional y total, la eliminación de ese feto mediante la violencia del aborto, no es cosa únicamente de la madre, sino también del feto-hijo, que es evidentemente un sujeto distinto de la madre. Para estas inteligencias primarias, la liquidación de esa criatura es un infanticidio o un homicidio (si conocen estos términos tan benignos) o un asesinato si operan con un vocabulario más limitado. Ahí está el cuerpo. No hay que buscarlo como el de Marta del Castillo.
Ésa es la razón por la cual los abortistas lo tienen crudo. Porque, claro, como la doctrina abortista se sustenta en que mientras está el feto dentro de la madre es “cosa” de ésta, que además tiene todo el derecho a disponer de esa “cosa” que afecta a su salud sexual y reproductiva, suya y nada más que suya mientras esté ahí dentro; como ésa es la doctrina en que se basa el derecho de la mujer al aborto, este derecho alcanza hasta el final del embarazo, ya sea natural, ya violento. El resultado inevitable de esos principios es que no se puede ni se debe privar a la mujer del derecho a su propio cuerpo, es decir a ABORTAR a la cosa esa que está ocupando su cuerpo, durante todo el tiempo que lo ocupa. Es lo que tiene la fidelidad a los principios: ABORTO HASTA EL ÚLTIMO DÍA DEL EMBARAZO. Sería, en el plano del homicidio, el derecho de uno a matar al ladrón que se ha colado en su casa e incluso al ocupa. “En mi casa mando yo; y como está en mi casa, me lo cargo”.
Es cierto que luego, en el bando de los abortistas hay diferencias de opinión: los hay radicales y coherentes con los principios en que se sustenta la doctrina abortista, que quieren ABORTO LIBRE desde el primero al último día del embarazo, sin necesidad de supuestos ni pretextos. ¡Ah!, y pagado con cargo a los impuestos de toda la ciudadanía. Los moderados en cambio matizan diciendo que para llegar a esos extremos han de darse determinados supuestos. Ése es el mayor torpedo en la línea de flotación de la doctrina abortista, su auténtico talón de Aquiles; porque a la luz de la EVIDENCIA más común para la inmensa mayoría de los mortales, esa doctrina reivindica (en el mejor de los casos, sólo excepcionalmente) el DERECHO DE LA MUJER AL INFANTICIDIO de su hijo. Es así: a la mayoría, LA EVIDENCIA NOS MUESTRA UN HIJO, no una cosa.
Ahora le toca el turno, en el plano dialéctico, al primer trimestre del embarazo, el que la ley pretende como plazo indiscutible para el aborto sin supuestos ni pretextos. Y aquí es donde la EVIDENCIA no está decidida en favor del movimiento PRO VIDA, ni mucho menos en las primerísimas semanas. En el extremo inicial del embarazo (igual que para los abortistas en el extremo final) es donde la doctrina se sobrepone a la evidencia. Donde no alcanzan los ojos, alcanza la argumentación de carácter científico-jurídico; y donde ésta no llega, suple la fe, es decir la adscripción doctrinal.
¿Y qué ocurre con la DOCTRINA PRO VIDA? Pues en el plano doctrinal el fenómeno es milimétricamente el mismo que en el bando abortista: LOS PRINCIPIOS son los que mandan, AUNQUE LA EVIDENCIA NO AYUDE; incluso aunque la evidencia se opusiese. Y así, del mismo modo que los abortistas se empecinan en sostener que el feto es una “cosa”, sin derechos por tanto, desde el primero al último día del embarazo, así los PRO VIDA sostienen que el embrión y el feto son un ser humano, con derechos por tanto (el primero de todos, el DERECHO A LA VIDA) desde el primero al último día del embarazo. Así de sencillo.
Es que los PRINCIPIOS no dejan más alternativa. Y si nos regimos por PRINCIPIOS, no puede ser de otro modo: el abortista coherente ha de serlo desde el primero al último día del embarazo; y el antiabortista coherente también ha de serlo desde el primero al último día del embarazo. No hay más. ¿Que luego vendrán los que en catalán llaman “setciències” (los siete ciencias) de uno y otro bando y sesudos, con voz grave y sabihonda estirarán y retorcerán los principios como si fuesen de plastilina? ¡Pues claro! Sobre todo los que en uno y otro bando no son gente de principios sino dialogantes, de conveniencias y acomodaciones.
Volviendo, pues, al examen de las EVIDENCIAS de los PRO VIDA, está claro que para ver un ser humano en las dos o tres primeras semanas, se necesita mucha FE. La evidencia no ayuda, hay que recurrir a los principios y a sus argumentos. Pero en cuanto el embrión empieza a tomar forma, y ahí si, la tecnología de la imagen está posicionada a favor de los PRO VIDA ya desde el primer mes del embarazo, y más en el segundo y en el tercero; en cuanto el embrión empieza a tomar forma, hay que tener problemas, y no precisamente de vista, para no reconocer en las fotos y vídeos que se trata de un embrión HUMANO.
Digamos en resumen que a la luz de la EVIDENCIA los PRO VIDA lo tienen difícil en el primer trimestre del embarazo, pero ni siquiera durante todo él. El primer mes (el más latente, puesto que aún no se ha producido ningún signo externo del embarazo y por tanto tampoco se ha podido plantear el aborto), del que ni te enteras; ése es el más cuesta arriba. Pero a partir de ahí la EVIDENCIA se impone cada vez con más fuerza.
En cualquier caso, no son nada las dificultades de los PRO VIDA, comparadas con las tremendas de los abortistas. Es que entre RESPETAR Y PROTEGER LA VIDA humana “incluso” durante el primer trimestre del embarazo, o CARGÁRSELA “incluso” en el tercer trimestre, ¡¡¡no hay color!!! Realmente no es nada difícil optar por uno u otro bando, guiándose sólo por los ojos que tiene uno en la cara y la sangre que circula por sus venas.
Pero al final de los finales, a los abortistas siempre les queda en la recámara el argumento de fe: ser abortista es progre (cuanto más abortista = del primer al último día, más progre); mientras que ser antiabortista es carca, o peor todavía, católico. Y si tiene uno la osadía de defender la vida desde la concepción, es acusado además de integrista católico. En esos términos está el debate.
El Directorio
Germinans germinabit