En el transcurso del día de ayer las parroquias de nuestra diócesis han ido recibiendo la invitación que nuestro n.s.b.a. Cardenal Arzobispo ha dirigido a todos los diocesanos, firmada de puño y letra, y fechada el día 1 de diciembre.
La carta, clara y concisa, aunque escueta, reitera la voluntad de contar con un buen número de familias, junto a las que celebran bodas de oro y plata, y rendir una debida acción de gracias a Dios por la visita del Papa.
La implicación personal del Cardenal, más allá del poder de convocatoria y organización de la Delegación diocesana presidida por Mn. Claret, evidencia una determinada voluntad de éxito de la celebración por parte de nuestro Pastor diocesano.
Son 9000 almas las que se necesitan para el pleno del recinto sagrado. Y no es moco de pavo (valga la coincidente comparación retórica) para una primera hora de la tarde del sábado que precede a la Navidad.
Y aunque los catalanes somos un pueblo eminentemente previsor, incluso para las compras, no deja de ser tentadora la posibilidad de dedicar la tarde de ese día al shopping navideño. Sin embargo, para que la nave de la Sagrada Familia pueda lucir, en el primer acto diocesano después de su consagración, un ambiente cálido de participación es necesaria la implicación de todos los movimientos apostólicos. Es necesario implicar de manera directa y personal a los responsables de todas las comunidades y asociaciones de apostolado, desde los neocatecumenales hasta los carismáticos, desde el Opus Dei hasta el muy probado Lumen Dei, pasando por Schönstatt, la Legión de Cristo, la Unión Seglar y la siempre muy eficaz implicación de e-Cristians. Y para ello hubiera hecho falta, en primer lugar y más allá del titular de convocatoria, un lema con garra para una sociedad acostumbrada al atractivo de los slogans seductores. Pero a estas alturas ni lo tenemos ni se lo pueda esperar.
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