InfoCatólica / Germinans germinabit / Categoría: Semper idem

25.06.09

Una reflexión al empezar el año sacerdotal

El 19 de junio pasado, en la festividad del Sagrado Corazón de Jesús, el Santo Padre inauguró solemnemente el Año Sacerdotal, proclamado para conmemorar el 150º aniversario de la muerte del Santo Cura de Ars. Es muy significativo que sea precisamente la figura de San Juan María Vianney la que Benedicto XVI ha querido poner de relieve como modelo en estos tiempos en los que el sacerdocio católico pasa por una innegable crisis, que no es sino una consecuencia de otra grave crisis: la que en los últimos cuarenta años ha experimentado la fe y el culto eucarísticos en la Iglesia. Si no se tiene en cuenta que la Eucaristía y el sacerdocio van unidos y son, por así decirlo, consubstanciales, es que no se ha entendido nada de lo que es el Catolicismo. Si algo falla en la manera como se ofrece la Eucaristía, ello no dejará de repercutir en el sacerdocio. Porque el sacerdocio es por y para la Eucaristía. Por eso Jesucristo instituyó en la Última Cena el sacramento de Su Cuerpo y de Su Sangre e inmediatamente después el del orden sagrado.

La Eucaristía es a la vez sacrificio y sacramento. Por medio de ella se ofrece el pan y el vino, que se transubstancian en el Cuerpo y la Sangre del Señor, reproduciéndose así, mística pero realmente, el mismo y único sacrificio del Calvario. Jesucristo, presente en virtud del sacrificio de la misa en las especies consagradas, se da en la Eucaristía como “pan de vida eterna y cáliz de salvación perpetua” (canon de la misa) y esto es el sacramento, el gran mysterium fidei, por el que se nos mantiene y se nos aumenta la vida divina y sobrenatural. Este sacramento es aquel del que en cierta manera dependen todos los demás. El bautismo nos da la vida de la gracia, pero la gracia no puede mantenerse sin la Eucaristía: “si no coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros”. Toda la Iglesia reposa sobre la Eucaristía. Bossuet decía que “la Iglesia es Jesucristo extendido y comunicado”. Es decir, que su misión consiste en hacer que todos tengan vida en Jesucristo y esto se realiza mediante la Eucaristía.

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4.06.09

Padre Alberto: A pesar de todo, Tu es sacerdos in aeternum secundum ordinem Melchisedec

El lamentable caso del famoso Padre Alberto, popular comunicador del mundo televisivo hispano de los Estados Unidos, ha puesto de relieve y de plena actualidad la cuestión de la noción del sacerdocio católico. Uno se pregunta cómo es posible que un hombre de Dios, que hablaba de las verdades católicas con un convencimiento y una capacidad de persuasión tales que arrastraba en pos de sí audiencias que hacían la envidia de los más avezados presentadores televisivos, haya podido, en el giro de pocos días y con ocasión de un lío de faldas, pasar a sostener lo contrario de lo que antes defendió. Pues ahora resulta que, como el Reverendo Cutié quiere casarse con su novia y eso no es posible en el seno de la Iglesia Católica Romana, se ha pasado a la confesión Episcopaliana, que no obliga al celibato a sus ministros. De sacerdote a pastor…

Sacerdotes católicos que se enamoran y no son capaces de mantener la promesa de celibato que formularon el día de su ordenación los hay y no pocos: unos simplemente cierran los ojos y se amanceban; otros prefieren renunciar al ejercicio del orden y piden a la Santa Sede la reducción al estado laical; otros, en fin, deciden atacar la ley misma que quebrantan para justificar su conducta y desembarazar su conciencia y se organizan en asociaciones combativas de sacerdotes casados (civilmente, claro está) que no están dispuestos a escoger entre la Iglesia y su mujer. El Padre Alberto no ha optado por ninguno de estos tres caminos, sino que ha ido bastante más lejos y por el atajo de la apostasía.

Como Enrique VIII de Inglaterra (cuya pasión irracional por Ana Bolena le hizo llevar a la Iglesia de Inglaterra al cisma, renegando de su antigua y filial devoción a Roma y al Papa) o como el príncipe Alberto de Brandeburgo (que secularizó la Orden Teutónica y pasó al luteranismo para casarse y formar una dinastía reinante en Prusia) Cutié ahora “quema lo que ha adorado y adora lo que ha quemado” sólo que no como el fiero sicambro, que dobló la cerviz ante san Remigio, sino con la arrogancia del infatuado por el aplauso fácil y del que halaga sus pasiones en lugar de domarlas.

Lo grave en toda esta historia es lo que subyace al hecho de que un sacerdote católico aparentemente ortodoxo y convencido cuelgue tan alegremente sus hábitos y pase a otra religión con la facilidad con la que se cambia de camisa. Cabe preguntarse qué noción del sacerdocio tenía porque no es normal que asuma ese paso con la naturalidad con que lo ha hecho y sin problematizarse sobre su identidad. Todo parece reducirse para él a un cambio de temas, de público y de escenario para sus prédicas (en lo que es muy ducho por lo visto). Pero la cosa es muchísimo más delicada, ya que un sacerdote no es simplemente un predicador (aunque, a la luz de la conducta del Padre Alberto, parece que éste, en realidad, siempre lo consideró así). Analicemos qué es lo que puede haber llevado al reverendo en cuestión a dar un paso que tanto daño acarreará a muchos que creyeron en él.

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21.05.09

El obispo: ¿Buen pastor o asalariado?

El Concilio Vaticano II en su afán de renovación de la Iglesia trazó el ideal de lo que deben ser los obispos en el decreto Christus Dominus, promulgado el 28 de octubre de 1965:

“En el ejercicio de su ministerio de padre y pastor, compórtense los Obispos en medio de los suyos como los que sirven, pastores buenos que conocen a sus ovejas y son conocidos por ellas, verdaderos padres, que se distinguen por el espíritu de amor y preocupación para con todos, y a cuya autoridad, confiada por Dios, todos se someten gustosamente. Congreguen y formen a toda la familia de su grey, de modo que todos, conscientes de sus deberes, vivan y obren en unión de caridad.

“Para realizar esto eficazmente los Obispos, “dispuestos para toda buena obra” (2 Tim., 2,21) y “soportándose todo por el amor de los elegidos” (2 Tim., 2,10), ordenen su vida y forma que responda a las necesidades de los tiempos.

“Traten siempre con caridad especial a los sacerdotes, puesto que reciben parte de sus obligaciones y cuidados y los realizan celosamente con el trabajo diario, considerándolos siempre como hijos y amigos, y, por tanto, estén siempre dispuestos a oírlos, y tratando confidencialmente con ellos, procuren promover la labor pastoral íntegra de toda la diócesis.

“Vivan preocupados de su condición espiritual, intelectual y material, para que ellos puedan vivir santa y piadosamente, cumpliendo su ministerio con fidelidad y éxito. Por lo cual han de fomentar las instituciones y establecer reuniones especiales, de las que los sacerdotes participen algunas veces, bien para practicar algunos ejercicios espirituales más prolongados para la renovación de la vida, o bien para adquirir un conocimiento más profundo de las disciplinas eclesiásticas, sobre todo de la Sagrada Escritura y de la Teología, de las cuestiones sociales de mayor importancia, de los nuevos métodos de acción pastoral.

“Ayuden con activa misericordia a los sacerdotes que vean en cualquier peligro o que hubieran faltado en algo.

“Para procurar mejor el bien de los fieles, según la condición de cada uno, esfuércense en conocer bien sus necesidades, las condiciones sociales en que viven, usando de medios oportunos, sobre todo de investigación social. Muéstrense interesados por todos, cualquiera que sea su edad, condición, nacionalidad, ya sean naturales del país, ya advenedizos, ya forasteros. En la aplicación de este cuidado pastoral por sus fieles guarden el papel reservado a ellos en las cosas de la Iglesia, reconociendo también la obligación y el derecho que ellos tienen de colaborar en la edificación del Cuerpo Místico de Cristo”
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7.05.09

Diezmos, primicias e impuestos

¿Por qué los católicos españoles somos tan agarrados?

Antiguamente decían los catecismos que el quinto precepto general de la Iglesia era “pagar los diezmos y primicias a la Iglesia de Dios”. Esta formulación tenía una clara inspiración bíblica: el diezmo o décima parte de las cosechas y el ganado y las primicias o frutos nuevos y crías primogénitas fueron establecidos por la Ley Mosaica y se mencionan en el Levítico, los Números y el Deuteronomio, así como en los libros de Samuel, Reyes y Paralipómenos. El origen de la práctica de dar el diezmo al sacerdocio lo atribuye la Sagrada Escritura a Abraham con respecto a Melquisedec. El ofrecimiento de los primeros nacidos incluía a los niños del pueblo elegido, por los cuales se pagaba un rescate consistente en una ofrenda de substitución (el Niño Jesús fue por ello presentado en el Templo).

Entre los primeros cristianos no se consideró necesario renovar los mandatos de la Ley concernientes a los diezmos y primicias porque los fieles daban liberalmente de sus bienes para el sostenimiento de la comunidad; hasta el punto que Orígenes y San Cipriano de Cartago negaron esa obligación. Sin embargo, al comenzar a enfriarse la generosidad de los cristianos y, por otro lado, crecer las necesidades de la Iglesia con su cada vez mayor extensión y organización, fue preciso asegurar los medios de su subsistencia mediante la demanda a los cristianos de un impuesto bajo obligación de precepto. Como la sociedad de la Edad Media era eminentemente patrimonial y agraria se recurrió al sistema de diezmos y primicias, que, sin embargo causó alguna confusión en el contexto del feudalismo, sobre todo cuando la propietaria de tierras era directamente la potestad espiritual, ya que no se distinguía convenientemente lo que eran derechos reales del señor o verdaderos y propios impuestos.

La revolución urbana y el auge de la artesanía y el comercio monetizaron la percepción de los diezmos y primicias por parte de la Iglesia. Los teólogos clásicos justificaron el derecho de Aquélla a recaudar impuestos recurriendo a la noción de sociedad perfecta, es decir la que tiene en sí misma los medios necesarios para la consecución de su fin. La doctrina católica sólo reconoce como perfectas y paralelas dos sociedades: el Estado (sociedad política) y la Iglesia (sociedad espiritual), que corresponden a la naturaleza humana, que es doble, pues consta de un principio material (cuerpo) y un principio inmaterial (alma). Si en cada una de ellas las partes han de contribuir al todo para que los medios de la consecución del fin propio de cada una sean aptos, es claro que tanto el Estado como la Iglesia pueden exigir impuestos bajo la forma que más se adapte a las circunstancias de tiempo y lugar. El problema es que esta sencilla y clara explicación no la entienden muchos católicos, que creen que porque la Iglesia es sobre todo espiritual vive del aire.

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10.02.09

¡Qué difícil es confesarse en Barcelona!


Y hablo por experiencia propia. Es domingo por la tarde, cuando las iglesias están más llenas, porque las misas vespertinas son ideales para que los retardatarios que dejan todo para última hora o los que vuelven de un fin de semana fuera de la ciudad puedan cumplir el precepto. Se supone que habrá sacerdotes disponibles para confesar… Estoy en el Eixample, con varias iglesias para escoger. La que me queda más cerca es la de los Teatinos en Consejo de Ciento y allá nos encaminamos. Es todavía temprano: son las 6 de la tarde. Cuando llego, un chasco: la iglesia está cerrada. Resulta que hasta las 8 no hay misa. ¡Paciencia! Probaré con los Redentoristas de la calle Balmes. Llego y veo a un par de personas rezando, pero los confesionarios están vacíos. Me acerco a la sacristía para pedir un sacerdote y me la encuentro cerrada. La misa empieza a las 7, así que probablemente media hora antes –en unos minutos– se ponga alguno de los religiosos a confesar. Tengo tiempo de probar en San Raimundo de Peñafort, en la Rambla de Cataluña. Allí también la misa es a las 7, así que el paseíto me servirá para repasar el examen de conciencia.

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