La larga marcha hacia la normalidad diocesana
Resulta a veces necesario hacer un alto para adquirir perspectiva del recorrido hecho y del trecho de camino aún por recorrer. En nuestro caso se convierte en imprescindible. Fácilmente, demasiado concentrados en problemas concretos, podemos perder las claves de lectura que nos permitan sopesar el valor de las realidades que aún debemos construir hasta llegar a algo que sea parecido a una normalidad diocesana.
Y digo parecido, porque en esta archidiócesis hace decenios que no conocemos algo que pueda adjetivarse como de “normal”. Somos tan peculiares que hasta nuestra peculiaridad debe significarse. Ciertamente venimos de una gran tradición eclesial cimentada a través de muchas dificultades, especialmente durante la segunda mitad del XIX y primera del XX y que dio como frutos tanto un laicado bien formado y organizado como un clero significado en muchas virtudes y méritos. Debemos estar orgullosos. Pero la causa política nacionalista y lo peor del progresismo eclesial que tanto daño ha hecho a la Iglesia en el siglo XX, ha dejado aquí no sólo heridas sino muy hondas raíces.